Lectio Divina Jueves XII del Tiempo Ordinario A. El hombre sensato edifica su casa sobre roca
El que me ama, cumplirá
mi palabra, dice el Señor;
y mi Padre lo amará y
vendremos a él
II Reyes: 14, 8- 17 Salmo
78, 1-2. 3-5. 8. 9. Mateo: 7, 21-29
LECTIO
PRIMERA LECTURA
El rey de Babilonia se llevó cautivos a Joaquín y a todos los hombres poderosos.
Del segundo libro de los Reyes: 14, 8- 17
Joaquín tenía
dieciocho años cuando subió al trono, y reinó tres meses en Jerusalén. Su
madre se llamaba Nejustá, hija de Elnatán, de Jerusalén. Joaquín, igual que
su padre, hizo lo que el Señor reprueba. En aquel tiempo, subió contra Jerusalén
el ejército de Nabucodonosor, rey de Babilonia, y sitió la ciudad.
Nabucodonosor
llegó a la ciudad mientras sus hombres la sitiaban. Entonces Joaquín, rey de
Judá, junto con su madre, sus servidores, sus jefes y sus funcionarios, se
rindieron al rey de Babilonia y éste los hizo prisioneros. Era el octavo año
del reinado de Nabucodonosor.
Nabucodonosor se
llevó de Jerusalén todos los tesoros del templo del Señor y los del palacio
real. Destrozó todos los objetos de oro que Salomón, rey de Israel, había
hecho para el templo, conforme a las órdenes del Señor. Nabucodonosor se
llevó al cautiverio a toda Jerusalén, a todos los jefes y hombres de
importancia, con todos los carpinteros y herreros, en número de diez mil, y
sólo dejó a la gente pobre de la región. También llevó cautivos a
Babilonia al rey Joaquín, con su madre, sus mujeres, los funcionarios de
palacio y toda la gente valiosa, todos los soldados, en número de siete mil,
los carpinteros y herreros, en número de mil; y todos los hombres aptos para
la guerra fueron deportados a Babilonia.
Y en lugar de
Joaquín, Nabucodonosor nombró rey a un tío de Joaquín, Matanías, a quien
le puso el nombre de Sedecías.
Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.
A la amenaza de Asiria (que mientras tanto se había apoyado en
Egipto para contener el expansionismo babilónico) subintró el de Babilonia. Una
vez caída Nínive (612), Nabucodonosor se convirtió en rey de Babilonia (605) y
se apoderó del frágil reino de Jeconías. Conquistó Jerusalén en la primavera
del año 598 y procedió a una primera deportación en la que se vio implicado el
profeta Daniel. En sustitución de Jeconías, un inepto para las armas, fue nombrado Sedecías (598-587) como rey de
Judá. En esta situación se desarrolló la labor del profeta Jeremías (Jr
22,13-17).
El autor sagrado relaciona siempre los dramas de su pueblo con la
infidelidad al Señor (v. 9, que recuerda los funestos acontecimientos acaecidos
bajo Joaquín, padre de Jeconías, narrados al comienzo del capítulo 24).
Del salmo 78, 1-2. 3-5. 8. 9.
R/. Socórrenos, Dios, salvador nuestro.
Dios mío, los paganos han invadido tu propiedad, han profanado tu santo templo y han convertido a Jerusalén en ruinas. R/.
Han echado los cadáveres de tus siervos a las aves de rapiña, y la carne de tus fieles, a los animales feroces. R/.
Hemos sido el escarnio de nuestros vecinos, la irrisión y la burla de los que nos rodean. ¿Hasta cuándo, Señor, vas a estar enojado y va a arder como fuego tu ira? R/.
No recuerdes, Señor, contra nosotros las culpas de nuestros padres. Que tu amor venga pronto a socorrernos, porque estamos totalmente abatidos. R/.
Para que sepan quién eres, socórrenos, Dios y salvador nuestro. Para que sepan quién eres, sálvanos y perdona nuestros pecados. R/.
ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Jn 14, 23
R/. Aleluya, aleluya.
El que me ama, cumplirá mi palabra, dice el Señor; y mi Padre lo amará y vendremos a él. R/.
EVANGELIO
La casa edificada sobre roca y la casa edificada sobre arena.
Del santo Evangelio según san Mateo: 7, 21-29
En aquel tiempo,
Jesús dijo a sus discípulos: "No todo el que me diga: '¡Señor, Señor!',
entrará en el Reino de los cielos, sino el que cumpla la voluntad de mi Padre,
que está en los cielos. Aquel día muchos me dirán: '¡Señor, Señor!, ¿no
hemos hablado y arrojado demonios en tu nombre y no hemos hecho, en tu nombre,
muchos milagros?'. Entonces yo les diré en su cara: 'Nunca los he conocido.
Aléjense de mí, ustedes, los que han hecho el mal'.
El que escucha
estas palabras mías y las pone en práctica, se parece a un hombre prudente,
que edificó su casa sobre roca. Vino la lluvia, bajaron las crecientes, se
desataron los vientos y dieron contra aquella casa; pero no se cayó, porque
estaba construida sobre roca.
El que escucha
estas palabras mías y no las pone en práctica, se parece a un hombre
imprudente, que edificó su casa sobre arena. Vino la lluvia, bajaron las
crecientes, se desataron los vientos, dieron contra aquella casa y la arrasaron
completamente". Cuando Jesús terminó de hablar, la gente quedó
asombrada de su doctrina, porque les enseñaba como quien tiene autoridad y no
como los escribas.
Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús.
La conclusión del
«sermón del monte» incluye una puesta en guardia contra la presunción de
salvarse en virtud de la invocación del nombre divino, sin que esta invocación
vaya acompañada de un comportamiento coherente, o en virtud de acciones
carismáticas que no van acompañadas por la caridad (cf. 1 Cor 13), aun cuando
puedan ser signos de la propia fe, como nos enseña Mc 16,17. «Profetizar,
realizar milagros y expulsar demonios», sostiene Jerónimo, «no revela en
ocasiones los méritos de quien realiza tales acciones: es la invocación del
nombre de Cristo lo que hace posibles semejantes hechos, que son concedidos
para condena de aquellos que invocan a Cristo y en beneficio de cuantos son
testigos suyos. Los que realizan milagros, aunque desprecien a los hombres,
honran, no obstante, a Dios, en cuyo nombre se llevan a cabo los prodigios». La
alternativa frente a la que se nos pone está contenida entre los términos
«decir» y «hacer».
Hay que señalar, a
continuación, que Cristo se pone a sí mismo como referencia (me dirán..., estas
palabras mias...) en el juicio final (cf. Mt 25). También resulta indicativo el
subrayado del muchos: «Muchos me dirán...». En el texto original se lee un
«entonces yo declararé» que es una clara alusión al «día del Señor», al día del
juicio.
El hecho de que Cristo declare no conocer (como en la parábola de
las vírgenes necias: Mt 25,12) a tales «obradores de iniquidad» (cf. Mt 13,41;
24,12, donde se repite el mismo término) recuerda la fórmula judía de
excomunión pronunciada por el maestro, fórmula que comportaba la suspensión
temporal del discípulo.
El sermón del monte
vuelve a proponer el gran esquema de las bendiciones y de las maldiciones
frente a las que se ponía al pueblo de la alianza (Lv 26; Dt 28) y termina con
la expresión «su ruina fue grande», que establece un contraste singular con las
palabras del comienzo: «Dichosos...». Hemos de señalar aún el simbolismo escondido
en los términos «roca» (Cristo) y «casa» (Iglesia).
Por último, presenta
Cristo una doble escucha: la superficial y no comprometida y la activa, así
como el diferente desenlace de una y otra. No sin razón nos pone en guardia el
Señor en el evangelio de Lucas, diciendo: « Prestad atención a cómo escucháis»
(Lc 8,18). También Santiago vuelve en su Carta (1,22-25) sobre la doble
escucha. «Por consiguiente, el hombre no teme de palabra las nubladas
supersticiones, porque no se puede entender de manera diferente la lluvia
cuando se usa como símbolo de un mal; no teme las charlas de los hombres que
supongo en analogía con los vientos, o bien el río de esta vida que discurre,
por así decir, sobre la tierra con los estímulos carnales. Quien se deja
conducir por el curso favorable de estas tres eventualidades se ve arrollado
por la inversión del curso. En cambio, no teme nada de la lluvia ni del viento
quien ha construido su casa sobre la roca, o sea, quien no sólo escucha, sino
que pone en práctica la Palabra del Señor. Y quien la escucha y no la pone en práctica
se arriesga a todo esto; en efecto, carece de un fundamento firme; al escuchar
y no practicar construye su caída» (Agustín).
MEDITATIO
«Si alguien vive la
Palabra de Dios, se convierte en hijo de Dios» (Jerónimo) y como tal será
reconocido a su entrada en el Reino. Jesús censura a cuantos «enseñan bien y
viven mal» (Glosa), a cuantos reconocen su señorío pero no cumplen sus leyes, a
cuantos olvidan que «la santidad sólo es perfecta en quien cumple con las obras
lo que enseña con la palabra» (Jerónimo). Cristo, con la intención de resumir
su mensaje, nos presenta la parábola de la casa y de los dos terrenos sobre los
que ha sido construida. San Atanasio escribe que la roca es el mismo Cristo; la
casa construida sobre él es el edificio de nuestra fe; los vientos que la
agitan son las fuerzas del mal; las aguas representan el conjunto de las
tentaciones que amenazan con arrollar la vida de los justos.
No tengo más que
preguntarme, en la meditación, sobre qué fundamento estoy construyendo mi
edificio espiritual: «El día del Señor pondrá de manifiesto la obra de cada
cual, porque ese día vendrá con fuego, y el fuego pondrá a prueba la obra de
cada uno. Aquel cuyo edificio resista recibirá premio» (1 Cor 3,13-14).
ORATIO
Señor, ¿estaré entre
aquellos a quienes alejarás de ti sin remisión en el día del juicio? ¡Cuántas
veces he invocado tu nombre! ¡Cuántas obras estruendosas he realizado en tu
nombre! Sin embargo, la solidez de mi edificio espiritual no ha estado a la
altura. La superficialidad, la incoherencia y la inconstancia me impiden
construir una casa digna de convertirse en tu morada estable.
CONTEMPLATIO
Cierto, insufribles son
el infierno y el castigo que allí se padece. Sin embargo, aun cuando me pongas
mil infiernos delante, nada me dirás comparable con la pérdida de aquella
gloria bienaventurada, con la desgracia de ser aborrecido de Cristo, de tener
que oír de su boca: No te conozco; de que nos acuse de que le vimos hambriento
y no le dimos de comer. Cierto, más valiera que mil rayos nos abrasaran que no
ver que aquel manso rostro nos rechaza y que aquellos ojos serenos no pueden soportar
el mirarnos. Porque si, cuando yo era enemigo suyo y le aborrecía y le
rechazaba, de tal modo me amo que no se perdonó a sí mismo y se entregó a la
muerte por mí, ¿con qué ojos podré mirarle si después de todos esos beneficios,
cuando le vi hambriento, no le di un pedazo de pan?
Mas considerad aún aquí
su mansedumbre, pues no nos hace la enumeración de sus beneficios ni nos echa en
cara que, después de tantos recibidos, le hemos despreciado. No nos dice el
Señor: «Yo soy el que te saqué del no ser al ser, yo te inspiré el alma, yo te
constituí sobre todas las cosas de la naturaleza. Por ti hice la tierra y el
cielo y el mar y el aire y cuanto existe, y tú me despreciaste y me tuviste en
menos que al diablo. Y, sin embargo, ni aun así te abandoné, sino que, después
de todo eso, inventé mil invenciones de amor y quise hacerme esclavo y fui
abofeteado y escupido y crucificado, y morí con la más afrentosa de las
muertes. Y por ti intercedo también en el cielo, y te hice gracia del Espíritu Santo,
y te concedí por mi dignación mi propio Reino, y quise ser cabeza tuya; tu
esposo, y tu vestido, y tu casa, y tu raíz, y tu alimento, y tu bebida, y tu
pastor, y tu rey, y tu hermano, y tu heredero, y coheredero, y te saqué de las
tinieblas al poder de la luz» (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de
Mateo, 23, 8 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«El hombre sensato edifica su casa sobre roca» (cf. Mt 7,24).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Pero la separación
provocada por la llamada de Jesús al seguimiento es aún más profunda. Tras la
separación del mundo y de la Iglesia, de los cristianos falsos y verdaderos, la
separación se sitúa ahora en medio del grupo de los discípulos que confiesen su
fe. Pablo afirma: «Nadie puede decir "Jesús es señor” sino por influjo del
Espíritu Santo» (1 Cor 12, 3). Con la propia razón, con las propias fuerzas,
con la propia decisión, nadie puede entregar su vida a Jesús ni llamarle su
señor. Pero aquí se tiene en cuenta la posibilidad de que alguno llame a Jesús
su señor sin el Espíritu Santo, es decir sin haber escuchado la llamada de
Jesús.
Esto resulta tanto más
incomprensible cuanto que en aquella época no significaba ninguna ventaja
terrena llamar a Jesús su señor; al contrario, se trataba de una confesión que
implicaba un gran peligro. «No todo el que me dice: "Señor, Señor" entrará
en el Reino de los Cielos...». Decir «Señor, Señor» es la confesión de fe de la
comunidad. Pero no todo el que pronuncia esta confesión entrará en el Reino de los cielos.
La separación se
producirá en medio de la Iglesia que confiesa su fe. Esta confesión no confiere
ningún derecho sobre Jesús. Nadie podrá apelar nunca a su confesión. El hecho
de que seamos miembros de la Iglesia de la confesión verdadera no constituye un
derecho ante Dios. No nos salvaremos por esta confesión.
Jesús revela aquí a sus
discípulos la posibilidad de una fe demoníaca, que le invoca a él, que realiza
hechos milagrosos, idénticos a las obras de los verdaderos discípulos de Jesús,
hasta el punto de no poder distinguirlos, actos de amor, milagros, quizás
incluso la propia santificación, una fe que, sin embargo, niega a Jesús y se
niega a seguirle. Es lo mismo que dice Pablo en el c. 13 de la primera carta a
los corintios sobre la posibilidad de predicar, de profetizar, de conocerlo
todo, de tener incluso una fe capaz de trasladar las montañas... pero sin amor,
es decir, sin Cristo, sin el Espíritu Santo (Dietrich Bonhoeffer, El precio
de la gracia. El seguimiento, Sígueme, Salamanca 51999, pp.
127-129).
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