Lectio Divina Solemnidad Sagrado Corazón de Jesús



Tomen mi yugo sobre ustedes, dice el Señor, y aprendan de mí,
que soy manso y humilde de corazón.
Deuteronomio: 7, 6-11      Del Salmo 102
I Juan: 4, 7-16 Mateo 11,25-30

LECTIO

PRIMERA LECTURA
El Señor te ha elegido por el amor que te tiene.

Del libro del Deuteronomio: 7, 6-11 

En aquel tiempo, habló Moisés al pueblo y le dijo: "Eres un pueblo consagrado al Señor, tu Dios; él te ha elegido a ti para que seas pueblo suyo entre todos los pueblos de la tierra. El Señor se ha comprometido contigo y te ha elegido, no por ser tú el más numeroso de todos los pueblos, ya que al contrario, eres el menos numeroso; más bien te ha elegido por el amor que te tiene y para cumplir el juramento hecho a tus padres. Por eso, el Señor, con mano firme, te sacó de la esclavitud y del poder del faraón, rey de Egipto. Reconoce, pues, que el Señor, tu Dios, es el Dios verdadero y fiel. Él guarda su alianza y su misericordia hasta mil generaciones para los que lo aman y cumplen sus mandamientos; pero castiga a quienes lo odian, y los hace perecer sin demora. Guarda, pues, los mandamientos, preceptos y leyes que yo te mando hoy poner en práctica".

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor. 

El libro del Deuteronomio consta de tres partes y la primera está formada por dos discursos de Moisés. El texto de esta lectura pertenece al segundo discurso, un relato histórico que se fija en los acontecimientos del Horeb, el Decálogo y el código legal deuteronomista. La pericopa tiene como tema central la elección del pueblo de Israel y la predilección de Dios, libre, gratuita y amorosa, por este pueblo. Las palabras iniciales del texto (v. 6) revelan la elección, la consagración y la santidad del pueblo. E, inmediatamente, destaca la motivación profunda de este privilegio: el amor libre y gratuito de Dios. El pueblo ha sido elegido y, consiguientemente, ha sido santificado; ha sido consagrado al Señor para que sea su propiedad. No se trata de una cualidad intrínseca que posea en sí mismo, sino de una condición particular de su existencia que deriva de la elección de Dios, es decir, de la decisión de Dios de separarlo y consagrarlo a su servicio. Esta elección ha sido ratificada por la alianza. La teología de la elección es un tema característico del
Deuteronomio y la revelación veterotestamentaria: Israel es, esencialmente, el pueblo de Dios, el pueblo separado,el pueblo consagrado a Dios; es el pueblo de la alianza.

La continuación del texto refiere las consecuencias que comporta la revelación del amor gratuito de Dios: pertenecer a Dios requiere una conducta digna, obliga a ser conscientes de la propia pequeñez y tomar conciencia de la elección, y exige reconocer a Dios como el único y verdadero Señor, a quien hay que darle culto auténtico, observando los mandamientos, y corresponderle fielmente a su amor. Al pueblo, ante el amor gratuito de Dios, le toca responder, con admiración y entusiasmo, con gratitud laboriosa y cumplida lealtad.

SALMO RESPONSORIAL
Del salmo 102,1-2.3-4.6-7.8 Y 10. 

R/. El Señor es compasivo y misericordioso. 

Bendice al Señor, alma mía, que todo mi ser bendiga su santo nombre. Bendice al Señor, alma mía, y no te olvides de sus beneficios. R/. 

El Señor perdona tus pecados y cura tus enfermedades; él rescata tu vida del sepulcro y te colma de amor y de ternura. R/. 

El Señor hace justicia y le da la razón al oprimido. A Moisés le mostró su bondad y sus prodigios al pueblo de Israel. R/. 

El Señor es compasivo y misericordioso, lento para enojarse y generoso para perdonar. No nos trata como merecen nuestras culpas, ni nos paga según nuestros pecados. R/.

SEGUNDA LECTURA
Dios nos amó.

De la primera carta del apóstol san Juan: 4, 7-16

Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor que Dios nos tiene, se ha manifestado en que envió al mundo a su Hijo unigénito para que vivamos por él. El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados.
Si Dios nos ha amado tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. A Dios nadie lo ha visto nunca; pero si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y su amor en nosotros es perfecto.
En esto conocemos que permanecemos en él, y él en nosotros: en que nos ha dado su Espíritu. Nosotros hemos visto, y de ello damos testimonio, que el Padre envió a su Hijo como Salvador del mundo. Quien confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios y Dios en él. Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor. Dios es amor y quien permanece en el amor, permanece en Dios y Dios en él.

Palabra de Dios.
Te alabamos, Señor.

El tema central de la primera carta de Juan es la comunión con Dios, y lo desarrolla siguiendo un movimiento en espiral. El autor parte de una convicción: los creyentes participan de la vida divina. Y, acto seguido, les indica a los destinatarios las condiciones para conseguir la vida eterna y los criterios para reconocerla.

La caridad, considerada anteriormente en la epístola en su aspecto parenético y cristológico, ahora es vista específicamente en su vertiente divina y teológica: «Dios es amor» (vv. 8.16). Dios es «agàpe». No es ni una teoría sobre Dios ni una definición filosófica o metafísica de su naturaleza; es una descripción operativa y salvadora:
«Dios es amor» significa que Dios nos ama. Dios ama a Israel y le manifiesta su amor eligiéndolo; a nosotros nos ha manifestado de modo supremo su amor a través de su Hijo unigénito («Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él», v. 9) y del Espíritu Santo («él nos ha dado su Espíritu», v. 13), dos dones inmensos.

El envío del Hijo y del Espíritu, a nosotros, marca la total y absoluta autodonación de Dios, la suprema revelación. Dios nos manifiesta el amor, la caridad, el agàpe.
El Hijo, por su parte, manifiesta el amor haciéndose víctima sacrificial de expiación por nuestros pecados. Dios, siendo amor y donándose a través del Hijo y del Espíritu Santo, nos comunica la capacidad de amar con su mismo amor.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO Mt 11, 29
 

R/. Aleluya, aleluya.
Tomen mi yugo sobre ustedes, dice el Señor, y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. R/.

EVANGELIO
Aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón. 

Del santo Evangelio según san Mateo: 11, 25-30 

En aquel tiempo, Jesús exclamó: "¡Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y las has revelado a la gente sencilla! Gracias, Padre, porque así te ha parecido bien.
El Padre ha puesto todas las cosas en mis manos. Nadie conoce al Hijo sino el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar. Vengan a mí, todos los que están fatigados y agobiados por la carga, y yo les daré alivio. Tomen mi yugo sobre ustedes y aprendan de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontrarán descanso, porque mi yugo es suave y mi carga ligera". 

Palabra del Señor.
Gloria a ti, Señor Jesús. 

- El texto del evangelio de Mateo pertenece a la sección narrativa y presenta el rechazo que encontrará el Reino entre los hombres según la voluntad y el designio divinos.

El texto de la lectura se articula en tres partes. La primera (vv. 25ss) es el himno de bendición y alabanza que Jesús dirige al Padre por el designio de salvación elegido, consistente en revelar «a los sencillos » los misterios del Reino y en escondérselos «a los sabios y prudentes», es decir, a los fariseos y a los escribas. El motivo profundo de esta elección es porque así le ha parecido bien (la eudokía, la complacencia). Dicho de otra forma, por su libertad para amar y elegir.

 La segunda parte es la revelación de la relación íntima entre el Padre y el Hijo (v. 27). Esta relación la presenta como un «conocimiento», entendido no sólo como comunicación intelectual, sino como total intimidad de vida, con las siguientes características: exclusivo («nadie... sino...»), recíproco, permanente e idéntico. A la hora de revelarse, el Padre y el Hijo ostentan la mismísima condición divina, recíprocamente íntimos el uno al otro e inaccesibles para todos los demás. El Padre y el Hijo son iguales en dignidad. Es la revelación de la clara conciencia que tiene Jesús de ser semejante al Padre.

En la tercera parte (v. 28-30), Jesús se presenta como «sencillo y humilde de corazón», los mismos términos empleados para definir y calificar a los pobres.
Jesús asume la actitud religiosa del «sencillo y pobre de corazón» y se ofrece como maestro de sabiduría y consuelo. Invita a los fatigados y agobiados por las penalidades y las angustias de la vida a encontrarse con él, que los aliviará. La presencia del vocablo «corazón», precisamente en este día de fiesta, ofrece un claro mensaje
evangélico: en el corazón de Jesús reside la plenitud no sólo de la humanidad, sino también de la divinidad.

MEDITATIO

En las tres lecturas está presente el tema del amor. Dios elige a Israel y lo consagra como pueblo de su heredad porque lo ama. Dios envía a su Hijo unigénito y dona el Espíritu Santo porque Dios es amor, nos ama enormemente y, a través del envío del Hijo y el don del Espíritu, se manifiesta como amor, caridad, ágape. En el texto evangélico, Dios revela los misterios del Reino a los pequeños, y no a los sabios y entendidos, porque los ama. Jesús repone los ánimos de quienes acuden a él porque es sencillo y humilde de corazón, porque es amable y ama.

El centro y el vértice de la fiesta litúrgica del Corazón de Jesús está en el culto al amor salvífico por nosotros: en él se encuentra la raíz de todas las gracias, de todos los favores, de todas las bondades que continuamente recibimos. Sobre todo, el don de la vida divina, de la filiación divina a través del bautismo, perfeccionada en la confirmación, nutrida en la eucaristía, recobrada en el perdón y vertida abundantemente en todos los sacramentos que derivan de la pasión y muerte de Cristo, el acto supremo de amor, ya que «nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).


ORATIO

Y tanto amaste al mundo, Padre santo, que, al cumplirse la plenitud de los tiempos, nos enviaste como salvador a tu único Hijo. El cual se encarnó por obra del Espíritu Santo, nació de María, la Virgen, y así compartió en todo nuestra condición humana, menos en el pecado; anunció la salvación a los pobres, la liberación a los oprimidos, y a los afligidos el consuelo. Para cumplir tus designios, él mismo se entregó a la muerte y, resucitando, destruyó la muerte y nos dio nueva vida. Y porque no vivamos ya para nosotros, sino para él, que
por nosotros murió y resucitó, envió, Padre, al Espíritu Santo como primicia para los creyentes, a fin de santificar todas las cosas, llevando a plenitud su obra en el mundo (plegaria eucarística IV).

CONTEMPLATIO

Así, pues, el Corazón de nuestro Salvador, en cierto modo, refleja la imagen de la divina Persona del Verbo y es imagen también de sus dos naturalezas, la humana y la divina; y podemos considerar no sólo el símbolo, sino también, en cierto modo, la síntesis de todo el misterio de nuestra Redención. Luego, cuando adoramos el Corazón de Jesucristo, en él y por él adoramos tanto el amor increado del Verbo divino como su amor humano, con todos sus demás afectos y virtudes, pues por un amor y por el otro nuestro Redentor se movió a inmolarse por nosotros y por toda la Iglesia, su Esposa, según el apóstol: Cristo amo a su Iglesia y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla, purificándola con el bautismo de agua por la Palabra de vida, a fin de hacerla comparecer ante sí llena de gloria, sin mancha ni arruga ni cosa semejante, sino siendo santa e inmaculada (Ef 5,25-27).

Cristo ha amado a la Iglesia y la sigue amando intensamente (1 Jn 2,1) con ese amor que le mueve a hacerse nuestro abogado para proporcionarnos la gracia y la misericordia del Padre, siempre vivo para interceder por nosotros (Heb 7,25). La plegaria que brota de su inagotable amor, dirigida al Padre, no sufre interrupción alguna (Pío XII, encíclica Haurietis aquas sobre el culto al Sagrado Corazón de Jesús, III, 6).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Aprendan de mí, que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11,29).

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

¡Oh Señor Jesús, [haciéndote hombre] nos has mostrado el inmenso amor de Aquél que te ha enviado, tu Padre celestial! A través de tu corazón humano vislumbramos tenuemente el amor divino con el  que somos amados y con el cual tú nos amas, porque tú y el Padre son uno

¡Es tan difícil para mí creer plenamente en el amor que surge de tu corazón....! Soy inseguro y timorato, estoy indeciso y desalentado. Mientras que de palabra digo que creo plena e incondicionalmente en tu amor, sigo buscando afecto, apoyo, aceptación y elogios entre los demás, esperando de los mortales aquello que sólo tú me puedes dar. Oigo claramente tu voz: «Vengan a mí todos los que están fatigados y agobiados y yo los aliviaré.. que soy sencillo y humilde de corazón» (Mt 11, 28ss); sin embargo, corro en otras direcciones, como si no confiara en ti y, de alguna manera, me sintiera más seguro en compañía de personas que tienen el corazón dividido y, a menudo, confuso.

Oh Señor, ¿por qué deseo con ansia recibir halagos y cumplidos de las demás personas, incluso cuando la experiencia me enseña lo limitado y condicionado que es el amor que viene del corazón humano? Son tantos quienes me han demostrado su amor y su cariño, tantos los que me han dirigido palabras consoladoras y estimulantes, tantos los que han sido tan amables y me han manifestado su perdón..., pero nadie ha llegado al hondón, a ese lugar profundo y recóndito donde residen mis temores y esperanzas. Sólo tú conoces aquel sitio, Señor [...]. Tu corazón está tan deseoso de amarme, tan inflamado de fervor, que me reaviva. Quieres darme un techo, un sentido de pertenencia, un lugar para vivir, un cobijo donde resguardarme y un
refugio donde me sienta seguro [...]. Confío en ti, Señor, sigue ayudándome en los momentos de duda y desengaño (H. J. M. Nouwen, De cuore a cuore. Preghiere al Sacro Cuore di Gesù, Brescia 22000, 19-30).

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