LECTIO DIVINA PRIMER VIERNES DE CUARESMA. ¡Ve primero a reconciliarte con tu hermano!
LECTIO DIVINA PRIMER VIERNES DE CUARESMA
Ezequiel 18,21-28. Mateo: 5,20-26
¿Acaso quiero yo la muerte del pecador y no más bien que enmiende su conducta y viva?
PRIMERA LECTURA
¿Acaso quiero yo la muerte del pecador y no más bien que enmiende su conducta y viva?
Del libro del profeta Ezequiel: 18,21-28
Esto dice el Señor: "Si el pecador se arrepiente de los pecados cometidos, guarda mis preceptos y practica la rectitud y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá; no me acordaré de los delitos que cometió; vivirá a causa de la justicia que practicó. ¿Acaso quiero yo la muerte del pecador, dice el Señor, y no más bien que enmiende su conducta y viva?
Si el justo se aparta de su justicia y comete maldad, no se recordará la justicia que hizo. Por la iniquidad que perpetró, por el pecado que cometió, morirá. Y si dice: 'No es justo el proceder del Señor', escucha, casa de Israel: ¿Conque es injusto mi proceder? ¿No es más bien el proceder de ustedes el injusto?
Cuando el justo se aparta de su justicia, comete la maldad y muere; muere por la maldad que cometió. Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá".
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
El capítulo 18 de Ezequiel marca un paso decisivo en el progreso de la revelación. Consciente de que la verdadera dignidad depende de ser “pueblo elegido", Israel tiene muy vivo el sentido de la responsabilidad colectiva del pecado (cf. por ejemplo Dt 5,9s). Pero ya el profeta Jeremías comenzó a indicar que existe también un “pecado personal", es decir, que cada uno es responsable de sus acciones en primera persona (cf. Jr 31,29s). Ezequiel prosigue en esta misma línea superando las afirmaciones de Jeremías.
A los desterrados, sin esperanza y desalentados bajo el peso de un castigo que piensan que es inmerecido por tratarse de las culpas de sus padres, Ezequiel les profetiza indicándoles que cada uno decide con su comportamiento su propio destino (18,1-20); y prosigue anunciando que el destino personal no es inmutable (vv. 21-31): el Dios de la vida no se complace en la destrucción de los hombres, sino que espera y, en cierto sentido, suscita la conversión de cada uno.
El Señor brinda a cada uno la posibilidad de una vida nueva e indica el camino de la salvación, que, como cualquier camino, exige esfuerzo y perseverancia. Si el “pecador” debe cambiar radicalmente, también el “justo” debe optar continuamente por obrar de acuerdo con la voluntad de Dios; de otro modo, se olvidará el valor de sus obras justas (v. 24): nadie es “justo” de una vez por todas, sino que uno se va haciendo “justo” día tras día adhiriéndose al Señor.
EVANGELIO
Ve primero a reconciliarte con tu hermano.
Del santo Evangelio según san Mateo: 5,20-26
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Les aseguro que si su justicia no es mayor que la de los escribas y fariseos, ciertamente no entrarán ustedes en el Reino de los cielos.
Han oído que se dijo a los antiguos: No matarás y el que mate será llevado ante el tribunal. Pero yo les digo: Todo el que se enoje con su hermano, será llevado también ante el tribunal; el que insulte a su hermano, será llevado ante el tribunal supremo, y el que lo desprecie, será llevado al fuego del lugar de castigo.
Por lo tanto, si cuando vas a poner tu ofrenda sobre el altar, te acuerdas allí mismo de que tu hermano tiene alguna queja contra ti, deja tu ofrenda junto al altar y ve primero a reconciliarte con tu hermano, y vuelve luego a presentar tu ofrenda. Arréglate pronto con tu adversario, mientras vas con él por el camino; no sea que te entregue al juez, el juez al policía y te metan a la cárcel. Te aseguro que no saldrás de allí hasta que hayas pagado el último centavo".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
Con la autoridad propia de quien es el cumplimiento de la Ley (vv. 17s), Jesús exige a los suyos, como condición para entrar en el Reino de los Cielos, una justicia que “supere” la de los escribas y fariseos. Jesús pide más porque da lo que pide: ésta es la novedad radical. Ya no se trata de limitarse a observar minuciosamente preceptos y evitar prohibiciones, sino comenzar desde el corazón, donde nacen las motivaciones profundas de nuestro actuar.
Con el v. 21 comienza una serie de formulaciones concretas de esta justicia superior, introducidas por el pasivo divino “se dijo", que significa “Dios dijo”. Por un homicidio hay que someterse a un proceso, pero el gesto violento brota del corazón: por eso el airarse contra
el hermano merece idéntico castigo. Una palabra injuriosa exige una pena más grave: el juicio ante el sanedrín. Un insulto más ofensivo es condenado por el Supremo Juez con el fuego eterno (v. 22). También el culto exige no sólo condiciones externas de pureza, sino la pureza de un corazón pacífico y pacificador, que no tolera las divisiones en las relaciones fraternas y, por consiguiente, debe dar el primer paso: la reconciliación con el hermano como premisa para la comunión con el Señor (vv. 23s).
En los v. 25s se subraya no sólo la necesidad, sino también la urgencia de la reconciliación en una perspectiva escatológica: el otro ya no es el hermano, sino el adversario, el acusador que podemos encontrar en el camino de la vida: también con él debemos tratar de buscar un acuerdo, porque al final de la vida nos espera el Justo Juez, y debemos estar preparados para el juicio.
MEDITATIO
Jesús propone una justicia superior a la de los escribas y fariseos; la primera está basada en el conocimiento profundo de la Ley, la segunda, en la observancia escrupulosa de los preceptos. Es superior, pues, la justicia que no se fundamenta sólo en el saber y el hacer, sino sobre todo en el ser: esa justicia es santidad porque es participación en la bondad infinita de Dios. Jesús dirige cualquier acto a su origen, el corazón.
“El que se enoja contra su hermano..." Notemos la insistencia: ¡hermano! Se mata al hermano en el corazón con pensamientos o sentimientos hostiles e incluso, sencillamente, con la indiferencia. Se le mata también con palabras injuriosas o despectivas. Hoy está de moda hablar violenta mente, vulgarmente. Contagiados por el clima de la sociedad en que vivimos, esta costumbre puede penetrar también en ambientes considerados cristianos, pero es totalmente antievangélica. Se suele decir: “Mata más la lengua que la espada”, pero el pensamiento mata aún más que la lengua, porque no todos los pensamientos malos afloran en palabras...
¡Qué delicado es el sentido de la justicia que Jesús nos inspira! Se trata de la pureza de corazón, de santidad, y sólo se puede lograr con un constante deseo y compromiso de conversión. La justicia verdadera es la que Jesús ha proclamado e inaugurado en la cruz con su acto de perdón y de amor desmesurado. Estamos llamados continuamente a este misterio de muerte por amor. Los hermanos necesitan ver en nosotros los rasgos del rostro del amor que perdona y hace vivir.
ORATIO
Señor, tú que eres justo en todos tus caminos y santo en todas tus obras: hoy tu mandato nos desconcierta porque remueve el abismo de nuestro corazón. Nos pides una justicia mayor -la pureza interior, cumplimiento de la Ley, y nosotros nos descubrimos siempre demasiado injustos.
Perdona, Señor, los pensamientos y sentimientos malos que no desarraigamos en cuanto surgen en nuestro interior y que, tal vez, irritados por la envidia, se traducen en malas palabras, en juicios negativos. A cuántos habremos matado de este modo sin darnos cuenta, nosotros, que tan fácilmente juzgamos cualquier infracción de la Ley, que tan fácilmente condenamos al que se equivoca en la vida e incluso reprobamos el exceso de indulgencia con arrepentido. Ten piedad de nosotros, Señor, ven cada día a purificarnos el corazón del pecado, que siempre aflora infectando nuestras intenciones y acciones.
CONTEMPLATIO
Para amar a los enemigos, que es en lo que consiste la perfección de la caridad fraterna, nada nos anima tanto como la agradable consideración de la portentosa paciencia del “más bello entre los hijos de los hombres" (Sal 44,3).
Para aprender a amar, el hombre no se debe dejar llevar por los impulsos carnales, y para no sucumbir a estos deseos, debe dirigir todo su afecto a la dulce paciencia de la carne de Dios. Descansando así, más suave y perfectamente en el deleite de la caridad fraterna, también abrazará a sus enemigos con los brazos del verdadero amor. Y para que este fuego divino no se apague por la condición de las injurias, contemple continuamente con los ojos del alma la serena paciencia de su amado Señor y Salvador (Ælredo de Rieval, El espejo de la caridad, III, 5).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra
“Dios no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva” (Cf. Ez 18,24)
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El perdón no debe ser ocasional, algo excepcional, sino que debe integrarse sólidamente en la existencia y ser la expresión habitual de las disposiciones de unos hacia otros. Deberás empezar por dominar la reacción de tu corazón ante la ofensa recibida -tu rencor, tu obstinación en tener razón- y deberás sentirte verdaderamente libre. Pero el perdón da el paso decisivo al renunciar al castigo del otro. Con ello abandona el principio de equivalencia, en el cual se contrapone el dolor al dolor, el perjuicio al perjuicio, la expiación a la falta, para entrar en el de la libertad interior. Aquí también se restablece un orden, no con pasos y medidas rígidas, sino con una victoria creadora. El corazón se ensancha [...].
Jesucristo relaciona el perdón de los hombres con el de Dios. Éste es el primero en perdonar, y el hombre no es más que su criatura. Por tanto, el perdón humano surge del perdón divino del Padre. El que perdona se asemeja al Padre. Actuando así, persuades al otro para que comprenda su error; creando con él la armonía del perdón, "habrás ganado a tu hermano". Entonces vuelve a florecer la fraternidad. El que así piensa aprecia al prójimo. Le duele saber que su hermano está en falta, como a Dios le duele el pecado, porque aleja de él al hombre. Y de la misma manera que Dios desea redimir al hombre caído, así el hombre instruido Jesucristo sólo anhela que la persona que le ha ofendido reconozca su falta y vuelva así a la comunidad de la vida santa.
Jesucristo es el modelo de esta actitud. Él es el perdón viviente. Él no sólo ha perdonado la culpa, sino que ha restaurado la verdadera "justicia". Ha destruido cuanto de lo más terrible se había acumulado, cargado sobre sus espaldas la deuda que había de pesar sobre el pecador [...]. Vivimos de la obra redentora de Jesucristo, pero no podemos disfrutar de la redención sin contribuir a ella (R. Guardini, El Señor I, Madrid 1958, 531-540, passim).
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