LECTIO DIVINA SEXTO DOMINGO DE PASCUA B. DIOS ES AMOR
LECTIO DIVINA SEXTO DOMINGO DE PASCUA B
Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos (Jn 15,13)
Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48. Juan 4, 7-10. Juan 15, 9-17
LECTIO
PRIMERA LECTURA
El don del Espíritu Santo se ha derramado también sobre los paganos.
Del libro de los Hechos de los Apóstoles 10, 25-26. 34-35. 44-48
En aquel tiempo, entró Pedro en la casa del oficial Cornelio, y éste le salió al encuentro y se postró ante él en señal de adoración. Pedro lo levantó y le dijo: "Ponte de pie, pues soy un hombre como tú". Luego añadió: "Ahora caigo en la cuenta de que Dios no hace distinción de personas, sino que acepta al que lo teme y practica la justicia, sea de la nación que fuere".
Todavía estaba hablando Pedro, cuando el Espíritu Santo descendió sobre todos los que estaban escuchando el mensaje. Al oír- los hablar en lenguas desconocidas y proclamar la grandeza de Dios, los creyentes judíos que habían venido con Pedro, se sorprendieron de que el don del Espíritu Santo se hubiera derramado también sobre los paganos.
Entonces Pedro sacó esta conclusión: "¿Quién puede negar el agua del bautismo a los que han recibido el Espíritu Santo lo mismo que nosotros?" Y los mandó bautizar en el nombre de Jesucristo. Luego le rogaron que se quedara con ellos algunos días.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
Dios nos invita a mirar a los otros con sus propios ojos: ésta podría ser la síntesis del importantísimo capítulo 10 de los Hechos de los Apóstoles. El acontecimiento narrado es determinante no sólo para la Iglesia de los orígenes, sino también para la Iglesia de todos los tiempos. En cierto sentido, es un modelo de lo que debe ser la apertura de los cristianos al designio de Dios. El episodio es conocido, por lo general, con el título de «conversión de Cornelio», aunque también lo podríamos llamar «conversión de Pedro». En efecto, es el mismo Espíritu de Dios el que, con una triple visión (cf. 10,9-16.28), impulsa a Pedro a salir de su concepción restringida para abrirse a la universalidad de la salvación que el sacrificio redentor de Cristo ha adquirido para toda la humanidad, no sólo para Israel.
Tras cierta resistencia inicial, Pedro se dirige con sinceridad a Cornelio, que no es judío, y le dice: «Verdaderamente ahora comprendo que Dios no hace distinción de personas» (v. 34), sino que le es grato todo hombre que, como Cornelio, le teme y practica la justicia. El «temor de Dios» se refiere a la rectitud de conciencia por la que el hombre se reconoce criatura dependiente de Alguien, aunque todavía no lo conoce rectamente; mientras que la «justicia» se refiere a un comportamiento social honesto.
En consecuencia, podemos ver en Cornelio el «tipo de hombre» que pone en práctica, aunque sea de una manera inconsciente, el doble mandamiento del amor -a Dios y al prójimo-, que es el distintivo de los discípulos de Cristo. Esta actitud es la que le dispone a acoger la salvación de Dios. A renglón seguido, hemos de señalar que también Cornelio recibe una misión de Dios; a raíz de ella, manda llamar al apóstol y lo recibe en su casa. Ambos -el judío y el pagano- salen de su particularismo y, bajo la guía del Espíritu, se encuentran para dar vida a una realidad nueva. Esta novedad consistirá, en el caso de Pedro, en anunciar a todos la Palabra que Dios ha confiado a los hijos de Israel.
SEGUNDA LECTURA
Dios es amor.
De la primera carta del apóstol san Juan 4, 7-10
Queridos hijos: Amémonos los unos a los otros, porque el amor viene de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios. El que no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor. El amor que Dios nos tiene se ha manifestado en que envió al mundo a su Hijo unigénito, para que vivamos por él.
El amor consiste en esto: no en que nosotros hayamos amado a Dios, sino en que él nos amó primero y nos envió a su Hijo, como víctima de expiación por nuestros pecados.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor
Con estos versículos comienza la magna reflexión sobre la caridad (4,7-5,3) que marca la cima de la Primera carta de Juan. Dios es la fuente del amor. En consecuencia, quien ha brotado de esta fuente y permanece unido a ella (v. 7) vive del amor y difunde amor. Ésta es la razón de que el amor a Dios y el amor fraterno sean una sola y misma realidad. Por el contrario, no puede decir que conoce a Dios quien no se configura con él en el amar (v. 8; cf. 20s.).
«Dios es amor»: esta revelación del rostro de Dios no es una afirmación especulativa, sino la experiencia de una historia de la que Juan es testigo directo (1,1-4), y cada cristiano llega a serlo también (1,3) cuando entra en la comunión eclesial, así como también en la intimidad de su propio corazón. El amor no es una realidad para explicar. Dios ha revelado que es amor a través de su obrar, a través de su «desmesurada caridad», que le ha llevado a dar al hombre a su mismo Hijo único -sinónimo de amadísimo-, el cual a su vez ha entregado su propia vida expiando con la muerte el pecado del hombre. Su ofrenda es en verdad como la semilla que, una vez caída en tierra, produce mucho fruto.
La liberación de la esclavitud del pecado no sólo le devuelve al hombre su inocencia originaria, sino, mucho más, le abre a la vida de comunión con Dios, le hace «capaz» de ser morada de Dios. El Hijo amado, que se encuentra en una relación única con el Padre, ha sido enviado por él para introducirnos en la inefable circulación de caridad que une, a la Santísima Trinidad, al Padre, al Hijo y al Espíritu. Si con la encarnación, del Verbo que estaba en el seno del Padre, ha venido al mundo a revelar a Dios, Con la resurrección, el hombre, que estaba alejado de Dios, es llevado de nuevo a su seno, hecho hijo en el Hijo.
EVANGELIO
Nadie tiene amor más grande a sus amigos, que el que da la vida por ellos.
Del santo Evangelio según san Juan 15, 9-17
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Como el Padre me ama, así los amo yo. Permanezcan en mi amor. Si cumplen mis mandamientos, permanecen en mi amor; lo mismo que yo cumplo los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Les he dicho esto para que mi alegría esté en ustedes y su alegría sea plena.
Este es mi mandamiento: que se amen los unos a los otros como yo los he amado. Nadie tiene amor más grande a sus amigos que el que da la vida por ellos. Ustedes son mis amigos, si hacen lo que yo les mando. Ya no los llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su amo; a ustedes los llamo amigos, porque les he dado a conocer todo lo que le he oído a mi Padre.
No son ustedes los que me han elegido, soy yo quien los ha elegido y los ha destinado para que vayan y den fruto y su fruto permanezca, de modo que el Padre les conceda cuanto le pidan en mi nombre. Esto es lo que les mando: que se amen los unos a los otros".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
La perícopa evangélica prosigue y profundiza en el tema de la segunda lectura: el del amor. Jesús, prosiguiendo con la analogía de la vid y los sarmientos, añade matices siempre nuevos para hacer comprender cuál es la relación que le une al Padre y a los hombres. La expresion «permanece en él» (vv. 4-7) se explica ahora en el sentido de «permanecer en su amor», es decir, en esa circulación de caridad, de purado nación, que es la vida trinitaria en sí misma y en su apertura al hombre (v. 9).
A Jesús, como bien atestiguan sus parábolas, no le gusta el lenguaje abstracto. Si habla, es para ofrecer palabras que son «espíritu y vida» y, por consiguiente, tienen que poder ser comprendidas y vividas por todos. Permanecer en su amor es así sinónimo de «observar sus mandamientos». Una vez más es la vida trinitaria el modelo que se propone al hombre: Jesús permanece en la caridad del Padre y es una sola cosa con él porque acoge, ama y realiza plenamente su voluntad (v. 10). Como dice el himno cristológico de Flp 2, «se hizo obediente hasta la muerte y una muerte de cruz. Por eso Dios lo exaltó...». Esta unión de voluntades, con la seguridad de que el designio del Padre es el verdadero bien, es la alegría del Hijo, y él, al pedir la observación de sus mandamientos, no hace otra cosa que invitar al discípulo a participar de su misma alegría (v. 11).
Su mandamiento es el amor recíproco, hasta estar dispuesto a ofrecer la vida por los otros (w. 12s). Ese amor es el que hace caer todas las barreras, hace «prójimo» a todo hombre, hace nacer una amistad que sabe compartir las cosas más importantes. Su realización perfecta se encuentra en Jesús, que, antes de morir, dice a sus discípulos: «Ya no los llamo siervos, sino amigos», aunque sabe que muy pronto le dejarían solo.
MEDITATIO
La liturgia de hoy -como siempre- nos habla sólo de amor. «Dios es amor», y, por consiguiente, ¿qué otra cosa podría decirnos su Palabra o darnos su acción? Sin embargo, si la escuchamos con atención, hoy -Y cualquier otro día-, este motivo único resuena con tonos nuevos. Sigámoslo a través de las lecturas para aprender a cantarlo con la vida.
El amor por parte del hombre empieza con la atención, con una intensa expectación dirigida a Dios y suscitada además por él. Empieza por el darse cuenta de que Dios nos ha amado primero, desde siempre, y no porque lo mereciéramos. Descubrirse amado significa, al mismo tiempo, reconocerse pecador perdonado. Este perdón no ha tenido para Dios -¡el Omnipotente!- un precio irrisorio, pero precisamente así es como se ha manifestado el amor: «Dios nos ha manifestado el amor que nos tiene enviando al mundo a su Hijo único, para que vivamos por él... envió a su Hijo para librarnos de nuestros pecados». El rostro amante de Dios nos ha sido revelado por el rostro de dolor y de gloria de Cristo. Y él nos invita a permanecer en su amor -el más grande, porque es la vida entregada, para poder gustar la comunión con el Padre.
Se nos pide, una vez más, que estemos «atentos»: el amor entregado y recibido nos implica en su dinamismo a cada uno de nosotros. Debe convertirse en nuestra entrega: «Ámense los unos a los otros como yo los he amado», con una atención activa y constante para no dejar prevalecer la naturaleza egoísta en nuestro modo de sentir, pensar, hablar, obrar; con la tensión gozosa de poner al principio de todo el divino mandamiento. No es fácil para nadie en concreto...
Pero para eso precisamente se nos ha dado el Espíritu. Se nos propone una nueva atención de amor: intentar intuir en cada circunstancia los caminos que el Espíritu nos va abriendo delante, para que pueda desplegarse el amor y llegar a todo hombre. También Pedro se despojó a fondo de inveteradas convicciones para abrazar el designio de Dios: atento al Espíritu y a los hermanos, indicó a la Iglesia naciente el nuevo itinerario de amor, dejándonos a todos nosotros una huella de luz.
ORATIO
Jesús, Hijo amadísimo del Padre, tú viniste al mundo para enseñarnos el lenguaje inefable de la caridad. Y como niños aún pequeños quieres que lo aprenda mos con los hechos, con los gestos de cada día. Maestro divino y humanísimo, tú quieres que conozcamos el amor del Padre que te ha sacrificado a ti, su corazón, por nosotros, por nuestra salvación. Ayúdanos a no olvidar esta lección, que se vuelva para nosotros tarea comprometida de vida. Danos la fuerza del amor humilde, perseverante, abierto a todos, ya que cada hombre es hermano nuestro. Tú fuiste el primero en observar el mandamiento del Padre y nos diste tú mismo el ejemplo del amor más grande. Ayúdanos a descubrir los distintos modos en que se nos presenta también a nosotros cada día la ocasión de dar la vida por los otros, y danos la fuerza para darla de manera concreta.
CONTEMPLATIO
Nosotros sólo amamos si hemos sido amados primero. Busca cómo puede el hombre amar a Dios, y no encontrarás más que esto: Dios nos ha amado primero. Aquel a quien nosotros hemos amado se ha entregado antes él mismo. Se ha entregado a fin de que nosotros le amemos. ¿Qué es lo que ha entregado? El apóstol san Pablo lo dice con más claridad: «El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones». ¿Por medio de quién? ¿Quizá por medio de nosotros? No. ¿Por medio de quién entonces? «Por medio del Espíritu que nos ha sido dado» (Rom 5,5). Llenos de ese testimonio, amamos a Dios por medio de Dios [...]. La conclusión se impone, y Juan nos la dice aún con mayor claridad: «Dios es amor, y quien permanece en el amor permanece en Dios, y Dios en él» (Jn 4,8). Es poco decir: el amor viene de Dios. Pero ¿quién de nosotros se atrevería a repetir estas palabras: «Dios es amor»? Las ha dicho alguien que tenía experiencia. Tú no ves a Dios: ámalo y lo poseerás. Porque Dios se ofrece a nosotros en el mismo instante. «Ámenme -nos grita- y me poseerán. No pueden amarme sin poseerme. El amor, la libertad interior y la adopción filial no se distinguen más que por el nombre, como la luz, el fuego y la llama. Si el rostro de un ser amado nos hace felices, ¡qué hará la fuerza del Señor cuando venga a habitar en secreto en el alma purificada! El amor es un abismo de luz, una fuente de fuego. Cuanto más brota, más quema al sediento. Por eso el amor es un progreso eterno (Agustín, Sermón 34,2-6, passim).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Nadie tiene amor más grande que quien da la vida por sus amigos» (Jn 15,13).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
El cristiano es una persona a la que Dios ha confiado a los otros; hemos sido confiados los unos a los otros y somos responsables los unos de los otros. La responsabilidad empieza en el momento en que nos mostramos capaces de responder a una necesidad con toda nuestra inteligencia, con todo nuestro ser: nuestra vida, nuestro corazón, nuestra voluntad, nuestro cuerpo, nuestro compromiso de cristianos debe ir mucho más allá de un piadoso propósito de oración y de intercesión: debe ser un compromiso en el que nuestro mismo cuerpo esté plenamente implicado, tanto en la vida -porque a veces es un problema arduo vivir en el nombre de Dios- como en la muerte. Y si no es posible hacer ninguna otra cosa por el que sufre, siempre podremos interponernos entre la víctima y el verdugo. Conocí a un hombre que vivió durante treinta y seis años en un campo de concentración y que un día, con una profunda luz en los ojos, me contaba: «¿Te das cuenta de lo bueno que ha sido Dios conmigo? Me cogió cuando era sólo un joven sacerdote y me puso primero en la cárcel y después en un campo de concentración durante más de la mitad de mi vida. Así pude ser ministro suyo allí donde era necesaria la presencia de uno de ellos». Poquísimos de nosotros somos capaces, no digo de obrar, sino ni siquiera de pensar en estos términos. Sin embargo, esa es la actitud de una persona que es presencia divina allí donde se requiere esta presencia: y no se trata, ciertamente, de gestos de poder. La única cosa que este cristiano poseía era la convicción de una vida entregada por completo a Dios y ofrecida, a través de Dios, a los otros hombres. Eso es lo que nos enseña una inmensa nube de testigos a lo largo de toda la historia de la Iglesia (A. Bloom, Vivere nella Chiesa, Magnano 1990, pp. 75s).
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