LECTIO DIVINA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR B

 LECTIO DIVINA SOLEMNIDAD DE LA ASCENSIÓN DEL SEÑOR

Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura

Hechos de los Apóstoles 1, 1-11. efesios 4, 1-13. Marcos 16, 15-20

 



LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Se fue elevando a la vista de sus apóstoles.

Del libro de los Hechos de los Apóstoles 1, 1-11

 

En mi primer libro, querido Teófilo, escribí acerca de todo lo que Jesús hizo y enseñó, hasta el día en que ascendió al cielo, después de dar sus instrucciones, por medio del Espíritu Santo, a los apóstoles que había elegido. A ellos se les apareció después de la pasión, les dio numerosas pruebas de que estaba vivo y durante cuarenta días se dejó ver por ellos y les habló del Reino de Dios. 

Un día, estando con ellos a la mesa, les mandó: "No se alejen de Jerusalén. Aguarden aquí a que se cumpla la promesa de mi Padre, de la que ya les he hablado: Juan bautizó con agua; dentro de pocos días ustedes serán bautizados con el Espíritu Santo". 

Los ahí reunidos le preguntaban: "Señor, ¿ahora sí vas a restablecer la soberanía de Israel?" Jesús les contestó: "A ustedes no les toca conocer el tiempo y la hora que el Padre ha determinado con su autoridad; pero cuando el Espíritu Santo descienda sobre ustedes, los llenará de fortaleza y serán mis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaría y hasta los últimos rincones de la tierra". 

Dicho esto, se fue elevando a la vista de ellos, hasta que una nube lo ocultó a sus ojos. Mientras miraban fijamente al cielo, viéndolo alejarse, se les presentaron dos hombres vestidos de blanco, que les dijeron: "Galileos, ¿qué hacen allí parados, mirando al cielo? Ese mismo Jesús que los ha dejado para subir al cielo, volverá como lo han visto alejarse". 

 

Palabra de Dios.

R/. Te alabamos, Señor

 

Este breve prólogo une el libro de los Hechos de los Apóstoles al evangelio según san Lucas, como la segunda parte («discurso», v. 1 al pie de la letra) de un mismo escrito y ofrece una síntesis del cuadro del ministerio terreno de Jesús (vv. 1-3). Se trata de un resumen que contiene preciosas indicaciones: Lucas quiere subrayar, en efecto, que los apóstoles, elegidos en el Espíritu, son testigos de toda la obra, enseñanza, pasión y resurrección de Jesús, y depositarios de las instrucciones particulares dadas por el Resucitado antes de su ascensión al cielo. Su autoridad, por consiguiente, ha sido querida por el Señor, que los ha puesto como fundamento de la Iglesia de todos los tiempos (Ef 2,20; Ap 12,14). Jesús muestra tener un designio que escapa a los suyos (vv. 6s). El Reino de Dios del que habla (v. 3b) no coincide con el reino mesiánico de Israel; los tiempos o momentos de su cumplimiento sólo el Padre los conoce. Sus fronteras son «los confines de la tierra» (vv. 7s). 

Los apóstoles reciben, por tanto, una misión, pero no les corresponde a ellos «programarla». Sólo deben estar completamente disponibles al Espíritu prometido por el Padre (vv. 4-8). Como hizo en un tiempo Abrahán, también los apóstoles deben salir de su tierra -de su seguridad, de sus expectativas- y llevar el Evangelio a tierras lejanas, sin tener miedo de las persecuciones, fatigas, rechazos. La encomienda de la misión concluye la obra salvífica de Cristo en la tierra. Cumpliendo las profecías ligadas a la figura del Hijo del hombre apocalíptico, se eleva a lo alto, al cielo (esto es, a Dios), ante los ojos de los apóstoles -testigos asimismo, por consiguiente, de su glorificación- hasta que una nube lo quitó de su vista (cf. Dn 7,13). 

Lucas presenta todo el ministerio de Jesús como una ascensión (desde Galilea a Jerusalén, y desde Jerusalén al cielo) y como un éxodo, que ahora llega a su cumplimiento definitivo: en la ascensión se realiza plenamente el «paso» (pascua) al Padre. Como anuncian dos hombres «con vestidos blancos» -es decir, dos enviados celestiales-, vendrá un día, glorioso, sobre las nubes (v. 11). No es preciso escrutar ahora con ansiedad los signos de los tiempos, puesto que se tratará de un acontecimiento tan manifiesto como su partida. Tendrá lugar en el tiempo elegido por el Padre (v. 7) para el último éxodo, el paso de la historia a la eternidad, la pascua desde el orden creado a Dios, la ascensión de la humanidad al abrazo trinitario.

 

SEGUNDA LECTURA

Hasta que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo.

De la carta del apóstol san Pablo a los efesios 4, 1-13

 

Hermanos: Yo, Pablo, prisionero por la causa del Señor, los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido. Sean siempre humildes y amables; sean comprensivos y sopórtense mutuamente con amor; esfuércense en mantenerse unidos en el espíritu con el vínculo de la paz. 

Porque no hay más que un solo cuerpo y un solo Espíritu, como es también sólo una la esperanza del llamamiento que ustedes han recibido. Un solo Señor, una sola fe, un solo bautismo, un solo Dios y Padre de todos, que reina sobre todos, actúa a través de todos y vive en todos. 

Cada uno de nosotros ha recibido la gracia en la medida en que Cristo se la ha dado. Por eso dice la Escritura: Subiendo a las alturas, llevó consigo a los cautivos y dio dones a los hombres

¿Y qué quiere decir "subió"? Que primero bajó a lo profundo de la tierra. Y el que bajó es el mismo que subió a lo más alto de los cielos, para llenarlo todo. 

Él fue quien concedió a unos ser apóstoles; a otros, ser profetas; a otros, ser evangelizadores; a otros, ser pastores y maestros. Y esto, para capacitar a los fieles, a fin de que, desempeñando debidamente su tarea, construyan el cuerpo de Cristo, hasta que todos lleguemos a estar unidos en la fe y en el conocimiento del Hijo de Dios, y lleguemos a ser hombres perfectos, que alcancemos en todas sus dimensiones la plenitud de Cristo. 

 

Palabra de Dios.

R/. Te alabamos, Señor.

 

A partir de la contemplación orante del misterio de Dios realizado en Cristo (capítulos 1-3), puede ofrecer Pablo a la comunidad de Éfeso un itinerario concreto de vida, resumido en el v. 1: « los exhorto a que lleven una vida digna del llamamiento que han recibido». Esta vocación se caracteriza por la unidad, puesto que el aspecto más admirable del designio de Dios es la unificación de todas las realidades en Cristo (cf. 1,13.20-23; 2,14-18). En consecuencia, es preciso superar toda división con un comportamiento humilde, manso, paciente, misericordioso, cuyo resultado será la paz. 

El apóstol remacha con apasionamiento este tema de la unidad (vv. 4-6) porque es precisamente la conducta cotidiana la que permite participar a los cristianos en el misterio divino y ofrecer al mundo la imagen del mismo en una Iglesia conforme al proyecto del Padre. Ef v. 5, probablemente, era una aclamación litúrgica bautismal. Pablo la amplía en sentido trinitario y eclesial. La mención de Cristo como único Señor autor de la fe, a quien nos adherimos con el bautismo (v. 5), está precedida por la del único Espíritu, que edifica la Iglesia como un cuerpo unido y la conduce hacia la única meta a la que están llamados todos los fieles (v. 4); por último, emerge la figura del Padre de todos como único Dios, presente en cada uno. 

Se está llevando a cabo, por tanto, una especie de gran gestación que tiende a la unificación de toda la realidad en Cristo. Pablo aplica a Cristo el Sal 68,19: en su ascensión llevó cautivas a las fuerzas del mal (cf. Col 2,15) y dio a los hombres una gran variedad de dones. El apóstol comenta, a continuación, el texto: la premisa de la ascensión de Jesús fue su bajada (Flp 2,7-9), la encarnación; por eso puede colmar ahora todas las realidades (vv. 8-10). Todo esto lo lleva a cabo mediante los múltiples dones o ministerios eclesiales, otorgados por el Resucitado glorificado para hacer crecer su cuerpo místico en la unidad hasta la plenitud (vv. 11-13).

 

EVANGELIO

Subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. 

Del santo Evangelio según san Marcos 16, 15-20

 

En aquel tiempo, se apareció Jesús a los Once y les dijo: "Vayan por todo el mundo y prediquen el Evangelio a toda criatura. El que crea y se bautice, se salvará; el que se resista a creer, será condenado. Estos son los milagros que acompañarán a los que hayan creído: arrojarán demonios en mi nombre, hablarán lenguas nuevas, cogerán serpientes en sus manos, y si beben un veneno mortal, no les hará daño; impondrán las manos a los enfermos y éstos quedarán sanos". 

El Señor Jesús, después de hablarles, subió al cielo y está sentado a la derecha de Dios. Ellos fueron y proclamaron el Evangelio por todas partes, y el Señor actuaba con ellos y confirmaba su predicación con los milagros que hacían. 

 

Palabra del Señor.

R/. Gloria a ti, Señor Jesús

 

La perícopa presenta el segundo final del evangelio según san Marcos, obra, probablemente, de otro autor, donde se resumen las diferentes tradiciones evangélicas sobre el Resucitado (vv. 9-20); los vv. 15-20 recuperan, en particular, Mt 28,19s, añadiendo explícitamente el momento de la ascensión. 

Jesús se aparece a los apóstoles antes de la conclusión de su camino terreno para exhortarles a hacerse misioneros del Evangelio por todo el mundo (v. 15). Es preciso que la «buena noticia» de la resurrección de Cristo llegue a todos los hombres y puedan recibir la salvación adhiriéndose a él libremente mediante la fe y el bautismo (v. 16). Los creyentes experimentarán en sí mismos que Cristo está vivo y operante. En su nombre tendrán la misma autoridad, no sólo para vencer a las potencias del mal, sino también para realizar curaciones (vv. 17s). 

Tras esta encomienda, el Resucitado entra definitivamente en la gloria de Dios (v. 19), aunque no deja de estar con los suyos (cf. Mt 28,20). En efecto, el Señor acompaña por todas partes a la irradiación de la predicación, sosteniendo su eficacia y confirmándola «con las señales que la acompañaban» (Mc 16,20). Su presencia viva, operante y salvífica continúa en la Iglesia de todos los tiempos. La ascensión no marca, por consiguiente, un final, sino un nuevo inicio. Implica una separación, pero, a pesar de ella, proporciona una comunión más profunda con el Señor Jesús, una comunión que será plena al final de los tiempos.

 

MEDITATIO

 

Los verbos de la fiesta de la ascensión tienen todos, de una manera implícita o explícita, el sentido de elevación y nos invitan de este modo a mirar a lo alto, a elevar el corazón, a dirigir los ojos al cielo, a trasladar nuestro corazón al lugar donde se encuentra Cristo a la derecha del Padre. Así, la solemnidad de la ascensión nos revela nuestra pertenencia, ya desde ahora, a la Jerusalén celestial, nuestro habitar en el cielo, «todavía no» con el cuerpo, pero sí «ya» con el espíritu y el corazón.  

Cristo, al ascender al cielo, se llevó consigo el trofeo de su victoria sobre la muerte: su humanidad glorificada, la naturaleza que tiene en común con nosotros, con sus hermanos de carne y de sangre. Nos ha hecho prisioneros, dice Pablo. ¿Cómo lo ha hecho? Ha hecho prisionero nuestro corazón ligando a Él nuestro deseo, nuestro amor; en efecto, el corazón se encuentra allí donde se encuentra el objeto que ama. «Si me amaran -afirma incesantemente Jesús-, se alegrarían de que suba al Padre».  

En la medida en que nos humillemos y muramos con él, ascenderemos con él al Padre, seremos liberados de la esclavitud y llegaremos a ser hombres cada vez más libres. La espera del Cristo glorioso puede resultar difícil si sólo tenemos en cuenta los acontecimientos dolorosos de la vida humana, de la historia; sin embargo, es preciso cultivar, como lo hacían las primeras generaciones cristianas, el sentido de la inminencia. Nuestros ojos deben saber mirar al cielo sin alejarse de la tierra; más aún, recogiendo a los hermanos de sus dispersiones, para hacer converger también sus miradas hacia lo alto. Nuestra manera de trabajar y de cansarnos debería permitirnos también reposar ya con Cristo en el cielo. Nuestro modo de vivir, de sufrir, de morir, debería manifestar con claridad que el misterio de la redención se

va cumpliendo en nosotros.

 

ORATIO

 

Nosotros, viajeros por los senderos del mundo, suspiramos por revestirnos con esa túnica de luz sin ocaso que tú mismo, Señor, nos has preparado en tu amor. Haz que no se pierda nada de todo lo que, por gracia, has derramado como don en nuestras pobres manos. Que la fuerza de tu Espíritu plasme en nosotros el hombre nuevo revestido de mansedumbre y de humildad. 

Te rogamos que no permitas que nos mostremos sordos a tus palabras de vida, porque si no te seguimos a ti y no nos confiamos al poder de tu nombre, nadie más podrá salvarnos. Que tu Espíritu triture todos los ídolos que todavía detienen y obstaculizan nuestro camino. Que nada ni nadie pueda aprisionar nuestro corazón en esta tierra. Haz que, dirigiendo la mirada a ti y a tu Reino, consigamos ojos para ver por doquier los prodigios de tu amor.

 

CONTEMPLATIO

 

¡Felices vosotros, que tenéis por abogado al mismo juez! Por vosotros ora aquel al que debemos adorar. Es natural que todo aquello por lo que ora Cristo se realice, porque su palabra es acto, y su voluntad, eficaz. ¡Qué gran seguridad para los fieles! ¡Cuánta confianza para los creyentes! [...]   

¿Acaso no es fácil llevar el suave yugo de Cristo y sublime ser coronados en su Reino? ¿Qué puede ser más fácil que llevar las alas que llevan a aquel que las lleva? ¿Qué puede ser más sublime que volar por encima de los cielos donde ha ascendido Cristo? Algunos vuelan contemplando; tú, al menos, amando. Repróchate haber buscado en alguna ocasión lo que no es de arriba, sino de la tierra, y di al Señor con el profeta: « ¿A quién tengo yo en el cieloEstando contigo no hallo gusto en la tierra» (Sal 73,25). Con lo grande que es lo que me está reservado en el cielo y, sin embargo, lo desprecio [...] 

Cristo, tu tesoro, ha ascendido al cielo: que también ascienda tu corazón. En él está tu origen, allí está tu suerte y tu herencia, de allí esperas al Salvador (Guerrico de Igny, Sermón sobre la ascensión del Señor, 1s; en PL 185, 153-155).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Suscita en nosotros el deseo de la patria eterna».

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Es evidente que Cristo ha restaurado la dignidad humana de manera todavía más magnífica que como fue creada, que Cristo puede reunir en un inmenso haz de luz y de amor toda la creación, a fin de que ninguna criatura pueda quedar al margen de la alegría divina, a fin de que ninguna criatura se quede excluida del mundo consagrado, a fin de que toda criatura llegue a ser, en su propia modalidad, vida eterna. Precisamente cuando captamos la alegría hacemos eternas las criaturas. Por eso pienso que debemos habituarnos a procurarnos cada día la posibilidad de hacer una pausa en la que nos sea posible captar las alegrías del universo y de la humanidad, las alegrías del alma y del pensamiento, así como las alegrías de la ternura y de la amistad. 

Es preciso que nos concedamos esta pausa, para descubrir en ella una fuente que renueve todos nuestros horizontes. Detrás de todas las desventuras, a pesar de todo, está el amor. Si bien Dios no puede impedir lo que nuestra ausencia hace inevitable, no es menos verdad que la única manera de dar testimonio de su presencia es demostrar, de una manera sensible, a todos los que nos rodean, que Dios es verdaderamente para nosotros la vida de nuestra vida y puede llegar a serlo también para ellos (M. Zundel, Stupore e povertà, Padua 1990, pp. 151-155, passim).

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