FIESTA DE LA SANTA CRUZ
Refulge el misterio de la Cruz
“Nosotros hemos de gloriarnos en la cruz de nuestro Señor
Jesucristo” (cfr. Gál 6,14). Hoy la cruz
no se nos presenta como signo de sufrimiento, de dolor, de dura necesidad de la
vida o, también de vía por la que seguir a Cristo, sino en su aspecto glorioso,
como motivo de honor, no de llanto. La fiesta ha llegado a ser una celebración
gozosa del misterio de la cruz, que, de instrumento de ignominia y suplicio,
Cristo ha transformado en instrumento de salvación. Éste es el día, cantaba un
antiguo poeta cristiano, en el que “refulge el misterio de la cruz.
Las lecturas reflejan este matiz. La segunda lectura pone de
relieve el célebre himno de la carta los Filipenses, en donde la cruz es
contemplada como el motivo de la gran “exaltación” de Cristo: “Se rebajó hasta
someterse incluso a la muerte y una muerte de cruz… por eso Dios lo levantó…”
También, el Evangelio nos habla de la cruz como del momento
en el que “tiene que ser elevado el
Hijo del Hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna” (Jn
3,14-15). Estamos hablando de la gloria de la cruz. La cruz gloriosa de Cristo
es el triunfo y el aliento de nuestras propias cruces. La cruz de Cristo viene
en ayuda de nuestras cruces y de nuestros pequeños y grandes calvarios
personales. No nos sirve describirlas, porque son de tantas clases… y cada uno
tiene la suya. Veamos, más bien, qué es necesario hacer en estas situaciones.
Es necesario descubrir la cruz gloriosa. Si en el momento supremo de la prueba,
nos es útil pensar en Jesús sobre la cruz entre los dolores y los
estremecimientos, porque esto nos lo hacía sentir cercano a nuestro dolor,
ahora nos es necesario pensar en la cruz de otro modo. Por ejemplo todos hemos
tenido experiencias desgarradoras, dolorosas de la pérdida de algún ser querido
que tras meses de grandes sufrimientos ha partido a la gloria del Padre.
Después de la pascua de dicha persona, nosotros no hemos de continuar pensando
en ella tal como estaba en el lecho del dolor, de la tortura, del sufrimiento.
Todo está acabado ya, no existe más; ya no es real; actuando así ya no hacemos
más que prolongar el sufrimiento. Tenemos necesidad de celebrar el triunfo de
la cruz, es necesario descubrir el sentido de la fiesta de hoy: la Exaltación
de la cruz. No, tú que llevas la cruz, sino la cruz que ya te lleva a ti; la
cruz que no te aplasta sino que te levanta y te eleva. Así pues esa persona
impregnada de dolor, de sufrimiento, de pérdida aparente, hoy la podemos
contemplar resucitada, gloriosa. Todo ha terminado y ha terminado bien porque
ahora se vive en la Casa del Padre.
Así contemplamos a Jesús ahora: resucitado, glorioso, feliz,
sereno, sentado sobre el mismo trono de Dios, con el Padre que ha “secado toda
lágrima de sus ojos” y le ha dado “todo poder en el cielo y en la tierra” (Mt
28,18).
Estamos celebrando la solemnidad de la Pascua, y dentro de
este marco celebramos la fiesta de la Santa Cruz, recordemos cómo la mañana de
Pascua, la Iglesia se dirige a María, la madre perturbable del primer Calvario,
y la “consuela” con estas palabras: “¡Reina del cielo, alégrate, aleluya.
Porque el que has llevado en tu seno, aleluya, ha resucitado, como lo había prometido,
aleluya!”. Hoy estas palabras las dirijo también a todas las madres y padres de
la tierra que están de vuelta de cualquier calvario, para decirles: “¡No lloren
más!” Aquel o aquella, que llevaron en su vientre, está vivo, feliz, no sufre
más, reposa. Está en las manos piadosas de Dios, que lo ha admitido al festín de la vida. Está seguro. En verdad, “refulge el
misterio de la cruz”, brilla e ilumina y esclarece nuestra existencia en el
mundo.
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.
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