LECTIO DIVINA QUINTO SÁBADO DE PASCUA. El siervo no es superior a su señor


Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo,
donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios
Hechos 16, 1-10  Salmo 99   Juan 15,18-21




LECTIO

PRIMERA LECTURA
Lectura del libro de los Hechos de los Apóstoles (16, 1-10)

En aquellos días, Pablo fue a Derbe y luego a Listra. Había allí un discípulo, llamado Timoteo, hijo de padre griego y de madre judía cristiana. Timoteo gozaba de muy buena fama entre los hermanos de Listra e Iconio.
Pablo quiso llevarlo consigo y lo circuncidó, en atención a los judíos de aquellas regiones, pues todos sabían que su padre era pagano.
En todas las ciudades por donde iban pasando, daban a conocer las decisiones tomadas por los apóstoles y los presbíteros de Jerusalén, para que las pusieran en práctica. De esta manera las comunidades cristianas se fortalecían en la fe y el número de creyentes aumentaba cada día más.
Como el Espíritu Santo les había prohibido predicar la palabra en la provincia de Asia, Pablo y Timoteo atravesaron Frigia y Galacia.
Al llegar a los límites de Misia, se propusieron ir a Bitinia, pero el Espíritu de Jesús no se lo permitió. Entonces atravesaron Misia y llegaron a Tróade. Por la noche, Pablo tuvo una aparición: vio a un macedonio, que de pie ante él, le rogaba: “¡Ven a Macedonia y ayúdanos!” Después de esta visión, determinamos salir para Macedonia, convencidos de que Dios nos llamaba a predicar allí el Evangelio.

Palabra de Dios.
R./ Te alabamos, Señor.

Lucas pasa ahora a narrar los acontecimientos misioneros de Pablo: él será el protagonista de la tercera parte de los Hechos de los Apóstoles. El fragmento de hoy presenta el segundo viaje misionero, ya avanzado. Entre tanto ha tenido lugar la separación de Bernabé, a causa -según Lucas- de una diferente valoración de la persona de Juan Marcos. Pablo elige como nuevo compañero a un discípulo suyo al que siempre le unirá un gran cariño: Timoteo. Haciendo gala de una gran elasticidad pastoral, especialmente en vistas a la acción entre los judíos, Pablo lo hizo circuncidar, aunque no viera para ello ninguna necesidad doctrinal. Pablo se hace en verdad «todo para todos» por el Evangelio.
Es significativo el hecho de que el Espíritu hace prácticamente las veces de guía, corrigiendo la ruta de los misioneros. Lucas quiere subrayar que el protagonista y el director de la evangelización es el Espíritu Santo, que tiene sus planes, a menudo diferentes a los de los hombres. Es el Espíritu quien impulsa a Pablo a pasar a Europa, en vez de adentrarse en las regiones de Asia menor.
Hay un misterio en la llamada a los pueblos y las naciones que escapa por completo a la mirada humana. Baste con una sencilla reflexión: el programador de la evangelización es con toda claridad el Espíritu Santo; no se trata de una acción organizada por los hombres, aunque estén llenos de fe y de celo. En la acción de Pablo no había demasiada organización, sino una gran disponibilidad a la acción del Espíritu. ¿No hace esto hoy actual y digno de atención este dicho, que podría parecer sólo un eslogan: «Menos organización y más Espíritu»?

SALMO RESPONSORIAL 
Salmo 99

R./ El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya.

Alabemos a Dios todos los hombres, sirvamos al Señor con alegría y con júbilo entremos en su templo.
R./ El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya. Reconozcamos que el Señor es

Dios, que él fue quien nos hizo y somos suyos, que somos su pueblo y su rebaño.
R./ El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya.

Porque el Señor es bueno, bendigámoslo, porque es eterna su misericordia y su fidelidad nunca se acaba.
R./ El Señor es nuestro Dios y nosotros su pueblo. Aleluya.

ACLAMACIÓN ANTES DEL EVANGELIO

R./ Aleluya, aleluya.
Si han resucitado con Cristo, busquen las cosas del cielo, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios. Aleluya.

† EVANGELIO 
 Juan (15, 18-21)
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: “Si el mundo los odia, sepan que me ha odiado a mí antes que a ustedes. Si fueran del mundo, el mundo los amaría como cosa suya; pero el mundo los odia porque no son del mundo, pues al elegirlos, yo los he separado del mundo. Acuérdense de lo que les dije: ‘El siervo no es superior a su señor’. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán, y el caso que han hecho de mis palabras lo harán de las de ustedes. Todo esto se lo van a hacer por mi causa, pues no conocen a aquel que me envió”.

Palabra del Señor.
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

La perícopa contiene una advertencia de Jesús dirigida a sus discípulos sobre el odio y el rechazo del mundo que tendrán enfrente. Si la nota distintiva de la comunidad cristiana es el amor, ahora el Maestro presenta a los suyos lo que caracteriza al mundo que les rechaza: el odio (v. 18). El Señor advierte y explica ese odio del mundo y emite un juicio sobre el mismo.
El odio del mundo hacia la comunidad cristiana es consecuencia lógica de una opción de vida: los seguidores del Evangelio no pertenecen al mundo, y éste no puede aceptar a quien se opone a sus principios y opciones. Los creyentes, en virtud de su opción de vida a favor de Cristo, son considerados como extraños y enemigos. Su vida es una continua acusación contra las obras perversas del mundo y un reproche elocuente contra los malvados. Por Eso es odiado y rechazado el hombre de fe.
Pero ¿Cómo se manifiesta el odio del mundo contra los discípulos? Mediante las persecuciones que han de padecer los creyentes por el nombre de Cristo. No son en verdad estas pruebas las que deben desanimar a los discípulos ni en su camino de fe ni en su misión de evangelización. También su Señor experimentó la incomprensión y el rechazo hasta la muerte (v. 20). Es más, la persecución y el sufrimiento son una de las condiciones de la gloria que toda la comunidad cristiana debe compartir con su Salvador. La suerte de los discípulos es idéntica a la de Cristo: si éste ha sido perseguido, también lo serán sus discípulos; si éste fue escuchado, también lo serán los suyos (vv. 20s).

MEDITATIO

Si pretendes vivir según tus convicciones de fe, no debe sorprenderte encontrar a tu alrededor la indiferencia o la hostilidad. No debe deprimirte que los medios de comunicación social se rían a menudo de manera sutil del estilo de vida cristiano, o que cuando expreses tus convicciones te vean como un anticuado, o que la gente te considere como alguien que pertenece a una era pasada, a una época de la que ya nos hemos despedido. Que no te abata el desaliento: eso es señal de que eres fiel a Cristo perseguido y a su Palabra de cruz. No debes entrar en crisis porque muchos no piensen en esa cruz como los seguidores de Jesús.
Una de las características de la fe es su perenne carácter inactual. Esa característica hemos de buscarla en su dimensión oblativa, que consiste en la llamada a la cruz, al sacrificio, al saber amar, a la justicia pagada con la propia piel. No debes, por tanto, «aguar» tu testimonio, ni bajar el grado de las exigencias de la Palabra, ni envolver con el silencio lo que es más comprometedor e impopular. Hay silencios que parecen excesivamente prudentes, que son expresión de temor ante los contragolpes de la opinión pública, que expresan preocupación por la hostilidad de quienes pueden hacernos daño.

ORATIO

Ayúdame, Señor, a vivir como tú quieres en medio de las dificultades originadas por la hostilidad del mundo. Ayúdame a no tener miedo de ser tu testigo, pero ayúdame también a no ser un juez severo con los que me ponen obstáculos en mi camino. Ayúdame, antes que nada, a comprender mis culpas, los motivos que puedo haber dado yo mismo, mis incumplimientos. La hostilidad puede venir también de mi comportamiento inadecuado. Y eso es algo que debo tener en cuenta.
Ayúdame a enfrentarme con valor a las reacciones que proceden del hecho de decir lo que tú dirías, de hacer las cosas que tú harías. Ayúdame a no tener nunca miedo a hacer un serio examen de conciencia, a no diluir tu mensaje y el testimonio que debo a tu santo nombre.

CONTEMPLATIO

El mundo que Dios reconcilia con él en la persona de Cristo, que ha sido salvado por medio de Cristo, y al que le han sido perdonados todos los pecados por los méritos de Cristo, ha sido elegido entre el mundo de los enemigos, de los condenados, de los corruptos. También los discípulos estaban en el mundo y fueron elegidos para que dejaran de formar parte del mismo. Fueron elegidos no por sus méritos, porque no habían hecho antes ninguna obra buena; tampoco por su naturaleza, porque ésta en virtud del libre albedrío había sido contaminada por el pecado en su mismo origen; fueron elegidos por una concesión gratuita, es decir por una auténtica gracia.
En efecto, el que del mundo eligió al mundo no encontró ya buenos a los que eligió, sino que los hizo buenos al elegirlos. Pero si eso es obra de la gracia, no lo es de las obras, pues de otro modo la gracia ya no sería gracia (cf. Rom 11,5s) (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 87,3).

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Igual que me han perseguido a mí, los perseguirán a ustedes»

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

Una de las cosas que debemos a nuestro Señor es no tener nunca miedo. Tener miedo es hacerle una doble injuria: en primer lugar, es olvidar que él está con nosotros, que nos ama y que es omnipotente; en segundo lugar, porque no nos configuramos con su voluntad: configuramos nuestra voluntad con la suya, todo lo que nos ocurra, dado que es querido y permitido por él, nos dejará alegres y no tendremos ni inquietudes ni temores. Tengamos, pues, fe que expulsa todo miedo; tengamos a nuestro lado, frente a nosotros y en nosotros, a nuestro Señor Jesucristo, Dios nuestro, que nos ama infinitamente, que es omnipotente, que sabe lo que es bueno para nosotros, que nos dice que busquemos el Reino de los Cielos y que el resto nos será dado por añadidura.
Caminemos seguros con esta bendita y omnipotente compañía por el camino de lo más perfecto, y estemos seguros de que no nos ocurrirá nada de lo que no podamos extraer el mayor bien para su gloria, para nuestra santificación y para la de los otros. Y que todo lo que nos ocurra será querido y permitido por él y, en consecuencia, lejos de toda sombra de temor, sólo hemos de decir: «Bendito sea Dios por todo lo que nos ocurra», y sólo hemos de rogarle que ordene todas las cosas, no según nuestras ideas, sino para su mayor gloria (Charles de Foucauld).


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