LECTIO DIVINA CUARTO SÁBADO DE PASCUA. Muéstrame Señor tus caminos
Si se
mantienen fieles a mi palabra, dice el Señor,
serán
verdaderamente discípulos míos y conocerán la verdad
Hechos
13,44-52 Salmo 97 Juan 14,7-14
LECTIO
PRIMERA
LECTURA
Del
libro de los Hechos de los Apóstoles (13, 44-52).
El
sábado siguiente casi toda la ciudad de Antioquía acudió a oír la palabra de
Dios. Cuando los judíos vieron una concurrencia tan grande, se llenaron de
envidia y comenzaron a contradecir a Pablo con palabras injuriosas. Entonces
Pablo y Bernabé dijeron con valentía: “La palabra de Dios debía ser predicada
primero a ustedes; pero como la rechazan y no se juzgan dignos de la vida
eterna, nos dirigiremos a los paganos. Así nos lo ha ordenado el Señor, cuando
dijo: Yo te he puesto como luz de los paganos, para que lleves la salvación
hasta los últimos rincones de la tierra”. Al enterarse de esto, los paganos se
regocijaban y glorificaban la palabra de Dios, y abrazaron la fe todos aquellos
que estaban destinados a la vida eterna. La palabra de Dios se iba propagando por toda la región. Pero los judíos azuzaron a
las mujeres devotas de la alta sociedad y a los ciudadanos principales, y
provocaron una persecución contra Pablo y Bernabé, hasta expulsarlos de su
territorio. Pablo y Bernabé se sacudieron el polvo de los pies, como señal de
protesta, y se marcharon a Iconio, mientras los discípulos se quedaron llenos
de alegría y del Espíritu Santo.
Palabra
de Dios.
R./ Te
alabamos, Señor.
Se
presenta aquí una problemática muy sentida por la comunidad cristiana
primitiva: el rechazo del Evangelio por parte de los judíos y la consiguiente
predicación a los paganos. En nuestros días estamos menos interesados en este
tipo de problemas relacionales con el derecho de precedencia de Israel a la
salvación. [Si bien es cierto que en el presente Pontificado del Papa Francisco
se ha venido haciendo mucho incapié al respecto, creándose la consciencia de que
el Pueblo de Israel es le Pueblo elegido, y a él también se le ha de predicar la
salvación]. Sin embargo, en aquella época estos problemas se consideraban con
una gran seriedad y están presentados con una gran frecuencia en los Hechos de
los Apóstoles (13,46s; 18,6;28,28) y en tres capítulos (9-11) de la Carta a los
Romanos. Eran problemas que planteaban interrogantes y producían angustia en la
conciencia de los discípulos: ¿cómo es posible que el pueblo de las promesas no
las haya reconocido una vez cumplidas?
Aquí
se subraya la alegría de los nuevos destinatarios, los efectos positivos de la
persecución, el clima de optimismo que invadía a los discípulos –«estaban
llenos de gozo y del Espíritu Santo»- en medio de unos acontecimientos que no
se presentaban ciertamente demasiado
tranquilos.
La
Palabra, rechazada por los judíos, es acogida con entusiasmo por los paganos.
Los apóstoles, rechazados en un lugar, se sacuden el polvo de los pies y
difunden la Palabra en otros lugares. La persecución les llena de la alegría
que viene del Espíritu y da la seguridad de seguir los pasos de Cristo, el
justo rechazado por los hombres y exaltado por Dios.
El
libro de los Hechos de los Apóstoles rebosa de optimismo, de ese optimismo que
no procede de la carne, sino del Espíritu. La alegría no brota de los éxitos,
sino de las tribulaciones; no procede de las realizaciones humanas, sino de
sentirse configurados con Cristo, de sentirse encauzados por el camino hacia
Dios.
SALMO
RESPONSORIAL (SAL 97)
R./
Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
Cantemos
al Señor un canto nuevo pues ha hecho maravillas. Su diestra y su santo brazo
le han dado la victoria.
R./
Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
El
Señor ha dado a conocer su victoria y ha revelado a las naciones su justicia.
Una vez más ha demostrado Dios su amor y su lealtad hacia Israel.
R./
Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
La
tierra entera ha contemplado la victoria de nuestro Dios. Que todos los pueblos
y naciones aclamen con júbilo al Señor.
R./
Cantemos las maravillas del Señor. Aleluya.
ACLAMACIÓN
antes del Evangelio
R./
Aleluya, aleluya.
Si se
mantienen fieles a mi palabra, dice el Señor, serán verdaderamente discípulos
míos y conocerán la verdad. R./ Aleluya, aleluya.
+EVANGELIO
según san Juan (14, 7-14)
En
aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos:
“Si ustedes me conocen a mí, conocen también a mi Padre. Ya desde ahora lo
conocen y lo han visto”. Le dijo Felipe: “Señor, muéstranos al Padre y eso nos
basta”. Jesús le replicó: “Felipe, tanto tiempo hace que
estoy con ustedes, ¿y todavía no me conoces? Quien me ha visto a mí, ha visto al
Padre. ¿Entonces por qué dices: 'Muéstranos al Padre'? ¿O no crees que yo estoy
en el Padre y que el Padre está en mí? Las palabras que yo les digo, no las
digo por mi propia cuenta. Es el Padre, que permanece en mí, quien hace las
obras. Créanme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí. Si no me dan fe a
mí, créanlo por las obras. Yo les aseguro: el que crea en mí, hará las obras
que hago yo y las hará aun mayores, porque yo me voy al Padre; y cualquier cosa
que pidan en mi nombre, yo la haré para que el Padre sea glorificado en el
Hijo. Yo haré cualquier cosa que me pidan en mi nombre”.
Palabra
del Señor.
R./
Gloria a ti, Señor Jesús.
El
tema fundamental del pasaje es la relación entre Jesús y el Padre. El
evangelista, a la pregunta de por qué Jesús es el único mediador para llegar al
Padre, responde que sólo Cristo puede conducir a los hombres a la comunión con
Dios. Jesús es el camino al Padre porque conduce a él a través de su persona:
él está en el Padre y el Padre en él. A partir de esta mutua inmanencia entre
Jesús y el Padre se hace comprensible que el conocimiento de Jesús lleve al
conocimiento del Padre (v. 7).
El
lenguaje del Maestro resulta oscuro para los discípulos, y, por eso, Felipe pide
ver la gloria del Padre. No ha comprendido que se trata de ir al Padre a través
de la persona de Jesús. Los discípulos no han sabido reconocer en la presencia
visible de su rabí las palabras y las obras del Padre (v. 9). Para ver al Padre
en el Hijo es preciso creer en la unión recíproca entre el Padre y el Hijo.
Sólo
mediante la fe es posible comprender la copresencia entre Jesús y el Padre. De
ahí que lo único que puede pedir el hombre sea la fe y esperar con confianza
ese don. El Señor, en su llamada a la fe, fundamenta la verdad de su enseñanza
en una doble razón: su autoridad personal, que los discípulos han experimentado
en otras ocasiones al vivir con Jesús, y el testimonio de “las obras que
hago” (v. 11).
La
obra que Jesús ha inaugurado con su misión de revelador es sólo un comienzo.
Los discípulos proseguirán su misión de salvación. Más aún: harán obras
semejantes a las suyas e incluso mayores. Por último, el Maestro se ocupa de
animar a los suyos y a todos los
que
crean en él a participar en la obra de la evangelización y en su misma misión.
MEDITATIO
Felipe
quiere ver al Padre, pero no ha sabido verlo en Jesús. Ha visto con los ojos la
realidad externa, pero no ha visto la realidad escondida con los ojos, mucho
más penetrantes, de la fe. Juan usa de una manera típica el verbo «ver» para
indicar dos tipos de realidades: la del signo visible y la de la gloria del
Verbo o realidad sobrenatural.
¿Y tú
qué ves cuando contemplas las obras de Dios? ¿Ves sólo la realidad sensible, el
signo, o la acción de Dios, la realidad significada? Es bueno plantearse una pregunta
como ésta, porque el secularismo invasor no se preocupa más que de la realidad
visible, empírica, palpable. Aunque está dispuesto, a continuación, a correr
detrás de «doctas fábulas» de tipo astrológico o mágico o pseudorreligioso. El
discípulo de Jesús debe caminar entre el positivismo y la superstición,
aceptando lo real de la realidad y aguzando la mirada de la fe, que nos permite
ver la acción -o la «gloria»- de DIOS en los acontecimientos humanos, a menudo
intrincados, siempre misteriosos, nunca absurdos.
El
Señor ha prometido a su Iglesia la posibilidad de hacer obras incluso mayores
que las que él ha hecho: la grandeza ha de ser medida en el orden de los
valores proclamados por él mismo, esto es, con el signo por excelencia que es
la cruz. Se trata del signo del martirio, de la entrega, del amor que se da, de
consumir nuestra propia vida por el prójimo: lo que exige ver y
apreciar otro orden de valores distintos a los apreciados por el mundo, un
orden de valores que, al final, atrae todos a él.
ORATIO
Me doy
cuenta, Señor, de que soy un buen compañero de Felipe, es decir, que soy un
poco miope para ver tu acción en el mundo. Ayer me lamentaba de la debilidad de tu
Iglesia, y quizás no consiga vislumbrar tu posible mensaje. Me lamentaba
asimismo, con acentos de nostalgia, del hundimiento de esta «cristiandad», sin
lograr ver lo nuevo que estás haciendo brotar. Me lamento de verte ausente de
la historia y no consigo verte allí donde antes no estabas presente y ahora, en
cambio, lo estás. Veo que no sé leer los «signos de los tiempos», dejándome ir
unas veces hacia el pesimismo y otras hacia el optimismo, es decir, leyendo los
acontecimientos humanos o bien mirando exclusivamente las debilidades de los
hombres, o bien abandonándome a un providencialismo milagrero.
Enséñame
tú el arte del discernimiento, concédeme el don de verte allí donde actúas y el
modo en que lo haces. Purifica mi corazón para que no sean mis estados de ánimo,
sino tu luz la que me guíe para descubrirte y encontrarte allí donde actúas,
para colaborar contigo, pero, sobre todo, para amarte como tú quieres.
CONTEMPLATIO
En
medio de las tinieblas de la vida presente, la Escritura se ha vuelto la luz
para nuestro camino. Por eso dice Pedro: «Hacéis bien en prestar[le]
atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro» (2 Pe 1,19). Y, a su vez,
dice el salmista: «Lámpara es tu palabra para mis pasos,
luz en mi sendero» (Sal 118,105).
Sabemos,
sin embargo, que esta misma lámpara es oscura para nosotros si la Verdad no la
hace brillar en nuestras almas. Por eso dice aún el salmista: «Tú, Señor,
eres mi lámpara, mi Dios que alumbra mis tinieblas » (Sal 18,29). ¿De qué
sirve una luz que arde y no da luz?
Pero
la luz creada no brilla para nosotros si no es iluminada por la luz increada.
Ahora bien, el Dios omnipotente, que ha creado las palabras de ambos
Testamentos para nuestra salvación, él mismo es el intérprete.
(Gregorio
Magno, Homilías sobre Ezequiel, 1,7,17).
ACTIO
Repite
con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Muéstrame,
Señor, tus caminos» (Sal 24,4a).
PARA
LA LECTURA ESPIRITUAL
Te
revelaste, Señor, como invisible; eres un Dios escondido e inefable. Pero te
haces visible en cada ser: la criatura es la flor de tu mirada. Tu mirada
confiere el ser, Dios mío, tú te haces visible en la criatura.
Soy
incapaz de darte un nombre, estás más allá del límite de toda definición
humana. Socorre a los hijos de los hombres: ellos te veneran en figuras
diferentes y eres para ellos causa de guerras religiosas. Sin embargo, ellos te
desean, Bien único, oh Inefable y Sin Nombre.
No
sigas oculto aún, manifiesta tu rostro: así seremos salvos Responde a nuestra
oración: desaparecerán la espada y el odio encontraremos la unidad en la
diversidad. Aplácate, Señor, tu justicia es misericordia: ten piedad de
nosotros, frágiles criaturas.
(Nicolás
de Cusa, cit. en G. Vannucci, Il libro della preghiera universale,
Florencia, 1985, p. 367).
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