LECTIO DIVINA SÉPTIMO MIÉRCOLES DE PASCUA. Santifícalos en la verdad
Padre santo, cuida en tu
nombre a los que me has dado.
Hechos 20,28-38 Sal
67 Juan 17,11b-19
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Del libro de los Hechos de los Apóstoles 20,28-38
En
aquellos días, Pablo dijo a los presbíteros de la comunidad
cristiana de Éfeso: “Miren por ustedes mismos
y por todo el rebaño, del que los constituyó pastores el Espíritu Santo, para
apacentar a la Iglesia que Dios adquirió con la sangre de su Hijo. Yo sé que después
de mi partida, se introducirán entre ustedes lobos rapaces, que no tendrán
piedad del rebaño y sé que, de entre ustedes mismos, surgirán hombres que
predicarán doctrinas perversas y arrastrarán a los fieles detrás de sí. Por eso
estén alerta. Acuérdense que durante tres años, ni de día ni de noche he dejado
de aconsejar, con lágrimas en los ojos, a cada uno de ustedes.
Ahora los
encomiendo a Dios y a su palabra salvadora, la cual tiene fuerza para que todos
los consagrados a Dios crezcan en el espíritu y alcancen la herencia prometida.
Yo no he codiciado ni el oro ni la plata ni la ropa de nadie. Bien saben que
cuanto he necesitado para mí y para mis compañeros, lo he ganado con mis manos.
Siempre he mostrado que hay que trabajar así, para ayudar como se debe a los
necesitados, recordando las palabras del Señor Jesús: 'Hay más felicidad en dar
que en recibir'”. Dicho esto, se arrodilló para orar con todos ellos. Todos se
pusieron a llorar y abrazaban y besaban a Pablo, afligidos, sobre todo, porque
les había dicho que no lo volverían a ver. Y todos lo acompañaron hasta el barco.
Palabra
de Dios.
R./ Te
alabamos, Señor.
Pablo
se dirige a los responsables -presbíteros y obispos, de la Iglesia, es decir, a
los «pastores» encar gados de «apacentar la Iglesia de Dios». En vez de
espe cificar el contenido de estas funciones, insiste en el de ber de la vigilancia.
Se
perfilan muchos peligros en el horizonte, peligros desde el exterior y peligros
desde el interior. Peligros, sobre todo, de difusión de falsas doctrinas, obra
de «lobos crueles ». La Iglesia de Dios es una realidad preciosa porque
ha sido adquirida «con la sangre de su propio Hijo», de ahí la gran
responsabilidad de los que la presiden.
El pastor debe vigilar «noche y día», «con lágrimas», primero a
sí mismo y después a los otros, para preservar su propio rebaño de los
enemigos. Pablo esboza aquí, en pocas palabras, las grandes responsabilidades
de la vida del pastor.
Consciente
de que está pidiendo mucho, y casi para tranquilizarlos, los confía «a Dios
y a su Palabra de gracia, que tiene fuerza para que crezcáis en la fe y para
haceros partícipes de la herencia reservada a los consagrados». Parecería
más lógico que confiara la Palabra a los responsables; sin embargo, confía los
responsables a la Palabra, porque es ella la que tiene fuerza para que crezcan
en la fe y para hacerles partícipes de la herencia reservada a los santos.
Y,
para terminar, otro recuerdo de su desinterés personal destinado a los
pastores, para que se esmeren también en el desinterés en su ministerio. Cita
una máxima que no se encuentra en los evangelios, pero que Pablo pudo haber
recogido de viva voz en boca de los testigos.
Concluye
aquí el ciclo de la evangelización dirigida al mundo griego. Nuevas
fatigas y pruebas esperan ahora a Pablo, quien siente que entra en una fase
diferente de su apasionada vida de apóstol.
SALMO RESPONSORIAL (SAL 67)
R./ Reyes de la tierra, canten al Señor. Aleluya.
L.
Señor, despliega tu poder, reafirma lo que has hecho por nosotros, desde
Jerusalén, desde tu templo, a donde vienen los reyes con sus dones.
R./
Reyes de la tierra, canten al Señor. Aleluya.
L.
Cántenle al Señor, reyes de la tierra, denle gloria al Señor que recorre los
cielos seculares, y que dice con voz como de trueno: “Glorifiquen a Dios”.
R./
Reyes de la tierra, canten al Señor. Aleluya.
L.
Sobre Israel su majestad se extiende y su poder, sobre las nubes. Bendito sea
nuestro Dios.
R./
Reyes de la tierra, canten al Señor. Aleluya.
ACLAMACIÓN
antes del Evangelio (Cfr. Jn 17, 17)
R./
Aleluya, aleluya.
Tu palabra, Señor, es la verdad; santifícanos en la verdad.
Tu palabra, Señor, es la verdad; santifícanos en la verdad.
R./
Aleluya, aleluya.
+EVANGELIO
según san Juan 17, 11-19
En aquel tiempo, Jesús levantó los ojos al
cielo y dijo: “Padre santo, cuida en tu nombre a los que me has dado, para que
sean uno, como nosotros. Cuando estaba con ellos, yo cuidaba en tu nombre a los
que me diste; yo velaba por ellos y ninguno de ellos se perdió, excepto el que
tenía que perderse, para que se cumpliera la Escritura. Pero ahora voy a ti, y
mientras estoy aún en el mundo, digo estas cosas para que mi gozo llegue a su
plenitud en ellos. Yo les he entregado tu palabra y el mundo los odia, porque
no son del mundo, como yo tampoco soy del mundo. No te pido que los saques del
mundo, sino que los libres del mal. Ellos no son del mundo, como tampoco yo soy
del mundo.
Santifícalos en la verdad. Tu palabra es
la verdad. Así como tú me enviaste al mundo, así los envío yo también al mundo.
Yo me santifico a mí mismo por ellos, para que también ellos sean santificados
en la verdad”.
Palabra del Señor
R./ Gloria a ti, Señor Jesús.
El fragmento incluye la
segunda parte de la «Oración sacerdotal» de intercesión que Jesús, como Hijo,
dirige al Padre. Tiene como objeto la custodia de la comunidad de los
discípulos, que permanecen en el mundo. El texto se divide en dos partes: al
comienzo se desarrolla el tema del contraste entre los discípulos y el mundo
(vv. 11b-16); a continuación se habla de la santificación de éstos en la verdad
(vv. 17-19). Si, por una parte, emerge la oposición entre los creyentes y el
mundo, por otra se manifiesta con vigor el amor del Padre en Jesús, que ora
para que los suyos sean custodiados en la fe.
En el primer fragmento
pasa revista Jesús a varios temas de manera sucesiva: la unidad de los suyos
(v. 11b), su custodia a excepción «del que tenía que perderse» (v. 12),
la preservación del maligno y del odio del mundo (vv. 14s). En el segundo
fragmento, Jesús, después de haber pedido al Padre que defienda a los suyos del
maligno (v. 15) y después de haber subrayado en negativo su no pertenencia al
mundo (vv. 14.16), pide en positivo la santificación de los discípulos: «Haz
que ellos sean completamente tuyos por medio de la verdad; tu palabra es la
verdad» (v. 17). Le ruega así al Padre, al que ha llamado «santo»
(v. 11b), que haga también santos en la verdad a los que le pertenecen. Los
discípulos tienen la tarea de prolongar en el mundo la misma misión de Jesús. Ahora bien, éstos,
expuestos al poder del maligno, necesitan, para cumplir su misión, no sólo la
protección del Padre, sino también la obra santificadora de Jesús.
MEDITATIO
Estamos frente a un
fragmento en el que Jesús aparece particularmente preocupado por el poder del
mundo y por su posible influencia en sus discípulos. En el mundo actúa el
maligno con su espíritu de mentira, belicosamente contrario a la verdad, que es
Cristo. La posición de los discípulos es delicada; deben permanecer en el
mundo, sin quedar contaminados por el mismo. Estarán apoyados por su oración,
por su palabra y por su Espíritu. En consecuencia, no deben temer. Y añade Agustín:
«¿Qué quiere decir: “Por ellos me santifico yo mismo", sino que yo
los santifico en mí mismo en cuanto ellos son yo? En efecto, habla de aquellos
que constituyen los miembros de su cuerpo».
Todo esto nos induce a reflexionar, una vez más, sobre el poder
del mundo, aunque también sobre su debilidad: poder para quien se deja
seducir, debilidad para quien se deja guiar íntimamente por la Palabra
de Jesús y conducir por su Espíritu. Es posible que en estos años hayamos
infravalorado al «mundo», una palabra que se ha vuelto ambigua, que indica,
unas veces, el lugar de la acción del Espíritu y de los signos de los tiempos
y, otras, el lugar donde se desarrolla el eterno conflicto entre el maligno y
Jesús. La Palabra de Jesús y su Espíritu nos ayudan a discernir los distintos
rostros del mundo, a distinguir las llamadas del Espíritu de los sutiles
engaños del maligno, los mensajes de Dios de la mentira del enemigo. Esto es
tanto más seguro en la medida en que la Palabra y el Espíritu no son asumidos y
casi gestados individualmente, sino acogidos dentro de la comunidad de los discípulos,
que forman la santa comunión de la Iglesia.
ORATIO
Me impresiona, Señor,
tu insistencia en la peligrosidad del mundo. Y me doy cuenta de que hoy también
tenemos necesidad de esta puesta en guardia. Y yo el primero de todos. El mundo
de la libertad, de la igualdad de oportunidades para todos, para todas las
religiones, para todas las opiniones, para todos los modos de vida, tiene su
encanto, porque, a fin de cuentas, es el mundo de la tolerancia, de la
laicidad, de la libertad para todos. Pero es también el mundo donde están
admitidas todas las «transgresiones», donde todas las modas, hasta las más
perversas y detestables, son presentadas como normales, donde toda la prensa
tiene derecho a la libre circulación...
Confíame, Señor, a tu
Palabra. Recuérdame que no soy de este mundo, que te pertenezco a ti.
Santifícame en tu verdad, asimilame a tu mentalidad, a tu vida. Tú, que has
orado por mí, hazme santo en tu verdad, para que camine siempre por tus caminos
y use de este mundo como lo harías tú.
CONTEMPLATIO
«No pertenecen al
mundo, como tampoco pertenezco yo» (Jn 17,14). Esta separación de los
discípulos respecto al mundo es llevada a cabo por la gracia que los ha regenerado,
en cuanto que, por su generación natural, pertenecen al mundo, y por eso había
dicho el Señor antes: «No pertenecéis al mundo, porque yo os elegí y os saqué de él» (Jn 15,19). La gracia les ha concedido
no pertenecer más al mundo, del mismo modo que no forma parte de él el Señor,
que los ha liberado. El Señor no perteneció nunca al mundo, porque, incluso en
su forma de siervo, nació del Espíritu Santo, de ese Espíritu del que renacerán
los discípulos. Éstos, repito, no son ya del mundo, porque han renacido del
Espíritu Santo (Agustín, Comentario al evangelio de Juan, 108,1).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Ellos no pertenecen al mundo, como tampoco pertenezco yo»
(Jn 17,16).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
«Estar en el mundo sin
ser del mundo.» Esta frase es una hermosa síntesis del modo en que habla Jesús
de la vida espiritual. Es
una vida en virtud de la cual el Espíritu de amor nos transforma
por
completo. Sin embargo, es una vida en la que todo parece cambiado.
La vida espiritual puede ser vivida de tantos modos como personas hay.
La novedad consiste en
haberse desplazado desde la multitud de las cosas al Reino de Dios. Consiste en
haber sido liberados de las constricciones del mundo y en haber encaminado
nuestros corazones hacia lo único necesario.
La novedad consiste en el hecho de que no vivamos ya los muchos negocios, nuestra relación con la gente y los acontecimientos como
causas de preocupaciones sin fin, sino que empecemos a considerarlos como la rica variedad de modos a través de los cuales se hace presente
Dios en medio de nosotros. Nuestros conflictos y dolores, los deberes y las
promesas, nuestras familias y nuestros amigos, las actividades y los proyectos,
las esperanzas y las inspiraciones, no se nos presentan ya como otros tantos
aspectos fatigosos de una realidad que difícilmente logramos mantener juntos, sino como modalidad de afirmación y de revelación de la nueva vida del Espíritu que está en nosotros. «Todo lo demás»,
que antes nos ocupaba y nos preocupaba tanto, ahora se convierte en don o desafio
que refuerza o profundiza la nueva vida que hemos descubierto '(H. J. M.
Nouwen, Invito a la vita spirituale, Brescia 20002, pp.
44ss).
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