LECTIO DIVINA SÁBADO NOVENO DEL TIEMPO ORDINARIO

  

LECTIO DIVINA SÁBADO NOVENO DEL TIEMPO ORDINARIO

Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo

2 Timoteo 4,1- 8         Marcos 12,38-44

 


PRIMERA LECTURA

De la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo (2 Tim 4,1- 8)

 

Querido hermano: En presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos, te pido encarecidamente, por su advenimiento y por su Reino, que anuncies la palabra; insiste a tiempo y a destiempo; convence, reprende y exhorta con toda paciencia y sabiduría.

Porque vendrá un tiempo en que los hombres no soportarán la doctrina sana, sino que, arrastrados por sus propias pasiones, se rodearán de maestros que les halaguen el oído; se harán sordos a la verdad y sólo escucharán las fábulas.

Tú, en cambio, sé siempre prudente, soporta los sufrimientos, cumple tu trabajo de evangelizador y desempeña a la perfección tu ministerio.

Para mí ha llegado la hora del sacrificio y se acerca el momento de mi partida. He luchado bien en el combate, he corrido hasta la meta, he perseverado en la fe. Ahora sólo espero la corona merecida, con la que el Señor, justo juez, me premiará en aquel día, y no solamente a mí, sino a todos aquellos que esperan con amor su glorioso advenimiento. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

Si esta carta es considerada como el testamento espiritual de Pablo, la perícopa que hemos leído hoy Venta su parte más apesadumbrada y conmovedora. El tono se vuelve más intenso, puesto que, por un lado, percibe el apóstol la peligrosidad del error doctrinal, que se hará más seductor en los últimos tiempos (vv. 3ss), y, por otro, siente ahora próximo su propio fin  (vv 6-8). Y llama como testigo al mismo Dios y a Cristo, en cuanto juez de vivos y muertos, para rogar encarecidamente a timoteo que no recurra a todo para anunciar a todos el Evangelio de la salvación. Debe sentirse responsable de ese anuncio; de su escucha, en efecto, viene la salvación (cf. Rom 10,17). A buen seguro, los tiempos son difíciles: esa Palabra correrá siempre el riesgo de ser sofocada por las “fábulas” de los falsos maestros, Mientras que en el “prurito” de la novedad prevalecerá sobre la escucha de la verdad. Ahora bien, el apóstol nunca puede rendirse: deberá vigilar, ser capaz de soportar llevar a cabo su obra de anunciador del Evangelio hasta el fondo (v 5), Hasta entregar la vida, como Pablo…

sabe este que será condenado y que su fin es inminente, pero eso no le entristece en absoluto. Es más, tiene el ánimo lleno de alegría, como el atleta que se acerca a la victoria (vv. 7ss). Porque su sangre, es decir, su vida, está a punto de ser ofrecida como sacrificio de amor a Dios, como la vida del Hijo, y es muy bello vivir y morir entregándose uno mismo por la salvación de los otros. Además -segundo motivo de alegría profunda-, “el momento de mi partida es inminente” (v. 6), Como una nave que zarpa para volver a su patria, y es también muy bello volver al Padre y Señor después de haber llevado a cabo con fidelidad la misión recibida, Es como volver a casa. En todo caso, es la fidelidad de Pablo, que responde a los perjuicios que pueda ocasionar, lo que constituye la verdadera apelación a la fidelidad de timoteo; fidelidad, sobre todo, en no traicionar el depósito de la verdad que le ha sido confiado por el Señor. Será entonces el mismo señor el que le dará “la corona de la justicia” no como premio debido estrictamente, sino como respuesta amorosa a todos aquellos que “esperan con amor su venida gloriosa” (v. 8).

 

EVANGELIO 

Según san Marcos 12,38-44

 

En aquel tiempo, decía Jesús también a las muchedumbres mientras enseñaba:

-Tengan cuidado con los maestros de la Ley, que gustan de pasearse lujosamente vestidos y 

de ser saludados por la calle.

Buscan los puestos de honor en las sinagogas y los primeros lugares en los banquetes. Éstos, que devoran los bienes de las viudas con el pretexto de largas oraciones, tendrán un juicio muy riguroso.

Jesús estaba sentado frente al lugar de las ofrendas y observaba cómo la gente iba echando dinero en el cofre. Muchos ricos depositaban en cantidad. Pero llegó una viuda pobre, que echó dos monedas de muy poco valor. Jesús llamó entonces a sus discípulos y les dijo:

-Les aseguro que esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás. Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir.

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Dos son, en sustancia, las actitudes que Jesús censura en los maestros de la Ley: la vanidad y la hipocresía. La primera se manifiesta en la ostentación de sus anchas capas, en la búsqueda de los saludos y de los primeros puestos en las asambleas litúrgicas; la segunda es la falsedad que revelan ostentando una gran devoción, al prolongar, por ejemplo, los tiempos de oración a la vista de todos, una falsedad que se vuelve desvergonzada a través de la contradicción evidente que existe entre esta religiosidad exhibida en público y el comportamiento opresor que tienen con los débiles y los indefensos. Los escribas o maestros de la Ley son personas de corazón impuro, incapaces de entregarse a Dios y al prójimo, y aunque hagan, como en este caso, ricas ofrendas al templo, en realidad sólo se aman a sí mismos y están convencidos de ser indispensables para la causa de Dios. A diferencia de la viuda pobre a la que Jesús vio echar en el tesoro del templo dos monedas de poco valor, prácticamente nada. Pero era todo lo que poseía; no piensa en grandes gestos, ni en «ayudar a Dios», pero tiene el corazón puro, le ama y se entrega a él por completo. Por eso la pone Jesús como ejemplo a sus discípulos: diríase que el Maestro ha encontrado lo que andaba buscando.

Una vez llegado el final de su labor de enseñanza en el templo, recupera el tema que había señalado al comienzo, cuando había desaprobado la seguridad y la jactancia de los maestros de la Ley y los fariseos y contestado el innoble mercado que allí (en el templo) se desarrollaba con el consentimiento de los sacerdotes. Ahora concluye Jesús exaltando el auténtico valor religioso del gesto de una viuda, para anunciar que los pobres, en especial los pobres de sí mismos, no los poderosos en el plano cultual o institucional, son la tierra buena que hará fructificar la semilla evangélica, el lugar de encuentro con Dios.

 

MEDITATIO

 

Pablo, muriendo en la cárcel, y la viuda del templo: ¿qué tienen en común estos dos personajes tan diferentes? El valor de amar y vivir lo que creen, llevando a sus últimas consecuencias, en el plano del comportamiento, su propia fe y sus propias convicciones. Por esa razón ha terminado Pablo en la cárcel, y va a encontrarse con la muerte anunciando aún el Evangelio, entregando en todo momento todo lo que es. Lo mismo ocurre con la viuda alabada por Jesús: no posee prácticamente nada, pero ofrece a Dios todo lo que tiene, incluso lo que necesita para vivir. No encontramos aquí sólo la exaltación de la fe de los apóstoles o de los mártires, ni la de los sencillos y los humildes; lo que se celebra aquí es la fuerza de la fe y su coherencia, fruto de una pasión interior que se desposa con la convicción de la mente y encuentra la consecuente actuación en la vida práctica. Pablo está, literalmente, devorado por la pasión del Evangelio y de su anuncio, del mismo modo que la viuda está totalmente apresada por el carácter central y por el primado de Dios en su vida; y cuando la fe se vuelve pasión que cautiva la mente, el corazón, la voluntad, los sentidos, la emotividad, las manos, los pies, en suma, todo, entonces el creyente ya no teme entregar a Dios -por amor y sólo por amor- todo lo que tiene y es. Aunque fueran sólo «dos monedas de muy poco valor», ante Dios da siempre «más que todos los demás», más que el mundo entero...

 

ORATIO

 

Señor, qué rica es tu Palabra y qué clara tu enseñanza. En ellas encuentro mi vida, lo que soy y lo que me pides que llegue a ser. Cómo me reconozco, hoy, en la mezquindad de corazón de los maestros de la Ley, en esa autosuficiencia que nos hace presuntuosos frente a Dios y falsos ante la gente. Qué distante me siento y, al mismo tiempo, qué atraído por el ejemplo de Pablo y de la viuda. Concédeme, Señor, la coherencia de Pablo; esa coherencia que, primero, le lleva a la cárcel y, después, le da la fuerza -y la autoridad moral- para pedirle a Timoteo que tampoco él tenga miedo de anunciar el Evangelio. Concédeme la fe animosa y lineal de la viuda, que se entrega por completo y no se guarda nada porque bello está segura de que tú la proveerás. Debe de ser muy vivir así, con esta coherencia y esta certeza. Pero debe de ser también muy bello prepararse para morir de este modo, sintiendo la propia muerte como el inevitable desenlace de una vida convertida en don de manera progresiva, eligiendo morir como sangre «derramada en libación».

Señor, cuando llegue «el momento de mi partida inminente», concédeme, en mi pequeñez, poder decir también: «He combatido el buen combate, he concluido mi carrera, he guardado la fe». Y la nada de la muerte se transformará en el todo de la vida contigo.

 

CONTEMPLATIO

 

Por consiguiente, la oblación de la Iglesia que dice el Señor se le ofrece por todo el mundo, es un sacrificio puro y acepto a Dios; no porque Él tenga necesidad de nuestro sacrificio, sino porque quien lo ofrece recibe gloria al momento mismo de ofrecerlo, si su oblación es aceptada. Al ofrecer al Rey nuestra oblación, le rendimos honor y le mostramos afecto. Esto es lo que el Señor, queriendo que lo hiciésemos con toda simplicidad e inocencia, enseñó a ofrecer diciendo: «Si al presentar tu oblación ante el altar recuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu oblación ante el altar, primero ve a reconciliarte con tu hermano y vuelve luego a presentar tu ofrenda» (Mt 5,23-24). Lo propio es, pues, ofrecer a Dios las primicias de su criatura, como dice Moisés: «No te presentarás con las manos vacías en la presencia del Señor tu Dios» (Dt 16,16). De este modo, en las mismas cosas en las cuales el ser humano muestra su gratitud, Dios reconoce su agradecimiento y recibe el honor divino.

No se condena, pues, el sacrificio en sí mismo: antes hubo oblación, y ahora la hay; el pueblo ofrecía sacrificios, y la Iglesia los ofrece, pero ha cambiado la especie, porque ya no los ofrecen siervos, sino libres. En efecto, el Señor es uno y el mismo, pero es diverso el carácter

de la ofrenda: primero servil, ahora libre; de modo que en las mismas ofrendas reluce el signo de la libertad, pues ante él nada sucede sin sentido, sin signo o sin motivo. Por esta razón, ellos consagraban el diezmo de sus bienes. En cambio, quienes han recibido la libertad han consagrado todo lo que tienen al servicio del Señor. Le entregan con gozo y libremente lo que es menos, a cambio de la esperanza de lo que es más, como aquella viuda pobre que echó en el tesoro de Dios todo lo que tenía para vivir (Lc 21,4) (Ireneo de Lyon, Contra las herejías, IV, 18, 1ss).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Predica la Palabra, insiste a tiempo y a destiempo» (2 Tim 4,2).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Nuestro Dios es un Dios extraño, tiene gustos personalísimos y singulares; en particular, tiene una predilección decididamente paradójica e incluso evidente a lo largo de la historia de la salvación: una predilección que podríamos llamar predilección por la nada.

¿Acaso no ha creado Dios todo «de la nada»? Y desde entonces es precisamente desde la nada desde donde empieza toda su obra. Sus ojos parecen ponerse con predilección, dice L. Libby, sobre lo que está vacío para llenarlo de gracia. Es lo que vemos que sucede en muchos episodios del Antiguo y del Nuevo Testamento. Empezando por la viuda de Elías (2 Re 4,1ss), que no tenía ya nada en casa: ni marido, ni renta, ni alimento, ni dinero, ni expectativas. Nada, aparte de la espera de la muerte inevitable, la nada por excelencia. Y así, cuando Elías le pide de comer, recoge toda la nada que tenía, lo que le había quedado para una vida ahora próxima a terminar y los cántaros vacíos que las vecinas le prestan...; y ahora tiene lugar el milagro, la nada se convierte en todo: promesa de una vida dada y garantizada por Dios, riqueza inesperada, vacío llenado misteriosamente por la generosidad divina.

Desde una viuda del Antiguo Testamento a una viuda del Nuevo Testamento. Una viuda propuesta además por Jesús a sus discípulos como ejemplo (cf. Mc 12,38-44). Esta mujer no tiene nada, sólo le quedan dos monedas de poco valor, un par de monedas de las más pequeñas que circulaban por entonces; absolutamente nada frente a las ricas ofrendas que hacían muchos ricos al templo. Sin embargo, para Jesús, «esa viuda pobre ha echado en el cofre más que todos los demás. Pues todos han echado de lo que les sobraba; ella, en cambio, ha echado de lo que necesitaba, todo lo que tenía para vivir» (Mc 12,43ss). Y una vez más, la nada se convierte en el todo: lo es y llega a serlo en la realidad de aquello que la mujer (no) poseía; lo es sobre todo en sus intenciones y en el gesto hecho con «todo» el corazón; lo es, por último, para Jesús, que transforma aquella nada en una ofrenda agradable a Dios [...].

Se trata de una propuesta singular de santidad: «recoger nuestra nada», presentarla a él, ofrecérsela con todo el corazón y dejar que descienda sobre ella su bendición y... multiplicación.

La santidad se vuelve entonces cada vez más, como la nada del hombre repleta por completo de Dios (A. Cencini, «….. Come rugiada dell'Ermon...», Bolonia 1998, pp. 89-91, passim).

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