LECTIO DIVINA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO CORAZÓN DE JESÚS

 LECTIO DIVINA SOLEMNIDAD DEL SAGRADO 

CORAZÓN DE JESÚS

Los proyectos de su corazón subsisten de gene-ración en generación, para librar de la muerte a sus fieles y reanimarlos en tiempo de hambre (Sal 32,11.19).

Oseas 11,1. 3-4. 8-9    Efesios 3, 8- 12.14-19            Juan 19, 31-37

Imagen tomada de archisevilla.org. No tengo los derechos 


 

PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Oseas (Os 11,1. 3-4. 8-9) 


Cuando Israel era niño, yo lo amé, y de Egipto llamé a mi hijo, dice el Señor. Yo fui quien enseñó a andar a Efraín, yo, quien lo llevaba en brazos; pero no comprendieron que yo cuidaba de ellos. Yo los atraía hacia mí con los lazos del cariño, con las cadenas del amor. Yo fui para ellos como un padre que estrecha a su creatura y se inclina hacia ella para darle de comer.

Mi corazón se conmueve dentro demí y se inflama toda mi compasión. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín, pues yo soy Dios y no hombre, santo en medio de ti y no enemigo a la puerta". 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

La imagen paterno-filial es el eje de este capítulo, uno de los más entrañables y, a la vez, de los más complicados en el texto hebreo y en las versiones. Quizás por estas razones es también uno de los más estudiados en los últimos años.

Marca el final del proceso judicial que se inició en el cap. 4 y contiene el resumen de las ideas desarrolladas en esta larga sección. Es, por tanto, la formulación del fallo definitivo en dos formas complementarias. La primera estrofa (vv. 1-7) constituye el veredicto negativo formulado como oráculo de condena. La segunda (vv 8-11) es un oráculo de salvación, bastante peculiar en su construcción como luego veremos.

La primera estrofa (vv. 1-7) evoca la tradición del éxodo con terminología teológica más que histórica, y desarrolla la doctrina de la predilección divina bajo la imagen del amor paternal (vv. 1-4). La misma tradición del éxodo sirve de base para formular el castigo divino que se sustanciará en la vuelta a Egipto (anti-éxodo) (v. 5). En el desarrollo del relato Dios es el protagonista, Él es quien ama a Israel y le llama (éxodo), le enseña a andar (desierto), le atrae con vínculos de afecto (Sinaf) y le cuida incluso materialmente (maná, tierra prometida) hasta su madurez. En contraste, el pueblo se aleja una y otra vez (becerro de oro), no entiende (murmuraciones), y se hace merecedor del castigo más temido («volverán a la tierra de Egipto», v. 5). En consecuencia, este oráculo expresa el pensamiento teológico del libro, el amor divino por Israel, manifestado en los beneficios que le otorga y en los castigos que le infringe, de tal modo que prevalece la predilección divina sobre la perversión del pueblo y la historia salvífica del éxodo sobre los pecados reiterados.

La predilección de Dios por su pueblo es doctrina que recorre el libro entero en todas sus fases redaccionales, y la paternidad divina que aquí no pasa de ser metafórica tendrá una enorme resonancia en algunos textos tardíos proféticos (Is 63,16; Jr 3,4.19; 31,9; Mal 1,6; 2,10) y en los Salmos (2,7; 68,6; 89,27; 103,13), y culminará en el NT cuando Jesús se manifieste como Hijo de Dios y dé a conocer la filiación divina de todos los hombres.

El perdón divino precede a la conversión del pueblo: primero Dios decide no abandonar a Efraím ni destruirlo «porque yo soy Dios, no un hombre: en medio de ti soy el Santo» (v. 9). Como efecto del perdón todos (el pueblo, los hombres cada hombre) caminarán tras el Señor, regresarán desde Egipto y desde Asiria y habitarán en sus casas (vv. 10-11), es decir, alcanzarán la liberación completa.

 

SEGUNDA LECTURA

 

De la carta del apóstol san Pablo a los efesios (Ef 3, 8- 12.14-19) 

 

Hermanos: A mí, el más insignificante de todos los fieles, se me ha dado la gracia de anunciar a los paganos la incalculable riqueza que hay en Cristo, y dar a conocer a todos cómo va cumpliéndose este designio de salvación, oculto desde el principio de los siglos en Dios, creador de todo.

Él lo dispuso así, para que la multiforme sabiduría de Dios sea dada a conocer ahora, por medio de la Iglesia, a los espíritus celestiales, según el designio eterno realizado en Cristo Jesús, nuestro Señor, por quien podemos acercarnos libre y confiadamente a Dios, por medio de la fe en Cristo.

Me arrodillo ante el Padre, de quien procede toda paternidad en el cielo y en la tierra, para que, conforme a los tesoros de su bondad, les conceda que su Espíritu los fortalezca interiormente y que Cristo habite por la fe en sus corazones. Así, arraigados y cimentados en el amor, podrán comprender con todo el pueblo de Dios, la anchura y la longitud, la altura y la profundidad del amor de Cristo, y experimentar ese amor que sobrepasa todo conocimiento humano, para que así queden ustedes colmados con la plenitud misma de Dios. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

Antes de dejar que se convierta en oración la profunda meditación del capítulo precedente, se abre Pablo confidencialmente a sus destinatarios. Le concede una gran importancia a decir cuál es el ministerio que Dios le ha confiado: anunciar el misterio de Cristo a los paganos. Pablo es consciente de la grandeza del designio de Dios, que sólo ahora, en Cristo, se ha manifestado del todo. Por eso anuncia a los efesios y celebra la eficacia de un poder que no viene de él, sino de la insondable riqueza de Cristo (v. 8). Los cristianos de Éfeso están llamados, precisamente como los judíos, a formar el mismo cuerpo místico de Jesús que es la Iglesia, a participar en las mismas promesas divinas, en la misma herencia, que es la vida eterna en la alegría. Sí, Pablo llama también a los paganos, a todos los hombres, por voluntad del Altísimo, a gozar de la magnanimidad de un Dios en el que, desde siglos, estaba escondido el misterio de la salvación total que ahora, precisamente a él, el más pequeño (= «ínfimo»: v. 8) entre los santos, o sea, entre los creyentes, le corresponde anunciar como pleno cumplimiento de las antiguas promesas de Dios.

La inagotable riqueza del misterio de Cristo, expresado por su Iglesia, no corresponde, en efecto, sólo a los hombres; es mucho más amplio. Hasta las realidades angélicas (principados, potestades) están implicadas en orden a la múltiple sabiduría (v. 10) de un Dios que, justamente a través del misterio de su Hijo -encarnado, muerto y resucitado por nosotros-, guía la historia de la salvación. Precisamente esta realidad -concluye Pablo- crea en nosotros el coraje de una fe auténtica que se convierte en plena confianza en el Señor.

El apóstol cae de rodillas ante el Padre, origen de toda familia en el cielo y en la tierra (v. 15), y le pide que los cristianos de Éfeso sean robustecidos con poder en su interior por el Espíritu Santo (v. 16). Pablo pide en sustancia que su fe sea auténtica y vigorosa, para que Cristo habite en sus corazones y, por esta razón, pueda crecer en ellos el elemento típico y fundador de la pertenencia a Dios en Cristo Jesús: la caridad. 

Pablo sabe que sólo los que están «arraigados y fundamentados en el amor» (v. 17), en comunión con los otros creyentes, se encuentran en condiciones de comprender «la anchura, la longitud, la altura y la profundidad» del amor que supera con mucho toda medida y categoría humanas (v. 18). Y es que, efectivamente, es por Dios y con la energía de Dios como podemos llevar a cabo nuestra estupenda vocación: la de ser colmados «de la plenitud misma de Dios» (v. 19).

Siempre con el impulso de una profunda admiración, Pablo expresa su alabanza a un Dios que tiene el poder de obrar cosas mucho más grandes de lo que requieren nuestras peticiones y nuestras mismas aspiraciones. Sentimos vibrar en toda la perícopa un conocimiento del misterio de Dios que no es fruto del esfuerzo intelectual, sino de un amor estupefacto, que brota de una actitud profundamente interior y contemplativa.

 

EVANGELIO

según san Juan (Jn 19, 31-37)

 

Como era el día de la preparación de la Pascua, para que los cuerpos de los ajusticiados no se quedaran en la cruz el sábado, porque aquel sábado era un día muy solemne, los judíos pidieron a Pilato que les quebraran las piernas y los quitaran de la cruz.

Fueron los soldados, le quebraron las piernas a uno y luego al otro de los que habían sido crucificados con Jesús. Pero al llegar a él, viendo que ya había muerto, no le quebraron las piernas, sino que uno de los soldados le traspasó el costado con una lanza e inmediatamente salió sangre y agua.

El que vio da testimonio de esto y su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean. Esto sucedió para que se cumpliera lo que dice la Escritura: No le quebrarán ningún hueso; y en otro lugar la Escritura dice: Mirarán al que traspasaron. 

 

Palabra del Señor. 

R./ Gloria a ti, Señor Jesús.

 

En el texto que nos presenta hoy la liturgia se estructura en tres partes: a) antes de romperle las piernas a Jesús, uno de los soldados le traspasa el costado con una lanza (vv. 31-34); b) el triple testimonio sobre la escena contemplada por el testigo (v. 35); c) dos textos bíblicos que interpretan teológicamente los acontecimientos (vv. 36s).

Tras la muerte de Jesús, el evangelista nos manifiesta quién era el Hombre crucificado y qué sentido asume su sacrificio: los soldados, al verle ya muerto, le traspasaron el costado «y, al punto, brotó de su costado sangre y agua» (v. 34). Esta escena, desarrollada en el Gólgota, no sólo es histórica, sino que contiene también una revelación que sólo la fe puede captar con toda su profundidad. La sangre representa toda la vida de Cristo, vivida en una obediencia filial al Padre y en el amor salvífico a la humanidad. Es la sangre que «nos purifica de todo pecado» (1 Jn 1,7); del costado de Cristo fluye toda una vida de amor. El agua que brota del costado de Jesús, en cambio, es símbolo de la efusión y del don del Espíritu, cuyo templo y fuente es Jesús (cf. Jn 2,13-22). La llamada al testimonio ocular es más solemne que nunca y, para el Evangelio, más verdadera que nunca.

El testigo asegura que los hechos referidos son reales y tienen un gran valor: son signos a través de los cuales penetra la fe en el misterio de la persona de Jesús. Todo el cuadro pintado por el evangelista se dirige así a iluminar la fe de la comunidad cristiana.

Así, pues, la invitación del primer testigo, Juan, vamos a concentrarnos y dirigir nuestra mirada al Corazón de Jesús Crucificado. Es para cada creyente, de ayer y de hoy, un compromiso celebrar en Jesús la obra del Padre Misericordioso y penetrar en la contemplación de la vida divina del Cordero pascual, extrayendo de ahí inspiración y fuerza para un testimonio de fe y de amor.

 

MEDITATIO

 

Expande suave perfume el ungüento de la gracia desde que la Virgen engendró y el Señor Jesús asumió el sagrado signo de la encarnación. De hecho, el Señor Jesús, tomando sobre sí el cuerpo, se implicó por sí mismo en las cadenas del amor y se ató no sólo a nuestros miembros y a los condicionamientos de nuestra naturaleza, sino también a una cruz. Por eso, como un racimo de uva, reposa en la fe de la Iglesia. Entre las viñas de Judea hay, en efecto, un árbol que, cuando lo pinchan, suelta un ungüento. Si no lo pinchan, el árbol no perfuma con la misma fragancia; en cambio, cuando ha sido pinchado con todas las de la ley, destila una lágrima. Así también Cristo, colgado en la cruz, derramaba lágrimas sobre el pueblo para lavar nuestros pecados, y de las vísceras de su misericordia expandía ungüento, diciendo: «Padre, perdónales, porque no saben lo que hacen». Entonces, cuando estaba colgado de aquel árbol, fue pinchado por la lanza y salieron sangre y agua más dulces que cualquier ungüento, víctima agradable a Dios, expandiendo por todo el mundo el perfume de la consagración. Después de haber atravesado el árbol, brota bálsamo que destila del agujero de aquella lanzada. Así Jesús, traspasado, esparce el perfume del perdón de los pecados y de la redención. En efecto, el Verbo se hizo carne para que la carne pudiera reivindicar para sí el trono del Verbo a la diestra de Dios; era todo una llaga, pero de ella fluía ungüento. La Iglesia reconocía el misterio y proclamaba al Señor Jesús crucificado para la redención de todo el mundo (Ambrosio de Milán, Commento al Salmo 118, III, 8s, Milán-Roma 1987, I, 131-133, passim).

 

ORATIO

 

Señor la invitación del primer testigo, Juan, a mirar al Crucificado representa para cada creyente el compromiso de celebrar en ti la obra del Padre y de penetrar en la contemplación de tu vida divina, como Cordero pascual alimentando un testimonio de fe y de amor. Concédenos ser capaces de mirar siempre a tu cruz no como un lugar de condena o de derrota, sino como lugar de victoria y de resurrección, y desde la cruz haz que siempre estemos atentos a acoger el testamento espiritual que tú dejaste a Juan y a todo discípulo, es decir, a tomar a María como nuestra madre, siempre abiertos al don de tu Espíritu Santo; Espíritu de verdad, Espíritu de fortaleza, Espíritu de salvación. Haz que seamos capaces de acercarnos a la fuente inagotable de tu sacratísimo corazón para poder beber de los torrentes de agua y sangre que nos lanzan hasta la vida eterna. Señor, Padre Dios, Padre Bueno, ya que en el corazón traspasado de tu Hijo nos manifiestas la fuente de la misericordia y los tesoros del reino, condúcenos siempre al encuentro de tu Hijo para que nuestro corazón pueda unirse al suyo y latiendo los dos al unísono, podamos convertirnos en auténticos y verdaderos discípulos misioneros de tu hijo.

 

CONTEMPLATIO

 

¡Ea!, pues, señor Dios mío, enséñame, condúceme, lleva a mi corazón hasta la fuente inagotable del tuyo. Dime como buscarte, dónde encontrarte y como amarte. Señor, si tú no estás aquí, ¿dónde buscarte?, ¿dónde encontrarte?, y ¿cómo amarte?. Sé que estás en todas partes, pero cuántas veces me olvido de que estás conmigo. Más aún me olvido de que estás en mí. Me olvido de que estás en mi hermano en el cercano y en el lejano. Mira, Señor, escúchame, atiéndeme, ilumíname, muéstrate a mí. Vuelve a darte a mí para poder amarte y servirte eternamente sin condiciones. Enséñame a buscarte y muéstrate cuando te busco. No puedo buscarte si tú no me dices cómo y dónde. No puedo encontrarte si tú no vienes a mi encuentro. Señor, Dios mío, Sé que en la fuente de tu misericordia, en el sacratísimo corazón de tu hijo te puedo encontrar, me puedo encontrar, te puedo amar y puedo amar a mis hermanos.

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«El que vio estas cosas da testimonio de ellas, y su testimonio es verdadero, para que también vosotros creái

(cf. v. 35).

 

PARA LECTURA ESPIRITUAL

 

La adoración amorosa y filial habita en el corazón de Jesús durante todo el misterio de la cruz. Esta adoración intenta expresarse, de la manera más realista posible, en su propio cuerpo ofrecido como víctima de holocausto Y, de manera definitiva, en su corazón. Al aceptar que su propio cuerpo fuera flagelado crucificado, pudo ofrecerlo al Padre como holocausto de adoración. Su cuerpo es lo más precioso, noble y excelente que existe en todo el universo, y al ofrecerlo a Dios proclama a Jesús oficialmente sus derechos absolutos sobre toda la humanidad y sobre todo el universo.

Este sacrificio de adoración es, al mismo tiempo, un sacrificio de reparación por los pecados de la humanidad, porque Cristo en la cruz redime los pecados de los hombres. Todas las miserias de los hombres pecadores, todas las consecuencias del pecado, las hizo suyas asumiéndolas libremente. Ninguna miseria humana quedó extraña para su corazón. Se sufre en la medida en que se ama. Por eso su misericordia con nosotros es tan maravillosa Jesús sabía lo que hacía. Como buen pastor que conoce Asus ovejas, con sus debilidades y necesidades, su corazón, sabía que era hasta el extremo buen pastor de los hombres significaba amar la vida de sus ovejas más que su propia vida, aceptar ser anatema por sus hermanos y se ha reducido a nada, a ser el más miserable, el más despreciado, el más rechazado. Aceptar ser “como uno ante el que se vuelve el rostro” y que tras su muerte no se respete su cadáver, se le abra el costado y leyeran el corazón hay, por consiguiente, en el sacrificio de la cruz un máximo de adoración y un máximo de misericordia. En el corazón de Jesús crucificado, la adoración, lejos de impedir a su corazón estar atento Asus hermanos y mostrarse deseoso de ayudarles, le permite ser verdaderamente el que salva Asus propios hermanos llevando sobre sí sus culpas, reparando por ellos y dándoles una vida nueva. (M. D. Philippe, Adorerai il Signore Dio tuo, Catania 1959, 68-76, passim).

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