LECTIO DIVINA SAN BERNABÉ

 LECTIO DIVINA SAN BERNABÉ

Hechos 11, 21-26; 13,1- 3    Mateo 10,7-13

 


 

San Bernabé

 

11 de junio

 

José, apodado Bernabé, que significa «hijo de la consolación», recibe el nombre de apóstol, aunque no fue uno de los Doce. Y recibe este nombre precisamente porque desarrolló un papel decisivo en la difusión del Evangelio. Como se dice en los Hechos de los apóstoles, fue un hombre de gran fe, y, al entrar en la comunidad cristiana, vendió todos sus bienes y los puso a disposición de los apóstoles (4,36ss). Colaboró con Pablo en la evangelización de los paganos. Desarrolló su actividad misionera sobre todo en la ciudad de Antioquía, desde donde partió con Pablo para el primer viaje misionero. 

Murió mártir en la tierra donde había nacido, en la isla de Chipre.

 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Del libro de los Hechos de los Apóstoles (Hech 11, 21-26; 13,1- 3)

 

En aquellos días, fueron muchos los que se convirtieron y abrazaron la fe. Cuando llegaron estas noticias a la comunidad cristiana de Jerusalén, Bernabé fue enviado a Antioquía. Llegó Bernabé, y viendo la acción de la gracia de Dios, se alegró mucho; y como era hombre bueno, lleno del Espíritu Santo y de fe, exhortó a todos a que, firmes en su propósito, permanecieran fieles al Señor. Así se ganó para el Señor una gran muchedumbre.

Entonces Bernabé partió hacia Tarso, en busca de Saulo; y cuando lo encontró, lo llevó consigo a Antioquía. Ambos vivieron durante todo un año en esa comunidad y enseñaron a mucha gente. Allí, en Antioquía, fue donde por primera vez los discípulos recibieron el nombre de "cristianos".

Había en la comunidad cristiana de Antioquía algunos profetas y maestros, como Bernabé, Simón (apodado el "Negro"), Lucio el de Cirene, Manahén (que se crió junto con el tetrarca Herodes) y Saulo. Un día estaban ellos ayunando y dando culto al Señor, y el Espíritu Santo les dijo: "Resérvenme a Saulo y a Bernabé para la misión que les tengo destinada". Todos volvieron a ayunar y a orar; después les impusieron las manos y los despidieron. 

 

Palabra de Dios. 

R./ Te alabamos, Señor.

 

Incluso desde el punto de vista histórico, son más que preciosas las noticias que Lucas nos ofrece en esta primera lectura. En primer lugar, tienen que ver con las relaciones entre la Iglesia madre de Jerusalén y la comunidad cristiana de Antioquía. Bernabé, «hombre bueno lleno del Espíritu Santo y de fe», puede ser considerado muy bien como el trait d'union entre Jerusalén y Antioquía. De este modo, colaboró no sólo en la evangelización, sino también en la edificación de la Iglesia.

En segundo lugar, Bernabé fue también importante en la vida de la Iglesia naciente porque fue él quien tomó a Pablo como colaborador, aunque Pablo le superara después en su intento de inculturar la fe. Ambos, conjuntamente, constituyen una pareja de misioneros, a cuya iniciativa y genialidad debe mucho la comunidad cristiana de todos los tiempos.

Pero son sobre todo las noticias históricas relativas a la ciudad de Antioquía y a la presencia en ella de los primeros cristianos las que tienen una importancia de primer orden. Antioquía constituye, en efecto, el punto de partida y el punto de llegada de los viajes misioneros de Pablo, después de que éste pudiera formarse en ella, compartiendo su vida con Bernabé y con muchos otros «profetas y doctores» que hacían extremadamente interesante aquella experiencia de fe. En Antioquía, además se empezó a llamar por vez primera «cristianos» (11,26) a los discípulos de Jesús. Esta noticia, en su descarnada sencillez, nos dice qué viva y vivaz era la fe que los primeros creyentes vivían en aquella ciudad que se asomaba al Mediterráneo.

 

Evangelio

Según san Mateo 10,7-13

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: Vayan anunciando que está llegando el Reino de los Cielos. Curen a los enfermos, resuciten a los muertos, limpien a los leprosos, expulsen a los demonios; gratis lo recibieron, denlo gratis. 'No lleven oro, ni plata ni dinero en el bolsillo; ni zurrón para el camino, ni dos túnicas, ni sandalias, ni cayado, porque el obrero tiene derecho a su sustento.

Cuando lleguen a un pueblo o aldea, averigüen quién hay en ella digno de recibirlos y quédense en su casa hasta que se marchen. Al entrar en la casa, saluden, y si lo merecen, la paz de su saludo se quedará con ellos; si no, volverá a ustedes.

 

Palabra del Señor

R/ Gloria a Ti, Señor Jesús

 

Esta página evangélica pertenece al llamado «discurso misionero» que, según Mateo, Jesús dirigió a sus apóstoles durante su ministerio público.

Vale la pena recordar, en primer lugar, el contexto en el que el evangelista sitúa este discurso: Jesús está recorriendo las ciudades y los pueblos de su tierra, anuncia el Evangelio del Reino y cura a los enfermos. Al mismo tiempo, constata que las muchedumbres están abatidas abandonadas a sí mismas, «como ovejas sin pastor» (Mt 9,35-38). Entonces llama a sus doce discípulos, les da poder para expulsar a los espíritus inmundos y les envía en misión. Según la perspectiva de Mateo, esta misión está dirigida sólo a las ovejas dispersas de la casa de Israel: como Jesús, también sus discípulos -por ahora- deben concentrar sus energías en el interior de un horizonte muy limitado, en espera de aperturas mucho más grandes, requeridas por la Pascua del Señor.

Tras el contexto, vale la pena señalar el método que recomienda Jesús a sus misioneros. Éste se caracteriza por dos notas típicas. Los misioneros del Reino deben continuar propagando lo que Jesús ha dicho y lo que Jesús ha hecho, nada más. Pero, sobre todo, deben imprimir la más absoluta gratuidad al ministerio que están emprendiendo: no es el oro o la plata lo que debe constituir el centro de su atención, sino sólo el deseo de bendecir y beneficiar. Eso es exactamente lo que afirmará san Pedro en uno de sus famosos discursos: «No tengo plata ni oro; pero te doy lo que tengo: en nombre de Jesucristo Nazareno, echa a andar» (Hch 3,6).

MEDITATIO

 

La invitación a la gratuidad que caracteriza, en primer lugar, al método misionero recomendado por Jesús a sus discípulos y apóstoles constituye el objeto de nuestra meditación. Es incluso demasiado fácil trivializar el tema de la gratuidad, considerándolo sólo desde el punto de vista material, aunque esta dimensión no debe ser en absoluto desatendida, ya que es muy apreciada en el ambiente social en el que viven hoy los cristianos. La gratuidad, sin embargo, expresa algo bien diferente, impulsa mucho más allá: requiere una claridad interior y un coraje que no es ciertamente patrimonio de la mayoría.

La gratuidad es, antes que nada, fruto de un corazón educado evangélicamente, de un corazón que late en plena sintonía con el de Jesús. Por eso, sólo puede decir que tiene una actitud gratuita quien, honestamente, pueda decir que tiene un corazón «manso y humilde» (cf. Mt 11,29). Gratuita, también, es la actitud de quien está dispuesto a dar, tanto material como espiritualmente, sin esperar nada a cambio. El verdadero discípulo de Jesús se contenta y goza con dar, sin esperar nada a cambio, recordando la enseñanza de Jesús: «Hay más felicidad en dar que en recibir» (Hch 20,35). Gratuita es, por último, la acción de quien abre la mano para dar y no la cierra nunca, incluso ante quien rechaza el don y no manifiesta ninguna gratitud. Esa mano permanece siempre abierta porque su corazón se ha dejado educar en la escuela del Evangelio.

 

ORATIO

 

Pertenece al hambriento el pan que guardas en tu cocina. Al hombre desnudo, el manto que está en tu armario. Al que no tiene zapatos, el par que se estropea en tu casa. Al hombre que no tiene dinero, el que tienes escondido. Los juguetes que rompes son los juguetes de los niños desheredados; el alimento que malgastas es el alimento del que está desnutrido; los utensilios que tiras son los utensilios de quien no tiene casa; las obras de caridad que no haces son otras tantas injusticias que cometes (Basilio de Cesarea, «Cuando el rico es un ladrón», en El buen uso del dinero, Desclée de Brouwer, Bilbao 1995, p. 59).

 

CONTEMPLATIO

 

Comoquiera, pues, que estoy convencido y siento íntimamente que, habiéndoos dirigido muchas veces mi palabra, sé que anduvo conmigo el Señor en el camino de la justicia, y me veo también yo de todo punto forzado a amaros más que a mi propia vida, pues grande es la fe y la caridad que habita en vosotros por la esperanza de su vida (Tit 3,6); considerando, digo, que de tomarme yo algún cuidado sobre vosotros para comunicaros alguna parte de lo mismo que yo he recibido, no ha de faltarme la recompensa por el servicio prestado a espíritus como los vuestros, me he apresurado a escribiros brevemente, a fin de que, juntamente con vuestra fe, tengáis perfecto conocimiento.

Ahora bien, tres son los decretos del Señor: la esperanza de la vida, que es principio y fin del juicio; el amor de la alegría y regocijo, que son el testimonio de las obras de la justicia. En efecto, el Dueño, por medio de sus profetas, nos dio a conocer lo pasado y lo presente y nos anticipó las primicias del goce de lo por venir. Y pues vemos que una tras otra se cumplen las cosas como él les dijo, deber nuestro es adelantar, con más generoso y levantado espíritu, en su temor («Carta de Bernabé», I, 4-7, en Padres apostólicos, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 21967, pp. 771-772).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Gratis lo recibieron, denlo gratis» (Mt 10,8).

 

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

La salvación, por parte de Cristo, es pura gracia. Si esto valía para los judíos que se dirigían a Cristo, tanto más evidente era esto en los paganos. Bernabé se dio cuenta de ello enseguida, en cuanto admiró la Iglesia surgida en Antioquía como por encanto. Comprendemos muy bien que pudiera sentirse lleno de alegría y que, frente a la acción de la gracia, no le quedara otra cosa que hacer que «amonestar a todos a perseverar en el Señor» [...]. Flota, sin duda, en el aire cierto aire de tragedia en el hecho de que Pedro -dado su particular temperamento-, junto con Bernabé, precisamente en Antioquía, se pusiera en una situación difícil, haciéndose merecedor de la censura de Pablo, como este último nos dice en su Carta a los Gálatas (cf. 2,11ss).

La gracia de Dios no excluye la libertad humana, pero engendra a menudo un estado de tensión entre lo humano y lo divino, del que se sirve para despejar el camino de la Iglesia y guiarla hasta su meta.

Bernabé no había perdido de vista a Saulo. «Fue a Tarso a buscar a Saulo». Experimentamos una extraña sensación al leer estas palabras. Ahora bien, ¿dónde estaba Saulo? Había tenido que dejar Jerusalén como fugitivo después de su primer encuentro con la comunidad: los hermanos le habían hecho partir para Tarso (9,23-30). No sabemos lo que hizo Pablo durante estos años de ausencia. ¿Estuvo inactivo por completo? Pero Bernabé no ha olvidado a Pablo. Fue él quien hizo en su momento de intermediario, en Jerusalén, de aquel hombre cuando acababa de llegar de Damasco, y había intentado granjearle la confianza de la comunidad madre, atestiguando el encuentro de Saulo con el Señor (9,27).

Los Hechos de los apóstoles no nos dicen cómo Bernabé estaba tan bien informado respecto a Pablo. Fue una disposición providencial, y como tal siguió la amistad de estos dos hombres. El Espíritu que guía a la Iglesia se sirve de vínculos humanos personales para el bien de la sociedad. Volvemos a preguntarnos qué habría pasado si Bernabé, durante su estancia en Antioquía, no se hubiera acordado de Saulo. ¿Por qué fue a buscarle? A buen seguro, no por su propio interés. Pensaba ya en Pablo desde hacía tiempo, como podemos presumir, y sabía que su amigo sufría por estar tan alejado de aquella obra a la que parecía llamado. No sin motivo nos dice nuestro texto que Bernabé era «un hombre de bien» (J. Kürzinger, Commenti spirituali del Nuovo Testamento. Atti degli Apostoli, Roma 1969, 1, pp. 304ss).

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