LECTIO DIVINA LUNES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA LUNES XVII DEL TIEMPO ORDINARIO

Yo soy la luz del mundo, dice el Señor ; el que me sigue tendrá  la luz de la vida.

Jeremías: 13, 1-11 Lucas: 10, 38-42




LECTIO


PRIMERA LECTURA

Del libro del profeta Jeremías: 13, 1-11


El Señor me dijo: “Ve a comprar un cinturón de lino y póntelo en la cintura, pero no lo metas en el agua”. Compré el cinturón y me lo puse en la cintura, según la orden del Señor.

Entonces el Señor me habló por segunda vez y me dijo: “Toma el cinturón que compraste y que llevas puesto en la cintura, levántate y vete al río Éufrates y escóndelo ahí, en el agujero de una roca”. Fui y lo escondí en el Éufrates, como me había ordenado el Señor.

Al cabo de mucho tiempo, me dijo el Señor: “Levántate, vete al Éufrates y recoge el cinturón que te mandé que escondieras ahí”. Fui al Éufrates, escarbé y recogí el cinturón del sitio donde lo había escondido; pero el cinturón se había podrido: no servía para nada.

Entonces el Señor me habló y me dijo: “Esto dice el Señor: ‘Del mismo modo haré yo que se pudra la gran soberbia de Judá y de Jerusalén. Ese pueblo malvado se ha negado a obedecerme, se porta obstinadamente, ha seguido a otros dioses para servirlos y adorarlos, y será como este cinturón, que ya no sirve para nada. Porque así como el cinturón va adherido al cuerpo, así quise llevar unidas a mí a la casa de Israel y a la casa de Judá, para que fueran mi pueblo, mi fama, mi gloria y mi honor; pero ellos no me escucharon’”.


Palabra de Dios. 

R. Te alabamos, Señor.



La Palabra del Señor conduce a Jeremías a realizar una acción simbólica. Las acciones del profeta, típicas del profetismo, e incluso su misma vida, se convierten en mensaje dirigido a los presentes, a cada uno en particular o, en ocasiones, al mismo profeta. La reacción que tales acciones suscitan son, por lo general, de escarnio, de desprecio y, en cualquier caso, de incomprensión. El profeta interviene entonces explicitando el mensaje o interpretando el acontecimiento, que contiene, según los casos, un aviso, una amenaza, un deseo.

En este pasaje se le pide a Jeremías que compre una faja de lino, que se la ponga varios días y la esconda después en la grieta de una roca del río (vv. 1-5). El mensaje queda ilustrado por medio de una doble comparación: del mismo modo que la faja se ciñe al cuerpo de quien se la pone, así también Israel estaba llamado a adherirse al Señor, respondiendo de manera positiva a la alianza con la que el Señor se había ligado antes a él. Puesto que el pueblo ha contravenido la alianza no escuchando la Palabra del Señor, siguiendo sus propias ideas y hasta dedicándose a la idolatría, ha faltado a su vocación, ha dejado de cumplir el servicio para el que Dios lo había elegido, convirtiéndose, como una faja podrida, en algo que ya no sirve para nada (vv. 10ss).


EVANGELIO

Según san Lucas: 10, 38-42


En aquel tiempo, entró Jesús en un poblado, y una mujer, llamada Marta, lo recibió en su casa. Ella tenía una hermana, llamada María, la cual se sentó a los pies de Jesús y se puso a escuchar su palabra. Marta, entre tanto, se afanaba en diversos quehaceres, hasta que, acercándose a Jesús, le dijo: “Señor, ¿no te has dado cuenta de que mi hermana me ha dejado sola con todo el quehacer? Dile que me ayude”.

El Señor le respondió: “Marta, Marta, muchas cosas te preocupan y te inquietan, siendo así que una sola es necesaria. María escogió la mejor parte y nadie se la quitará”.


Palabra del Señor. 

R. Gloria a ti, Señor Jesús.


Con las parábolas del grano de mostaza y de la levadura, pretende añadir Jesús otros elementos a la comprensión del misterio del Reino de Dios. Ya ha hablado de la oposición que encuentra la Palabra (cf. Mt 13,3-7) y puesto en guardia contra la impaciencia de los que pretendan eliminar de inmediato los obstáculos (cf.13,27-30). Ahora pone de relieve el contraste entre unos inicios bien modestos y desarrollos extraordinariamente grandes. En efecto, así como la semilla pequeña tiene en sí una energía capaz de hacerla germinar hasta convertirla en un árbol de notables proporciones (vv. 31ss), así también se dilatará el Reino de Dios, que, en estos momentos, parece destinado a la derrota. Y así como la fuerza irresistible de un poco de levadura hace fermentar una gran cantidad de harina (v. 33), así también la Palabra de Dios, recibida en el corazón del hombre, le abre a la Verdad y, «escondidos» entre la gente, los cristianos de todos los tiempos se convierten en portadores del alegre anuncio y en testigos del amor de Dios por todo el mundo. Con las palabras del salmista, Mateo da una respuesta ulterior a la pregunta del «porqué» de las parábolas: con ellas no se pretende ocultar, sino ayudar a penetrar, de manera profunda, en el misterio de Dios y de su Reino (vv. 34ss).


MEDITATIO 


Nuestro tiempo, que contempla el predominio del «hombre económico», está escandido por el ritmo frenético e implacable de la eficiencia, de una productividad que debe ser eficaz a cualquier precio. Parece imposible sustraerse a esta lógica.

La Palabra del Señor nos propone una lógica diferente para leer al hombre y su vida terrena: Dios está presente en el corazón de la realidad, puesto que es su Creador. San Pablo dirá que ni quien planta ni quien riega es determinante para el resultado final; sólo lo es Dios, que da el desarrollo y el crecimiento a la semilla y, más tarde, a la planta (cf. 1 Cor 3,7).

Dios, lejos de invitarnos a una inactividad fatalista, nos proporciona el criterio del compromiso, exhortándonos a la confianza en él y a la esperanza. El hombre es verdaderamente tal si se adhiere a Dios, si responde con todo su ser al amor de Dios.

La dignidad, el valor del hombre para Dios, se basa en el ser y no en el tener o el hacer. ¿ Y para nosotros? ¿No nos arriesgamos muchas veces a dejarnos deslumbrar por las luces del éxito mundano y aturdir por la publicidad sistemática, por la que nos dejamos arrastrar aquí o allá, lejos de nosotros mismos y de Dios, tras aquel que hace más ruido?

La Palabra de Dios, su incidencia en la historia, parece destinada al fracaso; el testimonio de los cristianos se presenta como un fenómeno de una minoría ilusa. Es el momento de renovar nuestra fe en el poder del Espíritu Santo y nuestro compromiso en la adhesión a su inspiración.


ORATIO


La fiebre del protagonismo hace presa en todos, oh Señor. Tampoco yo, en mi pequeñez, me siento inmune a ella. Te agradezco que me hagas comprender que soy, ciertamente, necesario, pero no indispensable. A veces, las mismas circunstancias de la vida me obligan a tomar conciencia de ello, pero yo me agito, me rebelo, me siento también ofendido, porque no veo reconocido mi valor, que, a menudo, considero superior al de los otros...

Te doy gracias por repetirme que sólo en comunión contigo, oh fuerza mía, lo puedo todo (cf. Flp 4,13) y participo en el milagro de producir resultados grandiosos, diferentes a los que podemos leer en los balances industriales de final de ejercicio, pero cuyos frutos nutren el ser de manera profunda. Necesito que me lo recuerden, para aprender esa verdadera sabiduría que me hace vivir como si todo dependiera de mí y, al mismo tiempo, como si todo dependiera de ti.


CONTEMPLATIO


Por nosotros mismos, somos ramas secas, inútiles, infructuosas, e incapaces de pensar, por lo general, cosa alguna por nosotros mismos; toda nuestra capacidad viene de Dios, que nos ha hecho idóneos para el servicio y capaces de cumplir su voluntad. Nuestras obras, como un pequeño grano de mostaza, no son en modo alguno comparables en grandeza al árbol de la gloria que producen; sin embargo, tienen, a pesar de todo, la fuerza y la virtud para producirlo, porque proceden del Espíritu Santo, el cual, por medio de una admirable infusión de su gracia en nuestros corazones, hace suyas nuestras obras, aunque nos las deja al mismo tiempo a nosotros. Nos deja, como parte nuestra, todo el mérito y todo el provecho de nuestros favores y de nuestras buenas obras, y nosotros, por nuestra parte, le dejamos todo el honor y toda la alabanza, reconociendo que el inicio, el progreso y el remate de todo bien que llevemos a cabo depende de su misericordia. Nosotros le damos la gloria de nuestras alabanzas, y él nos da la gloria de su alegría (Francisco de Sales, Teotimo, o Trattato dell'amor di Dio, Milán 1989, pp. 788s [edición española: Tratado del amor de Dios, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid

1995]).


ACTIO


Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:


«Dios escoge lo que es pequeño» (cf. Mt 13,31).


PARA LA LECTURA ESPIRITUAL


Hace algún tiempo me sucedió un episodio que me afectó en lo profundo del alma. Estaba en Roma; esperaba el autobús en la parada que se encuentra casi enfrente de la iglesia de San Juan de Letrán. Estaba conmigo mi madre. Se me acercó una señora muy anciana, vestida con un pequeño abrigo negro, ya lustroso por el uso inveterado al que había sido sometido.

Caminaba a pequeños pasos, con la típica rigidez senil del tron-co, de la cabeza y de las manos. Me preguntó si quería comprar una protección de hilo de algodón rojo de ganchillo, de esas que sirven para coger ollas y cazuelas sin quemarse. Cogido así, de improviso, dije que no me interesaba. Entonces la viejecita se alejó sin insistir y sin dirigirse a nadie más. Me arrepentí de inmediato, porque comprendí que lo importante no era que yo tuviera necesidad de esa protección, sino que ella tuviera necesidad de venderlas a fin de poder ganar algo. Intercambié una mirada con mi madre, que la alcanzó enseguida y le preguntó a cuánto las vendía. «A mil liras la pieza, señora», respondió; «las he hecho yo misma a mano. Tengo noventa y dos años...». «Le compro las cinco que lleva», dijo mi madre, abriendo el monedero. La viejecita miró a mi madre con una sonrisa, cansada, y apenas marcada; sin decir, nada, se alejó con su andar, tranquilo, un andar que dejaba inmóviles los brazos, los hombros y la cabeza.

Esta escena la he repensado, meditado, contemplado dentro de mí muchas veces, no sabría decir cuántas. La viejecita ya se había alejado: qué otra cosa -o quién- nos convenció, comprar no una, sino todas las protecciones que vendía. Esa es la cuestión: hay una fuerza en el ser pequeño, pobre, sufrido y remisivo; una fuerza, sin embargo, que no le es propia, una fuerza que le viene de fuera. Alguien se la ha puesto dentro, alguien que la posee. No es cuestión de perderse en muchas averiguaciones, Señor, porque sólo hay Uno que pueda poseer tal fuerza, sólo Uno puede haber pensado hacer todo esto: tú. Tú la pusiste en la humildad de aquella viejecita, aunque la pusiste también en el corazón de quien la vio y la sintió. Es la única fuerza que ha existido siempre, que existe y que existirá siempre, la única fuerza que forma una sola cosa contigo, que hace de ti, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un único Dios: la tuerza de tu amor o, mejor aún, la fuerza del amor que eres (A. Marchesini, Piccolo come un seme di senape, Bolonia 1993).

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