Lectio Divina Sábado XXI del Tiempo Ordinario
Lectio Divina Sábado XXI del Tiempo Ordinario
Porque has sido fiel en cosas de poco valor, entra a tomar parte en la alegría de tu señor.
LECTIO
PRIMERA LECTURA
De la primera carta del apóstol san Pablo a los corintios: 1, 26-31
Hermanos: Consideren que entre ustedes, los que han sido llamados por Dios, no hay muchos sabios, ni muchos poderosos, ni muchos nobles, según los criterios humanos. Pues Dios ha elegido a los ignorantes de este mundo, para humillar a los sabios; a los débiles del mundo, para avergonzar a los fuertes; a los insignificantes y despreciados del mundo, es decir, a los que no valen nada, para reducir a la nada a los que valen; de manera que nadie pueda presumir delante de Dios.
En efecto, por obra de Dios, ustedes están injertados en Cristo Jesús, a quien Dios hizo nuestra sabiduría, nuestra justicia, nuestra santificación y nuestra redención. Por lo tanto, como dice la Escritura: El que se gloría, que se gloríe en el Señor.
Palabra de Dios.
R. Te alabamos, Señor.
Para ilustrar de modo concreto la sabiduría-necedad en el plano de Dios no hace falta ir muy lejos. En la misma comunidad de Corinto hay ejemplos elocuentes. Pablo invita ahora a los corintios a reflexionar con atención sobre su propia situación. La iglesia de Corinto, salvo algunas excepciones, está constituida por personas de humilde condición social y de bajo nivel cultural.
Aquí es donde Dios revela su extraño gusto: prefiere a los pobres y a los débiles antes que a los ricos y poderosos. Se trata de una lógica coherente con lo que ha llevado a cabo a través de su Hijo crucificado. Por eso nadie puede presumir ante Dios, nadie puede presentar méritos, títulos de pretensión ni privilegios.
El tema de la "jactancia" le resulta entrañable a Pablo. Éste no pretende exaltar la nulidad del hombre ante la totalidad de Dios, y menos aún presentar la imagen de un Dios que aplasta la dignidad humana, sino que reconoce, con sinceridad y gratitud, la grandeza del hombre en virtud de la obra del don de Dios en Cristo.
Pablo prosigue en la misma carta demostrando que en Cristo lo tenemos lodo (3,21-23) y que todo lo que poseemos lo hemos recibido de él (4,6). Por consiguiente, no dice que no haya que presumir en sentido absoluto, sino que "el que quiera presumir que lo haga en el Señor" (v. 31). Presumiendo en el Señor se da gloria a Dios.
EVANGELIO
Del santo Evangelio según san Mateo: 25, 14-30
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: “El Reino de los cielos se parece también a un hombre que iba a salir de viaje a tierras lejanas; llamó a sus servidores de confianza y les encargó sus bienes. A uno le dio cinco millones; a otro, dos; y a un tercero, uno, según la capacidad de cada uno, y luego se fue.
El que recibió cinco millones fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos. En cambio, el que recibió un millón hizo un hoyo en la tierra y allí escondió el dinero de su señor. Después de mucho tiempo regresó aquel hombre y llamó a cuentas a sus servidores.
Se acercó el que había recibido cinco millones y le presentó otros cinco, diciendo: ‘Señor, cinco millones me dejaste; aquí tienes otros cinco, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.
Se acercó luego el que había recibido dos millones y le dijo: ‘Señor, dos millones me dejaste; aquí tienes otros dos, que con ellos he ganado’. Su señor le dijo: ‘Te felicito, siervo bueno y fiel. Puesto que has sido fiel en cosas de poco valor, te confiaré cosas de mucho valor. Entra a tomar parte en la alegría de tu señor’.
Finalmente se acercó el que había recibido un millón y le dijo: ‘Señor, yo sabía que eres un hombre duro, que quieres cosechar lo que no has plantado y recoger lo que no has sembrado. Por eso tuve miedo y fui a esconder tu millón bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo’.
El señor le respondió: ‘Siervo malo y perezoso. Sabías que cosecho lo que no he plantado y recojo lo que no he sembrado. ¿Por qué, entonces, no pusiste mi dinero en el banco para que, a mi regreso, lo recibiera yo con intereses? Quítenle el millón y dénselo al que tiene diez. Pues al que tiene se le dará y le sobrará; pero al que tiene poco, se le quitará aun eso poco que tiene. Y a este hombre inútil, échenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación’”.
Palabra del Señor.
R. Gloria a ti, Señor Jesús.
Con el tema de la vigilancia hemos vuelto a la relación amo-criado. Aquí se pone de relieve el aspecto dinámico y fecundo de la espera. Los talentos, dispensados a cada uno según su capacidad, nos han sido dados para explotarlos y negociar con ellos. La parábola parece fácil de descifrar, pero sería un error reducir su mensaje a una enseñanza moralista genérica y obvia.
En realidad, los talentos no son simplemente las cualidades dadas a cada uno en el momento del nacimiento, sino, sobre todo, lo que Jesús ha venido a traernos: la salvación, el amor del Padre, la vida en abundancia, el Espíritu. Se trata de tesoros que hemos de multiplicar y difundir hasta su vuelta "después de mucho tiempo (v. 19a). Todo don es al mismo tiempo un compromiso del que "hemos de dar cuenta" con seriedad.
Son tres los siervos que entran en escena uno tras otro, dos "buenos y fieles" y otro "malvado". Con pocas palabras y de una manera estereotipada, Jesús cuenta el encuentro del amo con los siervos buenos, que son alabados y premiados con la participación en la alegría del señor (w. 20-23). El espacio reservado al siervo malvado es más amplio (w. 24- 28). La excusa que formula en defensa de su propia conducta revela todo su mundo interior. "Señor, sé que eres hombre duro": ésa es la imagen que tiene de su señor. "Tuve miedo y escondí tu talento en tierra". El talento recibido es aún "tu talento", no un don, sino una deuda. Su actitud frente al señor es la de un esclavo temeroso. "Aquí tienes lo tuyo": piensa que la restitución del talento es un acto de justicia hacia el acreedor; sin embargo, es un insulto, un desprecio del don, un rechazo del amor. Por eso se le impone un duro castigo.
MEDITATIO
El fragmento paulino de hoy -en particular, la frase final: "El que quiera presumir, que lo haga en el Señor"- hace pensar en María y en su canto del Magníficat. Ella, recordando su propia vida, descubre en ésta, con conmoción, el proyecto grandioso de Dios, reconoce que es bienaventurada porque Dios ha hecho grandes cosas en ella, sierva humilde. Presumiendo en el Señor, María "proclama su grandeza". Se trata de un encuentro estupendo entre la gracia generosa del Creador y la gracia humilde de la criatura, entre la gratuidad pura y la gratitud sincera.
El siervo malvado de la parábola, por el contrario, ha empequeñecido a su señor. Ve y juzga a su amo con la medida de su mezquindad, con la tacañería de su corazón. En vez de estarle agradecido por el talento recibido y de sentirse bienaventurado por la ocasión que se le da de desarrollar su capacidad, se cierra en su inercia, en su miedo y en su tristeza. Nos viene a la mente, por asociación espontánea, la figura de otro hombre, el primero, Adán. Nos viene a la mente el diálogo entre Dios y Adán después del primer pecado: A la pregunta de Dios: "Dónde estás?", le responde: "... tuve miedo y me escondí" (Gn 3,9ss). No será que, en la raíz del pecado, se encuentra siempre una sospecha mezquina sobre la inmensa bondad de Dios?
ORATIO
Señor Jesús, tanto tú como tu madre, María, ensalzasteis en un Magníficat al Padre. Al ver regresar a tus discípulos "llenos de alegría" de la misión, porque habían podido multiplicar los talentos que tú les habías entregado y habían podido recoger los frutos visibles de su actividad misionera, le dijiste al Padre: "Yo te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a los sabios y prudentes y se las has dado a conocer a los sencillos. Sí, Padre, así te ha parecido bien" (Le 10,21). Contagiado por la alegría de tus discípulos y movido por el Espíritu, también tú estabas exultante. Al contemplar la grandeza del Padre y su ternura con sus criaturas pequeñas y humildes, tu corazón se llenaba de admiración y salieron de tu boca aquellas palabras.
Deja, oh Jesús, que nos unamos a tu oración de alabanza, del mismo modo que nos asociaste a ti en la oración del Padre nuestro. Alégrate también por nosotros, tus discípulos de hoy, cuando, por tu gracia, consigamos hacer algo con nuestros talentos, y considéranos en el número de los "pequeños" por los que ensalzaste en tu Magníficat al Padre.
CONTEMPLATIO
Mas notad cómo nunca reclama el Señor inmediatamente. Así, en la parábola de la viña, la arrendó a los labradores y se fue de viaje; y aquí, les entregó el dinero a sus criados y se marchó también de viaje. Buena prueba de su inmensa longanimidad. Y, a mi parecer, en esta parábola de los talentos se refiere el Señor a su resurrección.
Aquí ya no hay labradores y viña, sino que son todos trabajadores. Porque no habla ya sólo con los gobernantes y dirigentes, ni sólo con los judíos, sino con todos los hombres sin excepción. Y los que le presentan sus ganancias confiesan agradecidamente lo que es obra suya y lo que es don del Señor. El uno dice: Señor, cinco talentos me diste. Y el otro: Dos talentos me diste. Con lo que reconocen que de él recibieron la base para el negocio, y se lo agradecen sinceramente y, en definitiva, todo se lo atribuyen a él. Qué responde a ello el Señor? Enhorabuena, siervo bueno y fiel (la bondad está en mirar por el prójimo); puesto que has sido fiel en lo poco, yo te constituiré sobre lo mucho. Entra en el gozo de tu Señor. Palabra con la que el Señor da a entender la bienaventuranza toda (Juan Crisóstomo, Comentario al evangelio de Mateo, 78, 1 [edición de Daniel Ruiz Bueno, BAC, Madrid 1955]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
"Puse toda mi esperanza en el Señor; él se inclinó hacia mi y escuchó mi grito" (Sal 39,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Cuando los cristianos decimos que creemos en la vida eterna que nos será dada, esta espera de lo que debe venir no es, en primer lugar, algo particularmente extraño. Por lo general, se habla de la esperanza de la vida eterna con un cierto pathos afectado, y lejos de mí criticarla, en caso de que se trate de una convicción seria. Pero me sucede siempre algo extraño cuando oigo hablar de este modo. Me parece que todos los esquemas de la imaginación, con los que se intenta explicar la vida eterna, la mayoría de las veces se adaptan muy poco al corte radical que se produce con la muerte. Nos imaginamos la vida eterna, que extrañamente ya ha sido señalada como "el más allá" y como lo que hay "después" de la muerte, demasiado repleta de aquellas realidades que nos han sido confiadas aquí: como continuación de la vida, como encuentro con aquellos que estaban junto a nosotros, como alegría y paz, como banquete y júbilo, como todo esto y otras cosas semejantes, que nunca cesarán y que siempre continuarán. Temo que la radical incomprensibilidad de lo que significa realmente vida eterna se vea minimizada, y que lo que nosotros llamamos, en esta vida eterna, contemplación directa de Dios sea rebajado a una alegre ocupación !unto a tantas otras que llenan nuestra vida; la inexpresable enormidad de que la misma absoluta divinidad, desnuda y simple, entre en nuestra angosta dimensión de criaturas no tiene que ser percibida como auténtica... (K. Rahner, "Erfahrung eines Theologuen", en Vor dem Geheimnis Gottes den Menschen verstehen, Munich 1984, pp. 118ss).
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