
29 de octubre Todos los males corporales y espirituales se ponen de acuerdo para atormentarme. Me siento turbado en el espíritu. Quisiera, no digo orar, que sería demasiado, pero sí tener un solo pensamiento sobre Dios; pero, en esta situación, todo me resulta imposible. Me veo lleno de imperfecciones; todo el coraje que sentía antes, me abandona absolutamente. Me veo debilísimo para practicar la virtud, para resistir los asaltos de los enemigos. Ahora, más que nunca, me convenzo de que en absoluto soy bueno. Me asalta una profunda tristeza, y un pensamiento terrible pasa por mi mente: el de poder ser un iluso sin darme cuenta de ello. ¡Sólo Dios sabe qué tormento es éste para mí! ¿Quizás el Señor, pienso yo, podrá permitir, como castigo de mis infidelidades, que yo, sin saberlo, me engañe a mí mismo y a mis directores espirituales? ¡¿Y qué hacer para superar esta duda, cuando, por una luz que llevo en el alma, conozco perfectamente mis muchas caídas, en las que voy invo...