"Sé en quien he puesto mi confianza"
25 de enero
En san Pablo
estos dos sentimientos procedían de la caridad perfecta. El de ser disuelto
para unirse a Jesucristo en perfecta unión en la gloria, que habría sido mejor
para él, o sea que le era más deseable que el continuar viviendo sobre esta
tierra; y este deseo era impulsado únicamente por la caridad perfecta que tenía
por su Dios. En cambio, el otro sentimiento o deseo le venía también de una
caridad perfecta, pero que tenía por objeto inmediato la salvación del prójimo.
En otras palabras, este deseo estaba motivado por el objeto principal, Dios,
pero se concretaba por reflejo en la salvación de las almas.
El primer
deseo, es decir, el de ser disuelto de este cuerpo, él lo ve y lo encuentra más
útil para sí, y lo desea con todo el ardor con que un alma justa puede desear
unirse a su Dios. En cambio, el segundo deseo, es decir, el de dejar o, mejor
dicho, el de seguir viviendo en medio de los trabajos y de las fatigas, para
procurar la salvación de las almas, él, lleno del espíritu de Jesucristo, lo ve
más necesario para los demás o, mejor, al haber tenido la revelación (como
parece deducirse de lo que dice inmediatamente después, y el mismo hecho parece
que confirma mi interpretación, porque él no fue martirizado por entonces, sino
que recuperó la libertad) de que no moriría entonces, se resigna y lo padece
por amor de la salvación de las almas, al modo como un hijo, que ama
tiernamente a su padre, se somete, por el afecto que le tiene, a todas las
humillaciones y también al cumplimiento exacto de ciertos servicios bajísimos
que a su padre le agrade imponerle.
Este tierno
hijo lo hace todo, no sólo para no contravenir en nada el deseo de su padre,
sino con el fin de complacerle en todo.
(23 de febrero de 1915, a Raffaelina Cerase –
Ep. II, p. 340)
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