¡Unirme a Ti es el único deseo de mi vida!
21 de junio
¡Ay! padre
mío, usted que sabe de él, dígame, se lo suplico, no me eche en cara mi
dispersión, mi ansia, mi errar en busca de él; no me eche en cara la falta de
abandono de este espíritu, que también desea con vehemencia su descanso más
ciego y humilde en el divino beneplácito; dígame, por caridad, ¿dónde está mi
Dios? ¿Dónde podré encontrarlo? ¿Qué puedo hacer para dedicarme a buscarlo?
Dígame, ¿lo encontraré? Dígame, ¿dónde debo posar este corazón mío, que se va enfermando
de muerte y que instintivamente lo siento en una afanosa y penosa búsqueda?
Oh Dios, oh
Dios, no puedo decir otra cosa: ¿por qué me has abandonado? Este espíritu,
justamente golpeado por tu justicia divina, yace en una vehemente
contradicción, sin ningún recurso ni conocimiento, fuera de los fugaces
relámpagos, puestos para agudizar el sufrimiento y el martirio. Me siento
morir, me abraso de ardor, desfallezco de hambre, oh padre; pero me parece que
ahora el hambre se va reduciendo al solo deseo de uniformarme a la voluntad
divina y del modo que él quiera.
(19 de junio de 1918, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p.
1033)
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