A las puertas del Portal de Belén



HOMILIA CUARTO DOMINGO DE ADVIENTO C
Miqueas 5,1-4; Hebreos 5,1-10; Lucas 1,39-48a.

Queridos hermanos y hermanas: la humildad, la sencillez, la sobriedad son características propias del Nacimiento del Hijo de Dios, más aún, son características propias de la Encarnación, y del lugar donde Jesús nació. Esto lo podemos descubrir desde el humilde y sobrio anuncio profético de parte del profeta Miqueas: “De ti Belén Efrata, pequeña entre las aldeas de Judá, de ti saldrá el jefe de Israel, cuyos orígenes se remontan a tiempos pasados, a los días más antiguos”. Esta profecía contrasta de manera absoluta y radical con la forma de cómo celebramos nosotros en la actualidad la Navidad. Quizá corremos el riesgo de poner más atención en las luces, en los adornos, en los regalos, en la cena de Nochebuena, que en el misterio del acontecimiento que estamos celebrando. Efectivamente, es uno de los acontecimientos más extraordinarios y sublimes de la humanidad. ¡El único importante y de vital trascendencia! No existe parangón que se le pueda comparar. Dios se ha hecho hombre en la humildad, en la sencillez, en la sobriedad, en el seno virginal de una Doncella de Nazaret. En La Vigilia Pascual del Sábado Santo, nosotros proclamamos que “Jesucristo es el Principio y el Fin, el Alfa y la Omega y que suyo es el tiempo y la eternidad”. Pero esto no es un descubrimiento reciente, ¡No! Ya el mismo Profeta Miqueas nos decía que sus orígenes se remontan a tiempos pasados, a  los días más antiguos, es decir desde siempre y para siempre. Cristo Jesús no vino solamente para que lo recordemos, no vino solamente para que hablemos de Él, no vino solamente para tener un día especial para festejar. Cristo Jesús vino a hermanarnos, a unirnos, a recordarnos que en Él todos somos hijos del mismo Padre, la comunión entre todas las razas de la tierra es la expresión más genuina, alegre, gozosa y acabada de la Encarnación. El mayor signo de que pertenecemos a su familia es que nos dejemos pastorear por Él que manifiesta la fuerza y la majestad del Señor, nuestro Dios. Cuando el mundo le acepte y le deje realmente reinar, entonces no solamente llenará la tierra de paz, sino que Él mismo será nuestra paz. Ahora podemos entender porque tanto dolor, tanta violencia, tanta inseguridad, tanta incertidumbre , tanto sufrimiento y maldad, porque no le dejamos a Dios ser Dios, y usurpamos su lugar y queremos imponer la paz a costa de la guerra. Ese simplemente no es el camino. El Camino es Jesucristo.  Él mismo así se autodenominó ¿por qué es Cristo el Camino? Porque solamente Él  ha ofrecido su vida, su cuerpo como Víctima de amor misericordioso al Padre por la salvación de la humanidad. ¡Qué hermoso! ¡Qué grande! ¡Qué glorioso! Cuando alguien descubre la voluntad de Dios y la lleva a cabo. Esto fue lo que hizo Jesús de Nazaret, para eso se encarnó, para eso vino al mundo, para hacer la voluntad de Dios. Solamente llevando a cabo el proyecto de Dios en su vida pudo salvarnos a todos, renunciando a sí mismo se ofreció como víctima por la salvación de la humanidad, sabía lo que esto le costaría, sabía el precio de haber dejado su ser Dios para hacerse Hombre, pero con todo quiso pagar el precio del rescate diciendo: “Aquí estoy, Dios mío; vengo para hacer tu voluntad”. Estas palabras, tan simples, tan sencillas como lo es el ponerse en las manos de Dios y actuar en consecuencia cambiaron el curso de la historia, por medio de este ofrecimiento de sí mismo, Cristo Jesús nos santificó a todos, es decir, nos glorifico, no salvó y nos reconcilió de una vez para siempre con Dios nuestro Padre.
Desde luego esto no hubiera sido posible sin la intervención de la Santísima Virgen María, la Madre de Jesús. Así como hemos escuchado y espero, puesto en práctica el mensaje de Juan el Bautista, ahora Él nos entrega a la madrede Jesús y madre nuestra para que ella complete nuestra preparación para la Navidad. Estamos a las puertas del portal de Belén, casi a punto de contemplar al que en pajas yace. El Evangelio de hoy es el de la Visitación de María a Isabel, que llegará a su término con el Magníficat:

“Proclama mi alma la grandeza del Señor y se alegra mi espíritu en Dios mi salvador, porque ha visto la humillación de su esclava” (Lucas 1,46-48).  

Ciertamente, el pasaje evangélico de hoy termina aquí, pero el Magníficatcontinúa diciendo:

“Derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos (Lucas 1,52-53). 

Queridos hermanos, ante las puertas del Portal de Belén, hoy se nos recuerda que la Navidad es la fiesta de los humildes y el rescate de la gente pobre, que ya no son los mismos de antaño, es decir, los patronos y los proletarios. Son, más bien, hoy en día, por una parte la sociedad cosmopolita, que sabe hablar más de un idioma y que se mueve a su antojo en los aeropuertos del mundo, en las plazas comerciales, que sabe hacer uso de los mass media, navegar por el ciberespacio a través de la internet y tienen un acceso casi ilimitado a las grandes redes sociales. Son estos, o somos, hoy,  los nuevos “potentados” y los nuevos “humildes”.
María nos ayuda situarnos, a armar el rompecabezas y a pone las cosas en su sitio y a no dejarnos engañar. Ella, María, nos recuerda que los valores más profundo, los que de verdad valen la pena, se esconden entre los humildes; que los grandes acontecimientos que más inciden en la historia (como la Encarnación y el Nacimiento de Jesús), suceden en medio de ellos y no en los grandes teatros del mundo. Belén era la más “pequeña entre las aldeas de Judá”, y sin embargo, fue en ella en donde nació el Mesías.
¿Qué mensaje nos quiere dar María en el cántico del Magníficat que es tan cercano al que más tarde proclamará Jesús en el Sermón del Monte con la Bienaventuranzas?“Ha mirado la humillación de su esclava” (Lucas 1,46): ¿qué quería decir con esto la Virgen? Que Dios había mirado su pobreza, su contar poco, su formar parte de los descartados, dijera el Papa Francisco hoy, seguramente que en tiempos de María, había tantas jóvenes guapas, ricas, bellas, cultas, ataviadas con vestidos espléndidos en Jerusalén, hijas de nobles o de sumos sacerdotes, y el Señor se ha dignado volver su mirada sobre una pobre muchacha de ¡la más olvidada aldea de Galilea! Esto es lo que María nos quiere decir en el Magníficat. Que Dios, nuestro Padre se vuelca viceralmente con los pobres, los humildes de corazón, los marginados, los que no cuentan, ah, pero también por lo pecadores. Dios desde siempre ha hecho una opción preferencial por los pobres, y por eso quiso hacerse pobre, para enriquecernos a todos. El Concilio Vaticano II, ha querido poner de relieve precisamente esta cuestión de la “opción preferencial por los pobres”, pero ya Dios la había hecho mucho antes, porque “el Señor es sublime, se fija en el humilde” (Salmo 138,6).
Queridos hermanos, nuestra tentación está siempre latente y la de hacer exactamente lo contrario de lo que Dios ha hecho: querer mirar a los grandes, a los que están en lo alto, a los que podemos recurrir en caso de necesidad, y no a los pequeños, a los que están hasta abajo para inclinarnos y darles la mano. Desafortunadamente a veces consciente y a veces subconscientemente nosotros mismo tratamos de elevarnos, y buscamos también que los demás nos eleven, ¿no será que esta actitud nos aparta de Dios, nos separa de él?  “Dios resiste a los soberbios y da su gracia a los humildes” (1 Pedro 5,5). Hermanos, no podemos contentarnos recordando y diciendo que Dios mira a los humildes, o más aún, que nosotros mismo miramos a los humildes. Sino que debemos llegar a sernosotros mismos los pequeños y los humildes, al menos, de corazón. 
Si no podemos hacernos pequeños delante de Dios al que no vemos y sabemos que es infinitamente mayor a nosotros, hagámonos pequeños delante del hermano al que vemos. San Pablo, en la carta a los Efesios nos recuerda que “seamos imitadores de Dios” (Efesios 5,1). Queridos hermanos ¡Qué cosas tan terribles nos recuerda La Navidad! Dejemos de lado lo romántico de las luces que nos ciegan y abramos nuestra mente y nuestro corazón a Dios que hecho hombre en el ceno purísimo de Santa María la Virgen y Nacido en el Portal de Belén, nos pide a gritos la pureza y humildad de corazón para darle un lugar dónde nacer y descubrirle al mismo tiempo entre los pequeños y sencillos en quienes hemos de contemplar a nuestro Redentor que bien a nosotros en cada hermano y en cada acontecimiento. ¡Seremos capaces de descubrirle y contemplarle! ¿Dónde?

Fray Pablo Jaramillo, OFMCap
Puebla de Los Ángeles, 22 de diciembre de 2018.

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