Piensa siempre en Cristo y espera su llegada

Del libro de san Ambrosio, obispo, sobre la virginidad
(Cap. 12, 68. 74-75; 13, 77-78: PL 16 [edición 1845], 281. 283. 285-286)CON LA CLARIDAD DE TU MENTE ILUMINAS LA GRACIA DE TU CUERPO
Tú, una mujer del pueblo, una de entre la plebe, una de las vírgenes, que, con la claridad de tu mente, iluminas la gracia de tu cuerpo (tú que eres la que más propiamente puede ser comparada a la Iglesia), recógete en tu habitación y, durante la noche, piensa siempre en Cristo y espera su llegada en cualquier momento. Así es como te deseó Cristo, así es como te eligió. Abre la puerta, y entrará, pues no puede fallar en su promesa quien prometió que entraría. Échate en brazos de aquel a quien buscas; acércate a él, y serás iluminada; no lo dejes marchar, pídele que no se marche rápidamente, ruégale que no se vaya. Pues la Palabra de Dios pasa; no se la recibe con desgana, no se la retiene con indiferencia. Que tu alma viva pendiente de su palabra, sé constante en encontrar las huellas de la voz celestial, pues pasa velozmente. Y, ¿qué es lo que dice el alma? Lo busco, y no lo encuentro; lo llamo, y no responde. No pienses que le desagradas si se ha marchado tan rápidamente después que tú le llamaste, le rogaste y le abriste la puerta; pues el permite que seamos puestos a prueba con frecuencia. ¿Y qué es lo que responde, en el Evangelio, a las turbas cuando le ruegan que no se vaya? También a los otros pueblos tengo que anunciarles el reino de Dios, para eso me han enviado. Y, aunque parezca que se ha ido, sal una vez más, búscale de nuevo. ¿Quién, sino la santa Iglesia, te enseñará la manera de retener a Cristo? Incluso ya te lo ha enseñado, si entiendes lo que lees: Apenas los pasé, encontré al amor de mi alma: lo abracé; y ya no lo soltaré. ¿Con qué lazos se puede retener a Cristo? No a base de ataduras injustas, ni de sogas anudadas; pero sí con los lazos de la caridad, las riendas de la mente y el afecto del alma.
Si quieres retener a Cristo, búscalo y no temas el sufrimiento. A veces se encuentra mejor a Cristo en medio de los suplicios corporales y en las propias manos de los perseguidores. Apenas los pasé; dice el Cantar. Pues, pasados breves instantes, te verás libre de los perseguidores y no estarás sometida a los poderes del mundo. Entonces Cristo saldrá a tu encuentro y no permitirá que durante un largo tiempo seas tentada. La que de esta manera busca a Cristo y lo encuentra puede decir: Lo abracé, y ya no lo soltaré; hasta meterlo en la casa de mi madre, en la alcoba de la que me llevó en sus entrañas. ¿Cuál es la casa de tu madre y su alcoba, sino lo más íntimo y secreto de tu ser? Guarda esta casa, limpia sus aposentos más retirados, para que, estando la casa inmaculada, la casa espiritual fundada sobre la piedra angular, se vaya edificando el sacerdocio espiritual, y el Espíritu Santo habite en ella. La que así busca a Cristo, la que así ruega a Cristo no se verá nunca abandonada por él; más aún, será visitada por él con frecuencia, pues está con nosotros hasta el fin del mundo.

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