PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO




HOMILÍA PRIMER DOMINGO DE ADVIENTO C
Jeremías 33,14-16; I Tesalonicenses 3,12-4,2; Lucas 21,25-28.34-36

Queridos hermanos y hermanas: ¡Feliz Año Nuevo! Con esta celebración estamos dando comienzo al nuevo año litúrgico 2018-2019 dentro de la Iglesia Cristiana Católica, ha de ser para nosotros un gozo, un regocijo, una alegría el poder ser testigos de acontecimientos tan maravillosos como el ponernos nuevamente en camino para renovar nuestra Fe con la espera del Salvador. Hemos bendecido y encendido la primero luz de la Corona de Adviento, esto indica que en este camino emprendido no vamos solos, hay una luz que nos ilumina. La luz de la fe, pero también la luz de los demás, la luz de nuestras buenas obras, pero sobre todo la luz de la vigilia y la oración, que son dos elementos esenciales para este tiempo de adviento.
El evangelio que nos conducirá al encuentro del Señor en este tercer año del ciclo litúrgico trienal, es el de Lucas. Evangelio en el que la tradición cristiana ha querido con alegría resaltar algunas características especiales: es el Evangelio de la misericordia. Es el Evangelio de los pobres (por la especial atención a la dimensión social de la predicación de Cristo). Es el Evangelio de la oración, del Espíritu Santo. Es, además, el Evangelio donde aparece más clara la preocupación histórica. No perdamos de vista que en el prólogo, el autor, nos habla de sus fuentes y de las anteriores “investigaciones cuidadas” de la redacción de su Evangelio. También de continuo, muchas veces él se preocupa de indicar las coordenadas históricas y geográficas, dentro de las que se desarrolla el ministerio terreno de Cristo. 
Po otro lado, la liturgia, en sus lecturas nos empuja hoy a mirar hacia delante, nos pone en esta de espera, como hace puntualmente al inicio de cada año. Iniciamos con el gran recuerdo de la promesa del Señor a la casa de Israel y a la casa de Judá. Yavé hace su alianza con todos y solamente aquellos que no quieran vivir en esta alianza se apartarán de ella, sin embargo Dios es fiel a su promesa. La alianza de Dios se basa en su promesa, la promesa de suscitar un vástago, un renuevo, un retoño, una persona nueva, descendiente de David, es decir, por medio del cumplimiento de esta promesa llegará al hombre la salvación. Estamos en espera, el corazón se dilata y la angustia crece y se va haciendo cada vez más grande e impronta, no es una angustia de miedo, sino la que genera el encuentro con Alguien grande, trascendente, igual a nosotros pero totalmente distinto. La espera nos llena de esperanza, porque sabemos que con su venida se cumplen las promesas y al cumplirse las promesas de Dios, el Reino nos alcanza a todos.
Lo característico de esta esta llegada será la vivencia del Amor mutuo, y la permanencia en la alianza hará de todos y cada uno de nosotros custodios de nuestros propios corazones y de los corazones de los demás para presentarnos ante su llegada santos e irreprochables en espera de la llegada definitiva de Jesucristo. Algo muy importante: es necesario agradar a Dios, estar atentos a sus enseñanzas, para ello es necesario cultivar el espíritu de oración y devoción, esto significa ser vigilantes, estar atentos a las mociones del espíritu. Estar disponibles, dedicar tiempo a Él. Olvidarnos de lo superfluo, de lo llamativo, de lo que deslumbra pero no ilumina. Estamos en el tiempo del Adviento, no en tiempo de Navidad, esto significa que hemos de profundizar en este tiempo tan hermoso que nos prepara a celebrar uno de los máximos acontecimientos en nuestra vida de Fe. Nuestra vida de Fe, nuestra Historia de Salvación cuenta con dos acontecimientos únicos, trascendentales: La Encarnación, es decir el Nacimiento del Hijo de Dios y la Pascua del Señor, que por medio de su Pasión, Muerte y Resurrección el Verbo hecho carne lleva a plenitud la salvación de la humanidad. Por eso prepararnos para la Navidad significa actitud de espera, en esta espera, realizada con la venida del Mesías, el pasaje evangélico ofrece un horizonte y un contenido nuevo, que es el retorno glorioso de Cristo al final de los tiempos: “Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad”. Nuestra espera no es infructuosa, no carece de sentido, sino que alienta nuestra experiencia de fe, para vivir anhelando esta venida que se transformara en encuentro alegre y gozoso. No podemos detenernos, vamos iniciando un camino y el Salmo responsorial nos invita a proyectarnos hacia delante, a lanzar una vez más el alma hacia lo alto, a atrevernos a andar los caminos que el Señor nos descubre día a día. Así pues, nuestra Madre la Iglesia, por medio de la liturgia te invita a ponerte nuevamente en camino, a renovar la capacidad de esperar, pero no de esperar el mejor regalo para navidad, no de esperar el aguinaldo, ni tampoco el ciclo vacacional, sino a esperar al Salvador. Cuánta necesidad tenemos en la actualidad de Él. 
Es necesario saber esperar pacientemente, como la espiga de trigo se endereza después de cada golpe de viento, así nosotros hemos de volver a esperar en contra de toda desesperanza. Nosotros tenemos necesidad de esperar para vivir. ¡Vivir y esperar! ¿Qué es el hombre en su realidad existencial más profunda sino la capacidad de esperar, de proyectarse hacia el futuro o, como dicen los filósofos, de trascenderse? Es muy verdadero, también en el plano humano, lo que afirma san Pablo: “La esperanza no falla” (Rom 5,5) ¡Nunca¡
Queridos hermanos, y hermanas, normalmente cuando hablamos de la esperanza, enseguida estamos diciendo o proyectando que esperamos algo de Dios, sin embargo, hoy quiero decirte a Ti, es Dios quien espera algo de Ti. Es Dios quien espera algo de nosotros; al inicio de cada nuevo año litúrgico, Dios vuelve puntualmente a esperar que este será año bueno, la vez nueva. ¿Bueno para qué? Pues, es claro: ¡para nuestra conversión! ¿Cuántos son los años que Dios espera y atiende esto de nosotros? Así, también Dios conoce la esperanza y espera tu vuelta a Él. Espera que le prepares realmente un lugar digno dónde pueda nacer, habitar y quedarse. ¿Serás capaz de corresponder y finalizar esta espera de Dios? ¿Será este año bueno para Dios? ¿El año en el que coronaremos su espera a nuestro respecto convirtiéndonos en serio, pensando un poco en verdad sobre nuestra salvación? Lo más importante en esta vida no es lo que esperamos de Dios, sino que Dios obtenga lo que espera de nosotros. Él tiene la vida eterna para completar en un momento todas nuestras esperas. 





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