TERCER DOMINGO DE ADVIENTO


HOMILIA TERCER DOMINGO DE ADVIENTO “C”
Sofonías 3,14-18a; Filipenses 4,4.7; Lucas 3,10-18

Queridos hermanos y hermanas, el domingo tercero de Adviento que estamos celebrando hoy, está todo repleto del tema de la alegría. Se llama tradicionalmente domingo “gaudete”, que significa, el domingo de la alegría, esto se debe a las palabra se San Pablo en la segunda lectura: Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres”.
¡Cuánta necesidad tenemos hoy de esta buena noticia! ¡Cuánta necesidad de una verdadera, auténtica, profunda y duradera alegría! El ser humano ha puesto su confianza en los vienes pasajeros, pensando que solamente así sería feliz. Pareciera que el Dios de la esperanza, el Dios de la alegría, el Dios de la fidelidad y de la salvación coartara su libertad y su alegría. Hemos creído que estando lejos de Dios seríamos felices. No ha sido así.
Sin embargo, Dios ha querido que la Historia de la Salvación, es decir, historia humana tan saturada de llanto, de dolor y de sufrimiento, estuviese acompañada por Dios, y por lo tanto por un anuncio de felicidad. Este anuncio de felicidad, de esperanza, de alegría en primer fue pronunciado al Pueblo de Israel, el Pueblo de la Alianza. Un pueblo, que en medio de todos los demás pueblos de la tierra se ha convertido en portador de una promesa, de una antorcha de luz y de alegría.
El Pueblo Elegido, el Pueblo de Israel, antes de Jesús, fue el depositario de esta alegre promesa. Por eso, la primera lectura nos remite precisamente a la historia y misión de aquel Pueblo por boca del profeta Sofonías que es quien le recuerda la confianza que el señor ha puesto en Él por ser el Pueblo elegido, el Profeta intenta nuevamente despertar en él la alegría, la esperanza, la valentía, el impulso y desafío para continuar siendo signo de esperanza para los demás pueblos: “(Canta) Regocíjate, hija de Sión, grita de júbilo, Israel; alégrate y gózate de todo corazón, Jerusalén. 
Regocíjate, canta, grita de júbilo, alégrate, goza, no temas. En el salmo responsorial, se descubre la alegría desbordante porque: “Mi fuerza y mi poder es el Señor, él fue mi salvación. Y sacarán agua con gozo de la fuente de la salvación… Griten jubilosos habitantes de Sión”. (Isaías 12,2-3.6).
Desde luego, que después de la llegada de Jesús, este pueblo, que es signo de alegría entre las naciones, ya no lo es, ni genera alegría solamente en su pueblo, ni en el Pueblo elegido, sino también para la comunidad cristiana, y para toda la humanidad. 
Siempre y en todo momento la Palabra de Dios genera alegría, esperanza, regocijo. La primera palabra de parte de Dios, que dice el ángel a María, la nueva “hija de Sión”, es “Alégrate, llena de gracia” (Lucas1,28). ¿Qué es lo que genera la alegría? La gracia del Señor, la gracia de Dios, su presencia, su trascendencia, su infinitud que se revela a la humanidad. No se trata de cualquier anuncio, no se trata de la alegría porque van a subir los salarios, o porque van a dar el doble de pensión a los jubilados. Tampoco se trata de la alegría de estar bien, es decir, sin ausencia de problemas. ¡No! Se trata de la alegría que Dios genera en Ti por su presencia en tu vida. En la medida en que Tú le aceptes a Dio, lo hagas partícipe de tu vida, de tus proyectos, de tus anhelos, o más todavía, en la medida en que formes parte del proyecto que Dios tiene para Ti, en esa media será tu alegría tu regocijo, tu felicidad. María le dijo “Sí” al proyecto que Dios tenía para Él, y no hay en el mundo ni la habrá nunca una mujer de la medida de la Santísima Virgen María, aunque ella se autodenomine la “Humilde Sierva del Señor”. Te das cuenta de la gran diferencia que hace que verdaderamente seas feliz. Simplemente, dejar de lado tu proyecto y abrazar el de Dios.
San Pablo nos invita a la alegría a todos, sin que nadie quede rezagado, marginado, eliminado. Todos, absolutamente todos estamos llamados a ser felices, porque la felicidad es la gloria de Dios, por eso la exhortación a la alegría se extiende a todos los hombres y mujeres de todos los tiempos, pero de manera concreta hoy a Ti, sí a Ti que vienes a encontrarte con el Señor con toda tu realidad, sea cual sea, atrévete a ser feliz. Atrévete a aceptar al Señor en tu vida, en tu corazón y verás los resultados, escucha y pon atención: “Estén siempre alegres en el Señor; se lo repito, estén alegres”.
Yo sé que muchos de ustedes han de estar pensando, sí, claro, como usted no está pasando por tal o cual situación, por eso se le hace muy fácil estar alegre, ser feliz. Quiero decirte algo, la alegría no depende de las circunstancias, sino de la presencia de Dios en la propia vida. Solamente una cosa nos ha de generar tristeza, y es la de no ser santos, la de no ser llenos de gracia, pero hoy el Señor te invita a ser feliz, a alegrarte por encima de cualquier circunstancia.
El Adviento ha de generar en todos una alegría única, sin par, porque es a través del Adviento como nos preparamos a la venida del Señor. A la venida definitiva, por eso la alegría ha de ser desbordante, porque esperamos el Domingo sin ocaso, que es la vida eterna; ante esta realidad, es necesario generar, o mejor dicho, dejar que el Espíritu de Dios genere en nosotros una alegre esperanza. Hemos de estar alegres simplemente por el hecho de esperar, San Pablo, en la carta los Romanos nos dice que los cristianos debemos estar “con la alegría de la esperanza” (Romanos12,12). ¡Cómo no estar alegres si el Señor viene a nuestro encuentro!
Sin embargo, para estar plenamente alegres, además de la alegría que genera la esperanza, es necesaria la Caridad, es decir, ser amados y amar. El amor es el verdadero generador de alegría. San Pablo, en la carta a los Gálata nos dice que la alegría es fruto del Espíritu Santo (Gálatas5,22). ¡Claro! Por eso ahora podemos entender la alegría de la Virgen María, porque quedó llena del Espíritu Santo, fue el Espíritu Santo quien la alegró, la regocijó, llenó de felicidad. Pero además el mismo San Pablo, nuevamente en la carta a Los Romanos no revela que el reino de Dios es “gozo en el Espíritu Santo” (Romanos14,17). Con razón, ahora entendemos por qué hemos de alegrarnos en el Señor, y no en este mundo materialista, consumista, hedonista que pasa y desaparece. Es el Espíritu Santo el que nos llena de alegría porque Él es el amor personificado y a quien abrasa hace nacer el amor.
Este amor hoy lo podemos practicar de manera muy concreta, y desde ahora, para siempre ¿cómo? Compartiendo generosamente lo que somos y lo que tenemos, siendo honestos, justos, transparentes y solidarios. En una palabra: practicando las obras de misericordia. No olvidemos hermanos y hermanas que no solamente es cuestión social, sino unción e impulso del Espíritu Santo en nosotros que nos impulsa a salir de nuestra comodidad, de nuestro letargo, de nuestra anestesia solapada, para ir al encuentro del que viene y de mi hermano que está siempre conmigo. “Alégrense en el Señor, se lo repito, estén siempre alegres”.
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.  
Puebla de los Ángeles 15 de diciembre de 2018.

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