"Con cuánta ingratitud es pagado mi amor por los hombres"
5 de marzo
Escuche, padre
mío, los justos lamentos de nuestro dulcísimo Jesús: «¡Con cuánta ingratitud es pagado mi amor por los hombres! Sería menos
ofendido por ellos si los hubiera amado menos. Mi Padre no quiere soportarlos
más. Yo quisiera dejar de amarlos pero… (y aquí Jesús
guarda silencio y suspira; y después continúa) pero, ¡ay de mí!, ¡mi corazón está hecho para amar! Los hombres
ruines y perezosos no hacen ningún esfuerzo por vencer las tentaciones; o, lo
que es más grave, se deleitan en sus iniquidades. Las almas más predilectas
para mí, puestas en la prueba, me fallan; los débiles se dejan llevar por el
desánimo y la desesperación; los fuertes se van relajando poco a poco.
Me dejan en las iglesias solo de noche, solo de día. Ya no se preocupan
del sacramento del altar; no se habla nunca de este sacramento de amor; e
incluso aquellos que hablan de esto, ¡ay de mí!, con qué indiferencia, con qué
frialdad lo hacen.
Mi corazón es olvidado; nadie se preocupa ya de mi amor; yo estoy
siempre afligido. Mi casa se ha convertido para muchos en un lugar de
diversión; también para mis ministros, que yo siempre he mirado con
predilección, que he amado como a la
pupila de mis ojos; ellos deberían confortar mi corazón lleno de amarguras;
ellos deberían ayudarme en la redención de las almas. En cambio, ¿quién lo creería?,
de ellos debo recibir ingratitudes y olvidos. Veo, hijo mío, a muchos de éstos
que… (aquí se calló, los sollozos le cortaron la voz, lloró
en secreto) que, bajo hipócritas
apariencias, me traicionan con comuniones sacrílegas, despreciando las luces y
las fuerzas que continuamente les regalo…».
Jesús continuó
todavía lamentándose. Padre mío, ¡cómo me hace sufrir ver llorar a Jesús! ¿Lo
ha experimentado también usted?
«Hijo
mío - continuó Jesús -,
tengo necesidad de víctimas para calmar la ira justa y divina de mi Padre;
renuévame la ofrenda de todo tu ser, y hazlo sin reservarte nada».
El sacrificio
de mi vida, padre mío, se lo he renovado; y, si siento en mí algún sentimiento
de tristeza, éste tiene lugar al contemplar al Dios de los dolores.
Si le es
posible, trate de encontrar almas que se ofrezcan al Señor en calidad de
víctimas por los pecadores. Jesús le ayudará.
(12 de marzo de 1913, al P. Agustín de San Marcos in Lamis – Ep. I, p.
341)
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