Despójate del hombre viejo
24 de marzo
Es necesario que el cristiano se libere de todos estos vicios, si quiere vivir según el espíritu de Jesucristo. Ahora bien, todos estos vicios y todos estos pecados conforman el hombre viejo, el hombre terreno, el hombre carnal; precisamente de este hombre quiere el apóstol que se despoje el cristiano: «Despojaos del hombre viejo con sus obras». El cristiano, por consiguiente, muerto y resucitado con Jesús por el bautismo, se debe esforzar siempre por renovarse y perfeccionarse, contemplando las verdades eternas y la voluntad de Dios; en resumen, debe empeñarse por adquirir la semejanza del Señor que lo creó.
A eso nos obliga la perfección cristiana, a eso nos urge el apóstol con la sapientísima expresión: «Revestíos del hombre nuevo, que se va renovando por el conocimiento de la verdad, según la imagen de su Creador». Pero, ¿quién es ese hombre nuevo del que habla aquí el apóstol? Es el hombre santificado por el bautismo que, según los principios de la santificación, debe vivir «en santidad y en justicia verdadera».
Nosotros, pues, cristianos, somos imagen de Dios por dos motivos: por naturaleza, es decir, porque estamos dotados de inteligencia, de memoria y de voluntad; y por gracia, en cuanto que hemos sido santificados en el bautismo, que imprime en nuestra alma la preciosa imagen de Dios. Sí, querida mía, la gracia santificante imprime de tal modo la imagen de Dios en nosotros que llegamos a ser también nosotros casi un Dios por participación; y, para usar la hermosa expresión de san Pedro, «Para que lleguemos a ser partícipes de la naturaleza divina».
Mira, hermana mía, qué grande es nuestra dignidad. Pero somos grandes a condición de que conservemos la gracia santificante; pero, ¡ay de mí!, qué abyecto se vuelve uno cuando pierde esa gracia. Nuestra abyección es inferior, estoy por decir, a la de las bestias del campo. Todo desaparece, todo se pierde ante el pecado.
(16 de noviembre de 1914, a Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 226)
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