Si los hombres pudieran comprender este martirio


1 de marzo

Toda falta, aún mínima, que cometo, es para el alma una espada de dolor que le traspasa el corazón. En ciertos momentos me veo empujado a exclamar como el apóstol, si bien, ¡ay de mi!, no con la misma perfección: «Ya no soy yo quien vive», pues siento que hay alguien en mí.

Otro efecto de esta gracia es que mi vida se está convirtiendo en un cruel martirio; y sólo encuentro consuelo al resignarme a vivir por amor de Jesús; aunque, ¡ay de mí!, padre mío, también en este consuelo la pena que siento en ciertos momentos es insoportable, porque el alma querría que la vida entera estuviera sembrada de cruces y de persecución.

Los mismos actos naturales, como serían el comer, el beber, el dormir, son para mí muy penosos. El alma, en este estado, gime porque las horas transcurren muy lentas para ella. Al término de cada jornada, se siente como aligerada de un grave peso y muy aliviada; pero al momento vuelve a recaer en una profunda tristeza, al pensar que le quedan muchos días de destierro; y es precisamente en esos momentos cuando el alma quiere gritar: «¡Oh vida, ¡qué cruel eres para mí!, ¡qué larga eres! ¡Oh vida, que ya no eres vida para mí sino tormento! ¡Oh muerte, no sé quién puede tenerte miedo, ya que por ti se nos abre la vida!».

Antes de que el Señor me favoreciera con esta gracia, el dolor de mis pecados, la pena que sentía al ver al Señor tan ofendido, la plenitud de los afectos que sentía por Dios, no eran tan intensos como para hacerme salir de mí mismo, y, a veces, pareciéndome insoportable este dolor, me llevaban a desahogarme con gritos agudísimos, sin poder contenerme. Pero después de esta gracia, el dolor se ha hecho aún más agudo, hasta parecerme que el corazón salta de un lado a otro.

Ahora me parece que comprendo cuán duro fue el martirio de nuestra queridísima Madre, cosa que antes no me había sido posible. ¡Oh, si los hombres pudieran comprender este martirio! ¿Quién lograra sufrir con nuestra tan querida corredentora? ¿Quién le negaría el bellísimo título de «reina de los mártires»?

(7 de julio de 1913, al P. Benedicto de San Marcos in Lamis – Ep. I, p. 381)

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