"El corazón de Jesús y el mío, se fusionaron"
16 de abril
¿Cómo podré
narrar las nuevas victorias de Jesús en mi alma en estos días? Me limito a
contarle lo que me sucedió el martes pasado. ¡Qué gran fuego encendido sentí en
mi corazón ese día! Pero sentí también que este fuego fue encendido por una
mano amiga, por una mano divinamente celosa. […].
Terminada la
misa, me entretuve con Jesús dándole gracias. ¡Oh, qué suave fue el coloquio
con el paraíso que tuve en aquella mañana! Fue tal que, aun intentando decirle
todo, no podría conseguirlo; hubo cosas que no se puede traducir a un lenguaje
humano, sin que pierdan el sentido profundo y celeste. El corazón de Jesús y el
mío, permítame la expresión, se fusionaron. No eran ya dos corazones que
palpitaban, sino uno solo. Mi corazón había desaparecido como una gota de agua
que se disuelve en el mar. Jesús era el paraíso, el rey. La alegría en mí era
tan intensa y tan profunda que no me pude contener más; las lágrimas más
deliciosas me llenaron el rostro.
Sí, padre mío,
el hombre no puede comprender que, cuando el paraíso se derrama en un corazón,
este corazón afligido, exiliado, débil y mortal, no lo puede soportar sin
llorar. Sí, lo repito, la alegría que llenaba mi corazón fue tal que me hizo
llorar largo y tendido.
Esta visita,
créame, me reconfortó del todo.
(18 de abril de 1912, al P. Agustín de San Marco en Lamis – Ep. I, p.
272)
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