La Luz de Cristo brille en tu corazón
11 de julio
Tengamos el
pensamiento orientado continuamente hacia el cielo, nuestra verdadera patria,
del que la tierra no es más que imagen, conservando la serenidad y la calma en todos
los sucesos, sean alegres o tristes, como corresponde a un cristiano, y más a
un alma formada con especial cuidado en la escuela del dolor.
En todo esto
te estimulen siempre los motivos que da la fe y los ánimos de la esperanza
cristiana; y, comportándote así, el Padre del cielo endulzará la amargura de la
prueba con el bálsamo de su bondad y de su misericordia. Y es a esta bondad y
misericordia del Padre celestial a la que el piadoso y benéfico ángel de la fe
nos invita y nos urge a recurrir con una oración insistente y humilde, teniendo
la firme esperanza de ser escuchados, porque confiamos en la promesa que nos
hace el Maestro divino: «Pedid y
recibiréis; buscad y encontraréis; llamad y se os abrirá… Porque todo lo que
pidáis al Padre en mi nombre se os dará».
Sí, oremos y
oremos siempre en la serenidad de nuestra fe, en la tranquilidad del alma,
porque la oración cordial y fervorosa penetra los cielos y encierra en sí una
garantía divina.
(24 de junio de 1915, a
Raffaelina Cerase – Ep. II, p. 452)
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