Ábrele el oceáno de tu corazón...


28 de febrero

Sean precavidas para no hablar nunca con otras personas, a excepción de su director y de su confesor, de aquellas cosas con las que el buen Dios las va favoreciendo. Dirijan siempre todas sus acciones a la gloria de Dios, exactamente como quiere el apóstol: «Ya comáis, ya bebáis, ya hagáis cualquier otra cosa, hacedlo todo para gloria de Dios». Vayan renovando esta santa intención de tanto en tanto. Examínense al final de cada acción; y, si descubren alguna imperfección, no se turben por ello; pero avergüéncense y humíllense ante la bondad de Dios; pidan perdón al Señor y suplíquenle que las preserve de esa falta en el futuro.

Renuncien a toda vanidad en sus vestidos, porque el Señor permite las caídas de estas almas en esas vanidades.

Las mujeres que buscan las vanidades de los vestidos, no podrán nunca vestirse de la vida de Jesucristo, y pierden los adornos del alma tan pronto como entra este ídolo en sus corazones. Su vestido esté, como quiere san Pablo, decente y modestamente adornado; pero sin cosidos de pieles, sin oro, sin perlas, sin prendas preciosas que suenen a riqueza y suntuosidad.
 

(2 de agosto de 1913, al P. Agustín de San Marcos in Lamis – Ep. I, p. 396)
 
 
Tanto el confesor como el director espiritual es la persona que Dios ha puesto en el mundo para que favorezca el estado humilde, sencillo, apasionado y puro de tu alma que es ese templo purísimo del Padre del Hijo y del Espíritu Santo. Por eso mi querido hijo, mi querida hija empéñate siempre y cada vez más en el anhelo de cultivar una confesión frecuente y profunda. Confiesa no sólo los pecados cotidianos sino aquellos que te avergüenzan y por eso no los confiesas y te hacen sufrir tanto. Tras la confesión frecuente ofrece alegremente al Señor de la Misericordia y de su infinito perdón y amor que te ha manifestado la penitencia que tu confesor haya tenido a bien imponerte. Acude con frecuencia y con presteza a tu director espiritual. Ábrele el océano de tu corazón cual libro abierto ante Dios, y él sabrá  orientarte sabia y prudentemente bajo la acción del Espíritu Santo por el camino correcto que te conduzca a la felicidad. Renuncia a todo aquello que te hace mal en el alma y en el cuerpo y en cambio abraza todo lo que por gracia de Dios te hace crecer humana y santamente. Amen.

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