No eches a la basura tu tristeza...
20
de febrero
Jesús, el hombre de los dolores, querría que todos los
cristianos le imitaran. Ahora bien, Jesús me ofreció este cáliz también a mí; y
yo lo acepté; y he aquí por qué no me priva de él. Mi pobre sufrir no sirve para
nada; pero Jesús se complace en él, porque lo amó tan intensamente aquí en la
tierra. Por eso, en ciertos días especiales, en los que él sufrió más
intensamente en esta tierra, me hace sentir el sufrimiento incluso con más
fuerza.
¿No debería bastarme esto solo para humillarme y para
buscar vivir escondido a los ojos de los hombres, porque he sido hecho digno de
sufrir con Jesús y como Jesús?
¡Ah!, padre mío, siento que mi ingratitud a la
majestad de Dios es demasiado grande.
(1
de febrero de 1913, al P. Agustín de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 334)
El dolor y el
sufrimiento son características en la vida de la persona que muchas veces no
logramos entender. Sin embargo el modelo de dolor y de sufrimiento, lo tenemos
en “El Varón de dolores” Cristo el Señor, nuestro Dios y nuestro Salvador. Es verdad
que Él abrazó el sufrimiento desde los inicios de su vida y quiere que todos
los hombres y mujeres de este mundo le imitemos no con un sentido masoquista,
enfermizo y hasta delirante del sufrimiento, sino abrazando todo aquello que
nos acontece día a día y que hemos de aceptar como la voluntad de Dios. Digo,
mis queridísimos hijos, entiéndanme bien, digo que hay que saber sufrir, no que
hay que buscar el sufrimiento, salvo aquellas almas que Dios mismo ha destinado
para eso y, a las cuales el Espíritu Santo les inspira la forma de sufrir y la
paz y la fortaleza para hacerlo. Pues bien mis queridos hijos, tanto en abrazar
el dolor y el sufrimiento que no nos causamos sino que nos viene a visitar, o
incluso a hospedarse en nuestra casa, tanto en el dolor y el sufrimiento que
las almas elegidas experimentan por medio de las penitencias a las que someten
su cuerpo, ambos han de ser dolor y sufrimiento redentores. Aquí es donde no
hay una pisca de masoquismo, sino de hacer la divina voluntad de Dios que tanto
ha amado a los hombres. Cuando se le encuentra el sentido redentor, salvador y
de conversión tanto personal como familiar, comunitaria o eclesial, entonces es
un sufrimiento que vale la pena vivir, abrazar y ofrecer. Recuerda pues no
echar a la basura tu tristeza, tu dolor, tu sufrimiento, sino ofrécelos a Dios
juntamente con todos los dores y sufrimientos de todos los hombres y mujeres
del mundo aunados a los de su Hijo Jesucristo por la salvación de la humanidad
y la conversión de los pecadores y verás el profundo valor de tu aportación.
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