Torrente imposible de contener!
10
de febrero
Es ya el momento de confesarlo: nosotros somos
miserables, ya que es poco el bien que podemos practicar. Pero Dios, en su
bondad, se compadece de nosotros, llega a complacerse también de ese poco, y
acepta la preparación de nuestro corazón. Pero, ¿en qué consiste esta
preparación de nuestro corazón? Según la palabra divina, Dios es infinitamente
más grande que nuestro corazón, y éste supera a todas las otras realidades cuando,
dejando aparte el preocuparse de sí mismo, prepara el servicio que debe ofrecer
a Dios; es decir, cuando acepta el compromiso de servir a Dios, de amarlo, de
amar al prójimo, de observar la mortificación de los sentidos externos e
internos, y otros buenos propósitos.
Durante ese tiempo, nuestro corazón se prepara y
dispone sus obras para un grado eminente de perfección cristiana. Todo esto, mi
buena hija, no es en modo alguno proporcionado a la grandeza de Dios, que es
infinitamente más grande que todo el universo, que nuestras capacidades, que
nuestras acciones externas. Una inteligencia que considere esta grandeza de
Dios, su bondad y su dignidad inmensa, no puede dejar de ofrecerle grandes
preparativos.
Que esta preparación le presente un cuerpo mortificado
sin rebelión alguna; una atención a la plegaria sin distracciones voluntarias;
una dulzura grandísima al hablar sin amargura; una humildad sin sentimiento
alguno de vanidad. He aquí, hija mía, unos buenos preparativos. Es verdad que
hay quienes no ven que serían necesarios preparativos mucho mayores para servir
a Dios; pero es necesario también encontrar a quien pueda realizarlos; porque,
cuando nos disponemos a ponerlos en práctica, es fácil detenerse, viendo que en
nosotros estas perfecciones no pueden ser ni tan altas ni tan absolutas.
Se puede mortificar la carne, aunque no del todo, ya
que siempre habrá alguna rebelión. Nuestra atención será interrumpida a menudo
por las distracciones. Pero, ante todo esto, ¿convendrá inquietarse, turbarse,
preocuparse y afligirse? De ningún modo.
3
de marzo de 1917, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 678)
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