El Don de Sí mismo!



Panes y Peces

Queridos hermanos y hermanas! Hoy en el cuarto día de la novena dedicada a la inmaculada Concepción, Madre de Jesucristo y Madre nuestra el Señor nos invita a recapacitar en el magnífico don que siempre nos hace y que llegará a su plenitud y a su culmen el día que estemos con él cara a cara. El don de Sí mismo anunciado en la primera lectura de hoy y llevado a su plenitud en el evangelio de Mateo. Isaías nos describe el banquete del Señor de manera maravillosa, esplendida y gratuita. Será acaso que la universalidad que brota del amor de Dios desde el momento de la creación del mundo retomará su curso y, a esto se deba  que invita a todos los pueblos? De hecho, hasta la muerte será derrotada, la vida brotará cargada de esperanza, de frescura y de alegría.  Este banquete se celebrará en el Monte sagrado. Si nosotros nos remontamos a la historia de la creación, podremos recordar que “todo lo que Dios había hecho, lo hizo bueno”. Con este festín, el universo entero con el ser humano al centro vuelve a su esencia. Vuelve a entrar en contacto con Dios y a tener una relación perfecta porque es Dios mismo el que prepare la fiesta. Sí la fiesta de la restauración total del universo, expresión de la salvación que Dios realiza a través de la misericordia que tiene con la humanidad entera. Por eso la imagen que se nos presenta es la de la fiesta y concretamente la de la comida y la bebida. La comida y el vino son imagen de la presencia y la manifestación plena y total de Dios a los comensales y la liberación de los males físicos y de la muerte. Los invitados vivirán siempre con el Señor una vida sin dolor ni lágrimas. Es en definitiva la llegada del Reino de Dios.

Dios ama al ser humano intensamente. Lo ha amado siempre y por amor lo creó,  por eso le busca constantemente y le invita a participar de su misma vida divina, de su misma mesa, de Él mismo. Pero esta invitación, gratuita, no es irresponsable. En la invitación de Dios no hay excluidos, pero sí auto-excluidos.  El evangelio nos manifiesta el gran anhelo de Dios, la gran ilusión de Dios ha soñado lo mejor. Dicho sueño lo hace realidad en la persona y en las acciones de Jesús de Nazaret: curando, sanando y dando de comer a los enfermos y hambrientos.

Descubrimos en éste pasaje del Evangelio la humanidad de Jesucristo en los sentimientos de compasión hacia la muchedumbre, y su divinidad, en la realización de los milagros. Pero sobre todo descubrimos su amor y su misericordia para con los que sufre. “Es el amor de Dios que consuela, que perdona y ofrece esperanza.
Me llama la atención esta actitud de “compasión” hacia la muchedumbre que lo acompaña sin pensar en lo que han de comer. Jesús se da cuenta de la situación de esta gente, se apena por ellos y remedia la situación: les da de comer. Y es que la actitud de Jesús con aquél que se le acerca es de amor, de entrega. No hay reclamos, órdenes tajantes, molestia por la “inconciencia” de la muchedumbre que deja todo por seguirle de cerca. Jesús no se resiste donde encuentra un corazón humilde.
Jesús nos muestra como en casi en todos los Evangelios su carácter lleno de sentimientos de pena y lástima por la desgracia o por el sufrimiento ajeno. Siempre nos enseña esa natural inclinación a compadecerse y mostrarse comprensivo ante las miserias y sufrimientos, siempre motivado por un auténtico sentimiento de afecto, cariño y solidaridad hacia aquella gente que estaba cansada y hambrienta, por querer estar en su compañía, es así como sintió una gran compasión y curó a los enfermos que ellos traían. Éstos son signos de que ha llegado el Reino de Dios. Y ustedes y yo somos sujetos de ese reino si verdaderamente nos abrimos para experimentar la gracia y el amor de Dios. ¡Tenemos que dejarnos interpelar por el amor de Dios! Es necesario que despertemos y demos una respuesta concreta a las realidades que hoy nos tocan vivir. No podemos vivir como si estuviésemos dentro de una cápsula, siendo impermeables al amor de Dios y a la caridad y justicia con los hermanos.
¿Cuál es mi actitud ante aquél que se me acerca porque necesita ayuda? ¿Lo acojo, me compadezco de él, y no sólo eso, sino que me adelanto a su necesidad y la resuelvo? O por el contrario, ¿me molesto, me impaciento, me provoca enojo por el tiempo que me quita?… Debo hacer el esfuerzo para que cada día pueda “encarnar” el Evangelio en la vida, buscando imitar las actitudes que Jesucristo mostró. Entonces sí tendré una coherencia de vida, que se reflejará en una paz espiritual.

No se trata simplemente de dar una moneda, un billete a aquellos que nos encontramos incluso fuera de la Iglesia y que se les ha convertido en un modus vivendi, no se trata de eso. Se trata de sacar al otro de su indigencia. Se trata contribuir para que recobre su dignidad, no se trata simplemente de acallar nuestras conciencias para en el fondo seguir actuando de la misma manera.

Cristo Jesús nos recuerda que la perfecta caridad y la verdadera misericordia es aquella que nos conduce al encuentro con el otro, para poder abrazarle y saciar su hambre y su sed de justicia y de paz.

María, la Madre del Amor y nuestra Madre nos invita a ejercitarnos en la prontitud del servicio como ella lo hizo cuando fue a favorecer a su Prima Santa Isabel. Que así nosotros podamos descubrir en nuestros hermanos la posibilidad de hacer más llevadera su vida, su historia y su verdad.

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