Se hacen un solo ser


 
Sagrada Familia de Nazaret Bendice nuestras familias que esperan en Ti
 
Queridos hermanos y hermanas: Feliz Navidad! En este día de gozo, día de alegría, día de esperanza porque un “niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado” estamos celebrando la fiesta de la Sagrada Familia de Nazaret y lo hacemos dentro de un marco muy concreto: “El del Año Jubilar de la Misericordia”. Ciertamente esta Navidad y concretamente esta fiesta  de la Sagrada familia tiene que ser sumamente importante para todos y cada uno de nosotros. Para los esposos ha de significar la gran oportunidad de renovar su compromiso matrimonial de fidelidad y de entrega generosa, derramando amor, misericordia y perdón el uno para con el otro, convirtiéndose así en modelo para sus hijos. Como padres han de ser intachables por la rectitud de conciencia y por el ejemplo de vida que han de dar a sus hijos para que el día de mañana ellos puedan reflejar el amor, la fidelidad y la misericordia generosa que han apreendido de ustedes. Los hijos siempre agradecidos y cariñosos, llenos de amor, ternura, respeto y obediencia a sus padres. En una palabra celebrar la fiesta de la Sagrada Familia es celebrar el amor en el hogar. El amor que no viene simplemente de la atracción física, cuánto de la belleza y transparencia interior.

Es necesario pues que nos preguntemos hoy ¿qué puede haber de común entre la familia de Nazaret y una familia del siglo XXI, una familia post-moderna de hoy? ¿No será atrevido y exagerado el pedir que un hombre y una mujer, es decir los esposos se renueven a tal grado de ser igual que la pareja de Nazaret? Esto sería algo un poco difícil, sobre todo si no hay un verdadero enfoque y conocimiento del verdadero amor. Para empezar tenemos que reconocer que en el matrimonio de José y María falta lo que para toda pareja humana es un elemento constitutivo, esto es, la integración a nivel incluso sexual.

Esto es verdad! Pero, precisamente aquí se inserta la aportación que el ejemplo de la Sagrada familia puede dar hoy a la superación de la crisis matrimonial. Desafortunadamente la crisis que se está viviendo en la actualidad al interior de las familias es terrible: aumentan las separaciones legales y los divorcios; lo más dramático e inquietante es que frecuentemente se trata de uniones apenas iniciadas. Con cuánta frecuencia escuchamos ¡No funcionó, no se dio y nos separamos!

Se suele pensar que para celebrar un matrimonio es necesaria la atracción física y un entendimiento sexual bien aceptado, aunque esto signifique muchas veces una falta de respeto a la dignidad del otro. Con mucha frecuencia las parejas jóvenes piensan que con eso es suficiente, que lo demás vendrá después. Frecuentemente se dejan llevar por la atracción permeada de superficialidad esto conduce al olvido, la traición, una actitud banal del sexo, que muy pronto sobrepasa los estadios de la ternura, del respeto, del encuentro profundo entre dos personas que se han prometido amor y fidelidad eternos. Se dan poco tiempo para el conocimiento recíproco, el silencio, las miradas, los proyectos comunes y los detalles.

No debe de sorprendernos  si, en la prueba de los hechos, este tipo de matrimonio va de inmediato hecho pedazos. ¿Qué decir de los matrimonio de hecho? Esos matrimonios que de las puertas del hogar para fuera se ven aparentemente ejemplares, felices, realizados, solamente para que la sociedad y los hijos piensen que se aman y se respetan eternamente, pero en realidad su vida, su amor y su entrega son una farsa. No existen. ¡Ha! Pero es necesario salvaguardar las apariencias. ¡Cuánto vacío, cuánta falta de respeto y cuánta tristeza de puede vivir a interior de una familia así! En una palabra se centra el matrimonio solamente en lo exterior, en lo aparente. En lo que se ve.

Ante todo lo anterior, la familia de Nazaret puede ser precisamente un reclamo fuerte, contundente y extremo en los valores espirituales que tan frecuentemente faltan hoy entre las  parejas y que son indispensables para formar un matrimonio, que resista en el tiempo; esto es, conocimiento, respeto y estima recíprocos, capacidad de salir de sí mismos y ofrecer y dar perdón, ser compasivos y misericordiosos el uno con el otro, cultivar proyectos e ideales comunes, comunicarse y dialogar profundamente, cultivar los silencios reverenciales y no por enojo. Poner al centro de su matrimonio a Dios a través de la oración en común y de la vivencia práctica de la Fe. Esto es lo que nos quieren manifestar aquellas palabras de María a Jesús cuando lo encuentra en el templo: “Hijo, ¿por qué nos has tratado así? Mira que tu padre y yo te buscábamos angustiados”.

“Tu padre y yo”: puede parecer un detalle simple, sin aparente trascendencia. Sin embargo, por el contrario, conlleva una enseñanza importantísimo: José y María forman un único sujeto. María no se centra únicamente en su angustia, sino también en el sufrimiento de su marido; es más, pone la angustia del marido antes que la suya: “Tu padre y yo”, no “yo y tu padre”.

Casarse significa pasar de la primera persona del singular, “yo”, a la primera persona del plural, “nosotros”. Si no se da este cambio, que confiere una nueva identidad, la unión será sólo superficial y fluctuante.

El matrimonio es más que un pacto, una cohabitación, una unión de sexos. Es un “yo” y un “tu” que se convierten en un “nosotros”. Bíblicamente sería los dos “se hacen una sola carne” (Gn 2,24). “Una sola carne” no quiere decir, en la Biblia, únicamente “un solo cuerpo” sino también “un solo ser”.

Muchas veces me he encontrado con hombres y mujeres que pueden hablar de su vida, incluso personal, hasta más de una hora, sin que se entienda si son o no casados. Siempre “yo,yo,yo”; nunca “mi mujer y yo, mi marido y yo”. Son todavía “individuos”, no han llegado nunca a abrazar y a formarse la nueva identidad de “cónyuges”. Cónyuges, casados: son palabras que nos suenan pasadas de moda, sin ningún sentido actual, porque significan compartir profunda y existencialmente la misma vida, la misma historia, los mismos proyectos. Se trata de estar puestos bajo el mismo yugo.

Queridos esposos, den redescubrir la dimensión profunda, verdadera y maravillosa del matrimonio. ¡El matrimonio cristiano, la unión entre un hombre y una mujer representa los desposorios de Jesús con su Iglesia! Alguien me contó que existe una imagen de Jesús y de maría, la cual representa a Cristo y la Iglesia (aquí representada en María), que son el último modelo, dice San Pablo, de toda unión nupcial (Cfr. Ef 5,32). El esposo, Jesús, tiene su brazo sobre el cuello de la esposa y la esposa tiene la cabeza apoyada sobre el hombro del esposo; mientras, la mano de él sostiene delicadamente la de ella. Aquí se ve cómo debería ser el yugo que une al hombre y a la mujer en el matrimonio, no un yugo impuesto sobre ellos desde el exterior, sino un yugo formado idealmente por ellos mismos, por la unión de sus voluntades, y por ello es “un yugo suave y una carga ligera” (Mt 11,30).

Es necesario pues reflexionar profunda y sabiamente sobre el ser y el hacer de la familia hoy. Que la familia de Nazaret bendiga nuestras familias, nuestros hogares y que todos nosotros seamos capaces de acoger esa bendición comprometiéndonos con el respeto a la vida que inicia en el hogar, cuidado y cultivo de los valores evangélicos teniendo a Dios como centro viviendo profundamente en oración y respeto mutuos compartiendo los valores espirituales y morales que se traducen en santidad para los hijos. Esto es lo que se ha de entender cuando se habla de la familia como una “iglesia doméstica” o de una “pequeña iglesia”: un lugar donde el amor, la ternura, la compasión, la misericordia y el respeto resplandecen por su vivencia y traspasan los muros de nuestras hogares convirtiéndose así por su testimonio en luz para los que están pasando por momentos difíciles. Que la Sagrada Familia de Nazaret Nos bendiga a todos y felicidades a todos y cada uno de ustedes por la vivencia de la fe cristiana en su familia.

Pablo Jaramillo, OFMCap.

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