Fiesta de La Palabra de Dios


III DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO
Ciclo A - 26 de Enero de 2020

Queridos hermanos y hermanas: Paz y Bien.
Hemos concluido la Semana de oración por la unidad de los cristianos, y el Papa Francisco, inspirado por el Espíritu Santo, ha instituido el tercer domingo del tiempo ordinario como el “Domingo de la Palabra de Dios”. Una iniciativa que nace como uno de los muchos frutos del Año Jubilar de La Misericordia. Así pues, hoy es “Domingo de la Palabra de Dios”, porque el Papa Francisco el 30 de septiembre del año 2019, instituyó en la Carta Apostólica: <APERUIT ILLIS> el “Domingo de la Palabra de Dios”, a celebrarse el domingo 3° del tiempo ordinario, y en el número 8 de esta carta nos dice: Jesucristo llama a nuestra puerta a través de la Sagrada Escritura; si escuchamos y abrimos la puerta de la mente y del corazón, entonces entra en nuestra vida y se queda con nosotros. ¡Hermanos, abramos la mente y el corazón!.
El papa hace nuevamente un llamado a todos los fieles de buena voluntad, para que pongamos La Palabra de Dios en el lugar que le pertenece. Sin lugar a dudas, es necesario el estudio, la profundización, la meditación, la oración y la contemplación de La Palabra de Dios, ya que ella es el eje en torno al cual se ha de desarrollar toda nuestra vida. Cada vez es más fácil el acceso a La Palabra, bien sea por medio del Libro Sagrado, bien sea por los medios digitales que están ahora a nuestro alcance. Los círculos bíblicos, así como los grupos donde se estudia y se profundiza la Palabra de Dios siempre han de estar anclados dentro del ambiente comunitario como respuesta precisamente a la gran necesidad que tenemos de conocer más de cerca lo que Dios nos dice a través de su Palabra. No hemos de perder de vista lo que dice San Jerónimo: «La ignorancia de las Escrituras es ignorancia de Cristo» (In Is., Prólogo: PL 24,17).
Jesucristo, el Señor es La Luz Eterna, resplandor de la Gloria del Padre, el Padre vive en una luz inaccesible, por eso la Palabra de Dios es luz que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. Así nos lo manifiesta la primera lectura de este domingo. Si bien es cierto que en el contexto en el que se escribe el libro de Isaías es con referencia al Pueblo de Israel, también es cierto que para nosotros este texto tiene todo el sentido de la revelación ya desde aquellos tiempos de lo que habría de venir: La salvación universal. “El pueblo que caminaba en tinieblas vio una gran luz, sobre los que vivían en tierra de sombras, una luz resplandeció”. Hoy el Evangelio nos invita a reconocer en Jesús, esa gran luz que anunció Isaías en la primera lectura y que tanto hemos buscado y esperado, que tanto necesitamos y que nos inunda de paz, de alegría, de foraleza y de esperanza.
Jesús da inicio a su predicación en un lugar difícil, históricamente envuelto en tinieblas. Es un lugar de misión. La misión consiste en llevar a los que caminan en tinieblas a la luz. Es un lugar inhóspito donde Jesús empieza a predicar la conversión, la vuelta a Dios, la vuelta de las tinieblas a la luz. Porque las tinieblas son símbolo de la nada, del vacío, de la muerte, y muerte puede ser también, vivir en el vacío, en la nada, en la inconsistencia. Sin embargo, la primera y única conversión es la vuelta al Dios de la vida, de la luz y de la paz. Es verdad que hemos de convertinos de nuestra vida de pecado, pero la verdadera conversión es a Dios. Una persona que se vuelve a Dios, deja transformar su vida por la gracia y la acción del Espíritu Santo, por lo tanto se vuelve capaz de abandonar su antigua condición de vida pecaminosa, para llenarse de la gracia y la misericordia de Dios.
Mateo presenta el mensaje iluminador de Jesús en el contexto de la profecía de Isaías: Tierra de Zabulón y Neftalí... Galilea de los paganos... Sobre los que vivían en tierra de sombras una luz resplandeció.
Ya desde el primer momento la luz de Jesús, alegría, liberación, no es sólo para la Judea fiel, sino también para la Galilea de los paganos.
Mateo quiere indicar que Jesús no es solamente el Mesías de Israel, sino también el Salvador del mundo. La salvación universal se hace realidad en todas las personas que aceptan a Jesucristo como su Salvador. Sin embargo, Dios siempre tiene sus caminos y Él busca y espera pacientemente una respuesta de correspondencia a la vida de la Gracia. Su oferta está siempre cerca de todos, al alcance de nuestras manos para transformar la vida en alabanza y gloria para bien de la humanidad. Por eso no hemos de desistir ante este Dios que viene a abrazar nuestra humanidad para divinisarla.
 Hoy, como en tiempos de Jesús, llenan nuestro ámbito humano, nuestro mundo, muchas tinieblas: egoísmo, violencia, infidelidad, dominio, orgullo. ¿Cómo reconocer a Jesús, nuestra luz, quien prometió permanecer entre nosotros hasta el fin de los tiempos? ¿Cómo seguirlo, gozarlo y compartirlo?. El Evangelio nos da algunas claves:
1°- Jesús se acerca a un pueblo que camina en tinieblas, es decir, a un pueblo que sufre, que lucha, que cae y se levanta, que confía más en su misericordia que en la perfección personal.
2°- Para reconocer a Dios en nuestra vida, es importante seguir a Jesús, cada uno en su propia vocación, así como lo hicieron Pedro y Andrés, Juan y Santiago. Seguirlo significa escuchar y creer su Palabra y sobre todo confiar en que siguiéndolo seremos más felices.
Un aspecto central de esa luz de Cristo es su palabra, su predicación. Y el evangelista resume así su mensaje: “Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”.
Contiene esto un anuncio: “Está cerca el Reino de los cielos” y una llamada: “conviértanse”. Este Reino se manifiesta, brilla sí, en la palabra, en las obras, pero sobre todo, en la persona de Cristo hijo de Dios e hijo del hombre. Y el llamado es el imperativo: ¡Conviértanse! Es traducción del término griego –mετανοείτε, que se traduce literalmente: “cambien de mente”. Un auténtico cambio de conducta y de vida, requiere desde el inicio, de un cambio de mentalidad, de forma de pensar. Uno vive como piensa, si no abandono los criterios o modos de pensamiento propios de un mundo que  vive de espaldas a Dios, no me estaré convirtiendo, necesito irlos sustituyendo
por criterios divinos. La conversión no es tan sólo hacer un esfuerzo esporádico por cambiar ciertas conductas pecaminosas, si no vamos a la raíz, al origen de nuestro actuar vicioso y pecaminoso, fracasaremos en el intento por cambiar la conducta equivocada. Un cambio de vida implica cambiar los pensamientos o procesos mentales que nos llevan a obrar el pecado, implica tener la misma mente de Cristo. La conversión es ante todo obra del Espíritu en nosotros, sin embargo, la gracia sin la cual nada podemos necesita ser
acogida, requiere de nuestra continua y decidida acogida y cooperación; continua, porque la conversión nunca termina, es un empeño de toda la vida.
Convertirnos es volvernos a Aquel que es bueno con nosotros, por eso la conversión no es algo triste, sino el descubrimiento de la verdadera alegría, no es dejar de vivir, sino sentirse más vivo que nunca. El camino de la conversión es un sendero gozoso porque va
liberando el corazón de angustias y complicaciones creadas por nuestro afán de dominio y posesión.
“Conviértanse, porque ya está cerca el Reino de los cielos”. “está cerca el Reino de los cielos”. El resultado de la conversión se traduce en vicencia de concordia y fraternidad, reconociendonos todos como unicos y verdaderos hijos de Dios, donde la caridad y las buenas obras se convierten en la bandera de todos los redimidos por la Sangre de Cristo. Que la Palabra de Dios ilumine siempre nuestro sendero, y que todos seamos capaces de iluminar el mundo entero que yace en tinieblas y en sobra de muerte por medio de la luz que hemos recibido el día de nuestro bautismo y que nos hace ciudadanos del Reino.
Que María, La Madre que Custodió la Palabra en su corazón y la dio a Luz en su fidelidad al Señor nos acompañe para que podamos hacer vida en nosotros la Palabra de Dios que nos lanza hasta la vida eterna.
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.
26 de enero de 2020, fiesta litúrgica de La Palabra de Dios.

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