Tanto amó Dios al mundo, que le envió a su Hijo único.
Homilía para el jueves
9 de enero de 2020.
1 Jn 4,19-5,4; Sal 71; Lc 4,14-22
Queridos hermanos
y hermanas, estamos viviendo aún el tiempo de la Navidad, no perdamos de vista
este acontecimiento, ya que poco a poco nos vamos afanando con las cosas del
ritmo de vida cotidiano, y corremos el peligro de dejar pasar por alto este
magno acontecimiento.
La Navidad no la
hacen las luces, ni los regalos, ni las vacaciones, la Navidad es la Encarnación
del Hijo de Dios que haciéndose hombre como nosotros, nos impulsa a vivir como Él.
Esta es una realidad que no podemos negar “Dios nos amó primero” para
enseñarnos verdaderamente cómo hemos de amarnos unos a otros. Todos los que
decimos amar a Dios hemos de amar también a nuestros hermanos, de lo contrario
nos convertimos en unos mentirosos. Hasta cierto punto, teóricamente, es fácil
decir que amamos a Dios, total no le vemos, al mismo tiempo el no viene a decir
si le amamos a no, pero lo que sí se puede poner de manifiesto es el amor a los
hermanos, y esto no es fácil, por un lado porque no podemos engañar, y por otro
porque ellos también puede dar testimonio de nuestro amor o de la falta del
mismo para con ellos. Por eso, desde la Fe en Cristo Jesús como nuestro Mesías,
como nuestro Salvador, también somos impulsados a descubrirnos verdaderos hijos
de Dios para llevar a cabo su voluntad, es decir, para cumplir sus
mandamientos, sabemos perfectamente que los mandamientos se resumen en el amor
a Dios sobre todas las cosas, y en el amor a los hermanos como a nosotros
mismos, de tal manera que descubriéndonos verdaderos hermanos unos a otros, vencemos
al mundo engañoso y egoísta, que nos invita a vivir en el individualismo, en el
hedonismo, pero lo hijos de Dios, vencen al mundo precisamente por Creer en
Dios y amarle sobre todas las cosas, y al prójimo como a sí mismo.
Por eso hoy en el
Evangelio le vemos a Jesús nuevamente manifestándose, es como si continuara la
Epifanía que hemos celebrado el domingo pasado. Y le vemos precisamente siendo
portador del Amor de Dios. Jesucristo continúa manifestándose como Hijo de Dios
e Hijo del Hombre en las diferentes vicisitudes de la vida. Hoy nos hemos
trasladado geográficamente, ayer le veíamos en Betsaida, hoy le vemos en
Nazaret, nada más y nada menos que en la Sinagoga, no está en cualquier parte,
no es como si estuviera en la barca, en la plaza, o en la ribera del Mar de Galilea.
¡No! Está en la Sinagoga de Nazaret, donde había crecido. Ahí se manifiesta. Ahí
descubre quién es y para lo que ha venido. ¿Qué significa esto? ¿Por qué en
Nazaret? Había una guerra, había una Sinagoga, ahí estaba su familia, ahí
estaban “sus hermanos, sus hermanas”, sus familiares. Ahí creció Jesús. Ahí se
formó y se forjó como un buen israelita. Todo aquello no le era ajeno. Ahí surgió
su vocación, ahí fue descubriendo la misión que Dios le había encomendado, una
misión nada fácil. El evangelio de hoy nos manifiesta claramente que en sintonía
con el Espíritu de Dios, Jesús descubre y comprende su misión, ¿por qué? Simplemente
porque se descubre a sí mismo lleno del Espíritu de su Padre que está en el
cielo. Se ve “poseído” por el Espíritu de Dios para llevar a cabo su misión: el
anuncio gozoso y liberador de la Buena Noticia de Salvación a la humanidad
entera, la gracia había alcanzado y permeado al mundo entero, la curación había
llegado a todos, la liberación se extendía del uno al otro confín de la tierra,
Jesús de Nazaret era el signo de esta llegada, de esta presencia del Reino de
Dios. Ahí en Nazaret, en Galilea, donde fue creciendo en edad, sabiduría y
gracia, llega el momento de la manifestación, de la epifanía. Es aquí donde
descubre poco a poco cuál es su misión y de aquí se lanza y lanza al mundo
entero la salvación. Jesús se manifiesta como el Salvador del mundo.
Querido hermano,
querida hermana, te has preguntado alguna vez ¿cuál es la misión que Dios te ha
dado en el mundo, en la Iglesia, en tu familia, en tu trabajo? ¿Cómo la vas
descubriendo? ¿Cómo la realizas?
Porque claro, el
Evangelio que es Jesucristo mismo debe tener un impacto profundo en tu vida,
sino que sentido tiene el que te llames y te digas cristiano. El cristiano es
no solamente el seguidor de Cristo, sino el que lo imita y deja que el Espíritu
Santo vaya recreando, esculpiendo la imagen de Cristo en él.
El ser cristiano
se debe manifestar en todos los ámbitos de tu vida. Es necesario profundizar y
discernir en cuanto a cuál es la voluntad de Dios sobre ti. No puedes
permanecer ajeno a la voluntad de Dios en Ti, ¡no! Debes preguntarle: ¿Señor qué
quieres qué haga? ¿Señor qué quieres de mí? Y prepárate para su respuesta. Escúchale
y pon manos a la obra.
Hoy le vemos a Jesús
en Nazaret, descubriendo la voluntad de Dios para llevarla a cabo. Bendito momento
en el que Jesús de Nazaret se abre a la gracia de Dios para llevar a cabo su
voluntad, pero es lo mismo que nos pide a nosotros, que seamos capaces de dejarnos
llenar por el Espíritu de Dios, o mejor dicho de dejar actuar al Espíritu de
Dios en nosotros, que está dentro de nosotros para “proclamar el Año de gracia
del Señor”. Que María de Nazaret nos conceda esta gracia.
Fray Pablo Jaramillo, OFMCap.
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