LECTIO DIVINA JUEVES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA JUEVES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Dichosos los invitados al banquete de boda del Cordero

Jueces: 11, 29-39. Mateo: 22, 1- 14

 


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Al primero que salga de mi casa para recibirme lo ofreceré en holocausto al Señor.

Del libro de los Jueces: 11, 29-39

 

En aquellos días, el espíritu del Señor vino sobre Jefté, que recorrió la región de Galaad y de Manasés, pasó por Mispá de Galaad y de allí marchó contra los amonitas. Jefté le hizo una promesa al Señor, diciendo: "Si me entregas a los amonitas, al primero que salga a la puerta de mi casa para recibirme, cuando vuelva victorioso de la guerra contra los amonitas, te lo ofreceré en holocausto". 

Jefté marchó contra los amonitas y el Señor se los entregó. Los derrotó desde Aroer hasta la entrada de Minit, donde hay veinte ciudades, hasta Abel-Keramín, y les tomó sus veinte ciudades. La derrota de los amonitas fue grandísima y fueron humillados por los israelitas. 

Cuando Jefté volvió a su casa en Mispá, lo salió a recibir su hija, bailando al son de las panderetas. Jefté no tenía más hijos que ella. Al verla, Jefté se rasgó las vestiduras y gritó: "¡Ay, hija mía! ¡Qué desdichado soy! ¿Por qué tenías que ser tú la causa de mi desgracia? Le hice una promesa al Señor y no puedo retractarme". Ella le dijo: "Padre mío, si le has hecho una promesa al Señor, haz conmigo lo que le prometiste, ya que el Señor te ha concedido la victoria sobre tus enemigos". Después le dijo a su padre: "Concédeme tan sólo este favor: Déjame andar por los montes durante dos meses para llorar con mis amigas la desgracia de morir sin tener hijos". Él le respondió: "¡Vete!". Y le concedió lo que le había pedido. 

Ella se fue con sus amigas y estuvo llorando su desgracia por los montes. Al cabo de los dos meses, volvió a la casa de su padre y él cumplió con ella la promesa que había hecho.

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

La lectura de hoy suscita en nosotros sentimientos de incomodidad y de desconcierto frente a la decisión irreflexiva de Jefté. Una vez más, nos encontramos sumergidos en la experiencia de infidelidad del pueblo de Dios y en el sufrimiento que sigue a su pecado: «Los israelitas volvieron a ofender al Señor con su conducta; adoraron a Baal y Astarté, a los dioses de Aram, Sidón, Moab, de los amonitas y de los filisteos. Abandonaron al Señor y no le dieron culto. Entonces, el Señor se encolerizó contra los israelitas y los entregó en poder de los filisteos y de los amonitas. Éstos afligieron y oprimieron durante dieciocho años a todos los israelitas» (Jue 10,6-8). Desde lo hondo del dolor del pueblo se levanta la plegaria de invocación al Señor unida al reconocimiento de su propio pecado y a las acciones de liberación de los falsos dioses (cf. 10,15ss). 

La elección de un liberador por parte de Dios recae en Jefté, hijo de una prostituta, convertido en jefe de un grupo de aventureros con los que llevaba a cabo sus correrías, tras haber sido desheredado y expulsado de la casa de los suyos. A él se dirigen los ancianos de Galaad para combatir contra los amonitas. La narración señala que «el espíritu del Señor se apoderó de Jefté» (11,29) y los amonitas fueron humillados ante los israelitas (v. 33). 

El voto de Jefté de sacrificar una vida humana nos desconcierta, aunque se puede explicar por la contami nación de los usos del tiempo; es algo que contrasta con la prohibición de los sacrificios humanos según la ley del Señor. Todo esto muestra el largo camino que deberá recorrer el pueblo todavía para liberarse de ciertos tipos de religiosidad peligrosos y equívocos, que no respetan a la persona humana ni la relación con Dios nacida de la alianza del Sinaí. El verdadero culto que Dios acepta, tal como celebra la comunidad en el salmo responsorial, es la obediencia a la Palabra: «Tú no quieres sacrificios ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides sacrificio expiatorio; entonces yo digo: “Aquí estoy”... Y llevo tu ley en las entrañas» (Sal 40,7.9).

 

EVANGELIO

Conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren.

Del santo Evangelio según san Mateo: 22, 1- 14

 

En aquel tiempo, volvió Jesús a hablar en parábolas a los sumos sacerdotes y a los ancianos del pueblo, diciendo: 

"El Reino de los cielos es semejante a un rey que preparó un banquete de bodas para su hijo. Mandó a sus criados que llamaran a los invitados, pero éstos no quisieron Ir. 

Envió de nuevo a otros criados que les dijeran: 'Tengo preparado el banquete; he hecho matar mis terneras y los otros animales gordos; todo está listo. Vengan a la boda'. Pero los invitados no hicieron caso. Uno se fue a su campo, otro a su negocio y los demás se les echaron encima a los criados, los insultaron y los mataron. 

Entonces el rey se llenó de cólera y mandó sus tropas, que dieron muerte a aquellos asesinos y prendieron fuego a la ciudad. 

Luego les dijo a sus criados: 'La boda está preparada; pero los que habían sido invitados no fueron dignos. Salgan, pues, a los cruces de los caminos y conviden al banquete de bodas a todos los que encuentren'. Los criados salieron a los caminos y reunieron a todos los que encontraron, malos y buenos, y la sala del banquete se llenó de convidados. 

Cuando el rey entró a saludar a los convidados, vio entre ellos a un hombre que no iba vestido con traje de fiesta y le preguntó: 'Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de fiesta?'. Aquel hombre se quedó callado. Entonces el rey dijo a los criados: 'Atenlo de pies y manos y arrójenlo fuera, a las tinieblas. Allí será el llanto y la desesperación'. Porque muchos son los llamados y pocos los escogidos". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El fragmento de hoy forma parte de una nueva sección del evangelio de Mateo, la última antes de los acontecimientos de la pasión (Mt 21,1-25,46). Jesús está en el templo. Se dirige a los judíos, que, de una manera malévola, le han preguntado con qué autoridad enseña y realiza sus obras. Les dirige tres parábolas muy fuertes: la parábola de los dos hijos (21,28 32), la de los viñadores homicidas (21,33-46) y, por último, la del banquete de bodas (22,1 14). Esta última es la que hemos escuchado en el evangelio proclamado hoy. Las imágenes a las que hace referencia Jesús son bien conocidas de todo buen israelita: las bodas y el banquete, es decir, las imágenes con las que se describe el Reino anunciado por los profetas, unas imágenes que preludian la comunión gozosa y definitiva de Dios con su pueblo (cf. 25,1-12). 

A diferencia de la versión de Lucas (14,16-24), en la de Mateo no se trata ya de una invitación a una «gran cena» (Lc 14,16), sino al banquete organizado por el rey para celebrar las bodas de su propio hijo. Esto hace más grave e injustificada la negativa por parte de los invitados, que rechazan el plan de Dios. El Antiguo Testamento había prometido la unión nupcial entre Dios y su pueblo (cf., por ejemplo, Jr 2,2; 31,3; Ez 16,1-43.59-63); el nombre de «Esposo» es uno de los títulos que Dios se da a sí mismo (Is 54,5). La parábola referida por Mateo presenta a Jesús como el Esposo prometido (cf. 9,15) y pone el acento en la gravedad del comportamiento de los invitados. Las motivaciones del rechazo son mezquinas: mi trabajo es más importante que el banquete. A algunos les fastidia asta tal punto el banquete que llegan a insultar e incluso matar a los siervos que les llevan la invitación. La indignación del rey y su intervención de castigo no detiene su amor por su hijo. La invitación al banquete de bodas del hijo se dirige ahora a invitados insospechados. Jesús pretende revelar que la salvación, rechazada por su pueblo, se ofrece ahora a los paganos. Este discurso les resulta duro a los judíos, que ni le aceptan a el ni aceptan tampoco su ensehanna ni el universalismo de su invitación a formar parte del Reino.

 Mateo llama la atención de la comunidad cristiana sobre un aspecto decisivo, la invitación, la llamada, es gratuita, pero es también exigente. Describe este aspecto mostrando al rey que honra a sus invitados saludando a cada uno y agradeciendole la asistencia, como es con tumbre. Pero uno de los invitados no se ha puesto el tra je de boda (vv. 11-14), La intervención del rey tambien aquí se muestra severa, Mareo pretende dar a entender que, para entrar en el mundo nuevo y ser discípulo de Cristo, no basta con recibir la invitación externamente, es preciso revestirse por dentro del traje que expresa la novedad de vida, creer, ver fieles, escuchar la voluntad divina y ponerla en práctica, vigilar, realizar obras de justicia. Eso es lo que recuerda el canto al evangelio (cf. 19,7-9), Optima clave de lectura del tento de Mateo para nosotros,

 

MEDITATIO

 

El drama personal de Jehte, a causa de un voto inaudito contrario a la ley de Dios, agita a nuestro personaje, padre victorioso, y destruye -junto con la felicidad de la unica hija-toda esperanza. El relato es un acontecimiento de revelación: muestra a donde puede llevar el contagio con usos y costumbres que son contrarios a la dignidad de la persona. Por otra parte, conduce a purificar la idea que nos hacemos de Dios, a liberarla de visiones tancas y mortificantes, a sanar la relación con el: el verdadero sacrificio grato a Dios, que es amor, es la escucha, dejarse educar por él, seguirle, creer, amar al prójimo. 

Nuestra fuerza es la fidelidad de Dios, que cuida de su pueblo, generación tras generación, y nos implica a todos nosotros como colaboradores de su obra de salvación. La persona -sea quien sea- no es nunca un precio que debamos pagar para garantizarnos la consecución de un objetivo. Hay itinerarios que constituyen un compromiso constante, personal y comunitario, bajo la acción del Espíritu. Sin embargo, hay que pasar siempre por una «puerta estrechan»: perder nuestra propia vida por Cristo y el Evangelio (cf. Lc 9,24), a fin de reencontrarnos a nosotros mismos en la verdad de la «imagen y semejanzan de Dios. El silencio contemplativo y acogedor del misterio de Dios es su espacio. 

¿Por qué tiene el hombre miedo de acoger la vida que se nos ofrece en el Hijo? Es la pregunta que surge al considerar, a la luz del fragmento evangélico que hemos leído, a la humanidad de hoy. Precisamente por esto, al ponernos el traje nupcial -el vestido de oro de Cristo resucitado, símbolo de novedad de vida-, se nos invita a salir a lo largo de las encrucijadas de los caminos, a los transportes públicos, a los lugares de reunión lúdica у allí donde se está apagando el hombre en su dignidad, para llamar. El evangelio de hoy no nos habilita para realizar una lectura introspectiva. Nos invita a entregarnos a nosotros mismos y a abrir caminos valientes para anunciar por todas partes el misterio pascual -a saber: al Esposo muerto y resucitado- a todas las generaciones, a fin de celebrar la vida con ellas. Sin memoria no hay ni un presente fecundo ni un futuro de esperanza.

 

ORATIO

 

El misterio del rechazo y la tenacidad del amor. Hasta el castigo, Señor de la vida y de la luz, nace de tu amor, que quiere abrir con cada uno -persona o puebloel camino hacia la casa del Padre. Tú, Señor, nos guardas como el águila que protege a su nidada, nos enseñas a volar hacia lo alto para darnos la posibilidad de ver todo con ojos que la obra del Espíritu ha hecho penetrantes, nos atraes a ti con vínculos de amor, nos revelas quiénes somos y cuáles son los verdaderos destinos del mundo. Y, a pesar de todo esto, nuestros bienes, nuestros asuntos, nuestros pensamientos, nuestras verdades, las llamadas del consumismo y del hedonismo, nos resultan tan atrayentes que te damos la espalda. Es la ceguera de un Jefté que, aun con las mejores intenciones, sacrifica vidas humanas. Es la dureza del corazón modelado en el horno de los egoísmos colectivos. Es la luz fría que contamina las relaciones entre los hombres y con el orden creado. 

Quisiera asir algo del secreto de tu amor, apoderarme de él y poder traducir yo también los gemidos del hombre en mi entrega por ellos, en el amor que se consuma al comunicar vida y esperanza.

 

CONTEMPLATIO

 

«Al entrar el rey para ver a los comensales, observó que uno de ellos no llevaba traje de boda. Le dijo: "Amigo, ¿cómo has entrado aquí sin traje de boda?». Él se quedó callado"» (Mt 22,11ss). Los invitados a la boda, recogidos de los setos y las esquinas, de las plazas y de los lugares más diversos, habían llenado la sala del banquete real. Pero después, cuando llegó el rey para ver a los comensales reunidos en torno a su mesa, es decir, pacificados en cierto modo en su fe (del mismo modo que en el día del juicio habrá que ver a los convidados para distinguir los méritos de cada uno), encontró a uno que no llevaba el traje de boda. En este uno están incluidos todos los que son solidarios en la realización del mal. El traje de boda son los preceptos del Señor y las obras que se realizan según el espíritu de la ley y del Evangelio. Éstos son el traje del hombre nuevo. Si uno que lleva el nombre de cristiano es encontrado en el momento del juicio sin el traje de boda -es decir, el traje del hombre celestial, y lleva, en cambio, el traje manchado -o sea, el traje del hombre viejo-, será recogido de inmediato y se le dirá: «Amigo, ¿cómo has entrado?». 

Le llama «amigo» porque es uno de los invitados a la boda, y reprende su descaro porque con su traje inmundo ha contaminado la pureza de la boda. «Él se quedó callado», dice Jesús. En aquel momento, en efecto, ya no será posible arrepentirse, ni será posible negar la culpa, puesto que los ángeles y el mismo mundo serán testigos de nuestro pecado. «Entonces el rey dijo a los servidores: “Atadlo de pies y manos y echadlo fuera a las tinieblas; allí llorará y le rechinarán los dientes"» (Mt 22,13). El ser atado de pies y manos, el llanto, el rechinar de dientes, están para demostrar la verdad de la resurrección. O bien, se le ata las manos y los pies para que desista de obrar el mal y de correr a derramar sangre. En el llanto y el rechinar de dientes se manifiesta, de una manera metafórica, la gravedad de los tormentos (Jerónimo, Commento al vangelo di Matteo III, 22,8-11).

 

ACTIO

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Dichosos los invitados al banquete de boda del Cordero» (Ap 19,9).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

¿Qué es una fiesta, sino la superabundancia de la belleza, la existencia convertida en algo semejante a un juego, liberada de la utilidad, de la gravedad, el intercambio de la amistad, una vida tan intensa que hace olvidar la misma muerte? La fiesta es espontaneidad y fraternidad, la magna celebración que nos une con lo ilimitado. 

En el Occidente moderno, las virtudes de la seriedad, del ahorro, del trabajo, de «la voluntad en voluntad», han apagado las luces de la fiesta, han invertido en poder tecnológico lo que Georges Bataille llamaba la «parte maldita» de toda civilización, pero que también podríamos llamar la «parte sagrada». El hombre, definido por su racionalidad y por su poder, ha permitido que sus facultades de celebración se atrofiaran. No cabe duda de que existe un punto de encuentro ideal entre el ocasode la fiesta y la ausencia de Dios en una cotidianidad que se ha vuelto unidimensional. En realidad, si Cristo no ha resucitado, la muerte tendrá siempre la última palabra, y los días que sigan a las fiestas serán siempre días de ceniza y de soledad. Ahora bien, si Cristo ha resucitado, la Pascua es en verdad «la fiesta de las fiestas», cada eucaristía es «la fiesta de las fiestas», y a través de la lucha cotidiana, a través del mismo martirio, podremos encontrarnos en este estado de fiesta. 

El vínculo entre la fiesta de la Iglesia y la contemplación es muy estrecho: la fiesta proporciona a cada uno una primera experiencia del Dios vivo, abre los ojos del corazón a su presencia y nos hace capaces de descubrir por un instante el icono del rostro, la llama de las cosas. La fiesta nos revela a cada ser y a cada cosa como un milagro, y ésa es la razón por la que, en torno al hombre santificado, también el mundo se pone de fiesta, recobrando en el milagro su propia transparencia original (O. Clément, Riflessioni sull'uomo, Milán 1973, pp. 168-170 [edición española: Sobre el hombre, Ediciones Encuentro, Madrid 1983]).

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