LECTIO DIVINA XXII MIÉRCOLES DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA XXII MIÉRCOLES DEL TIEMPO ORDINARIO

Me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres

Colosenses 1, 1-8. Lucas 4, 38-44

 


 

 

LECTIO

 

 

PRIMERA LECTURA

La palabra de la verdad ha llegado a ustedes y a todo el mundo.]

De la carta del apóstol san Pablo a los colosenses 1, 1-8

 

Yo, Pablo, apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios, y Timoteo, nuestro hermano, les deseamos la gracia y la paz de parte de Dios, nuestro Padre, a ustedes, los hermanos santos y fieles en Cristo, que viven en Colosas. 

En todo momento damos gracias a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, y oramos por ustedes, pues hemos tenido noticia de su fe en Jesucristo y del amor que tienen a todos los hermanos. A esto los anima la esperanza de lo que Dios les tiene reservado en el cielo. De esta esperanza oyeron hablar cuando se les predicó el Evangelio de la verdad, que está dando fruto creciente en todo el mundo, igual que entre ustedes, desde el día en que lo escucharon y tuvieron conocimiento verdadero del don gratuito de Dios. Así lo aprendieron de Epafras, que ha trabajado con ustedes y que es un fiel servidor de Jesucristo; él fue quien nos informó acerca del amor que el Espíritu Santo ha encendido en ustedes. 

 

Palabra de Dios.

R/. Te alabamos, Señor

 

A partir de hoy, la liturgia ferial nos propone la escucha de la carta de san Pablo a los cristianos de Colosas, antigua ciudad de Frigia, situada sobre una de las principales vías comerciales de la época. La comunidad está formada, de manera preponderantemente, por cristianos procedentes del paganismo, aunque incluye también a muchos judíos de la diáspora. Esta doble influencia está relacionada con el motivo del escrito: los cristianos de Colosas están amenazados en la autenticidad de su doctrina por tendencias de tipo sincretista, en las que encontramos huellas tanto del paganismo como del judaísmo. Parece ser que se intentaba proponer una especie de «gnosis» basada en elementos del mundo (2,8.20) y en las potencias cósmicas (2.8.10.15), así como en la observancia minuciosa de diferentes prácticas, como la circuncisión o las normas alimentarias judías. 

Debemos recordar otro aspecto particular: Pablo no había fundado personalmente esta comunidad, ni tampoco la había visitado nunca. Esa es la razón de que parezcan tan importantes los mediadores de los que se habla en la carta; el primero de ellos es Epafras, apóstol de la región y fundador de esta iglesia (cf. v. 7). A pesar de ello, el tono de Pablo no carece de solicitud y afecto. Más aún, en los v. 3-8 aparece la fórmula de agradecimiento más larga y compleja de todo el Nuevo Testamento. 

Éstos son los elementos que la componen: la fe, la caridad, la esperanza de los colosenses como motivo de agradecimiento a Dios; la escucha de la Palabra, que es el origen de su llegada a la verdad; la obra de los ministros de Cristo en la difusión del Evangelio. En el centro se encuentra Jesucristo, nombre que vuelve casi en cada línea, de manera redundante, junto a «Dios», «Padre» y «Espíritu». En suma, un agradecimiento que resume toda la economía de la salvación. Ésta tiene su origen en la voluntad de Dios Padre, se realiza en la persona del Señor Jesús y se comunica a los hombres a través de la obra de anuncio del Evangelio, que conduce a los creyentes a la gracia y a la verdad. Éstas últimas, junto con las tres virtudes teologales, son reflejo del rostro de Dios y de la presencia de su Espíritu.

 

EVANGELIO

También a los otros pueblos tengo que anunciarles el Reino de Dios, pues para eso he sido enviado.

Del santo Evangelio según san Lucas 4, 38-44

 

En aquel tiempo, Jesús salió de la sinagoga y entró en la casa de Simón. La suegra de Simón estaba con fiebre muy alta y le pidieron a Jesús que hiciera algo por ella. Jesús, de pie junto a ella, mandó con energía a la fiebre, y la fiebre desapareció. Ella se levantó enseguida y se puso a servirles. 

Al meterse el sol, todos los que tenían enfermos se los llevaron a Jesús y él, imponiendo las manos sobre cada uno, los fue curando de sus enfermedades. De muchos de ellos salían también demonios que gritaban: "¡Tú eres el Hijo de Dios!" Pero él les ordenaba enérgicamente que se callaran, porque sabían que él era el Mesías. 

Al día siguiente se fue a un lugar solitario y la gente lo andaba buscando. Cuando lo encontraron, quisieron retenerlo, para que no se alejara de ellos; pero él les dijo: "También tengo que anunciarles el Reino de Dios a las otras ciudades, pues para eso he sido enviado". Y se fue a predicar en las sinagogas de Judea. 

 

Palabra del Señor.

R/. Gloria a Ti, Señor Jesús

 

Prosigue el relato de la «jornada de Cafarnaún». Jesús, tras haber visitado el lugar público donde se atiende a la religión, la sinagoga, se retira a una dimensión más íntima, a casa de uno de sus primeros discípulos. También entre sus propios amigos tiene que ejercer su autoridad sobre el mal. La fiebre era considerada en la antigüedad una representación de la obra del Maligno, porque volvía a la persona débil e inerte. Seguramente, se conserva aquí un recuerdo histórico: la suegra es, a buen seguro, una mujer anciana, una mujer que ha consumido su vida en torno al cuidado de la casa y de su familia. Ahora, una vez curada, empieza a servir al Señor y a los suyos. La vida de aquel que -joven o anciano- ha encontrado a Jesús está destinada, de manera inevitable, a cambiar, realizándose en relación con él. 

La actividad taumatúrgica de Jesús alcanza su cima al ponerse el sol. «Al ponerse, el sol llevaron ante Jesús enfermos de todo tipo, y el, poniendo las manos sobre cada uno de ellos, los curaba» (v. 40); con estas palabras se pretende indicar la plena manifestación del Reino de Dios precisamente cuando el tiempo gira a su término. Por otra parte, la oscuridad y la noche funcionan como símbolos del imperio del mal, un imperio que envuelve al hombre en las tinieblas mientras no llega la luz verdadera, el enviado de Dios. Que aquí está presente el Reino de los Cielos lo confirman las confesiones de los demonios expulsados por Jesus: éstos le reconocen como «Hijo de Dios»y «Cristo». 

La última escena se desarrolla en un lugar desierto, donde Jesús se retira al silencio, siguiendo la tradición de los profetas. Aqui declara a las muchedumbres que le buscan la necesidad de evangelizar «las demás ciudades», a causa del mandato que ha recibido del Padre: él, Jesús, es la luz de Dios enviada a todas las naciones (cf. Is 49,6), empezando por las «sinagogas de Judea» (v. 44), o sea, las más próximas entre las que esperan la salvación.

 

MEDITATIO

 

Por medio del Señor Jesús es como llegan los hombres a la plena verdad sobre Dios, sobre sí mismos y sobre el mundo. En él se realiza la vocación de Adán a la shalôm originaria. El anuncio de su Evangelio a las muchedumbres parece querer decir, en primer lugar, que existe en el espacio creado la posibilidad de vivir en armonia con nuestro propio cuerpo, con el espíritu que hay en nosotros, con los hermanos y, naturalmente, con Dios mismo. Ahora bien, este anuncio no tiene nada que ver con una especie de «gnosis» que pretenda revelar al hombre su potencial, sus posibilidades de autocuración.  

Jesús es la presencia misericordiosa de un Padre que se inclina sobre las llagas de sus hijos perdidos, que sale en su busca, casi a «descubrir» el mal allí donde se esconda; mas para llevar esto a cabo muestra que tiene necesidad de la obra de los que le han reconocido como el Salvador. Escuadras innumerables de anunciadores de la verdad, algunos muy conocidos, otros perfectamente anónimos: son los que pidieron a Jesús por la suegra de Pedro (Lc 4,38), los que le llevaban a sus enfermos de todo tipo (v. 40), Epafras y sus colaboradores en el ministerio (Col 1,8). Todos éstos, y muchísimos otros, han profesado su fe en Jesucristo con gestos o palabras, y no sólo han encontrado en él el sentido de su propia existencia, sino que se han convertido en mediadores de salvación para algún pariente, vecino, amigo, conciudadano, menesteroso; en suma, para el prójimo.

 

ORATIO

 

Padre nuestro, te alabamos y te bendecimos por haberte inclinado sobre nuestras llagas de hombres y mujeres pecadores: la enfermedad, la edad avanzada, la opresión del espíritu, han debilitado a la humanidad desde el principio, marcando sobre ella la victoria del mal, hasta el día en que enviaste al Salvador. 

Él vino, pobre entre los pobres, haciéndose próximo a cada uno para que todos pudiéramos contemplar tu rostro de amor al resplandor de su luz. Con todo, la humanidad caída lleva consigo el límite espacio-temporal al que también el Hijo hecho hombre se ha sometido, a fin de que la Buena Noticia del Reino tuviera necesidad de nosotros para llegar a cada ser humano. 

Concédenos el Espíritu de tu Hijo, el Espíritu de amor, para que cure las enfermedades del hombre y de la mujer de hoy: la soledad, la indiferencia, el egoísmo, la desesperación... de cuantos todavía esperan escuchar tu Palabra que redime, contemplar la victoria del Reino de Dios en medio de nosotros.

 

CONTEMPLATIO

 

Procura creer al Verbo de Dios en lo que se ha dicho de él. Por ninguna otra razón podrás confesar mejor la divinidad de Dios que confesándola con la misma voz con la que te ha sido revelada la divinidad misma. En consecuencia, puedes estar convencido de que el Señor es verdaderamente Dios y de que es él quien nos ha revelado todos los caminos, de que es él quien se apareció sobre la tierra y vivió entre los hombres. 

Él mismo trajo al mundo la luz de la fe, él mismo fue quien mostró la luz de la salvación: «El Señor es Dios, él nos ilumina» (Sal 117,27). Cree, por tanto, en él, ámale y confiésale. Y entonces tampoco tú, quieras o no, podrás negar que el Señor Jesucristo está en la gloria de Dios Padre. Ésta es la perfección última de una cabal confesión de fe, a saber: confesar que Jesucristo, Dios y Señor, está siempre en la gloria de Dios Padre (Juan Casiano, L'incarnazione del Signore, Roma 1991, p. 183, passim [edición española: Obras de Juan Casiano, Universitat de València, Valencia 2000]).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Me ha ungido para anunciar la Buena Noticia a los pobres» (Lc 4,18).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Te gustaría proclamar el Reino, hermano mío sacerdote. Entonces no tengas miedo de los signos y prodigios que nos dicen que este Reino está presente. ¿Acaso no constituyen la característica del apóstol? Deja, por consiguiente, que el Señor apoye tu palabra. No tengas miedo de orar sobre un enfermo, con tus manos ligeramente puestas sobre sus hombros, sobre su cabeza o sobre la parte del cuerpo que le duele. No permitas a los charlatanes y a los curanderos usurpar este gesto tan sencillo y tan bello, que el Señor realizó con frecuencia. Pertenece por derecho a los obreros del Evangelio. No tengas miedo de asociar a algunos hermanos a esta oración, porque con ello la presencia de Jesús se hará sentir todavía más. 

No tengas miedo de «parecer ridículo». Deja que la faz de Cristo se refleja en tu rostro. Un sacerdote constituye la imagen viva de Jesús. Este oraba sobre los enfermos, y a ellos les gustaba ver a Jesús orando sobre ellos. Muéstrate confiado, ten e inspira confianza. Jesús curará, como sabe y como quiere, tal vez empezando por tu corazón y tu inteligencia. ¡Qué purificación no exige e incluye semejante oración! A buen seguro, necesitarías estar dispuesto a cargar sobre tus propios hombros la enfermedad del hermano sobre el que oras: «Si ése es tu deseo, Señor, acepto conocer la misma debilidad, la misma descomposición del cuerpo» (D. Ange, Il sangue dell'Agnello guarisce l'universo, Milán 1983).

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