LECTIO DIVINA XX VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA XX VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO

Toda la ley encuentra su plenitud en el amor

Rut: 1, 1. 3-8.14-16. 22. Mateo 22,34-40

 


 

LECTIO

PRIMERA LECTURA

Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios.

Del libro de Rut: 1, 1. 3-8.14-16. 22

 

En tiempo de los jueces, hubo hambre en el país de Judá y un hombre de Belén, llamado Elimélek, se fue a residir con Noemí, su esposa, y sus dos hijos a la región de Moab. 

Murió Elimélek, y Noemí se quedó sola con sus dos hijos. Éstos se casaron con dos mujeres moabitas: una se llamaba Orpá y la otra, Rut. Vivieron ahí unos diez años y murieron también los hijos de Noemí, Malón y Kilión, y ella se quedó sin hijos y sin esposo. 

Entonces decidió abandonar los campos de Moab y regresar al país de Judá con sus dos nueras, porque oyó decir que el Señor había favorecido al pueblo y le daba buenas cosechas. Se pusieron, pues, en camino, para volver a la tierra de Judá. Entonces Noemí dijo a sus dos nueras: "Vuélvase cada una a casa de su madre. Que el Señor tenga piedad de ustedes, como ustedes la han tenido con mis hijos y conmigo". 

Ellas rompieron a llorar y Orpá beso a su suegra, Noemí, y se volvió a su pueblo; pero Rut se quedó con su suegra. Entonces Noemí le dijo a Rut: "Tu concuña se ha vuelto a su pueblo y a sus dioses; vuélvete tú también con ella". Pero Rut respondió: "No insistas en que te abandone y me vaya, porque a donde tú vayas, iré yo; donde tú vivas, viviré yo; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios". 

Así fue como Noemí, con su nuera Rut, la moabita, regresó de los campos de Moab y llegó con ella a Belén, al comienzo de la cosecha de la cebada. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

El relato del libro de Rut está ambientado en el tiempo de los jueces (v. 1), es decir, en un período en el que el camino del pueblo, nacido de la alianza del Sinaí, conoce graves conflictos en su interior y con las poblaciones de la tierra de Canaán, experimenta las fatigas de la maduración de su propia identidad y carga con las consecuencias de las mezclas religiosas. El contenido de la lectura es la historia de una familia obligada a dejar a su propia gente a causa de una carestía, para buscar refugio y sostén en otra parte. El texto de hoy presenta a Elimélec y Noemí con sus dos hijos, que se casan con dos moabitas, Orfá y Rut. La atención se centra en esta última y en su relación con Noemí después de la muerte del cabeza de familia y de sus dos hijos a continuación. Su prematura desaparición induce a pensar que la descendencia de Elimélec se ha extinguido y que a Noemí no le queda más que el recuerdo de los sueños de futuro.

El relato conduce con delicadeza al lector a seguir los pasos interiores de Rut, las decisiones que la llevan a compartir la fe y la vida de Noemí y de su gente, a descubrir el designio de Dios sobre ella y sobre el pueblo. Rut dará descendencia a la familia de Elimélec, y esta «extranjera» se convertirá en antepasada de David: su hijo Obed se convierte en padre de Jesé, padre de David. Mateo inserta a Rut en la genealogía que conduce a José «el esposo de María, de la cual nació Jesús llamado Cristo» (Mt 1,5.16). Todo nace de una decisión tomada en un clima de respeto y de amor entre dos criaturas, Rut y Noemí, como signo del resto de Israel fiel a su Señor; se trata de la decisión de Rut de abandonar a su propia gente para ir a donde la lleva el Señor: «Tu pueblo es mi pueblo, y tu Dios es mi Dios» (v. 16).  

Rut es una de las figuras bíblicas que causan asombro no sólo por la dignidad de su persona y por su amor atento respecto a Noemí, sino también porque revela el amor universal de Dios, que implica a cada persona en la realización de su designio de amor. El Señor ha puesto su mirada en ella, en una extranjera. Se trata de un acto educativo destinado a ir abriendo poco a poco los horizontes de su pueblo a todas las gentes. Todos son hijos suyos.

 

Evangelio 

Amarás al Señor, tu Dios, y a tu prójimo como a ti mismo

Mateo 22,34-40

 

En aquel tiempo, cuando los fariseos oyeron que había tapado la boca a los saduceos, se reunieron, y uno de ellos, experto en la ley, le pregunto para ponerlo a prueba: - Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?

Jesús le contestó: -Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el primer mandamiento y el más importante. El segundo es semejante a éste: Amarás al prójimo como a ti mismo. En estos dos mandamientos se basa toda la ley y los profetas.

 

Palabra del Señor

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Jesús se encuentra todavía en el templo. La confrontación con los fariseos se vuelve cada vez más áspera. El contexto del evangelio de hoy está marcado por la voluntad de los fariseos de tender una trampa más a Jesús para obligarle a tomar posición frente a un tema religioso, como ya intentaron hacer con la cuestión del tributo al César (Mt 22,15-22) y, posteriormente, los saduceos con el problema de la resurrección de los muertos (vv. 23-33). 

Señala Mateo que los fariseos se habían reunido para decidir el argumento; el que interviene es, por consiguiente, su portavoz (vv. 34ss). El objeto de la pregunta está tomado de un debate que estaba de actualidad en las escuelas rabínicas: ¿cuál es, entre todos, el primero de los mandamientos? Quieren conocer la opinión del nuevo maestro sobre cuál es el principio que inspira la ley. Nada más simple y correcto, a primera vista. 

La respuesta de Jesús está montada sobre dos citas: una tomada del Deuteronomio (6,5) y otra del Levítico (19,18). Esos dos textos constituían el corazón de la espiritualidad del pueblo de Israel. El primero, el mandamiento del amor total a Dios, estaba escrito en las jambas de las puertas, bordado en las mangas, y era recitado por la mañana y por la noche, para que estuviera siempre presente en el ánimo del creyente, como celebración continua de la alianza. El auditorio no podía dejar de estar de acuerdo. 

La novedad que aporta Jesús se encuentra en los versículos 39 y 40. Se trata del vínculo entre el amor a Dios y el amor al prójimo, a los que declara inseparables y de igual importancia. Por otra parte, está la relación del mandamiento del amor con toda la revelación bíblica de la voluntad de Dios con su pueblo; los dos mandamientos constituyen el punto de apoyo, el centro de donde brota todo lo demás, el que ilumina, purifica y transforma todo. 

Una ley tiene valor si está penetrada por el amor. Las buenas obras tienen valor en la medida en que son obras de amor a Dios y al prójimo. Eso es lo que proclamaban los profetas cuando llamaban a la conversión del corazón. Jesús lo puede afirmar porque «conoce al Padre» (cf. In 7,29). Él no ha venido a abolir la ley, sino a darle cumplimiento; por consiguiente, es su intérprete autorizado y el realizador de la ley de vida expresada en la voluntad del Padre (cf. Mt 5,17.20; 7,29). Lo mostrará en su entrega en la cruz. El conflicto se convierte, una vez más, en lugar de revelación y en acontecimiento formativo para los suyos.

 

MEDITATIO

 

El relato de Rut remite al Dios de Israel, que viene al encuentro de su pueblo. La iniciativa es suya y es gratuita, a fin de que la respuesta a la que invita sea una reciprocidad de amor en la libertad de la entrega. La vida de Rut se va construyendo a lo largo del camino de toda su existencia, a través de los acontecimientos normales de la vida diaria: en su decisión de formar una familia, en los sufrimientos de la pérdida de sus seres queridos, en su decisión de convertirse a su vez -como ya había sucedido con Noemí- en emigrante en tierra extranjera. Conoce el sufrimiento por la falta de un hijo y por la muerte prematura de su marido. 

Dios está presente en su historia y obra en ella como lo hace en el pueblo y en los pueblos. Noemí, con su testimonio, se vuelve para Rut mediación de una llamada del Señor para que abandone sus propias tradiciones, su propia cultura, su propia gente, sus propios dioses, y se abra a una nueva vida desconocida para ella, pero que forma parte de un designio de amor de inmensos confines. Rut irá conociendo en su camino nuevas alegrías y nuevos dolores, la incomprensión, los conflictos, las incertidumbres y el sufrimiento íntimo de un pueblo que se ha convertido en el suyo. Rut cree, responde y va, es decir, sigue al Dios de la alianza, a quien ahora pertenece por haberse entregado a él. 

El Señor la ha elegido, del mismo modo que ha elegido a otras mujeres de Israel y a mujeres de otros pueblos para preparar la generación de la que habría de nacer el Mesías. Rut tendrá un hijo, testimonio de que vee a su pueblo, porque lo ama. 

La respuesta de Jesús, narrada en la perícopa evangélica de Mateo, revela el mecanismo profundo del ser del hombre que le impulsa hacia Dios y hacia los hermanos. El hecho de haber unido de modo indisoluble los dos mandamientos del amor a Dios y del amor al prójimo significa que la raíz del hombre es el amor, porque Dios es amor. Significa que la totalidad del compromiso con Dios se convierte en amor sin reservas al prójimo. Significa, sobre todo, que el modelo de nuestra relación con los otros es el obrar del Dios-amor con el hombre. No se trata de una imitación moral, sino de la tensión de nuestro ser partícipes de la vida de Dios.

 

ORATIO

 

Hay una belleza que salvará al mundo: es la tuya, el más bello de los hijos del hombre, y es la de María, tu Madre y nuestra Madre. Al contemplar tu misterio, que hoy se ha hecho manifiesto en la vida y en la experiencia de Rut, brota la oración de nuestro corazón: es el Padrenuestro, la súplica que nos revela el camino para la belleza de la humanidad y de cada rostro.

Te pedimos vivirlo, no repetirlo como fórmula de rezo. Te pedimos que descubramos, al vibrar con las notas que lo componen, la belleza del grano de trigo que, al pudrirse, florece y madura en pan de vida. Pudrirse no es morir; es amarte a ti sobre todas las cosas y es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos, o sea, es vivir, oh Cordero de Dios, corazón del mundo, en nuestras propias carnes de hijos con tu pasión por el hombre, convertido, gracias a tu sangre redentora, en mi hermano. 

He aquí las notas del cántico que la vida, al consumarse, eleva: venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo, que todo hombre tenga su pan de cada día, venza al Maligno, encuentre la felicidad y desemboque en la belleza de su ser de hombre y de mujer, en la armonía con la creación. Eso es lo que te pido. Eso es lo que te pedimos.

 

CONTEMPLATIO

 

Preguntaos bien, hermanos míos; destruid vuestros graneros interiores. Abrid los ojos, considerad vuestro capital de amor y aumentad el que hayáis descubierto. Velad este tesoro, a fin de ser ricos en vosotros mismos. 

Se considera caros los bienes que tienen un gran precio, y no por casualidad. Observad bien esta expresión: esto es más caro que aquello. ¿Qué significa «es más caro»? ¿No es acaso: es de un precio mayor? Si se dice que es más caro todo lo que tiene un precio mayor, ¿qué habrá más caro que el amor, hermanos míos? ¿Cuál es, a vuestro modo de ver, su precio? ¿Cómo pagarlo? El precio del trigo es tu moneda; el precio de una tierra es tu dinero; el precio de una piedra es tu oro; el precio de tu amor eres tú. Si quieres comprar un campo, una piedra, una bestia de carga, para pagar buscas una tierra, miras a tu alrededor. Pero si deseas poseer el amor, no busques más que a ti mismo, no encuentres más que a ti mismo. 

¿Qué temes al darte? ¿Perderte? Pues es al contrario: dándote es como no te pierdes. El amor se expresa en la Sabiduría, y apacigua con una palabra el desorden en el que te echaban estas otras: «Date tú mismo». Pues si un hombre quisiera venderte un campo, te diría: Dame tu oro; o si se tratara de otro objeto: Dame tu moneda, dame tu dinero. Escucha lo que te dice el amor por boca de la Sabiduría: Hijo mío, dame tu corazón (Pr 23,26). Hijo mío, dame, dice ella. ¿Qué? Tu corazón. Él estaba mal cuando estaba en ti, cuando era tuyo; eras presa de futilidades, de pasiones impuras y funestas. Quítalo de ahí. ¿Dónde llevarlo? ¿Dónde ofrecerlo? Dame tu corazón. Que sea para mí, y no lo perderás. Mira: ¿ha querido dejar algo en ti que puede hacerte aún caro a ti mismo? Amarás al Señor, tu Dios, dice, con todo tu corazón, con toda tu alma y con todo tu pensamiento (Mt 22,37) (Agustín de Hipona, «Sermón 34», 7, en A. Hamman y otros, El misterio de la Pascua, Desclée De Brouwer, Bilbao 1998, pp. 297-298).

 

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Toda la ley encuentra su plenitud en el amor» (cf. Gal 5,14).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

El primer mandamiento encierra todos los demás, incluido el segundo, porque quien ama a Dios ama necesariamente a los hombres por obediencia al Señor, por imitación del Señor у porque el Señor los ama; la obediencia, la imitación, el amor a lo que el Señor ama, forman parte del amor por necesidad, cuando el amor se dirige a Dios, el único perfecto; a Dios, a quien sólo se puede amar con un amor perfecto, puesto que el amor no puede desarrollarse de una manera plena, perfecta, más que en Dios. Sin embargo, el Señor hizo una mención particular del segundo. ¿Por qué? 

Precisamente porque, al estar contenido por necesidad el primero, le está tan intimamente unido que constituye su rasgo visible, su signo exterior. El amor a Dios se reconoce poco desde fuera; es fácil hacerse ilusiones sobre él, creer poseerlo y no tenerlo. Consideremos el amor que tenemos al prójimo y reconoceremos si tenemos amor a Dios, puesto que son inseparables y crecen y decrecen juntos en la misma medida. El amor que tenemos al prójimo se conoce sin dificultades; lo constatamos cada día por los pensamientos, por las palabras, por los hechos que hacemos y por los que omitimos; es fácil saber si hacemos por el prójimo lo que quisiéramos que hicieran por nosotros, si lo amamos como a nosotros mismos, si vemos en él al Señor, si lo tratamos con todo el amor, la ternura, la compasión, el respeto y el deseo de bien que debemos a los miembros de Jesús (Ch. de Foucauld, Meditazioni sui passi evangelici relativi a Dio solo: fede, speranza, carità, Roma 1973, pp. 376-378). 

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