LECTIO DIVINA MIÉRCOLES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA MIÉRCOLES XX DEL TIEMPO ORDINARIO

Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, nos conceda un espíritu de sabiduría

Jueces: 9, 6-15.  Mateo: 20, 1- 16

 


LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

Ustedes dijeron: "Que reine un rey sobre nosotros", siendo así que su rey es el Señor.

Del libro de los Jueces: 9, 6-15

 

En aquellos días, se reunieron todos los hombres de Siquem y todas las familias de Bet-Mil-Lo y proclamaron rey a Abimélek, junto a la encina de la piedra memorial que hay en Siquem. 

Se lo anunciaron a su hermano Jotam, quien subió a la cumbre del monte Garizim, y desde ahí levantó la voz y clamó: "Escúchenme hombres de Siquem, y que Dios los escuche a ustedes. 

Una vez los árboles fueron a buscarse un rey. Le dijeron al olivo: 'Sé nuestro rey'. Pero el olivo les respondió: '¿Voy a renunciar al aceite que utilizan los dioses y los hombres, para ir a presumir por encima de los árboles?'. 

Entonces, los árboles le dijeron a la higuera: 'Ven a ser nuestro rey'. La higuera les respondió: '¿Voy a renunciar a mis dulces y sabrosos frutos, para ir a presumir por encima de los árboles?'. 

Le dijeron luego los árboles a la vid: 'Ven a ser nuestro rey'. La vid les respondió: '¿Voy a renunciar a mi vino, que alegra a los dioses y a los hombres, para ir a presumir por encima de los árboles?'. 

Finalmente, todos los árboles le dijeron a la zarza: 'Ven a ser nuestro rey'. La zarza les respondió: 'Si de veras quieren hacerme su rey, vengan a descansar bajo mi sombra. Pero si no es así, que brote fuego de la zarza  y devore a los cedros del Líbano' ". 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

El deseo de seguridad y de un guía fuerte impulsa a los israelitas a pedir a Gedeon que se convierta en rey (8,22). La respuesta de Gedeon remite a los israelitas a la verdad de su ser como pueblo cuyo único rey es Dios (8,23), pero, a pesar de ello, la presión psicológica ejercida por las poblaciones presentes impulsa a Israel a querer un rey. De ahí surge una dolorosa experiencia: Abimélec, hijo de Gedeon, nacido de una mujer cananea, se hace proclamar rey después de haber matado, «sobre una misma piedra» (9,5), a sus hermanos. Sólo se salvó el hijo pequeño, Yotán, «porque se había escondido». El pasaje que nos propone hoy la liturgia recoge el discurso dirigido por este último a los señores de Siquén. 

Yotán intenta convencerles de la inutilidad -más aún, de la peligrosidad- de un rey. Para ello echa mano de una fábula tomada de la sabiduría popular. La negativa del olivo, de la higuera y de la vid y la aceptación de la zarza pretenden demostrar la peligrosidad del tirano y la ruina a la que conduce su dominio. Pero nadie le escuchó. La realeza de Abimélec resultará destructora para la gente de Siquén y será ruinosa para el mismo Abimélec, muerto por la mano de una mujer y por la espada de un joven. La narración recuerda el señorío de Dios, en el que sólo el pueblo goza de plena dignidad y ve atendidos sus propios deseos de paz y de libertad.

 

EVANGELIO

¿Vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?

Del santo Evangelio según san Mateo: 20, 1- 16

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos esta parábola: "El Reino de los cielos es semejante a un propietario que, al amanecer, salió a contratar trabajadores para su viña. Después de quedar con ellos en pagarles un denario por día, los mandó a su viña. Salió otra vez a media mañana, vio a unos que estaban ociosos en la plaza y les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña y les pagaré lo que sea justo'. Salió de nuevo a medio día y a media tarde e hizo lo mismo. 

Por último, salió también al caer la tarde y encontró todavía a otros que estaban en la plaza y les dijo: '¿Por qué han estado aquí todo el día sin trabajar?'. Ellos le respondieron: 'Porque nadie nos ha contratado'. Él les dijo: 'Vayan también ustedes a mi viña'.

Al atardecer, el dueño de la viña le dijo a su administrador: 'Llama a los trabajadores y págales su jornal, comenzando por los últimos hasta que llegues a los primeros'. Se acercaron, pues, los que habían llegado al caer la tarde y recibieron un denario cada uno.

Cuando les llegó su turno a los primeros, creyeron que recibirían más; pero también ellos recibieron un denario cada uno. Al recibirlo, comenzaron a reclamarle al propietario, diciéndole: 'Esos que llegaron al último sólo trabajaron una hora, y sin embargo, les pagas lo mismo que a nosotros, que soportamos el peso del día y del calor'.

Pero él respondió a uno de ellos: 'Amigo, yo no te hago ninguna injusticia. ¿Acaso no quedamos en que te pagaría un denario? Toma, pues, lo tuyo y vete. Yo quiero darle al que llegó al último lo mismo que a ti. ¿Qué no puedo hacer con lo mío lo que yo quiero? ¿O vas a tenerme rencor porque yo soy bueno?'. 

De igual manera, los últimos serán los primeros, y los primeros, los últimos". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

         El marco de referencia de la parábola es la misión de Jesús siguiendo el mandato recibido del Padre (cf. Jn 3,15-17). Él, como peregrino, está realizando su «santo viaje»(Sal 84,6 hacia Jerusalén, donde tendrá lugar «su hora». El Maestro, con fino arte pedagógico, partiendo de una experiencia que está a la vista de todos, quiere revelar una vez más el verdadero rostro de Dios rico en misericordia y bondad. La experiencia es la del dueño que se acerca al lugar de reunión de los pobres que esperan que alguien en busca de obreros los contrate para su viña. En función de la necesidad, llama en diferentes horas, desde muy de mañana hasta media tarde. Ya había convenido con los primeros el salario de la jornada, pero a los últimos les paga lo mismo. Y este comportamiento del dueño suscita una reacción de queja (v. 12): ese comportamiento no es aceptable, es injusto. El diálogo pone de manifiestoel verdadero problema: en el fondo, no es la cuestión del salario lo que irrita a los obreros que se quejan, sino el verse equiparados a los últimos. Se quejan, por envidia, de la «bondad» del dueño. Ése es el verdadero objeto del conflicto.   

La parábola cuenta la experiencia de Jesús, que acoge y llama a los pecadores, a los publicanos, a las prostitutas, a los que andan por las calles y las plazas: todos ellos están invitados a entrar en el Reino de Dios, como los fariseos y los maestros de la Ley. Pero éstos, los primeros que fueron contratados para trabajar en la viña, no se quedan; se sienten superiores, se quejan, se niegan por envidia y por celos. Es el misterio del corazón endurecido. Son como el hijo mayor de la parábola del hijo pródigo o de la misericordia (Lc 15,25-32), que no comprende a su padre y no acepta que perdone al hermano tránsfuga y dilapidador. Jesús prosigue mostrando con esta parábola la acción amorosa y salvífica de Dios. Presenta el nuevo mensaje formativo para los suyos. No olvidemos que Jesús está en camino hacia Jerusalén. Quiere preparar a sus discípulos para entrar en la visión del Padre y para que hagan suya la lógica del amor universal. Inmediatamente después de esta parábola (Mt 20,17-19), Mateo coloca el tercer anuncio de la pasión. Jerusalén, en efecto, va a ser el lugar de la plena manifestación del amor de Dios, el lugar donde el agapé divino, destruyendo todo muro de division, se convierte en el principio vital de una nueva solidaridad entre todos, a la manera de la Trinidad. Ya no hay primeros ní últimos, sino que todos son hijos y obreros corresponsables en la viña del Señor, la humanidad.

 

MEDITATIO

 

«...en los sagrados libros el Padre que está en los cielos se dirige con amor a sus hijos y habla con ellos» (DV 21). La primera lectura es una palabra de verdad a la luz del amor clarividente. Nos conduce a dialogar como hijos con el Padre que ha salido a nuestro encuentro para decidir de nuevo con él: «¿Quién es nuestro rey?». La respuesta no puede recorrer con el pensamiento la doctrina aprendida en los bancos de la escuela o en la universidad. La respuesta es vivir bajo el señorío de Dios en la peregrinación cotidiana. Es un salto de fe renovado y confiado. La tentación de buscar a una persona fuerte que de seguridad o de elaborar proyectos nuestros a los que «obedecer» está siempre al alcance de la mano, y hoy de un modo agudo, apremiante y solapado. El Padre se muestra celoso de nuestra libertad. Quiere que sea una conquista nuestra a través de una opción de comunión con él y con los hermanos. «El Señor reinará sobre vosotros» (Jue 8,23). «Yo, Abimélec, reinaré sobre vosotros» (cf. Jue 9,1-6). Ésta es la opción existencial. 

Es doloroso constatar a dónde llevan el orgullo, el poder y la violencia que se refugia en el corazón. La «zarza» proclamada rey ha ahogado toda la vida. «¡Mató incluso a sus hermanos!». ¡Inhumano! ¿Qué sociedad puede nacer de semejante rey, de un líder cegado por el poder o -lo que es más- dependiente de su propia necesidad de afirmación? ¿Por qué no se escucha la voz de quien, iluminado por su Señor, como Yotán, el hermano menor escapado del exterminio, ve con amplitud de miras y teniendo en cuenta en su corazón el bien de su propia gente?

 

ORATIO

 

Señor, he comprendido la belleza de la oración que has puesto en nuestro corazón: Padre, venga a nosotros tu Reino. Es un Reino de justicia, de amor y de paz, de verdad y de vida; es la humanidad transformada por el amor en familia de Dios. He comprendido, Señor, la belleza de la basílica de San Pedro: es la casa donde tú reúnes a todos los pueblos, el templo de la unidad y de la comunión, el lugar de oración y de encuentro contigo, donde cada uno, unido a tu Madre, canta las obras admirables del Padre en su propia lengua y todos, juntos, manifiestan la belleza del Evangelio del amor. El camino, Señor de la esperanza, es largo, fatigoso, erizado de obstáculos nuevos y oscuros. En primer lugar dentro de nosotros mismos. Parece más lógico y democrático escoger un rey, con el deseo inconsciente de poder condicionarlo a nuestros propios fines. Tú, Señor de la vida, sana esta necedad nuestra, individual y colectiva. Que tu amor no se dé por vencido, a pesar de la dureza de nuestros corazones. Continúa llamando a cada uno por su nombre, a cualquier hora. Que no haya discriminaciones dentro de nuestro ánimo, sino que todos tengan sitio, como obreros de tu viña e hijos del Padre que está en los cielos. La lógica de tu amor fascina. Que esté en

ti el estilo y la respiración de nuestro «santo viaje» hacia la plenitud de la vida y de la historia.

 

CONTEMPLATIO

 

Desde todos los ángulos resulta evidente que la parábola del dueño de la viña y los obreros va dirigida tanto a los que desde la primera edad se dan a la virtud como a los que se dan en edad avanzada e incluso más tarde. A los primeros, para que no se ensoberbezcan ni insulten a los que vienen a la undécima hora; a los últimos, para que sepan que pueden recuperarlo todo en breve tiempo. Puesto que, en efecto, el Señor había hablado antes de fervor y de celo, de renuncia a las riquezas, de desprecio a todo lo que se posee -lo cual requiere un gran esfuerzo y un ardor juvenil- para encender en los que le escuchaban la llama del amor y dar tono a su voluntad, demuestra ahora que también los que han llegado tarde pueden recibir la recompensa de toda la jornada. 

Ahora bien, no lo dice de una manera explícita por temor a que éstos se ensoberbezcan y se muestren negligentes y descuidados; muestra, en cambio, que todo es obra de su bondad y que, gracias a ella, no serán olvidados, sino que recibirán también bienes inefables. Ésta es la finalidad principal que se propone Cristo en la presente parábola (Juan Crisóstomo, Commento al vangelo di Matteo, 64,3ss).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os conceda un espíritu de sabiduría y una revelación que os permita conocerlo plenamente» (Ef 1,17).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

El «espíritu de sabiduría y de revelación» que nos permite conocer plenamente al Padre de la gloria se nos da en Cristo mediante el sello del Espíritu Santo. Nosotros podemos ver ahora todas las cosas en Jesús no en virtud de una particular luz intelectual (esto será el don del entendimiento), sino por connaturalidad, por instinto divino -como diría santo Tomás-, desde el momento en que estamos en Jesús, que se encuentra en el centro del misterio de la salvación, y estamos en Dios, que se encuentra en el origen, en lo alto. El conocimiento por connaturalidad ha sido comparado a menudo, en la tradición patrística y espiritual, al gusto. Noto que un alimento está dulce o salado no por un razonamiento, ni siquiera por el análisis químico de los componentes de la sal o del azúcar; lo noto por una sintonía connatural entre la sal, el azúcar y mis papilas gustativas. De modo análogo sucede con el don de la sabiduría: noto que un hecho, una acción, un comportamiento, un pensamiento, concuerda con el plan de Dios porque estoy en Jesús, que se encuentra en el centro de ese plan, porque amo al Padre, que es el autor de ese designio. 

En consecuencia, la sabiduría está ligada más bien a la caridad que a la fe; la sabiduría es el refluir de un grandísimo amor al Padre y a Jesús que se convierte en gusto del misterio de Dios. Pablo, en la carta a los Efesios (1,16c), pide esa sabiduría precisamente para los suyos y para nosotros (C. M. Martini, Uomini e donne dello Spirito, Casale Monf. 1998, pp. 69ss (edición española: Hombres y mujeres del Espíritu: meditaciones sobre los dones del Espíritu Santo, Sal Terrae, Santander 1998]).

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