LECTIO DIVINA XX SABADO DEL TIEMPO ORDINARIO

 LECTIO DIVINA XX SABADO DEL TIEMPO ORDINARIO

Yo estoy en medio de ustedes como el que sirven

Rut: 2, 1-3. 8-11; 4,13-17. Mateo: 23,1- 12

 


LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

El Señor no ha permitido que le faltara un descendiente a tu familia. Este es el padre de Jesé, padre de David.

Del libro de Rut: 2, 1-3. 8-11; 4,13-17

 

Tenía Noemí, por parte de su marido, Elimélek, un pariente de muy buena posición, llamado Booz. 

Rut, la moabita, le dijo a Noemí: "Déjame ir a un campo en donde el dueño me permita recoger las espigas que se les caigan a los segadores", Ella le respondió: "Ve, hija mía". Fue Rut y se puso a recoger espigas detrás de los segadores en un campo, que para suerte de ella, pertenecía a Booz, el de la familia de Elimélek. 

Booz le dijo a Rut: "Escucha, hija mía. No vayas a recoger espigas en otros campos ni te alejes de aquí; quédate junto a mis espigadoras y síguelas por donde ellas vayan recolectando. Ya les dije a mis segadores que no te molesten. Si tienes sed, ve a donde están las vasijas y bebe del agua dispuesta para los trabajadores". 

Ella se postró ante él y le dijo: "¿Por qué me tratas con tanta benevolencia y te fijas en mí, que no soy más que una extranjera?". Booz le respondió: "Me han contado todo lo que, después de la muerte de tu marido, has hecho por tu suegra: cómo has renunciado a tu padre y a tu madre y a la tierra en que naciste, y has venido a vivir entre gente que no conocías". 

Después de algún tiempo, Booz se casó con Rut, se unió a ella y el Señor hizo que Rut concibiera y diera a luz un niño. Las mujeres le dijeron a Noemí: "Bendito sea el Señor,

 que no ha permitido que le faltara a tu difunto esposo un heredero para perpetuar su nombre en Israel. Este niño será tu consuelo y el apoyo en tu vejez, porque te lo ha dado a luz tu nuera, que tanto te quiere y que es para ti mejor que siete hijos". Noemí tomó al niño, lo puso en su regazo y se; encargó de criado. Las vecinas felicitaban a Noemí, diciendo: "Le ha nacido un hijo a Noemí", y le pusieron por nombre Obed. Éste es el padre de Jesé, padre de David. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

El texto que acabamos de leer está dotado de una belleza única. No sólo por la historia que une a Rut con Booz, sino porque continúa siendo un acontecimiento revelador del amor de Dios, que no hace acepción de personas y quiere hacer participar a su pueblo de su amor de Padre para todos. La comprensión de esto será lenta y progresiva. El acontecimiento de la inserción de una extranjera, en virtud del matrimonio por levirato, en una familia israelita y, lo que es más, en el linaje de David, traza un camino pedagógico concreto en esta dirección. 

Podemos distinguir dos partes en el texto. La primera es el encuentro con Booz, sugerido por la intuición femenina, además de ocasionado por la necesidad (2,1-11). El encuentro está envuelto por la fuerza moral de la moabita, que encuentra gracia a los ojos de Booz en virtud del profundo amor que ha demostrado a Noemí (v. 11). La narración del capítulo 3, donde se manifiesta el sentido de la responsabilidad de Noemí respecto a Rut (3,1), sirve de fondo a lo que la liturgia nos propone en la segunda parte del texto (4,13-17). Por otro lado, nos ayuda a comprender el desarrollo de los acontecimientos, guiados por la confianza en el Señor, que ilumina los sentimientos e inspira las decisiones; esos acontecimientos conducen al matrimonio de Booz con la moabita, elevada por los ancianos a la altura de Raquel y Lía, progenitoras de la casa de Israel (4,11). En el texto no sólo sobresalen Booz y Rut, cuya descendencia prosigue en el hijo que «el Señor hizo que concibiera», sino que destaca también la figura de Noemí, bendecida por su gente. Tanto su vida como la de su nuera constituyen el testimonio de un amor fiel y de la presencia activa de Dios. 

El libro de Rut se abría con los acontecimientos dolorosos de una familia obligada a dejar Belén para emigrar a la tierra de Moab; ahora se cierra con un cántico de esperanza y de alabanza al Señor, celebrado en el lugar del retorno, en la contemplación gozosa de lo que el Señor ha llevado a cabo en dos mujeres, las verdaderas protagonistas. No es la pertenencia étnica lo que cuenta ni lo que garantiza la paz, la fecundidad, el futuro; son más bien los sentimientos, las actitudes, las decisiones según el corazón del Dios de los Padres, presente en los pliegues de la historia humana. Eso es lo que hace que el relato de Rut tenga una fuerza impresionante en su suavidad y belleza. Dios ha puesto en ella algo de sí mismo, algo que, en su desarrollo cotidiano y sencillo, manifiesta la vida de Rut.

 

EVANGELIO

Los fariseos dicen una cosa y hacen otra.

Del santo Evangelio según san Mateo: 23,1- 12

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a las multitudes y a sus discípulos: "En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y fariseos. Hagan, pues, todo lo que les digan, pero no imiten sus obras, porque dicen una cosa y hacen otra. Hacen fardos muy pesados y difíciles de llevar y los echan sobre las espaldas de los hombres, pero ellos ni con el dedo los quieren mover. Todo lo hacen para que los vea la gente. Ensanchan las filacterias y las franjas del manto; les agrada ocupar los primeros lugares en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; les gusta que los saluden en las plazas y que la gente los llame "maestros". 

Ustedes, en cambio, no dejen que los llamen "maestros", porque no tienen más que un Maestro y todos ustedes son hermanos. A ningún hombre sobre la tierra lo llamen "padre", porque el Padre de ustedes es sólo el Padre celestial. No se dejen llamar "guías", porque el guía de ustedes es solamente Cristo. Que el mayor de entre ustedes sea su servidor, porque el que se enaltece será humillado y el que se humilla será enaltecido". 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

 

Mateo registra el crecimiento de la oposición del mundo religioso oficial hacia la persona y la enseñanza del Maestro. La liturgia de hoy propone a nuestra escucha la primera parte de la severa reprimenda de Jesús dirigida contra los maestros de la Ley y los fariseos (23,1-12). Reconoce a los maestros de la Ley y a los fariseos su autoridad magisterial (están sentados en la cátedra de Moisés; por eso han de ser escuchados: vv. 2ss), pero advierte al auditorio de que no deben seguirles en sus obras. Jesús contesta con vigor, como pastor que ama a su rebaño, y conoce los peligros en los que incurren, su incoherencia y el haber convertido la tarea que les había sido encomendada en un instrumento de búsqueda de sí mismos, de afirmación de su propio yo, de prestigio, por considerarse superiores a los demás. Un dato ejemplar de esto lo constituye la alteración del significado de los mismos signos -las filacterias у los flecos- que hubieran debido recordarles la Palabra del Señor y «todos sus mandamientos para ponerlos en prácticas» (cf. Nm 15,38ss; Dt 6,4-9); sin embargo, «todo lo hacen para que les vea la gente» (v. 5). 

El discurso es duro. El perfil que traza del maestro de la Ley y del fariseo es demoledor y da razón de las ásperas invectivas que les lanza (vv. 13-37). Sobre este fondo, en el que sólo el amor mueve a Jesús, se puede intuir algo de su profundo dolor y de su apesadumbrado lamento por la ciudad de Jerusalén (vv. 37-39). Ésta es la imagen con la que Mateo cierra el capítulo. 

El peligro que supone un fariseísmo solapado y enmascarado -el de la fractura entre el decir y el poner en práctica- siempre está presente; va ligado a la fragilidad humana y era el peligro que acechaba a las comunidades cristianas, a las que el Espíritu iba agregando nuevos miembros procedentes tanto del mundo pagano como del judío, en tiempos de Mateo. El evangelio de hoy tiene una función purificadora y de maduración de la comunidad cristiana para conducirla a la plena fidelidad a su Señor. La segunda parte del evangelio (vv. 8-12) describe algunos rasgos de la misma: todos son hermanos, porque son hijos de un único Padre; todos son discípulos de un solo Maestro, Cristo Jesús. «El señorío de Dios, la filiación divina y la fraternidad son las categorías fundamentales de la comunidad (y del Evangelio): la autoridad está a su servicio, debe revelarlas, defenderlas, hacerlas resaltar, nunca oscurecerlas» (B. Maggioni).

 

MEDITATIO

 

Dios vela, está presente, obra y continúa preparando el futuro de su pueblo, abriéndolo a su realización final en los acontecimientos humanos. Éste es el mensaje que hemos recibido esta semana. En la narración de la historia de Israel en tiempos de los jueces, en la de Rut y en el santo «viaje» de Jesús hacia Jerusalén con los suyos, el Señor resucitado quiere abrir a la comunidad cristiana, que celebra la salvación, al misterio del obrar del Padre. Como personas y como Iglesia, necesitamos dejarnos penetrar por esta vivísima realidad para confirmar o para recuperar el vigor de nuestra fe. ¿Acaso no es la crisis actual una crisis de fe y de esperanza? 

El Padre, en su diálogo amoroso con sus hijos (cf. DV 21), ilumina su camino colmándolos del don de su Espíritu. A la luz que viene de lo alto, y «manteniéndose con él», éstos comprenden el significado de la vida y de la historia según Dios. La nueva comprensión reconstruye la escala de valores y las relaciones, haciéndolos más verdaderos, creativos y cálidos. Cada creyente, como hijo en el Hijo, tiene una tarea propia como persona llamada por su nombre y como pueblo. El ministerio de la comunidad de los creyentes, esto es, el servicio de la autoridad y de todo el pueblo, es custodiar, celebrar, anunciar y transmitir la iniciativa del amor salvífico del Dios-Trinidad a todas las generaciones, en todo lugar y cultura, para que se encuentren con él y lo acojan. Ésta es su verdadera dignidad, muy alejada de la visión contaminada de la vida como poder y dominio. 

El camino: poner en práctica la Palabra o, mejor aún, dejarse «hacer» por la Palabra. Al mismo tiempo, vigilar y orar para no caer en la trampa de un decir también autorizado, vacío de testimonio personal y, por consiguiente, deslizarse hacia una hipocresía infeliz y enredadora o tejer en la comunidad relaciones exentas de vida y de aliento. Cristo Jesús es el único Maestro. Hemos de escucharle y seguirle hasta entregar la vida como él. Él es el Esposo de la Iglesia esposa y de la humanidad redimida. 

Estas realidades llenan de alegría, de luz y de paz y se alimentan de la comunión de vida con Cristo, de la entrega a los hermanos en el amor mutuo, de una luminosa esperanza.

 

ORATIO

 

En Cristo, tu Hijo y nuestro Salvador, tú, Padre de todos, has vuelto a dar al mundo la esperanza y la vida. Haz que vivamos en el amor de Cristo y como él, que no dudó en hacerse siervo para que nosotros llegáramos a ser libres, hombres y mujeres que realizan la Palabra. Refuerza en nosotros la fe, la esperanza y la caridad que el Espíritu Santo ha difundido en nuestros corazones, Danos ojos para ver, en el desarrollo de la historia del hombre, tu presencia, que nos llama a cada uno de nosotros para que actuemos en el mundo y transformemos cada desierto en un jardín de vida. 

Haznos comprender y vivir según tu Palabra, enséñanos a discernir tu voluntad, libéranos de la autosuficiencia del decir y del querer dominar a los hermanos imponiéndoles cargas y tradiciones que no son tuyos. Guíanos por el camino de la santidad, para que nuestro corazón busque siempre lo que es verdadero, bueno y justo y anuncie, con las palabras y las obras, las maravillas de tu amor. Que en nuestro servicio a los hermanos descubra el mundo tu fidelidad, tu misericordia, lo que esperas, tu perdón y la belleza vivificadora de la comunión contigo, que eres amor. Que te encuentre y te acoja.

 

CONTEMPLATIO

 

Porque la tradición de sus padres, que ellos fingian observar cumpliendo la Ley, era contraria a la Ley que Moisés había dado, por eso dijo Isaías: «Tus taberneros mezclan vino con agua» (Is 1,22). Con ello dio a entender que los antiguos mezclaban el agua de su tradición con el austero precepto de Dios; es decir, agregaban una ley adulterada contraria a la Ley, como claramente lo manifestó el Señor: «¿Por qué transgredís el precepto de Dios por vuestra tradición?» (Mt 15,3) No sólo, pues, vaciaron la Ley de Dios al transgredirla, mezclando vino con agua, sino que además establecieron una ley contraria, que hasta ahora se llama farisaica. A ésta algunos le añaden, otros le quitan, otros la interpretan como les viene en gana: de modo tan singular la aplican sus maestros. Tratando de reivindicar sus tradiciones, se negaron a sujetarse a la Ley de Dios que les instruía sobre la venida de Cristo (Gal 3,24). Por el contrario, acusaban al Señor de haber curado en sábado, lo cual, como antes hemos expuesto, la Ley no prohibia -puesto que ella misma de algún modo curaba al hacer circuncidar a un hombre en sábado (In 7,22-23). Ellos, en cambio, no se reprochaban a sí mismos por transgredir el mandamiento de Dios, siguiendo su tradición y su ley farisaica, al no cumplir lo principal de la Ley, o sea, el amor a Dios, [...] Que nadie se confunda con las palabras del Señor cuando puso en claro que la Ley no viene de otro Dios, cuando afirmó para instruir a la multitud y a los discipulos: «En la cátedra de Moisés se sentaron los escribas y fariseos: haced y observad todo cuanto os dijeren, mas no actuéis según sus obras, pues ellos dicen y no hacen. Atan fardos pesados y los cargan sobre los hombros de los hombres, pero ellos ni con un dedo quieren moverlos» (Mt 23,2-4). No criticaba la Ley que por medio de Moisés se había promulgado, puesto que les movía a observarla mientras Jerusalén estuviese en pie, pero sí reprendía a aquellos que proclamaban las palabras de la Ley y, sin embargo, no se movían por el amor, y por eso cometian injusticia contra Dios y el prójimo. 

Como escribe Isaias, «este pueblo me honra con sus labios, pero su corazón está lejos de mí. En vano me honran cuando enseñan doctrinas y preceptos humanos» (Is 29,13). Llama preceptos humanos y no Ley dada por Moisés a las tradiciones que los padres de aquellos

(fariseos) habían fabricado, por defender las cuales violaban la Ley de Dios, y por eso tampoco obedecían a su Verbo (Ireneo de Lyon, Adversus Haereses IV, 12, 1-4).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Yo estoy en medio de vosotros como el que sirven» (Lc 22,27),

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

En el nombre del Señor, Padre e Hijo y Espíritu Santo. Amén. A todos los cristianos, religiosos, clérigos y laicos, hombres y mujeres; a cuantos habitan en el mundo entero, el hermano Francisco, su siervo y súbdito: mis respetos con reverencia, paz verdadera del cielo y caridad sincera en el Señor. Puesto que soy siervo de todos, a todos estoy obligado a servir y a suministrar las odoríferas palabras de mi Señor. Por eso, recapacitando que no puedo visitaros personalmente a cada uno, dada la enfermedad y debilidad de mi cuerpo, me he propuesto comunicaros, a través de esta carta y de mensajeros, las palabras de nuestro Señor Jesucristo, que es el Verbo del Padre, y las palabras del Espíritu Santo, que son espíritu y vida (Jn 6,64). La Palabra encarnada. Este Verbo del Padre, tan digno, tan santo y glorioso, anunciándolo el santo ángel Gabriel, fue enviado por el mismo altísimo Padre desde el cielo al seno de la santa y gloriosa Virgen María, y en él recibió la carne verdadera de nuestra humanidad y fragilidad. 

Y siendo Él sobremanera rico (2 Cor 8,9), quiso, junto con la bienaventurada Virgen, su Madre, escoger en el mundo la pobreza. Y poco antes de la pasión celebró la Pascua con sus discípulos y, tomando el pan, dio las gracias, pronunció la bendición y lo partió, diciendo: Tomad y comed, esto es mi Cuerpo (Mt 26,26). Y, tomando el cáliz, dijo: Ésta es mi sangre del Nuevo Testamento, que será derramada por vosotros y por todos para el perdón de los pecados (Mt 26,27). A continuación, oró al Padre, diciendo: Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz. Y sudó gruesas gotas de sangre que corrían hasta la tierra (Lc 22,44). Puso, sin embargo, su voluntad en la voluntad del Padre, diciendo: Padre, hágase tu voluntad (Mt 26,42); no se haga como yo quiero, sino como quieres tú (Mt 26,39). Y la voluntad de su padre fue que su bendito y glorioso Hijo, a quien nos dio para nosotros y que nació por nuestro bien, se ofreciese a sí mismo como sacrificio y hostia, por medio de su propia sangre, en el altar de la cruz; no para sí mismo, por quien todo fue hecho (cf. Jn 1,3), sino por nuestros pecados, dejándonos ejemplo para que sigamos sus huellas (cf. 1 Pe 2,21). Y quiere que todos seamos salvos por Él y que lo recibamos con un corazón puro y con nuestro cuerpo casto. Pero son pocos los que quieren recibirlo y ser salvos por él, aunque su yugo es suave y su carga ligera (cf. Mt 11,30) (Francisco de Asís, Carta a los fieles. Segunda recensión, en Fuentes franciscanas, edición electrónica).

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