¡Vengan sigamos al Cordero de Dios!




2 de mayo

El apóstol predilecto, san Juan, vio en su Apocalipsis al Cordero de Dios, que estaba rodeado de una gran multitud de almas, que lo seguían a donde quiera que él fuera. Y estas almas, dice, eran vírgenes: «Virgines enim sunt»; y seguían al Cordero de Dios a donde quiera que fuera: «et sequuntur Agnus quocumque ierat». Por lo tanto, sólo las almas vírgenes tienen la feliz condición de rodear al Cordero; y sólo las almas vírgenes lo seguirán a donde quiera que vaya.

Pero aquellas almas que no aman su virginidad no son vírgenes más que en apariencia, al tener su corazón comprometido. Éstas no son aquellas de las que se ha dicho: «la mujer no casada y la virgen piensan en las cosas del Señor, a fin de ser santas de cuerpo y espíritu»; pero, ¿cómo pueden tener cuidado de las cosas del Señor, si no aman ni siquiera su virginidad?

¡Oh!, hijita mía, esto te lo he dicho ahora no para ponerte una trampa, no, sino para tu bien; te he dicho esto por lo que tiene de honesto y porque da la posibilidad de servir al Señor sin ningún impedimento. Alabado sea Dios que te ha concedido este querido y santo amor; hazlo crecer cada día más y te crecerá también el consuelo; y, porque todo el edificio de tu bienaventuranza está sostenido por estas dos columnas, mira, al menos una vez al día, con alguna meditación o algún pensamiento, si tanto la una como la otra están debilitadas.

Y si te agrada repetir esta misma meditación o devota reflexión más veces al día, no te será inútil; y digo «si te agrada», porque quiero que, en todo y para todo, tengas santa libertad de espíritu en orden a los medios de perfección, y para que las dos columnas las tengas sólidas y estables, no importa el cómo.

(27 de enero de 1918, a Herminia Gargani – Ep. III, p. 703)

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