DOMINGO XX DEL TIEMPO ORDINARIO B JUAN 6,51-58 JESÚS PAN DE VIDA
Reflexión para el XX Domingo del tiempo ordinario b
(Jn 6,51-58)
Llevamos ya cuatro domingo con este, y solamente nos
resta uno para concluir el discurso del pan de vida contenido en el capítulo sexto
del evangelio de san Juan. Hemos hecho un recorrido extraordinario por el
corazón del cuarto evangelio. Y hoy damos un salto cualitativo y cuantitativo
que si no estamos del todo atentos, corremos el peligro de perdernos, o de dar
el mismo sentido a todo el texto de dicho capítulo.
El tema eucarístico, que ocupaba un lugar secundario
en los vv. 35 – 50 de este capítulo seis, pasa ahora a un primer lugar. Toma el
lugar exclusivo y esencial, central e
irremplazable, estamos así ante un tema exclusivo. San Juan ya no nos dice que
la vida eterna está condicionada a tener fe en Jesús, sino que depende de que
se coma su carne y se beba su sangre (v. 54). Fíjense bien mis queridos
hermanos que se dan cita dominicalmente para celebrar la Eucaristía. No estamos
hablando de cualquier cosa, no estamos diciendo qué platillo te apetece, que es
lo que deseas o con qué lo acompañas. No! Estamos hablando del pan que da la vida
eterna. Mis hermanos aquí cabe la pregunta ¿Qué importancia le doy yo a la Eucaristía?
¿Es verdaderamente algo central en mi vida, o simplemente acudo por costumbre?
¿Qué importancia tiene para mí, el llegar a tiempo, para sosegar mi Espíritu y
disponerme para este encuentro tan sublime y especial? ¡Es el único encuentro
más importante de toda la semana! ¿Por qué me da lo mismo llegar antes que
después? Y cuando comulgo ¿Soy realmente consciente de que es Jesús vivo en
bajo la apariencia de pan y de vino quien viene a mí? ¿Cómo me atrevo a
comulgar sin prepararme? ¿Por qué son tan pocos los que comulgan? Y los que lo
hacemos ¿Estamos realmente preparados y en gracia para recibirle a Jesucristo en
la Eucaristía? En este contexto, hemos de caer en la cuenta de otro detalle por
demás importante: ya no se insiste en la idea de que sea el Padre el que
entrega los hombres a Jesús o los atrae hacia él, sino que es el mismo Jesucristo
quien se nos manifiesta como agente y fuente de salvación. Jesús insiste
rotundamente en que comamos su carne y bebamos su sangre. Ésta está contenida
en la Eucaristía. No se trata de una imagen, no es una metáfora. Jesús nos está
hablando de Él, de su Cuerpo y de su Sangre en la Eucaristía. Aquí se ha
generado un giro excepcional. Se trata de ese salto del que hablábamos al
principio. Jesús está ofreciendo algo muy delicado: nada más y nada menos que comer
su carne y beber su sangre. Esto es algo inaudito. No olvidemos que en la
Biblia Comer la carne de uno aparece
como algo hostil (Sal 27,2; Zac 11,9). De hecho, en la tradición aramea
transmitida a través de la versión siríaca, el devorador de carne es el
demonio, el calumniador y adversario por excelencia. Por otro lado, Beber la
sangre se consideraba cosa horrenda y prohibida por la Ley de Dios (Gn 9,4; Lv
3,17; Dt 12,23; Hch 15,20). Así pues, para que las palabras de Jesús en Jn 6,53
tengan una interpretación positiva, favorable, han de ser con referencia a la Eucaristía.
Reproducen sencillamente las palabras que escuchamos en el relato sinóptico de
la institución de la Eucaristía (Mt 26,26-28): “Tomen, coman; esto es mi cuerpo…
Beban todos, que ésta es mi sangre”.
El segundo indicio de que se trata de la Eucaristía es
la fórmula que aparece en el v. 51: “El pan que voy a dar es mi carne, para que
el mundo viva”. Aquí tenemos la respuesta a muchos de nuestros interrogantes,
porque tanta muerte, por qué tanta violencia, por qué tanta injusticia, por qué
están las cosas en este mundo tan mal, porque aunque la mayoría nos digamos
cristianos, somos una minoría los que comemos la Carne del Hijo del hombre. Es muy
importante resaltar que Juan no habla de “cuerpo” como el relato sinóptico, sino
de “carne”. Démonos cuenta pues de otro detalle Jesús habla del pan vivo bajado
del cielo que es su carne. El Evangelio de san Juan, en su prólogo nos habla de
la venida de la Palabra al mundo (Jn 1,14) en términos de encarnación; aquella
misma carne es la que se dará ahora a los hombres como pan vivo. Así pues si el
v. 51 se hace eco del tema de la encarnación, al mismo tiempo entraña una clara
referencia a la muerte de Jesús, un tema tradicionalmente asociado al de la Eucaristía;
Jesús, en efecto, dará su carne para
que el mundo viva. El pan eucarístico se identifica pues, con la carne de Jesús,
es él que se da, el que se nos dona. Jesús entrega voluntariamente su vida, y
su muerte voluntaria hace posible la participación eucarística de su carne. No olvidemos
que Jesús se nos presentó como el cordero pascual que quita el pecado del
mundo; ahora, en este contexto pascual eucarístico, se nos dice que Jesús da su
carne para que el mundo viva. Así pues, queridos hermanos y hermanas estamos
todos cordialmente invitados a comer la Carne del hijo del hombre, para hacer
realidad ya aquí en medio de nosotros la vida eterna que nos lanzará hasta la
vida en plenitud, resucitándonos en el último día.
Fray Pablo Jaramillo
OFMCap.
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