Lectio Divina 31 de Diciembre. Día Séptimo de la Infraoctava de Navidad. Aquel que es la Palabra se hizo hombre.

 Aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. A todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios.

I Juan: 2, 18-21. Juan: 1, 1-18

 


 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

De la primera carta del apóstol san Juan: 2, 18-21

 

Hijos míos: Esta es la última hora. Han oído ustedes que iba a venir el anticristo; pues bien, muchos anticristos han aparecido ya, por lo cual nos damos cuenta de que es la última hora.

De entre ustedes salieron, pero no eran de los nuestros; pues si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros. Pero sucedió así para que se pusiera de manifiesto que ninguno de ellos es de los nuestros.

Por lo que a ustedes toca, han recibido la unción del Espíritu Santo y tienen así el verdadero conocimiento. Les he escrito, no porque ignoren la verdad, sino porque la conocen y porque ninguna mentira viene de la verdad. 

 

Palabra de Dios. 

R/. Te alabamos, Señor.

 

Este breve fragmento de Juan debe ser comprendido a la luz de la mentalidad del tiempo en que el Apóstol escribe. Juan exhorta a la comunidad cristiana a la vigilancia por la inminente «última hora» de la historia, (v. 8), marcada por un violento ataque del enemigo del pueblo de Dios llamado «anticristo», simbolo de todas las fuerzas hostiles a Dios y personificado en la figura de los herejes. El tiempo final de la historia, cierto, no debe ser entendido en sentido cronologico sino teológico, es decir, como tiempo decisivo y último de la venida de Cristo, tiempo especialmente de lucha, de persecuciones y de prueba para la fe de la comunidad. Cuando las dificultades se hacen más opresoras, advierte el Apóstol, el fin está cerca, el mundo nuevo se perfila en el horizonte y la señal es dada justamente por los herejes que difunden el error (cf. Mt 24,23-24). Éstos, si bien pertenecieron un tiempo a la comunidad, se han mostrado sus enemigos al abandonar la Iglesia y obstaculizando su camino.

Es una experiencia dolorosa conocer que la voluntad de Dios permite que Satán encuentre a menudo sus instrumentos precisamente dentro de la comunidad eclesial. A éstos, sin embargo, se contraponen los auténticos discípulos de Jesús, aquellos que han recibido la «unción del Espíritu Santo» (v. 20), es decir, la Palabra de Cristo y su Espíritu que, a través del bautismo, les enseña la verdad completa (cf. Jn 14,26). Tal verdad se refiere a la persona de Jesús, el Verbo de Dios hecho carne, como aclara el Apóstol y no a un Jesús aparentemente

humano, figura de una realidad sólo espiritual, como dicen los herejes.

 

EVANGELIO

Del santo Evangelio según san Juan: 1, 1-18

 

En el principio ya existía aquel que es la Palabra, y aquel que es la Palabra estaba con Dios y era Dios. Ya en el principio él estaba con Dios. Todas las cosas vinieron a la existencia por él y sin él nada empezó de cuanto existe. Él era la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas y las tinieblas no la recibieron.

Hubo un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan. Éste vino como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio de él. Él no era la luz, sino testigo de la luz. 

Aquel que es la Palabra era la luz verdadera, que ilumina a todo hombre que viene a este mundo. En el mundo estaba; el mundo había sido hecho por él y, sin embargo, el mundo no lo conoció.

Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron; pero a todos los que lo recibieron les concedió poder llegar a ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre, los cuales no nacieron de la sangre, ni del deseo de la carne, ni por voluntad del hombre, sino que nacieron de Dios.

Y aquel que es la Palabra se hizo hombre y habitó entre nosotros. Hemos visto su gloria, gloria que le corresponde como a Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.

Juan el Bautista dio testimonio de él, clamando: ''A éste me refería cuando dije: 'El que viene después de mí, tiene precedencia sobre mí, porque ya existía antes que yo' ".

            De su plenitud hemos recibido todos gracia sobre gracia. Porque la ley fue dada por medio de Moisés, mientras que la gracia y la verdad vinieron por Jesucristo. A Dios nadie lo ha visto jamás. El Hijo unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha revelado. 

 

Palabra del Señor. 

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

El prólogo de Juan, a diferencia de los relatos de los evangelios de la infancia, no narra las vivencias históricas del nacimiento y primera infancia de Jesús, sino que describe, en forma poética, el origen de la Palabra en la eternidad de Dios y su persona divina en el amplio horizonte bíblico del plan de salvación que Dios ha trazado para el hombre. Esta presentación de Jesús Palabra se hace en tres momentos.

Primeramente la «preexistencia» de la Palabra (vv. 15), real y en comunión de vida con Dios; él nos puede hablar del Padre porque posee la eternidad, la personalidad y la divinidad (v. 1). Después, la venida histórica de la Palabra entre los hombres (vv. 6-13) de cuya luz fue testigo el Bautista (vv. 6-8); esta luz pone al hombre ante una opción de vida: rechazo o acogida, incredulidad o fe (vv. 9-11); sólo la acogida favorable permite la filiación divina, que no procede ni de la carne ni de la sangre, esto es, de la posibilidad humana (vv. 12-13). Y finalmente la encarnación de la Palabra (v. 14) como punto central del prólogo. Esta Palabra, que había entrado por primera vez en la historia humana con la creación, viene ahora a morar entre los hombres con su presencia activa: «Y el Verbo se hace carne», es decir, se ha hecho hombre en la debilidad, fragilidad e impotencia del rostro de Jesús de Nazaret para mostrar el amor infinito de Dios. En él la humanidad creyente puede contemplar la gloria del Señor (v. 16), no una gloria como la de Moisés, revelador imperfecto de la Ley que puede hacer esclavos, sino la de Jesús, el Revelador perfecto y escatológico de la Palabra que hace libres, el verdadero Mediador humano-divino entre el Padre y la humanidad, el único que nos manifiesta a Dios y nos lo hace conocer.

 

MEDITATIO

 

En su historia bimilenaria, la Iglesia ha encontrado siempre falsos profetas y maestros de falsedad, que se han servido del nombre de Cristo para propagar sus propias ideas y doctrinas. Y, muy a menudo, tales adversarios del evangelio han salido de las filas de los creyentes. También hoy la historia se repite porque no faltan doctores de la mentira, que hacen brillar ante muchos las tinieblas como luz, desconociendo la verdadera luz de Cristo, portadora de gozo y paz interior.

Pertenecer a la Iglesia es un don y un misterio que ningún vínculo externo puede garantizar, sino sólo la fidelidad a la Palabra de Cristo en la humilde y constante búsqueda de la verdad. Rechazar a la Iglesia es rechazar a Cristo, la verdad y la vida (cf. Jn 14,6). Rechazar a la Iglesia es no creer en el evangelio y en la Palabra de Jesús, es vivir en las tinieblas y en el absurdo. Por el contrario, el verdadero discípulo de Jesús, habiendo recibido la unción del Espíritu Santo, se deja conducir suavemente por su acción y por su verdad, reconociendo los caminos de Dios y esperando su venida sin alarmismos ni fantasías milenaristas. La encarnación de Cristo ha impregnado toda la historia y la vida de los hombres, porque sólo en él reside toda plenitud de vida y toda aspiración a la felicidad, y el hombre ha entrado a pleno derecho entre los familiares de Dios.

El final de un año civil recuerda al cristiano que la historia humana está guiada por Dios y a él dirigimos nuestro reconocimiento por los dones recibidos y nuestra súplica por la vida nueva que siempre nos ofrece.

 

ORATIO

 

Padre, Señor omnipotente que gobiernas con infinito amor la historia y la vida de los hombres, te damos gracias por tu Hijo Jesús que nos has enviado como Palabra de verdad a nuestro pobre mundo, hecho de fragilidad, de debilidad y de pecado. Nosotros sólo queremos acoger esta Palabra tuya hecha carne, pero queremos tenerla constantemente ante los ojos como inmutable y único punto de referencia en nuestro peregrinar terreno. Tú has amado tanto al mundo que nos hablas a través del don de tu Hijo para que el que cree en él tenga la vida (cf. Jn 3,16).

Continúa, Padre, todavía hoy, manifestándote a través de él, para que nos sintamos hijos tuyos y la vida divina que has sembrado en nuestro corazón con el bautismo se refuerce con un camino de fe que nos haga experimentar siempre tus favores y contemplar tu gloria. Toda la vida de Jesús se ha desarrollado como vida filial en una actitud de escucha y de obediencia a ti, Padre, en una relación de amor y como expresión del amor. Ésta es la razón por la que Jesús no se ha buscado nunca a sí mismo ni su propia gloria, sino sólo escucharte a ti para revelarnos tu rostro. Por esto la vida de Jesús es para nosotros la revelación completa, la plenitud de la verdad.

También nosotros, como el apóstol Juan, queremos experimentar que la auténtica identidad de tu Hijo se comprende sólo cuando en la contemplación nos situamos fuera del tiempo y de la historia y encontramos la raíz de la existencia de Jesús en tu intimidad. Sobre esta plenitud queremos fundamentar nuestra fe.

 

CONTEMPLATIO

 

Señor Dios mío, hazme digna de conocer el altísimo misterio de tu ardiente caridad, el misterio profundísimo de tu encarnación. Tú te has hecho carne por nosotros. Por esta carne comienza la vida de nuestra eternidad (...). ¡Oh amor que se da entero! Te has alienado a ti mismo, te has anulado a ti mismo para hacerme, has tomado los despojos de siervo vilísimo para darme a mí un manto real y un vestido divino (...).

¡Por esto que entiendo, que comprendo con todo mi ser -que tú has nacido en mí-, seas bendito, Señor! ¡Oh abismo de luz! Toda la luz está en mí, si veo esto, si comprendo esto, si sé esto: que tú has nacido en mí. En verdad entender esto es una cumbre: la cumbre de la alegría (...). ¡Oh Dios increado, hazme digna de profundizar en este abismo de amor, de mantener en mí el ardor de tu caridad. Hazme digna de comprender la inefable caridad que tú nos comunicaste cuando, por medio de la encarnación, nos manifestaste a Jesucristo como Hijo tuyo, cuando Jesús te nos reveló a ti como Padre.

¡Oh abismo de amor! El alma que te contempla se eleva admirablemente más allá de la tierra, se eleva más allá de sí misma y navega, pacificada, en el mar de la serenidad (Ángela de Foligno, Experiencia de Dios amor, Sevilla 1991).

 

ACTIO

 

Repite a menudo y vive hoy la Palabra:

 

«Ninguna mentira viene de la verdad» (1 Jn 2,21).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

Al ver más claro que tu vocación es la de ser testigo del amor de Dios al mundo, y al crecer tu determinación de vivir esta vocación, aumentarán los asaltos del enemigo. Oirás voces que te dirán: «No eres digno, no tienes nada que ofrecer, no tienes atractivo, no suscitas ni deseo ni amor». Cuanto más sientas la llamada de Dios, más descubrirás en tu propia alma la batalla cósmica entre Dios y Satán. No tengas miedo. Continúa profundizando en la convicción de que el amor de Dios te basta, que estás en manos seguras, y que eres guiado en cada paso de tu camino. No te dejes sorprender por los asaltos del demonio. Aumentarán pero, si los enfrentas sin miedo, descubrirás que son impotentes.

Lo que importa es aferrarse el verdadero constante e inequívoco amor de Jesús. Cada vez que dudes de este amor, vulve a tu morada interior у escucha allí la voz del amor. Solamente cuando sabes en tu ser más profundo que eres íntimamente amado, puedes afrontar las oscuras voces del enemigo sin ser seducido por ellas.

El amor de Jesús le dará una visión cada vez más clara de tu vocación, así como de las muchas tentativas de arrancarte de aquella llamada. Cuanto más sientas la llamada a hablar del amor de Dios, más necesidad tendrás de profundizar en el conocimiento de este amor en tu mismo corazón. Cuanto más lejos te lleve el camino exterior, más profundo debe ser tu camino interior. Sólo cuando tus raíces sean profundas, tus frutos podrán ser abundantes, pero tú puedes afrontar sin miedo al enemigo cuando te sabes seguro del amor de Jesús (H. J. M. Nouwen, La voz interior del amor, Madrid 1998).

 

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