Lectio Divina Segundo Domingo de Adviento B. Consuelen, consuelen a mi pueblo. Preparen el camino del Señor.
Pueblo de Sión, mira que el Señor va a venir para salvar a todas las naciones y dejará oír la majestad de su voz para alegría de tu corazón.
Isaías: 40, 1-5. 9- 1. 2 Pedro 3,8-14. Marcos: 1, 1-8
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Preparen el camino del Señor.
Del libro del profeta Isaías: 40, 1-5. 9- 11
"Consuelen, consuelen a mi pueblo, dice nuestro Dios. Hablen al corazón de Jerusalén y díganle a gritos que ya terminó el tiempo de su servidumbre y que ya ha satisfecho por sus iniquidades, porque ya ha recibido de manos del Señor castigo doble por todos sus pecados".
Una voz clama: "Preparen el camino del Señor en el desierto, construyan en el páramo una calzada para nuestro Dios. Que todo valle se eleve, que todo monte y colina se rebajen; que lo torcido se enderece y lo escabroso se allane. Entonces se revelará la gloria del Señor y todos los hombres la verán". Así ha hablado la boca del Señor.
Sube a lo alto del monte, mensajero de buenas nuevas para Sión; alza con fuerza la voz, tú que anuncias noticias alegres a Jerusalén. Alza la voz y no temas; anuncia a los ciudadanos de Judá: "Aquí está su Dios.
Aquí llega el Señor, lleno de poder, el que con su brazo lo domina todo. El premio de su victoria lo acompaña y sus trofeos lo anteceden. Como pastor apacentará su rebaño; llevará en sus brazos a los corderitos recién nacidos y atenderá solícito a sus madres".
Palabra de Dios.
R/.Te alabamos, Señor.
La conmovedora lectura de Isaías forma parte de una profecía proclamada en tiempos del retorno del exilio, cuando el edicto del rey persa Ciro permitió a los hebreos, desterrados en Babilonia, volver a su patria.
El oráculo da paso a diversas voces: aparece el profeta que habla, están los oyentes a los que el profeta ordena ser mediadores de consuelo con la ciudad de Jerusalén, víctima de tantas humillaciones, finalmente la misma ciudad de Jerusalén (Sión) a quien se dirige en
definitiva el mensaje.
El mensaje central es la venida de Dios: «Aquí está el Señor» (v. 10). Sólo el Señor sabe verdaderamente consolar, y lo hace con dos actitudes: la primera, con su autoridad cambiando la suerte de este pueblo, eliminando la esclavitud (v. 2); la segunda, presentándose como pastor que guía su propio rebaño acomodándose al caminar de cada uno (v. 11: «Lleva en brazos los corderillos, conduce despacito a las madres».
Sólo Dios puede consolar, pero los hombres deben ser portavoces y mensajeros de consuelo: «Consolad, consolad a mi pueblo... hablad al corazón de Jerusalén» (vv. 1-2); los que anuncian el consuelo deben compartir la pasión de Dios por su pueblo y ser capaces de “hablar al corazón".
El consuelo de Dios no excluye la parte correspondiente al hombre. Por eso se invita a «preparar un camino en el desierto»; literalmente hay que entenderlo como el camino que lleva a los hebreos desde el destierro de Babilonia a Jerusalén, pero la exhortación cobra un sentido más profundo: hay que abrir el corazón a Dios mediante un movimiento de auténtica conversión.
SEGUNDA LECTURA
Esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva.
De la segunda carta del apóstol san Pedro: 3, 8-14
Queridos hermanos: No olviden que para el Señor, un día es como mil años y mil años, como un día. No es que el Señor se tarde, como algunos suponen, en cumplir su promesa, sino que les tiene a ustedes mucha paciencia, pues no quiere que nadie perezca, sino que todos se arrepientan.
El día del Señor llegará como los ladrones. Entonces los cielos desaparecerán con gran estrépito, los elementos serán destruidos por el fuego y perecerá la tierra con todo lo que hay en ella.
Puesto que todo va a ser destruido, piensen con cuánta santidad y entrega deben vivir ustedes esperando y apresurando el advenimiento del día del Señor, cuando desaparecerán los cielos, consumidos por el fuego, y se derretirán los elementos.
Pero nosotros confiamos en la promesa del Señor y esperamos un cielo nuevo y una tierra nueva, en que habite la justicia. Por lo tanto, queridos hermanos, apoyados en esta esperanza, pongan todo su empeño en que el Señor los halle en paz con él, sin mancha ni reproche.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor.
Las palabras de Pedro hoy están el relación con un problema concreto de la comunidad cristiana, creado por alguno que turba la fe de los creyentes al poner en duda la promesa de la vuelta del Señor, diciendo: « ¿Dónde queda la promesa de su gloriosa venida?» (2 Pe 3,4). La objeción va incluso más allá cuestionando la consistencia misma de la Palabra de Dios, que parece que no hace cambiar nada en la historia humana: «¡Ya han muerto nuestros padres y todo está igual que al principio del mundo!» (3,4).
La primera respuesta es una cita del Sal 90,4: «Para el Señor, un día es como mil años»; la espera de la vuelta de Jesús no es cuestión de cantidad, de días o siglos, sino de calidad del tiempo concedido a cada uno. Desde el punto de vista de Dios, el tiempo humano no es la suma de los días de su vida, sino que es el año de gracia concedido para la conversión (cf. Lc 4,19 y 13,8), es «un día solo», es un tiempo unificado por la única preocupación que lo debe llenar: la de serle fieles. Los días concedidos al hombre son un tiempo disponible para la conversión que Dios quiere ofrecer a todos, pero los que piensan que no necesitan conversión no saben acoger esta posibilidad que se les brinda y piensan que retrasa su intervención en vez de considerar la paciencia divina (v. 9).
Del mismo modo, también las imágenes cosmológicas que siguen: «El cielo desaparecerá con gran estrépito; los elementos se desintegrarán abrasados y la tierra se consumirá...» (vv. 10.12), más que describir con anticipación y literalmente lo que sucederá a la tierra, quieren afirmar que Dios aniquilará la maldad de este mundo, que lo renovará hasta sus raíces y se producirá una nueva situación (los cielos nuevos y la nueva tierra).
EVANGELIO
Enderecen los senderos del Señor.
Del santo Evangelio según san Marcos: 1, 1-8
Éste es el principio del Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. En el libro del profeta Isaías está escrito: He aquí que yo envío a mi mensajero delante de ti, a preparar tu camino. Voz del que clama en el desierto: "Preparen el camino del Señor, enderecen sus senderos".
En cumplimiento de esto, apareció en el desierto Juan el Bautista predicando un bautismo de conversión, para el perdón de los pecados. A él acudían de toda la comarca de Judea y muchos habitantes de Jerusalén; reconocían sus pecados y él los bautizaba en el Jordán.
Juan usaba un vestido de pelo de camello, ceñido con un cinturón de cuero y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Proclamaba: "Ya viene detrás de mí uno que es más poderoso que yo, uno ante quien no merezco ni siquiera inclinarme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo los he bautizado a ustedes con agua, pero él los bautizará con el Espíritu Santo".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a ti, Señor Jesús.
Para Marcos el evangelio de Jesús, que es Cristo el Hijo (v. 1), no comienza de repente con la venida de Jesús, sino con un tiempo de preparación. En este tiempo de preparación se subrayan por lo menos tres elementos, el primero de los cuales es la Sagrada Escritura (vv.
2-3), ya que el evangelio de Jesús les dará una realización concreta y el evangelio solo se podrá comprender auténticamente meditando incesantemente las páginas de las que Dios ya había hablado. Las palabras que relata Marcos citando a Isaías, aluden a un camino que hay que preparar: el camino de Dios hacia su pueblo y el camino del pueblo hacia Dios.
Pasa a continuación al segundo elemento: el envío de un profeta, el Bautista, capaz de indicar a la humanidad el camino del desierto, el lugar donde Dios ofrece la posibilidad de una auténtica conversión (vv. 4.7-8). Según Marcos, el Bautista no insiste tanto en la predicación moral como, sobre todo, en la necesidad de esperar a "otro”, uno que debe venir de parte de Dios.
El tercer elemento es el mismo pueblo que, por la predicación de Juan, camina penitente hacia el desierto, como el pueblo del éxodo (v. 5). Por consiguiente, está naciendo un pueblo nuevo, aunque se requiere una condición: que el hombre se ponga en camino, salga y se dirija al Bautista para acoger su mensaje de conversión. Y caminando juntos hacia el lugar donde resuena la Palabra de Dios es como el pueblo podrá reconstruirse.
MEDITATIO
Una metáfora domina las lecturas de hoy: es la del “camino". Correlativa a la del camino, aparece la idea de Iglesia como nuestro ser pueblo que se forma poniéndose en camino. Isaías se dirige a un pueblo desconfiado, con necesidad de consuelo y ayuda para ponerse en marcha; necesitamos profetas capaces de hablar al corazón, profetas de confianza, no de desventuras. Ante la devastación de nuestras conciencias, bombardeadas por mensajes negativos y nihilistas, es importante para cada uno de nosotros el aliento que nos llega del mensaje profético.
También las palabras del Bautista apuntan en esta dirección, preparando nuestro corazón a la venida del que bautizará con Espíritu. Ciertamente su figura austera y penitente no deja de ir contra nuestro estilo de vida cuando ya no sentimos necesidad de conversión: una consolación “barata" no nos enriquecería con frutos duraderos.
Es indispensable sobre todo nuestro testimonio inspirado en una fe honda en la salvación que nos ofrece Dios, nuestro querer ser pueblo de Dios atraídos por la promesa del Bautista, para después convencer a los demás de la salvación inminente. Por otra parte, siempre nos acuciará la pregunta de los escépticos: ¿es que vale la pena? La Palabra de Dios nos responde que sí vale la pena. La carta de Pedro nos recuerda que éste es un tiempo lleno de la presencia de Dios y sólo podemos verlo así creyendo de verdad y comprometiéndonos con nuestra existencia: la promesa de «cielos nuevos y tierra nueva» genera en el que cree una vida de auténtica santidad, y ella misma es anuncio y signo tangible de aquel mundo nuevo.
ORATIO
Tú nos hablas, Señor, a través de los profetas totalmente inmersos en las vicisitudes de su pueblo y de su tiempo capaces de estar solos o de ir al desierto a proclamar la Palabra a los que le siguen.
Tú nos hablas, Señor, por los testimonios dispuestos a compartir las angustias de sus hermanos, los temores y dramas de los hombres y llenos de fe para indicar tu presencia activa, tu promesa suscitadora de vida.
Tú nos hablas, Señor, por hombres que saben oponerse valientemente a las modas, costumbres, prejuicios, tópicos de sus contemporáneos y a la vez solidarios en el buscar tu rostro que salva, en el hablar al corazón del que desespera.
Te rogamos mires a tu Iglesia, la Iglesia de nuestros días, a nosotros que somos tu pueblo, constituidos por tu gracia en profetas y testigos de tu verdad: concédenos ser mediadores de tu consuelo en el momento mismo de denunciar las hipocresías propias y ajenas. En el desierto de nuestra sociedad haz resonar tu Palabra, para que también “salgamos”, confesando nuestros pecados para ser de nuevo inmersos en la gracia de tu Espíritu.
CONTEMPLATIO
¡Oh grandeza del amor, por el que amamos a Dios, lo preferimos, nos dirigimos a él, le alcanzamos, lo poseemos! Si me pregunto por tus características, caigo en la cuenta de que eres el camino maestro, que acoge, dirige y guía a la meta; eres el camino del hombre a Dios y el camino de Dios a la humanidad. ¡Oh camino feliz, sólo tú conociste el cambio de grandes bienes, por los que vino nuestra salvación! Tú has conducido a Dios hacia los hombres, tú diriges los hombres hacia Dios. Él descendió por este camino cuando vino a nuestro encuentro; nosotros lo recorremos hacia arriba, cuando vamos hacia él: ni Dios podía venir a nosotros, ni nosotros podíamos ir a él, sino por medio del amor.
No sé cuál sea el mayor elogio que se pueda decir de ti, si afirmar que has hecho bajar a Dios del cielo, o que has elevado al hombre de la tierra al cielo; grande es tu poder, si por tu medio Dios se ha humillado tanto y el hombre ha sido ensalzado tanto (Hugo de San Víctor, In lode del divino amore, Milán 1987, 280-281).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Muéstrame, Señor, tus caminos, instrúyeme en tus sendas» (Sal 24,4).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Si la paciencia es la madre de la espera, es la misma espera la que produce nuevo gozo en nuestras vidas. Jesús nos ha hecho entrever no sólo nuestros sufrimientos sino también lo que está más allá de ellos. «También vosotros ahora estáis tristes, pero os veré de nuevo y vuestro corazón se llenará de gozo». Un hombre, una mujer que no alimentan su esperanza en el futuro, no están en disposición de vivir el presente con creatividad.
La paradoja de la espera está precisamente en el hecho de que los que creen en el mañana están en disposición de vivir mejor el hoy; que los que esperan que de la tristeza brote el gozo están en disposición de descubrir los rasgos inaugurales de una vida nueva ya en la vejez; que los que esperan con impaciencia la velta del Señor pueden descubrir que él ya está aquí y ahora en medio de ellos (...).
Precisamente en la espera confiada y fiel del amado es donde comprendemos cómo ya ha llenado nuestras vidas. Como el amor de una madre por su propio hijo puede crecer mientras espera su regreso, como los que se aman pueden descubrirse cada vez más durante un largo período de ausencia, así nuestra relación interior con Dios puede ser cada vez más honda, más madura mientras esperamos pacientemente su retorno (H. J. M. Nouwen, Forza dalla solitudine, Brescia 1998, 59-62).
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