LECTIO DIVINA DÉCIMO MARTES DEL TIEMPO ORDINARIO. Ustedes son la luz del mundo.

 LECTIO DIVINA DÉCIMO MARTES DEL TIEMPO ORDINARIO 

Ustedes son la luz del mundo.

II corintios 1, 18-22

 


LECTIO 

 

PRIMERA LECTURA

Jesucristo no fue primero “sí” y luego “ no”. Todo él es un “sí”. 

De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios 1, 18-22

 

Hermanos: Dios es testigo de que la palabra que les dirigimos a ustedes no fue primero "sí" y luego "no". Cristo Jesús, el Hijo de Dios, a quien Silvano, Timoteo y yo les hemos anunciado, no fue primero "sí" y luego "no". Todo él es un "sí". En él, todas las promesas han pasado a ser realidad. Por él podemos responder "Amén" a Dios, quien a todos nosotros nos ha dado fortaleza en Cristo y nos ha consagrado. Nos ha marcado con su sello y ha puesto el Espíritu Santo en nuestro corazón, como garantía de lo que vamos a recibir. 

 

Palabra de Dios.

R/. Te alabamos, Señor.

 

La perícopa de hoy constituye un fragmento reducido del contexto autobiográfico en el que Pablo vuelve a evocar hechos recientes conocidos de los corintios y, sobre todo, reivindica la corrección y la honestidad de su propio comportamiento en todas partes y cada vez más respecto a ellos (vv. 12-17, omitidos por el leccionario). El incipit del fragmento se conecta con el amago de orgullo de hace poco, referido a la criticada modificación del viaje a Corinto: «Al proponerme esto, ¿obré con ligereza? ¿Creéis que me lo propuse con miras humanas, jugando arteramente con el sí y el no?». El estribillo de los adverbios inconciliables «sí»-«no» parece agradarle a Pablo, convencido de que el eco no resbalará de manera ineficaz sobre la receptividad de sus lectores. Es probable que el apóstol aprendiera de Jesús este aforismo recogido del evangelio: «Que vuestra palabra sea si cuando es sí, y no cuando es no» (Mt 5,37: en las lecturas del sábado próximo). También el apóstol Santiago emplea el mismo dicho de Jesús (cf. Sant 5,12). 

El orgullo de Pablo se levanta sobre constataciones realistas relativas a su propia identidad. Él es «apóstol de Jesucristo por voluntad de Dios» (2 Cor 1,1); en la comunidad de Corinto es un colaborador, no un déspota (v. 24); comparte la confirmación por parte de Dios en Cristo (v. 21), hecha visible en el bautismo que transformó su propia personalidad, como él mismo recuerda (Hch 22,16; 26,15ss y contextos); hace uso de su patrimonio personal de la «unción», del «sello», de la «prenda del Espíritu» (v. 21ss). Estas tres palabras perfilan -a la luz de pasajes paralelos, por otra parte no apodícticos- la misión de la evangelización injertada en la de Cristo (Lc 4,18), la participación en la identidad sacerdotal del mismo Cristo (Jn 6,27: interpretación «eucarística»), algunos carismas en los que el Espíritu se muestra generoso y que para Pablo son el apostolado, el ministerio, la Palabra, la enseñanza (Rom 12,5-7), así como el carisma más grande, a saber: la caridad (1 Cor 13,13). Esa caridad que el apóstol muestra precisamente también a los hermanos de Corinto (2 Cor 2,8-11: versículos no recogidos por el leccionario).

 

EVANGELIO

Ustedes son la luz del mundo.

Del santo Evangelio según san Mateo 5, 13-16

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Ustedes son la sal de la tierra. Si la sal se vuelve insípida, ¿con qué se le devolverá el sabor? Ya no sirve para nada y se tira a la calle para que la pise la gente. 

Ustedes son la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad construida en lo alto de un monte; y cuando se enciende una vela, no se esconde debajo de una olla, sino que se pone sobre un candelero para que alumbre a todos los de la casa. 

Que de igual manera brille la luz de ustedes ante los hombres, para que viendo las buenas obras que ustedes hacen, den gloria a su Padre, que está en los cielos". 

 

Palabra del Señor.

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

Esta perícopa evangélica se puede interpretar como comentario y ejemplificación -en la que el mismo Jesús se compromete- de los nueve aforismos introducidos por el adjetivo sustantivado «bienaventurados» (los llamados macarismos). La primera concretización de la bienaventuranza evangélica es la conciencia que deben tener los discípulos de ser «sal de la tierra» y «luz del mundo». El «vosotros» con el que comienzan los dos períodos interpela precisamente a los discípulos, interlocutores próximos a Jesús y distanciados del anonimato de la muchedumbre. 

El «sermón del monte», a diferencia de otros contextos, es el único sitio en el que Jesús adopta la alegoría para representar la identidad de su discípulo. Y es también el único contexto en el que emplea el vocablo «sal». 

La imagen de la «luz», en cambio, se repite en la enseñanza de Jesús y en el vocabulario del Nuevo Testamento, señaladamente en la perspectiva cristológica, en la que resultan esenciales al menos un par de citas: la autobiográfica de Jesús («Yo soy la luz del mundo»: Jn 8,12; cf. 12,35.46), y aquella otra de la fe eclesial convencida de que «la Palabra era la luz verdadera, que con su venida al mundo ilumina a todo hombre» (Jn 1,9), o sea, el Verbo de la vida, luz que brilla en las tinieblas.  

Así pues, la alegoría de la sal parece tener una identidad autónoma. Forma parte de la responsabilidad autónoma del discípulo ser sal de la tierra, es decir, transferir al orden de las acciones humanas y evangelicas las características de la sal: dar sabor, conservar, purificar o preservar. Ahora bien, es una responsabilidad autónoma con riesgo: la sal puede perder su propia cualidad (si seguimos el aviso de Jesús, en verdad un tanto forzado, puesto que, de por sí, la compsoición química de la sal permanece íntegra si no es manipulada) y, al perder también su propia utilidad, se vuelve inservible. La alegoría de la luz infunde en el discípulo la seguridad de ser reverbero de una luz que no se extingue ni traiciona la propia naturaleza luminosa y la finalidad de iluminar: el discípulo es reverbero de la luz verdadera que es Cristo.

            Salar e iluminar son un servicio que Jesús confía a los discípulos. Esa confianza se transforma en certeza de bienaventuranza para los discpipulos: «Bienaventurados ustedes, que son sal de la tierra y luz del mundo».

 

 

MEDITATIO

 

« Dichosos los que tienen un corazón limpio, porque ellos verán a Dios» (Mt 5,8) es la bienaventuranza sobre la que se desarrolla la alegoría evangélica de la luz. El ver tiene necesidad de la luz. Jesús, el Señor, es luz (cf. 1 Jn 1,5.7). Del corazón –la interioridad individual- purificado e iluminado procede la interpretación de nosotros mismos como testigos de la luz que es Dios, que es Cristo, que son los dones divinos (Sant 1,17). La conciencia de tal testimonio nos exhorta a la vigilancia del siervo evangélico, de modo que no se demore en saborear elogios dirigidos a sí mismo; no ha de orientar la atención de los otros a él, sino a la Fuente de la luz y al origen de todo don. 

Una evidencia de que damos testimonio de la luz de Cristo es la coherencia, ese ser «sí» escandido por el apóstol Pablo en sintonía discipular con Cristo, el cual no fue «sí» y «no», es decir, ambigüedad, penumbra, incoherencia, sino que «en él todo ha sido sí». La prueba evidente de que damos testimonio de la luz del Espíritu es la custodia y la activación de esos dones a los que Pablo alude como cualidad de la propia personalidad que los ha recibido como prenda del Espíritu.  

    En nuestros días, el testimonio radical perfilado en el marco de la perícopa paulina y la identidad discipular ejemplificada en la alegoría evangélica de la sal y de la luz se concentra en la frecuentada y preciosa palabra «visibilidad». Ahora bien, la Palabra de Jesús no permite equívocos: no se trata de la visibilidad de ti mismo o de tus bondades, sino que la visibilidad del Padre que está en el cielo -o sea, de cuanto es él y de él recibe la vida, empezando por Cristo- es el servicio que te cualifica como discípulo y te premia con la bienaventuranza evangélica. 

 

ORATIO

 

«Haz brillar, Señor, tu rostro sobre tu siervo» (del salmo responsorial). La visión de tu rostro, Señor, es maravillosa: reflejar en él nuestro rostro es nuestra nostalgia cotidiana. 

Te damos gracias porque, con la Palabra de Jesús, tu Hijo, nos animas a hacer visible en esta tierra, a través de nuestras obras buenas, tu gloria, Padre que estás en el cielo, que eres amor y misericordia, que iluminas con tu Palabra revelada y que inundas de alegría a cuantos aman tu nombre. Salvaguárdanos de la despreocupación у del indiferentismo insípido, de la ambigüedad enredadora y de la incompletitud opaca en nuestro servicio al Evangelio. Perdónanos la estimación excesiva de nuestra personalidad de creyentes y la valoración maximalista de nuestras buenas acciones. Escucha estas in vocaciones, para que, a través de Jesucristo, suba a ti, oh Dios, nuestro «amén», nuestro «si».

 

CONTEMPLATIO

 

¿Acaso está dividido Jesucristo? (1 Cor 1,13). A buen seguro que no, puesto que es un Dios de paz y no de división (1 Cor 14,33), como iba enseñando san Pablo por todas las iglesias. En consecuencia, no es posible que en la verdadera Iglesia haya discordia o que esté dividida a causa de la credibilidad y de la doctrina, porque, de este modo, Dios dejaría de ser el artífice y el esposo y, como un reino dividido en sí mismo (cf. Mt 12,25), tendría fin. 

En cuanto Dios se adquiere un pueblo, como ha hecho con la Iglesia, le concede de inmediato la unidad de corazón y de camino. La Iglesia no es más que un cuerpo del que los fieles, bien trabados y unidos por medio de todos los ligamentos (Ef 4,16), son miembros; no hay más que una fe y un espíritu que anima a este cuerpo. esté habitada por personas del mismo género e inteligencia (Sal 68,6ss); por consiguiente, la verdadera Iglesia de Dios debe estar unida, ligada, conjuntada y estrechada al mismo tiempo por una misma doctrina y un mismo depósito de la fe (Francisco de Sales, Controversie, Brescia 1993, p. 122).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

 

«Brille de tal modo su luz delante de los hombres para que den gloria a su Padre»  (cf. Mt 5,16).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

¿Habéis pensado alguna vez que lo primero que se puede decir de la sal es que se disuelve, que se funde, que se con-funde? Es más, si no se funde, la comida no está buena. «Vosotros sois la sal», debéis desaparecer, confundiros. Primero está la imagen de lo que desaparece y después de lo que se ve: vosotros sois la sal que desaparece, vosotros sois la luz que aparece. ¿Veis la mecánica, la dialéctica? Lo primero que puede decirse de la sal es que se disuelve, y cuanto más se disuelve más sabor da, más da sentido a la vida, más da gusto; del mismo modo que el gusto de la comida, el gusto de la vida depende siempre de la sal. A continuación, conserva, preserva, desinfecta, mata los microbios, cicatriza las heridas, purifica. «Vosotros sois la sal de la tierra». 

Señor, ¡qué valor! Cuanto más se cumple esto, más se cumple la segunda imagen: «Brille de tal modo su luz delante de los hombres que, al ver sus buenas obras, den gloria». He aquí apenas una huella de las indicaciones para reflexionar, para meditar y para esperar que todo esto se cumpla (D. M. Turoldo, Oltre la foresta delle fedi, Casale Monf. 1996, pp. 139ss).

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