LECTIO DIVINA ONCEAVO VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO.
LECTIO DIVINA ONCEAVO VIERNES DEL TIEMPO ORDINARIO.
Dónde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
II Corintios 11, 18. 21-30. Mateo 6, 19-23
LECTIO
PRIMERA LECTURA
Además de éstas y otras cosas, pesa sobre mí diariamente la preocupación por todas las comunidades cristianas.
De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios 11, 18. 21-30
Hermanos: Ya que otros presumen de cosas humanas, yo también voy a presumir de ellas. Porque de cualquier cosa que alguien presume, aunque sea una insensatez lo que digo, también yo puedo presumir.
¿Ellos presumen de que son hebreos? Yo también lo soy. ¿De que son israelitas? Yo también lo soy. ¿De que son descendientes de Abraham? Yo también lo soy. ¿De que sirven a Cristo? Es una locura decirlo, pero yo lo sirvo más: yo les gano en fatigas y cárceles; y les gano por mucho en azotes y en peligros de muerte.
Cinco veces me han dado los judíos los treinta y nueve azotes. Otras tres veces me han azotado con varas y una vez me han apedreado. He naufragado tres veces y me he pasado un día y una noche perdido en el mar. He viajado sin descanso y me he visto en peligros en los ríos y entre ladrones; peligros por parte de los de mi raza y por parte de los paganos; peligros en las ciudades y en despoblado, en el mar y entre falsos hermanos. He andado muerto de cansancio; he pasado muchas noches sin dormir, con hambre y sed; muchos días sin comer, con frío y sin ropa.
Además de éstas y otras cosas, pesa sobre mí diariamente la preocupación por todas las comunidades cristianas. ¿Quién se enferma en ellas sin que yo no me enferme? ¿Quién cae en pecado sin que yo no me consuma de dolor? Si se trata de presumir, presumiré de mis debilidades.
Palabra de Dios.
R/. Te alabamos, Señor
Mientras se encamina hacia el epílogo de la segunda carta a los Corintios, Pablo atraviesa un punto culminante de la dialéctica entre el orgullo de su propia identidad y la debilidad de aquella comunidad eclesial. La perícopa de hoy es una antología documentaria de esto. El apóstol es consciente de que lo que está diciendo no lo dice según el Señor, sino como alguien que desvaría en la confianza de poder presumir (v. 17).
Se trata de unas palabras (omitidas por el leccionario) que, en última instancia, iluminan la psicología del apóstol y clarifican su método de evangelización. Consiste éste en la implicación de la persona en su humanidad integral; en la distinción del carácter gradual de la autoridad de la Palabra (en el caso que nos ocupa, la justificación autobiográfica y las aclaraciones sobre los comportamientos no forman parte del Evangelio, no coinciden con la Palabra de Dios); en la defensa de su propia personalidad a modo de defensa de la validez del mensaje transmitido.
Pablo está persuadido de que semejante criterio sigue siendo indispensable para salvaguardar el Evangelio entregado por él a los corintios, gente oscilante y proclive a recoger todo y lo contrario de todo; tormento del apóstol, que les recrimina con palabras fuertes, incluso duras (omitidas en el leccionario), que, sin embargo, revalidan la robustez de su amor por el Evangelio, por la Iglesia de Corinto, por su propia diaconía apostólica (v. 21). Por esas precisas razones se avergüenza de haberse mostrado débil con la comunidad.
Su presumir roza el desafío con la jactancia de otros (los «superapóstoles» del pasaje de ayer) que molestan a los corintios y exhiben presunciones -a su juicio- para abrirse brecha en la comunidad, desacreditar al apóstol y manipular su enseñanza evangélica. Ese «presumir» insistente podría parecer una falta en la limpia y transparente corrección de Pablo. Éste emplea también con frecuencia otros términos conexos con esa actitud: jactarse (Rm 5,2), jactancia (Flp 2,16), razón para la jactancia (1 Tes 2,19). La rehabilitación pulida de esta actitud ya la había empleado Pablo en otras ocasiones
para enseñar a los corintios: «El que presuma, que presuma en el Señor» (1 Cor 1,31; 2 Cor 10,17).
EVANGELIO
Dónde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
Del santo Evangelio según san Mateo 6, 19-23
En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "No acumulen ustedes tesoros en la tierra, donde la polilla y el moho los destruyen, donde los ladrones perforan las paredes y se los roban. Más bien acumulen tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el moho los destruyen, ni hay ladrones que perforen las paredes y se los roben; porque donde está tu tesoro, ahí también está tu corazón.
Tus ojos son la luz de tu cuerpo; de manera que, si tus ojos están sanos, todo tu cuerpo tendrá luz. Pero si tus ojos están enfermos, todo tu cuerpo tendrá oscuridad. Y si lo que en ti debería ser luz, no es más que oscuridad, ¡qué negra no será tu propia oscuridad!"
Palabra del Señor.
R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Con otros dos aforismos perfila el evangelio de Mateo otros dos ámbitos del proyecto evangélico de Jesús confiado a los discípulos. En ellos encontrarán también los proyectos sociales y los comportamientos individuales un próspero fundamento como cultura de lo esencial y mentalidad de la transparencia.
Los dos apotegmas son, desde el punto de vista didáctico, independientes entre sí. El primero incentiva la acumulación cualificada. El verbo «acumular» está repetido, señal de insistencia. El texto griego usa la fórmula sintáctica del acusativo interno: «No acumuléis tesoros» (v. 19). Este verbo ilumina actitudes como depositar en el tesoro (en nuestros días, los institutos de crédito), reunir-recoger-coleccionar, conservar; ese sustantivo designa todo lo que se tiene en custodia o en depósito, multiplicidad, acumulación. La variedad de significados se ramifica en pluralidad de comportamientos.
La razón aducida por Jesús para no acumular parece ajena a motivaciones ascéticas, místicas, espirituales, y estar apoyada más bien en razones de sagacidad y en cálculos bien terrenos: presta atención, los objetos de tu opulencia atraen a los efractores y a los atracadores. Y esto es una verdad evidente en las crónicas de sucesos. Sin embargo, la razón del «sí» a la acumulación es de naturaleza espiritual: deposita tus bienes en el cielo, donde están garantizados, salvaguardados, incrementados seguramente con los intereses. La razón de la alternativa pone de manifiesto las razones de la vida: la personalidad (el corazón) está plasmada por la interpretación y por la colocación de los valores (tesoro).
El segundo dicho de Jesús tiene que ver con la rectitud global del individuo. También ese modo de ser parece ajeno a motivaciones místicas y ascéticas: está engastado en el evangelio como un elemento precioso de la «cultura» humana, como modelo de evaluación y plasmación de la psicología de la persona. La alegoría de la luz/tinieblas y del ojo nos ayuda a comprender un mensaje sencillo y profundo: presta atención a los condicionamientos que modifican tu personalidad. El ojo es una puerta de entrada y de salida: introduce lo exterior en el interior, lee lo exterior con las gafas del interior. Jesús nos orienta a comprobar si nuestro ojo está sano (literalmente, sencillo, franco, veraz), o sea, a controlar la corrección de nuestra relación con la realidad; nos amonesta a vigilar si nuestro ojo está enfermo (literalmente, malo, perjudicial, defectuoso, estropeado, vicioso), o sea, a controlar la distorsión individualista de la realidad. La conclusión, lanzada como una alarma, nos mueve a la elección definitiva: la opción radical y positiva que Jesús nos propone.
MEDITATTO
Estos dos apotegmas de Jesús no dicen en qué consisten ni el tesoro ni la luz y las tinieblas. La razón es que los destinatarios del mensaje son sus discípulos, y éstos los conocen bien y van aumentado sus conocimientos de los mismos.
Saben que el tesoro no son los bienes terrenos que aunque son preciosos, son caducos, inertes, transeuntes (Lc 12,21; Mt 13,52). Saben que el tesoro es el patrimonio que plasma la propia ecultura», que forja la metalidad y condiciona los comportamientos (Mt 12,35). Saben el tesoro es el Reino de los Cielos para comprar el cual vale la pena vender todo lo que tienen, es decir apostar más por él que por otras cosas de este mundo ambiguas e impracticables (Mt 13,44). Y saben asimismo que el Reino se hace visible siguiendo a Cristo en la pobreza evangélica compensada por «un tesoro en el cielo» (Mt 19,21). El cielo, como lugar de depósito y de reapropiación del tesoro, es, que duda cabe, «la vida eterna en el paraíso», pero también la maduración de ésta en el «Reino de los Cielos, que equivale a discipulado del Evangelio, seguimiento de Cristo, comunidad eclesial en la historia.
Los discípulos saben que el Verbo de Dios es la luz verdadera venida al mundo para iluminar a todo hombre (Jn 1.4.9;3,19). Han aprendido de labios del mismo Jesús que él es la luz del mundos, de suerte que quien le sigue «no caminará a oscuras, sino que tendrá la luz de la vida» (Jn 8.12); han aprendido que ellos mismos son la luz del mundo y a tener dispuesto el empeño para dar testimonio de su brillo (Mt 5,14-16). Los discipulos saben que la tiniebla es la ajenidad o el exilio del Reino, esto es de los valores evangélicos, así como lejanía y rechazo existencial de Cristo, donde se encuentran las tinieblas, el llanto y el rechinar de dientes (Mt 22,13; 25.30)
ORATIO
«El Señor libra a los justos de todas sus angustias» (del salmo responsorial).
Perdona toda nuestra vanagloria, Señor, para que poseamos el don de la fe y la capacidad de servir a diario en el Reino de los Cielos: enséñanos a colaborar con los otros servidores del Evangelio en la bienaventuranza de cuantos tienen hambre y sed de tu salvación.
Señor, perdona nuestra codicia de acumular para nosotros mismos los bienes de la tierra y los bienes de la espiritualidad: enseñanos a compartir los dones de la bienaventuranza de la pobreza para la que nos capacita el Espíritu Santo.
Señor, perdona nuestras miradas torvas, codiciosas y pesimistas sobre nuestra vida diaria y sobre lo que nos rodea: enseñanos la bienaventuranza de los limpios de corazón que ven lo bueno, huella de tu belleza y de tu amor.
CONTEMPLATIO
Miremos nuestras faltas y dejemos las ajenas, que es mucho de personas tan concertadas espantarse de todo, y por ventura de quien nos espantamos podríamos bien depender en lo principal, y en la compostura exterior y en su manera de trato le hacemos ventajas. Y no es esto lo de más importancia, aunque es bueno, ni hay para qué querer luego que todos vayan por nuestro camino ni ponerse a enseñar el del espíritu quien por ventura no sabe qué cosa es, que con estos deseos que nos da Dios, hermanas, del bien de las almas podemos hacer muchos yerros, y así es mejor llegarnos a lo que dice nuestra Regla: «En silencio y esperanza procurar vivir siempre», que el Señor tendrá cuidado de sus almas. Como no nos descuidemos nosotras en suplicarlo a Su Majestad, haremos harto provecho con su favor. Sea por siempre bendito (Teresa de Ávila, Moradas del castillo interior, III, cap. 2, 13, BAC, Madrid '1997, p. 494).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Aunque, si es preciso presumir, presumiré de mis flaquezas» (2 Cor 11,30).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Otra libido fundamental que nos caracteriza es la libido possidendi. No cabe duda de que el hombre tiene no sólo el derecho, sino también el deber de vivir una relación con las cosas y con los bienes: sin esta relación que le permite satisfacer la necesidad del pan, de la casa y del vestido, el hombre no se construye a sí mismo ni vive esa plenitud que le corresponde en cuanto hombre y que la fe cristiana considera como vocación a ser pastor, rey, señor en el interior del orden creado.
Sin embargo, en esta relación con las «cosas» existe una grandísima tentación idolátrica: la seducción del ansia de posesión. ¿Y cuándo se vuelve idolatrica la relación con las cosas? Cuando la posesión llega a ser un fin en sí misma, justificando incluso el recurso a cualquier medio para obtenerlas, cuando se desea afirmar «lo mío» y «lo tuyo», contradiciendo una elemental exigencia de justicia e ignorando el destino universal de las cosas: entonces es cuando surge la idolatría.
A buen seguro, el ansia de poseer responde a un tipo de angustia y de lucha contra la muerte, a una búsqueda de omnipotencia y de seguridad que proceden de la sensación de poder adquirir todo, de eliminar las necesidades satisfaciéndolas de inmediato (E. Bianchi, Da forestiero nella compagnia degli uomini, Milán 1997, pp. 72-74).
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