LECTIO DIVINA NOVENO MIERCOLES DEL TIEMPO ORDINARIO. Señor, tú actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia
LECTIO DIVINA NOVENO MIERCOLES DEL TIEMPO ORDINARIO
Señor, tú actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia
Tobías 3,1-11.24-25ª. Marcos 12, 18-27
LECTIO
PRIMERA LECTURA:
El Dios de la gloria escuchó las súplicas de Sara y de Tobit.
Del Libro de Tobías 3,1-11.24-25a
En aquellos días, Tobit se echó a llorar; rezaba entre sollozos y decía:
-Señor, tú eres justo y justas son tus sentencias; actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia. Señor, acuérdate de mí; no me castigues por mis pecados, no tengas en cuenta mis culpas ni las de mis padres. Por desobedecer tus mandamientos nos entregaste al saqueo, al destierro y a la muerte; nos hiciste refrán y burla de las naciones donde nos dispersaste. Señor, tus sentencias son graves, pues no cumplimos tus mandamientos ni nos portamos lealmente contigo. Señor, haz de mí lo que quieras, hazme expirar en paz, que prefiero la muerte a la vida.
Aquel mismo, día Sara, hija de Ragüel, vecino de Ragés, ciudad de Media, tuvo que soportar también los insultos de una criada de su padre; en efecto, Sara se había casado siete veces, y el demonio Asmodeo había ido matando a todos sus maridos apenas se acercaban a ella. Pues bien, Sara regañó a la criada con razón, pero ésta replicó así:
-¡Que no veamos nunca sobre la tierra hijo ni hija tuya, asesina de tus maridos! ¿Es que quieres matarme también a mí, lo mismo que mataste ya a siete hombres?
Al oír esto, Sara subió al piso de arriba de su casa y estuvo tres días y tres noches sin comer ni beber; lloraba y rezaba sin cesar, pidiéndole a Dios que la librase de semejante baldón.
Por entonces llegaron las oraciones de los dos a la presencia gloriosa del Dios Altísimo y fue enviado el santo ángel Rafael a curarlos a los dos, que habían elevado sus oraciones a Dios al mismo tiempo.
Palabra de Dios
R/. Te alabamos, Señor
Ambas oraciones -la de Tobit y la de la joven Sara- figuran entre las cosas más bellas de todo el libro. La oración de Tobit nace del dolor, es una oración hecha entre lágrimas (¡ante Dios también se puede llorar!); en cierto modo, es la plegaria de un hombre desanimado, que ve cerrado su futuro. La oración es estar ante Dios con nuestra propia verdad: a veces en medio de la alegría, a veces en medio del dolor, a veces sumergidos en el desánimo. Pero enseguida aparecen dos notas que hemos de señalar en la oración de Tobit. Aunque su vida carece de salidas, continúa creyendo que Dios es justo, misericordioso y leal. A Dios no hay que reprocharle nada. La segunda nota que caracteriza la oración de Tobit es que le pide a Dios lo único que le parece posible: en su dolor sin salidas, pide la muerte, como hizo también el profeta Elías (1 Re 19). Pero Dios es más grande y va más allá de las peticiones del hombre. Dios no le da a Tobit la muerte, sino la vida. Para Dios, nunca hay una situación sin salidas. Y, afortunadamente, no siempre nos da lo que le pedimos.
La oración de Sara, desesperada e insultada, también sin futuro en la vida, se produce al mismo tiempo que la de Tobit. Tampoco Sara cae en la desesperación, sino que se pone ante el Señor, le suplica entre lágrimas y le pide ser liberada de su desgracia, una desgracia que parece acompañarle como una maldición: se ha casado siete veces y todas ellas ha muerto su marido en la noche de bodas. Sara no pide la muerte -tal vez era demasiado joven para hacerlo-, sino la liberación.
No siempre acaban bien las cosas en la vida. Esta última conoce también el silencio -aparente- de Dios. Pero aquí, en el relato edificante, todo acaba bien. Dios acoge la oración de Tobit y de Sara y les envía a su ángel para socorrerles.
EVANGELIO
Dios no es Dios de muertos, sino de vivos.
Del santo Evangelio según san Marcos 12, 18-27
En aquel tiempo, fueron a ver a Jesús algunos de los saduceos, los cuales afirman que los muertos no resucitan, y le dijeron:
-"Maestro, Moisés nos dejó escrito que si un hombre muere dejando a su viuda sin hijos, que la tome por mujer el hermano del que murió para darle descendencia a su hermano. Había una vez siete hermanos, el primero de los cuales se casó y murió sin dejar hijos. El segundo se casó con la viuda y murió también, sin dejar hijos; lo mismo el tercero. Los siete se casaron con ella y ninguno de ellos dejó descendencia. Por último, después de todos, murió también la mujer. El día de la resurrección, cuando resuciten de entre los muertos, ¿de cuál de los siete será mujer? Porque fue mujer de los siete".
Jesús les contestó: "Están en un error, porque no entienden las Escrituras ni el poder de Dios. Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni los hombres tendrán mujer ni las mujeres marido, sino que serán como los ángeles del cielo. Y en cuanto al hecho de que los muertos resucitan, ¿acaso no han leído en el libro de Moisés aquel pasaje de la zarza, en que Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob? Dios no es Dios de muertos, sino de vivos. Están, pues, muy equivocados".
Palabra del Señor.
R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.
Los saduceos -que tenían la mayoría de sus seguidores en las filas de la aristocracia sacerdotal- se distinguían de los fariseos, desde el punto de vista religioso, en dos temas: en primer lugar, negaban todo valor a las tradiciones -a las que los fariseos, en cambio, estaban muy apegados- y afirmaban que sólo era vinculante la Ley escrita; y, en segundo lugar, negaban la resurrección de los muertos, citando a este respecto algunos textos bíblicos, como por ejemplo Gn 3,19 («eres polvo y al polvo volverás»). En este último punto echaban mano también de la ironía (v. 19-23): si una mujer se ha casado con siete maridos, ¿de quién será la esposa en la resurrección? Los fariseos, sin embargo, afirmaban la resurrección, citando también ellos textos bíblicos muy conocidos, como por ejemplo Ez 37,8 y Job 10,11.
Arrastrado a la discusión, Jesús -como de costumbre- no se deja encerrar en los términos en que se planteaba el debate: los rompe, los hace estallar desde dentro. La resurrección está afirmada en la Escritura -y de ahí que los saduceos cometan un grave error al negarla-, pero no es cuestión de citar un texto u otro. Para Jesús, hemos de captar la Escritura en su centro, allí donde atestigua que Dios es el Dios de los vivos, el Dios de la vida y no de la muerte (Ex 3,6). Ésta es la razón que autoriza la fe en la resurrección: Dios es fiel y ama la vida, y no se puede pensar que haya creado al hombre con sed de vida para abandonarlo, después, a la muerte. Hasta aquí, la respuesta de Jesús va contra los saduceos. Pero -en parte- va también contra los fariseos, porque algunos de ellos concebían la resurrección en unos términos supersticiosos, materiales, prestándose así a la ironía de los saduceos. La vida de los resucitados -declara Jesúsno tiene que ser pensada según los esquemas de este mundo presente. Se trata de una vida diferente: «Ni ellos ni ellas se casarán».
MEDITATIO
Una vez u otra o tal vez muchas, nos encontramos todos en el límite extremo del dolor o en un punto en el que lo sentimos como tal. Como Tobit, como Sara. Sin embargo, ¡qué diversidad de comportamientos, de intentos de solución, de reacciones, podemos encontrar!
Está la del que vive el sufrimiento como algo que atenaza el alma, como algo que se cierne hasta encerrarle bajo una capa que le sofoca. Entonces se debate, se siente perdido, se agita como un pez sacado del agua y echado sobre la arena, exige respuestas, busca caminos de salida -tal vez en la distracción o en la búsqueda del «culpable» de la situación-... y si levanta la mirada al cielo es, en ocasiones, incluso para lanzarle a Dios una requisitoria, quizás para acusarle y pedirle una reparación. El comportamiento de Tobit y de Sara es diferente. Y precisamente por ser tan universal y estar tan cerca de cada uno de nosotros la experiencia del dolor y la perspectiva de la muerte, es bueno para nosotros observarlos de más cerca. Para aprender.
Tobit y Sara oran. Primera indicación preciosa. Se abren al Otro, a ese Otro de quien saben que dependen como criaturas. Se dirigen a Dios, y no precisamente para contarle en primer lugar su dolor, sino para expresarle su adoración, la admiración que sienten por su grandeza y justicia, su ilimitada confianza en él; para confesar su propio límite, su pecado. Saben que Dios tiene el corazón «más grande», que es el Dios de la vida. Su oración no es individual, privada. Viven profundamente su drama, pero sienten que se inserta en el drama más general del pueblo. Esta apertura constituye una segunda y preciosa indicación para nosotros, que nos encerramos con tanta frecuencia en el círculo de nuestros problemas.
ORATIO
Dios de piedad, rico en compasión, enséñanos a orar, a orar siempre, a orar incluso cuando todo parece perdido para nosotros y ya no podemos contar con nada para vivir. Tú, que estás cerca de quien tiene el corazón abatido у escuchas el deseo de los pobres, concédenos la capacidad de abandonarnos a ti y poner en ti nuestra confianza, más allá de toda humana esperanza.
Tú, que respondiste de una vez por todas a toda nuestra desesperación enviando a tu Hijo hasta el abismo último de nuestra muerte, haz que cuando la vida se vuelva insoportable y demasiado amarga para nosotros seamos capaces de mirar a él clavado en la cruz por amor a nosotros. Mirándole y entregándonos a él, también nosotros experimentaremos entonces que «sólo el llanto más profundo conoce la alegría». Y sobre las ruinas de todo nuestro morir surgirá el alba de la vida resucitada, porque tú nos amas, en Jesús, desde siempre y para siempre.
CONTEMPLATIO
Quien pretenda pertenecer del todo a nuestro Señor debe examinar con frecuencia su propio corazón, para ver si está apegado a algo de esta tierra; y, si descubre que no hay nada que no esté dispuesto a dejar para cumplir la voluntad de Dios, será señal de que ha alcanzado una gran fidelidad, gracias a la cual debe permanecer en paz, ocupándose sólo de tomar con sencillez todo lo que le pase, como si le viniera de la mano de Dios.
Lo único que está siempre en nuestro poder es el simple acto de fe. Por consiguiente, no debemos turbarnos cuando no podamos hacer más que esto: debemos esperar todo de la voluntad de Dios. Por lo que respecta a la confianza, basta con que reconozcamos nuestra debilidad y digamos a nuestro Señor que pretendemos volver a poner toda nuestra confianza en él. La medida de la Providencia divina con respecto a nosotros es la confianza que tengamos en ella. ¡Oh Dios! Reposamos enteramente en esta Providencia sagrada y permanecemos entre sus brazos como un niño en brazos de su madre. Es preciso adherirnos al fin, que es Dios, y a su voluntad, y no a los medios: los medios deben ser amados de una manera suficiente, pero no hasta el punto de perder la paz si Dios los suprime (Francisco de Sales, Tutte le lettere, Roma 1967, III, 848 [edición española: Cartas a religiosas, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid 1988]).
ACTIO
Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:
«Señor, tú actúas siempre con misericordia, con lealtad y con justicia» (cf. Tb 3,2).
PARA LA LECTURA ESPIRITUAL
Dios no tiene nada que ver; Dios no quiere el sufrimiento de los hombres; Dios no quiere la muerte. Nuestro Dios es el Dios de la vida. Me enfado cuando oigo implicar a Dios: «Te envía el cáncer...». ¡Pero si es imposible! «Sea lo que Dios quiera»... ¡Pero si Dios no quiere el cáncer de ninguna manera! Lo que quiere es que yo esté sano y viva. No quiere la muerte; quiere la vida. Ciertamente, queremos comprender y encontrar respuestas y cuando nos encontramos sumidos en el dolor, en el sufrimiento, no siempre razonamos como es debido, por lo que todos deben ser respetados, pero sobre todo hay que respetar a Dios. Porque Dios manifiesta -para quien cree que su único modo de respuesta a todas estas problemáticas más que dramáticas y trágicas es que te envía a Jesucristo. Y este viene a decirnos: «Vengo a sufrir contigo, vengo a compartir tu condición, vengo a llevar la cruz contigo».
Por consiguiente, Dios participa. Más aún, Dios asume en sí mismo el dolor. «Varón de dolores», experto en el sufrimiento [...]. Por eso, a pesar de que haya gritado hacia él, continúo componiendo, predicando, infundiendo fe y esperanza en el Reino que debe venir, con la trepidante expectativa de saber si Él me acogerá con una sonrisa o me abrazará contra su pecho como al hijo después de su prolongadísima ausencia (texto de D. M. Turoldo recogido en Allegato Lettera END 109 [2000] 8).
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