LECTIO DIVINA ONCEAVO JUEVES DEL TIEMPO ORDINARIO.

LECTIO DIVINA ONCEAVO JUEVES DEL TIEMPO ORDINARIO.

Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho. 

II Corintios 11, l-11.  Mateo 6, 7-15

 


 

 

 

PRIMERA LECTURA

Les he anunciado gratuitamente el Evangelio de Dios.

De la segunda carta del apóstol san Pablo a los corintios 11, l-11

 

Hermanos: Ojalá soportaran ustedes que les dijera unas cuantas cosas sin sentido. Sopórtenmelas, pues estoy celoso de ustedes con celos de Dios, ya que los he desposado con un solo marido y los he entregado a Cristo como si fueran ustedes una virgen pura. Y me da miedo que, como la serpiente engañó a Eva con su astucia, así extravíe el modo de pensar de ustedes y los aparte de la entrega sincera a Cristo. 

Porque si alguien viniera a predicarles un Cristo diferente del que yo les he predicado, o a comunicarles un Espíritu diferente del que han recibido, o un Evangelio diferente del que han aceptado, ciertamente ustedes le harían caso. Sin embargo, yo no me juzgo en nada inferior a esos "superapóstoles". Seré inculto en mis palabras, pero no en mis conocimientos, como se lo he demostrado a ustedes siempre y en presencia de todos. 

¿O es que hice mal en rebajarme para enaltecerlos a ustedes, anunciándoles gratuitamente el Evangelio de Dios? He despojado a otras comunidades cristianas, aceptando de ellas una ayuda para poder servirlos a ustedes. Mientras estuve con ustedes, aunque pasé necesidades, a nadie le fui gravoso; fueron los hermanos venidos de Macedonia los que proveyeron a mis necesidades. Siempre he evitado serles gravoso a ustedes, y lo seguiré evitando.

Pongo a Cristo por testigo de que nadie me quitará esta gloria en toda la provincia de Acaya. ¿Por qué digo esto? ¿Será que no los quiero? Dios sabe que sí los quiero. 

 

Palabra de Dios.

R/. Te alabamos, Señor.

 

La perícopa de hoy y las dos siguientes siguen a Pablo en el itinerario de una justificación autobiográfica frente a la comunidad de Corinto. Forzando de una manera deliberada –y también por razones de captatio benevolentiae- rasgos de su propia personalidad (a buen seguro incontrolable e imprevisible y excesiva, pero en modo alguno «loca», como denunciaría una traducción excesivamente literal del versículo inicial), Pablo declara su sentido de la responsabilidad con una comunidad eclesial que él mismo, según la gracia que le ha sido concedida, ha edificado como «sabio arquitecto» (1 Cor 3,10). Es, y se precia de serlo, el mediador del desposorio de aquella Iglesia con Cristo. El símbolo del amor matrimonial constituye un soporte básico que figura entre los más fructuosos en la eclesiología cristológica de Pablo: aunque él es célibe (lo deducimos de 1 Cor 7,7), conoce las situaciones matrimoniales y las emplea en su magisterio (cf. Ef 5,25b-27). 

Cristo es el esposo, la Iglesia es la esposa: el connubio sirve como signo del amor oblativo, liberador, purificador. Pablo, mediador de esas nupcias, permanece vigilante para que la esposa (o prometida) -la Iglesia de Corinto- persevere en la firmeza del vínculo con Cristo sancionado con la acogida del Evangelio. Pablo tiene miedo de que la fragilidad de la fe de los corintios en ese Evangelio les haga correr el riesgo de ser disuadidos de la sencillez y pureza iniciales, en las que fueron formados por él. Parece bien informado del riesgo que supone la presencia en la comunidad de un predicador de poco fiar «sobrevenido» (literalmente: «el que viene», un predicador itinerante) y de la seducción producida por ciertas catequesis evangélicas discordantes de las suyas. No sabemos a ciencia cierta si estas palabras son un aviso previo o si tuvo lugar la intrusión de los «superapóstoles» (con el adverbio puesto irónicamente como prefijo del sustantivo). De todos modos, la prevención sigue siendo un método eficacísimo en el recorrido de la evangelización. 

La defensa de la indisolubilidad de la unión eclesialcristológica y la salvaguarda de seducciones catastróficas como aquella en la que tropezó Eva (cf. v. 3) hacen comprensibles los «celos a lo divino» que atosigan al apóstol (la frase se podría traducir también, a la luz del contexto, de este modo: «Os considero felices con una felicidad de Dios»). Pablo llega siempre a declaraciones de amor dirigidas, además de a Cristo, a discípulos como los cristianos de Corinto: «¿Acaso habré hecho esto porque no os amoBien sabe Dios que os amo» (v. 11).

 

EVANGELIO

Ustedes oren así.

Del santo Evangelio según san Mateo 6, 7-15

 

En aquel tiempo, Jesús dijo a sus discípulos: "Cuando ustedes hagan oración, no hablen mucho, como los paganos, que se imaginan que a fuerza de mucho hablar serán escuchados. No los imiten, porque el Padre sabe lo que les hace falta, antes de que se lo pidan. Ustedes pues, oren así: 

Padre nuestro, que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo. 

Danos hoy nuestro pan de cada día, perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden; no nos dejes caer en tentación y líbranos del mal. 

Si ustedes perdonan las faltas a los hombres, también a ustedes los perdonará el Padre celestial. Pero si ustedes no perdonan a los hombres, tampoco el Padre les perdonará a ustedes sus faltas". 

 

Palabra del Señor.

R/. Gloria a ti, Señor Jesús.

 

En el marco del evangelio de Mateo, el pasaje evangélico de hoy se encuentra insertado entre las perícopas presentadas en el leccionario para el día de ayer y precisamente como continuación y ejemplificación de la oración secreta. La oración peculiar de los discípulos de Jesús es el Padre nuestro. Mateo recoge la fórmula más larga, acogida en la liturgia y ofrecida espontáneamente por el Maestro. Lucas (11,1-4) transmite una fórmula más reducida, entregada por Jesús a petición de alguno de los discípulos, probablemente seducido por el ejemplo del Maestro, que se había retirado a orar. Esta ubicación configura una interpretación del hecho: la oración del Padre nuestro es un don de Jesús y una necesidad de los discípulos.  

La visión sinóptica de ambas fórmulas (primero la de Mateo y después la de Lucas) mueve a reflexiones y comentarios inmediatos:

 

Padre nuestro, que estás en el cielo,

santificado sea tu nombre;

venga tu Reino;

hágase tu voluntad

en la tierra como en el cielo;

danos hoy el pan que necesitamos;Cuadro de texto: Padre, 
santificado sea tu nombre
venga tu Reino;


danos cada día el pan que necesitamos
perdónanos nuestros pecados,
porque también nosotros perdonamos
a todo el que nos ofende,
y no nos dejes caer en la tentación.

perdónanos nuestras ofensas,

como también nosotros perdonamos

a los que nos ofenden;

no nos dejes caer en la tentación

y líbranos del mal.

 

 

 

MEDITATIO

 

La intuición y la experiencia de las comunidades eclesiales han empezado y terminado por colocar el mensaje de la oración que Jesús enseñó a sus discípulos en el centro de la relación con Dios y de las motivaciones de su proyección en la vida. La fe y el diálogo con Dios, el Padre, constituyen la experiencia y la enseñanza de Jesucristo, el Hijo del Padre. La voz humana sube de la tierra al cielo confiando en Dios, nuestro Padre: no se dirige a una divinidad absoluta e indistinta, sino al Dios paterno (y materno). La liturgia dialoga desde siempre con el Padre en Cristo por el Espíritu. 

La revelación manifestada por Jesucristo de que Dios es padre -«mi padre y vuestro padre», remite la palabra y la acción a la vida: el cielo y la tierra constituyen el espacio de la sintonía y de la sinergia entre Dios y los hijos de Dios. La oración de Jesús, al evitar la convicción de que la sobreabundancia de palabras es indispensable para ser escuchados, más que un ritual es un estilo, una manera de situarse en el hoy de cara al futuro. La oración del Padre nuestro es una profesión esencial de fe, una animosa declaración de intenciones. La ubicación contextual en el evangelio sugiere la concreción de la «cultura del Padre nuestro»: antes y después del Padre nuestro está el carácter visible de unas coherencias concretas en el orden cotidiano de los asuntos de la vida humana y en el carácter real de las personas, que son hijos de nuestro Padre y se han convertido en hermanos nuestros

Así pues, la oración de Jesús puede germinar en el corazón y florecer en los labios de cualquier hombre y mujer: con la única, coherente y visible condición de estar convencido de que Dios es padre y de que todos los hijos de Dios son hermanos.

 

ORATIO

 

Padre nuestro. Padre de todos nosotros, hombres y mujeres que vivimos hoy porque somos tus hijos. 

Nosotros renovamos ahora nuestra fe en ti, que desde tu cielo vigilas atento sobre nosotros. Renovamos nuestra confianza en tu nombre santo de Dios paterno y materno. Renovamos nuestro propósito de secundar laboriosos sobre nuestra tierra tu voluntad, que baja del cielo. Te estamos agradecidos porque cada día nos ofreces, para que nos saciemos, el viático del sustento de tu amor repleto de energía. Reconocemos que no somos acreedores tuyos, sino sólo deudores respecto a ti, en cuanto pecadores, y te garantizamos que aprenderemos de ti a olvidar, apaciguados, las deudas de nuestros deudores. Nosotros, que caminamos por caminos accidentados de buscadas y súbitas tentaciones, te suplicamos que no nos abandones a la compañía del maligno. 

Así sea, Padre nuestro.

 

CONTEMPLATIO

 

La oración es el estado de ánimo que nos uniforma con Dios y, en cierto sentido, un diálogo familiar y piadoso, una pausa de la mente iluminada para gozar de la compañía de Dios todo lo que le está permitido. 

El agradecimiento es, en la percepción y en el conocimiento de la gracia de Dios, la tensión inflexible de la buena voluntad hacia Dios, aun cuando, en ocasiones, la acción exterior o el estado de ánimo interior lleguen a faltar o se debiliten. Ésa es precisamente la situación de la que afirma el apóstol: «El querer el bien está a mi alcance, pero el hacerlo, no» (Rom 7,18). Es como si dijera: existe siempre, pero en ocasiones yace inerte y, por consiguiente, ineficaz, puesto que deseo realizar obras buenas, pero no lo consigo. Ésa es la caridad que nunca desmaya. 

Ésta es la oración ininterrumpida, o la acción de gracias, de la que dice el apóstol: «Orad en todo momento. Dad gracias por todo» (1 Tes 5,17ss). Ésta es, en efecto, la inagotable bondad de un corazón y de un ánimo bien dispuesto y, en los hijos de Dios para con el Padre, una especie de semejanza con su bondad (Guillermo de Saint-Thierry, La letterad'oro, pp. 179-181).

 

ACTIO

 

Celebra -no «recites», y vive hoy la Palabra:

 

«Padre nuestro, que estás en el cielo...» (Mt 6,9ss).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

La escuela de oración de Jesús presupone su escuela de vida. Para comprender la oración de Cristo no basta con conocer el mensaje del Reino; es preciso sentir hasta el fondo sus intereses y vivir su misma aventura. 

El Padre nuestro no es una oración para todos; es una oración para los apóstoles, revelada antes que a nadie a aquellos que dejaron casa, familia y profesión y lo arriesgaron todo para seguir, sin reservas, a este curandero itinerante. «"Señor, enseñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos". Jesús les dijo: "Cuando oréis, decid: Padre"» (Lc 11,1). Vosotros, discípulos; vosotros, grupo mío que buscáis el Reino; vosotros, amigos de los pequeños. También hoy, para poder rezar la oración de Jesús, es preciso ser de los suyos; sólo pueden rezarla los que se esfuerzan por vivir, siguiendo el ejemplo de los primeros discípulos, una vida de seguimiento. La escuela de oración de Jesús no nos dice por qué debemos orar, sino como debemos ser y vivir para poder orar de ese modo. La escuela de oración de Jesús presupone su escuela de vida: vivir proyectados hacia el Otro, existir para Dios, para curar la vida. Jesús no nos ha revelado una oración, sino que nos ha revelado a nosotros mismos a través de una oración (E. Ronchi, Il canto del pane, Bornato 1995), pp. 18ss).

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