LECTIO DIVINA DÉCIMO SÁBADO DEL TIEMPO ORDINARIO IMPAR Pero yo les digo que no juren en modo alguno

 LECTIO DIVINA DÉCIMO SÁBADO DEL TIEMPO ORDINARIO IMPAR

Pero yo les digo que no juren en modo alguno

II Corintios 5.14-21. Mateo 5,33-37

 


 

 

LECTIO

 

PRIMERA LECTURA

2 Corintios 5.14-21

 

Hermanos: Nos apremia el amor de Cristo al pensar que, si uno ha muerto por todos, todos por consiguiente han muerto. Y Cristo ha muerto por todos, para que los que viven no vivan ya para ellos, sino para el que ha muerto y resucitado por ellos. Así que ahora no valoramos a nadie con criterios humanos. Y si en algún momento valoramos así a Cristo, ahora ya no. "De modo que si alguien vive en Cristo, es una nueva criatura; lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo. 

Todo viene de Dios, que nos ha reconciliado consigo mismo por medio de Cristo y nos ha confiado el ministerio de la reconciliación. Porque era Dios el que reconciliaba consigo al mundo en Cristo, sin tener en cuenta los pecados de los hombres, y el que nos hacía depositarios del mensaje de la reconciliación. Somos, pues, embajadores de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, les suplicamos que se dejen reconciliar con Dios. A quien no cometió pecado, Dios lo hizo por nosotros reo de pecado, para que, por medio de él, nosotros nos transformemos en salvación de Dios.

 

Palabra de Dios

R/. Te alabamos, Señor.

 

El leccionario, sobrevolando por encima de una quincena de versículos centrados sobre todo en torno a la «nostalgia» de «dejar el cuerpo para ir a habitar junto al Señor» (4,16–5,13), que se repite en la última etapa de la vida de Pablo, nos presenta la continuación de la reflexión del apóstol sobre la «novedad» brotada de la reconciliación en virtud de la muerte de Cristo por todos. 

El itinerario de este fragmento del pensamiento paulino es cristológico con implicaciones eclesiológicas. La conexión entre ambas perspectivas, la relación entre Cristo y la Iglesia, se encuentra en la reconciliación. Sigue siendo vigorosa la convicción de Pablo, consolidada en su experiencia veterotestamentaria, de que, respecto a Dios, la humanidad pecadora se merece la indignación divina; esta convicción, sin embargo, se ha perfeccionado a través del conocimiento mesiánico de Cristo, el cual se ha convertido en lugar, precio y signo de la reconciliación. En el texto griego, el sustantivo (katalleghé) y el verbo (katallássô) significan también «permuta» (por ejemplo, de valores venales como el dinero), «acuerdo» (alianza) o «concordia» (proyectar conjuntamente). Estos matices léxicos confirman el acontecimiento de la reconciliación global entre Dios y el hombre a través de un coste y de un intercambio.  

La inspiración de Pablo es atrevida: la humanidad sigue siendo pecadora (pecado episodio), pero Dios mismo toma la iniciativa de renovarla y aproximarla transfiriendo el pecado a Cristo (pecado-situación). La manifestación más dramática y convincente en el itinerario de la reconciliación es la muerte de Cristo, repetición en una única acción definitiva de los sacrificios de la antigua alianza. Sin embargo, la muerte constituye la encrucijada de un itinerario cristológico global puesto en marcha con la encarnación (Gal 4,4ss) y llegado a puerto con la resurrección (1 Cor 15,3-4.20-22). Esta inspiración paulina sobre la reconciliación en Cristo se repite (1 Cor 15, que acabamos de citar; Rom 4-6...) y ha hecho escuela (de modo señalado en la carta a los Hebreos). 

La consecuencia eclesiológica se perfila en algunas afirmaciones cargadas de sentido: «nos apremia el amor de Cristo» (v. 14); «lo viejo ha pasado y ha aparecido algo nuevo» (v. 17); otorgamiento del ministerio, hacer las veces de embajador (vv. 18.20). La Iglesia «paulina» es la manifestación de la reconciliación a través de Cristo, y espacio de servicio (ministerio, embajadores), de anuncio y activación de la reconciliación.

 

EVANGELIO 

 

Mateo 5,33-37

 

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: También han oído que se dijo a nuestros antepasados: No jurarás en falso, sino que cumplirás lo que prometiste al Señor con juramento. Pero yo les digo que no juren en modo alguno; ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es el estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del gran rey. Ni siquiera jures por tu cabeza, porque ni un cabello puedes volver blanco o negro.  Que tu  palabra sea sí cuando es sí, y no cuando es no. Lo que pasa de ahí, viene del maligno.

 

Palabra del Señor

R/. Gloria a Ti, Señor Jesús.

 

El breve fragmento del evangelio de Mateo recoge un signo considerable en la relación con el Dios de Israel, un signo crucial en tiempos de Jesús: el juramento y el perjurio. Se trata de una empresa humana comprometedora, deliberada, en analogía con la actitud de Dios mismo, que «jura» (Gn 22,16; Heb 6,17...) y que, sin embargo, permanece fiel a su promesa, una promesa que es compromiso en favor del pueblo y de cada individuo (Lc 1,54-55.68-71). 

Jesús no pronunció nunca, personalmente, ningún juramento. Los evangelios sólo ponen el verbo «jurar» en sus labios en el marco de alguna polémica y como contestación respecto a los maestros de la Ley y a los fariseos hipócritas (Mt 23,16-22). La palabra dada es sagrada y vinculante, sin implicar a Dios ni a símbolos relacionados con él (como el cielo y la tierra o la ciudad santa de Jerusalén), ni hipotecando la propia cabeza del que jura. En efecto, el que jura no es dueño de nada. Jesús se muestra claramente contrario al juramento y, como es obvio, también al perjurio. Jesús se compromete con la autoridad de su propia palabra: «En verdad les digo...»; «han oído que se dijo... pero yo les digo». Su Palabra es mensaje y contiene valores, pero su identidad también es Palabra, Verbo que ha puesto su morada en la humanidad (Jn 1,14). Jesús compromete su persona. A los discípulos, a quienes ordena no jurar en absoluto, les entrega este paradigma: su ejemplo. 

El vocabulario de Mateo emplea aquí dos verbos. Uno está tomado de una cita veterotestamentaria relacionada no con el juramento, que entonces era considerado lícito, sino con el perjurio, y es «no jurarás en falso» (literalmente: uk epiorkéseis; cf. Nm 30,3; Dt 23,22; Ecl 5,3-5), o bien respeta el juramento, mantén las condiciones, cumple la «cosa» empeñada. El otro verbo está formulado en una forma negativa absoluta; al pie de la letra, «no jurar en absoluto», donde el verbo griego (original) alude también a la confirmación con un juramento, a prometer con voto, a implicar a otros -incluso sin saberlo o reacios- como garantes o testigos de nuestro propio compromiso. Jesús se muestra asimismo radical con las situaciones comprometedoras: no sólo disuade del perjurio, señalado siempre como felonía, traición, cobardía, sino que corta en su raíz la causa o el riesgo de la situación de infidelidad. Sustituye el ritual de los juramentos por la responsabilidad de la propia palabra. El juramento implica a otros, tal vez incluso al mismo Dios; el «sí-sí» / «no-no», expone a la propia persona. Jesús prefiere el compromiso personal del propio individuo.

 

MEDITATIO

 

Este mensaje podría configurar la bienaventuranza del «st-st» / «no-no». Jesús espera de los discípulos la claridad de convicciones y la determinación del «sí-sí» y del «no-no» en su conducta. De su vocabulario y de su conducta está excluido el «ni sí ni no», una expresión nueva que representa una síntesis puntual de ciertas corrientes invasoras dotadas de una mentalidad de equilibrismo, indeterminaciones y medias tintas, de nebulosos dejar para mañana, de la holgazanería de personalidades plasmadas en la solidez del ectoplasma. La exigencia de responsabilidad y coherencia por parte del rabí de Nazaret roza la intolerancia: lo que está más allá del «sí-sí» / «no-no» viene del maligno. 

El «pero yo les digo» remite a la autoridad de sus palabras y, sobre todo, a la autoridad de su personalidad. El apóstol Pablo descubrió que, en Jesús, «todo ha sido sí, pues todas las promesas de Dios se han cumplido en él» (2 Cor 1,19ss). La concisión adverbial de Jesús y de Pablo se dilata en la catequesis -en parte implícita- sobre la responsabilidad activa y existencial individual. Pablo ilumina un ámbito concreto y también visible de esa responsabilidad: «Nos apremia el amor de Cristo». La construcción sintáctica tanto en griego como en latín, y también en español, permite una doble interpretación completiva: nos apremia el amor que tiene Cristo y nos impulsa el amor que tenemos a Cristo. La intuición paulina capta la sinergia Señor Jesús-discípulo, Cristo Señor-Iglesia. El amor que tiene Cristo consigue la reconciliación sacando del hombre el pecado-situación y cargándolo en la cruz de su muerte (aunque el pecadoepisodio subsiste como herencia y «tentación» o prueba). El amor que tenemos a Cristo nos apremia a dar valor a la reconciliación, convirtiéndonos por medio de él en justicia de Dios y poniéndonos a su servicio como embajadores de Cristo.

 

ORATIO

 

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Padre amó tanto al mundo que te envió a ti, su Hijo unigénito, para que creamos en ti y no muramos, sino que tengamos la vida eterna (Jn 3,16): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que habías venido no para condenar, sino para salvar al mundo (Jn 12,47): escúchanos, Señor.

Señor Jesús, tú nos dijiste que el Consolador -el Espíritu de la verdad- convencerá al mundo de pecado, que no cree en ti (Jn 16,7ss): escúchanos, Señor

Señor, tú eres bueno y grande en el amor: escucha la confesión de nuestros pecados cotidianos y perdónalos;escucha nuestra disponibilidad al servicio de tu Reino y acompáñanos; escucha nuestra sed de conocimiento espiritual e ilumínanos.

 

CONTEMPLATIO

 

Dijo después [Dios): «Quiero mostrarte algo de mi poder». Al instante se me abrieron los ojos del alma. Y vi la plenitud de Dios, en la cual abrazaba a todo el mundo, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás. Y en todo esto no discerní más que el poder divino de un modo inenarrable. El alma, llena de admiración, gritó diciendo: «Este mundo está repleto de Dios». Y abracé el mundo entero como si fuera una cosa pequeña, a saber: más allá del mar, más acá del mar y el abismo y el mar y todo lo demás, como si fuera poca cosa, pero el poder de Dios excedía y lo llenaba todo. Y me dijo: «De este modo te he mostrado algo de mi poder». Comprendí que de aquí en adelante comprendería mejor el resto. Entonces me dijo: «Ahora mira la bajeza». Y vi una bajeza tan profunda del hombre respecto a Dios, que el alma, comparando aquel poder inenarrable y aquella profunda bajeza, estaba llena de admiración y se consideraba a sí misma como nada y en su nada no veía en sí misma más que soberbia (Angela de Foligno, Il libro delle rivelazioni, 9: Contemplazione della potenza divina).

 

ACTIO

 

Repite con frecuencia y vive hoy la Palabra:

«Pero yo os digo que no juréis en modo alguno» (Mt 5,34).

 

PARA LA LECTURA ESPIRITUAL

 

«Como el Padre me ama a mí, así os amo yo a vosotros. Permaneced en mi amor. Pero sólo permaneceréis en mi amor si obedecéis mis mandamientos, lo mismo que yo he observado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor. Mi mandamiento es éste: amaos los unos a los otros, como yo os he amado» (Jn 15,9-10.12). Podemos pensar: ¡lo importante es amar! («El que ama al prójimo ha cumplido la ley»: Rom 13,8). En realidad, no es posible una comprensión plena del amor al prójimo si no lo insertamos en el marco más amplio del amor a Dios. Es el amor a Dios el que pone en movimiento el dinamismo eficaz y amplio que tiende a llegar a todos los hombres. Por consiguiente, el amor brota de la voluntad originaria del Padre (G. Pasini, Al di sopra di tutto. Meditazioni per una carità incarnata nella storia, Molfetta 1996, p. 13).

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