Cristo Alimento que da la vida eterna.


25 de mayo
Lo que más me lastima, padre mío, es el pensamiento de Jesús sacramentado. El corazón, antes de unirse a él por la mañana en el sacramento, se siente como atraído por una fuerza superior. Tengo tal hambre y tal sed antes de recibirlo que poco falta para que me muera de inquietud. Y precisamente porque no puedo menos de unirme a él, a veces, con fiebre, me siento obligado a ir a alimentarme de su cuerpo y de su sangre.
Y esta hambre y esta sed, en vez de quedar apagados después de haberlo recibido en el sacramento, aumentan cada vez más. Y cuando ya tengo en mí este sumo bien, entonces sí que la plenitud de la dulzura es de verdad tan grande que poco falta para no decirle a Jesús: basta, que casi ya no puedo más. Casi me olvido de que estoy en el mundo; la mente y el corazón no desean nada más; y, con frecuencia y por mucho tiempo, también de forma voluntaria, no puedo desear otras cosas.
Pero, a veces, al amor de dulzura viene a unirse también el de estar oprimido de tal modo por el dolor de mis pecados que me parece que voy a morir de pena. También aquí el demonio busca con frecuencia amargarme el corazón con los acostumbrados pensamientos que tanto hacen sufrir.
(29 de marzo de 1911, al P. Benedicto de San Marco in Lamis – Ep. I, p. 216)

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