Todo lo puedo en Cristo que me conforta



6 de mayo
¡Oh!, hijita mía, qué amargo es el pensamiento de tener que rendir cuenta a Dios de los pecados hechos cometer a otros por una equivocada dirección; y también del mayor bien no promovido en las almas por mi ignorancia; y Dios no quiera que sea también por mi negligencia o, peor todavía, por mi malicia, aunque involuntaria. ¡Ah!, hija mía, reza y reza mucho por esta finalidad, junto con las otras almas unidas a nosotros en un mismo espíritu delante del Señor.
No puedes imaginar qué sufrimiento es para mí este temor, que está siempre clavado ahí, en la punta más alta del espíritu, y que me hace agonizar cada instante. Mil muertes, las más dolorosas, serían para mí muy poca cosa ante esta nueva cruz que me envía Dios y que - no me hago ilusiones - me acompañará hasta la muerte.
Sé también que esta espina es la que me consumirá lentamente, porque me doy cuenta de que no es propiamente una tentación sino un querer expreso de Dios […].
Todos mis esfuerzos no sirven ni para alejar ni para disminuir esta afiladísima espina, que no me deja libre ni por un instante. Con esta espina en el alma, cualquier consuelo me es indiferente; cada acto de bondad me resulta un tormento; las ocupaciones, aburridas; las distracciones son para mí un atroz martirio; la vida misma me pesa y me es amarga. Pienso en ella, sin quererlo, porque la siento de continuo durante el día y la tengo presente en el alma en mis sueños por la noche. Ella es mi primera angustia y el primer pensamiento al despertarme; es la última realidad con la que y sobre la que me duermo.
(15 de abril de 1918, a Jerónima Longo – Ep III, p. 1021)

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