Dios te conceda crecer, hermoso árbol plantado, semilla divina.
8 de agosto
En Roma vi un árbol que se dice fue plantado por el patriarca santo Domingo; muchos van a verlo por devoción y lo acarician por amor a quien lo plantó. Del mismo modo, yo habiendo visto en vosotros el árbol del deseo de la santidad, que el mismo Dios ha plantado en vuestras almas, lo amo tiernamente. Al pensar en él, me alegro más ahora que cuando estabais aquí. Por eso, os exhorto a hacer lo mismo y a decir conmigo: Dios te conceda crecer, hermoso árbol plantado, semilla divina; quiera Dios hacerte producir tu fruto en abundancia. Cuando lo hayas producido, agrade a Dios preservarlo del viento molesto, que tira todos los frutos a tierra, donde las bestias indiscretas los van a devorar.
Mis queridísimos hijos, este deseo debe ser en vosotros como los naranjos del litoral de Génova que, por lo que cuentan los que los han visto, están casi todo el año llenos a la vez de frutos, de flores y de hojas. Porque vuestros deseos deben fructificar siempre, en todas las ocasiones que se os presenten de hacer algo a lo largo del día, sin cesar nunca de desear sus objetos y de ir más adelante. Y estos deseos son las flores del árbol de vuestros esfuerzos; las hojas son las repetidas aceptaciones de vuestras debilidades, las cuales sostienen tanto a las buenas obras como a los buenos deseos.
(18 de enero de 1918, a los novicios – Ep.IV, p. 366)
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